Visito un café que tiene un ambiente que me agrada mucho. Pido un capuchino con una porción torta marmolada con cubierta de Baileys, chispas de chocolate y me siento a leer.
El tiempo, que bien sabemos no siempre corre a la misma velocidad, pasa volando y decido que es hora de marcharme. Salgo del lugar, camino un poco y pido un taxi frente a un restaurante muy lujoso. La acera está repleta de camionetas con escoltas: hombres pesados con gafas oscuras, sacos de paño y caras de pocos amigos.
Mientras la aplicación me confirma el servicio, trato de fijarme en los escoltas pero sin mirarlos directamente, para que no vayan a pensar que quiero atentar contra la vida de uno de sus clientes. Entonces los miro moviendo la cabeza de un lado para el otro, como si estuviera mirando el cielo o los locales que están en la otra acera (una ferretería y una peluquería). Mi táctica surte efecto y los escoltas no se ponen nerviosos con mi presencia. En medio de mis pensamientos sale un hombre con la billetera y el celular en la mano. También lleva gafas negras, pero no saco de paño como los escoltas, sino que viste una camisa polo. Es, supongo, el escoltado, si es que el término aplica. Uno de los escoltas le dice: “por aquí señor” y lo hace subir al asiento del copiloto de una camioneta negra 4 x 4 gigante. Me pregunto quién será ese señor para que tantos hombres lo estén cuidando. ¿Cuánta plata tendrá en sus cuentas bancarias?
Al pensar en esto y ver tanto derroche de poder, de dinero, por alguna razón mi cerebro piensa en Haaland, el jugador de fútbol Noruego, que a partir de ahora va a ganar 2700 millones de pesos a la semana, Ciento cuarenta mil cuatrocientos millones al año. Ojalá le alcance para sus gastos.
martes, 21 de enero de 2025
lunes, 20 de enero de 2025
¿Qué fue de mí?
En la novela que leo un bebe de pocos meses sufre un accidente, se golpea la cabeza y queda maltrecho por el resto de su vida.
Recuerdo el accidente en el que me golpeé la cabeza, pasé 17 días en coma, y que me dejó el amable recordatorio. No quedé como el personaje de la novela, aunque intuyo que el episodio me dejó ciertos rayes.
Nunca voy a recordar cómo ocurrió, porque mi mente sumergió ese episodio en sus profundidades para que nunca se asome a la superficie de la consciencia. Amnesia postraumática le llaman a ese mecanismo de defensa.
Tiempo después me enteré de que mi hermana mayor llevó una especie de diario durante el tiempo que estuve en cuidados intensivos. En él a modo, supongo, de terapia, para asimilar lo que estaba pasando, se dirigía a mí y me narraba cosas que le pasaban en su día a día o lo que los médicos decían de mi estado: Hoy moviste un dedo cuando te hablaron, paso x o y cosa en el mundo, en mi trabajo etc. lo que fuera. Como cuando llegaba a la casa después del trabajo y cruzábamos un par de palabras. No sé, por ejemplo si todas sus notas eran positivas o si también anoto lo que decían otros médicos: tiene 50% de probabilidad de vivir o morir. No sé si lo decían así tan de frente pero tengo entendido que de alguna manera lo daban a entender.
Tampoco sé si esas hojas existen todavía, pero me gustaría leerlas, saber qué fue de mí en esos 17 días de inconsciencia profunda.
Recuerdo el accidente en el que me golpeé la cabeza, pasé 17 días en coma, y que me dejó el amable recordatorio. No quedé como el personaje de la novela, aunque intuyo que el episodio me dejó ciertos rayes.
Nunca voy a recordar cómo ocurrió, porque mi mente sumergió ese episodio en sus profundidades para que nunca se asome a la superficie de la consciencia. Amnesia postraumática le llaman a ese mecanismo de defensa.
Tiempo después me enteré de que mi hermana mayor llevó una especie de diario durante el tiempo que estuve en cuidados intensivos. En él a modo, supongo, de terapia, para asimilar lo que estaba pasando, se dirigía a mí y me narraba cosas que le pasaban en su día a día o lo que los médicos decían de mi estado: Hoy moviste un dedo cuando te hablaron, paso x o y cosa en el mundo, en mi trabajo etc. lo que fuera. Como cuando llegaba a la casa después del trabajo y cruzábamos un par de palabras. No sé, por ejemplo si todas sus notas eran positivas o si también anoto lo que decían otros médicos: tiene 50% de probabilidad de vivir o morir. No sé si lo decían así tan de frente pero tengo entendido que de alguna manera lo daban a entender.
Tampoco sé si esas hojas existen todavía, pero me gustaría leerlas, saber qué fue de mí en esos 17 días de inconsciencia profunda.
jueves, 16 de enero de 2025
Episodio en la madrugada
Algo me despierta. Todavía es de noche o de madrugada, no lo sé. Acabo de irrumpir en la vigilia desorientado como casi siempre me suele ocurrir. Me quedo quieto y cierro los ojos a ver si me duermo de inmediato. No pasa nada.
¿Qué horas serán?, me pregunto y todavía no me decido si mirar la hora en el celular o no. Alguna vez leí que eso es malo, que lo mejor cuando uno se despierta de repente, es intentar dormirse de nuevo. Como ya le hice caso a esa consigna y no surtió efecto, agarro el celular, le espicho un botón y la luz de la pantalla me encandila los ojos. Es la 1:30 a.m, ¿Pero qué carajos? Caí rendido en la cama a eso de las 10:30, confiado de que iba a seguir derecho, pero no. Muy pocas veces la vida y sus cosas tienen el desenlace que uno espera.
¿Qué me despertó? Comienzo a examinar despacio las partes de mi cuerpo, como cuando a uno lo dirigen en las meditaciones guiadas y le dicen que se enfoque en los dedos, luego en los pies, las rodillas, y así hasta repasar y ser consciente de todas las zonas del cuerpo. Hago esto para ver si me duele algo, ¿Qué tal que uno se esté muriendo y no haga nada por intentar dormirse de nuevo? No detectó nada extraño. Al parecer todos mis órganos, músculos, etc. funcionan bien. Decido que lo que me despertó fue el calor y saco una pierna por un costado de la cama. Al poco tiempo siento mucho frío y la vuelvo a meter debajo de las cobijas.
Afuera, en la calle, un carro pasa con música a todo volumen. Tiempo después un hombre grita algo y ríe fuerte. Siempre que escucho voces en la calle en la madrugada, me imagino que son locos que no tienen idea en donde están parados, personas disociadas de la realidad. Me pregunto si el hombre que grita no tiene frío. Mi cama hierve, pero afuera, imagino, hace un frío de los cojones. Doy vuelta para un lado, para el otro, pero el sueño no llega. No sé si pasé la noche en blanco, pero de un momento a otro suena la alarma del celular.
¿Qué horas serán?, me pregunto y todavía no me decido si mirar la hora en el celular o no. Alguna vez leí que eso es malo, que lo mejor cuando uno se despierta de repente, es intentar dormirse de nuevo. Como ya le hice caso a esa consigna y no surtió efecto, agarro el celular, le espicho un botón y la luz de la pantalla me encandila los ojos. Es la 1:30 a.m, ¿Pero qué carajos? Caí rendido en la cama a eso de las 10:30, confiado de que iba a seguir derecho, pero no. Muy pocas veces la vida y sus cosas tienen el desenlace que uno espera.
¿Qué me despertó? Comienzo a examinar despacio las partes de mi cuerpo, como cuando a uno lo dirigen en las meditaciones guiadas y le dicen que se enfoque en los dedos, luego en los pies, las rodillas, y así hasta repasar y ser consciente de todas las zonas del cuerpo. Hago esto para ver si me duele algo, ¿Qué tal que uno se esté muriendo y no haga nada por intentar dormirse de nuevo? No detectó nada extraño. Al parecer todos mis órganos, músculos, etc. funcionan bien. Decido que lo que me despertó fue el calor y saco una pierna por un costado de la cama. Al poco tiempo siento mucho frío y la vuelvo a meter debajo de las cobijas.
Afuera, en la calle, un carro pasa con música a todo volumen. Tiempo después un hombre grita algo y ríe fuerte. Siempre que escucho voces en la calle en la madrugada, me imagino que son locos que no tienen idea en donde están parados, personas disociadas de la realidad. Me pregunto si el hombre que grita no tiene frío. Mi cama hierve, pero afuera, imagino, hace un frío de los cojones. Doy vuelta para un lado, para el otro, pero el sueño no llega. No sé si pasé la noche en blanco, pero de un momento a otro suena la alarma del celular.
miércoles, 15 de enero de 2025
Dicen, yo algo sé
Uno de mis objetivos para este año es volver a escribir mínimo cinco veces por semana en este espacio. La mayoría de veces, a menos de que me atropelle la inspiración, serán escritos cortos, mínimo de 300 palabras. ¿Por qué 300? Fue algo que leí en el libro Mientras Escribo de Stephen King. Él dice que ese es un buen número de palabras a escribir por día y que si al final del mes y el año se juntan, pues se tiene una novela. Si esto que cuento no tiene nada que ver con ese libro, entonces me lo inventé o lo leí en otro lado. Ustedes sabrán que a cierta altura del partido, los recuerdos se comienzan a entremezclar y uno ya no logra precisar de dónde vienen.
Escribir lo que salga sin pensarlo mucho. una especie de escritura a la topa tolondra. “Que mal escribir así. Eso no es escribir”, podrán pensar algunos, pero ante tales acusaciones, si es que se les puede llamar de esa manera, no me queda más que encogerme de hombros, mientras pienso: “ ¿Y a mí que me importa lo que ustedes piensen?” Ese es otro de mis propósitos este año: pasarme por la faja el concepto que otras personas puedan tener de mí o mis posturas. Pero bueno, basta de bravuconadas y vamos al tema de hoy…
¿Qué dicen?
Que el narrador es el personaje más importante de una novela y que viene en tres puntos de vista: primera, segunda y tercera persona. El último se desglosa en varios.
También dicen que se debe pensar en el narrador antes de ponerse a escribir. ¿Cómo?, me pregunto y freno en seco. Eso es algo que nunca he hecho. Siempre que escribo suelto una chorrada de palabras y miro cuál tipo de narrador se apropió de ellas. Por defecto, ya les había contado, suele ser la primera persona, un narrador a veces complicado por la cantidad de opiniones personales que tiene y por la forma en que abusa del monólogo interior.
Sin embargo, me parece mejor que ese narrador omnisciente en tercera persona, que es como un Dios y lo sabe todo.
En fin, eso es lo que dicen. Por el momento trataré de alejarme del omnisciente. “ ¿Y la segunda persona? A ese dejémoslo quieto, pues siempre lo he considerado un narrador algo loco y con problemas de identidad, pues se cree personaje narrador y lector al mismo tiempo.
Escribir lo que salga sin pensarlo mucho. una especie de escritura a la topa tolondra. “Que mal escribir así. Eso no es escribir”, podrán pensar algunos, pero ante tales acusaciones, si es que se les puede llamar de esa manera, no me queda más que encogerme de hombros, mientras pienso: “ ¿Y a mí que me importa lo que ustedes piensen?” Ese es otro de mis propósitos este año: pasarme por la faja el concepto que otras personas puedan tener de mí o mis posturas. Pero bueno, basta de bravuconadas y vamos al tema de hoy…
¿Qué dicen?
Que el narrador es el personaje más importante de una novela y que viene en tres puntos de vista: primera, segunda y tercera persona. El último se desglosa en varios.
También dicen que se debe pensar en el narrador antes de ponerse a escribir. ¿Cómo?, me pregunto y freno en seco. Eso es algo que nunca he hecho. Siempre que escribo suelto una chorrada de palabras y miro cuál tipo de narrador se apropió de ellas. Por defecto, ya les había contado, suele ser la primera persona, un narrador a veces complicado por la cantidad de opiniones personales que tiene y por la forma en que abusa del monólogo interior.
Sin embargo, me parece mejor que ese narrador omnisciente en tercera persona, que es como un Dios y lo sabe todo.
En fin, eso es lo que dicen. Por el momento trataré de alejarme del omnisciente. “ ¿Y la segunda persona? A ese dejémoslo quieto, pues siempre lo he considerado un narrador algo loco y con problemas de identidad, pues se cree personaje narrador y lector al mismo tiempo.
martes, 14 de enero de 2025
El clásico
Al frente de las mesas de la plazoleta de comidas, a unos 15 metros, está ubicada una pantalla gigante. ¿La razón? Dentro de poco va a empezar el clásico Real Madrid vs Barcelona. A mí me da igual el que sea que gane, pero si me pusieran una pistola en la cabeza para obligarme a hacerle barra a un equipo me iría con el Barcelona.
A pocas mesas, una familia compuesta por el padre, la madre y una hija pequeña almuerza pollo broaster. Sacan las presas de un balde gigante como si hubieran hecho el pedido para hermanos y abuelos, pero solo están ellos tres.
El hombre está mirando hacia la pantalla, su esposa le da la espalda a esta y la niña está sentada a un costado. El partido empieza y el hombre mira la pantalla con la misma intensidad con la que mastica la presa de pollo que sostiene su mano derecha. Lleva puesta una camiseta del Real Madrid y cada vez que uno de los jugadores comete un error, con la mano que tiene libre le da un manotazo a la mesa, y en voz alta dice en qué consistió la equivocación del jugador.
Cada vez que el hombre habla, la mujer hace comentarios al margen, algunas veces le da la razón y otras lanza preguntas para entender bien el concepto táctico que acaba de mencionar su esposo. La niña está completamente abstraída devorando una alita y no dice nada.
A los pocos minutos Mbappé abre el marcador, y el hombre no cabe de la dicha. Grita y aplaude como si su vida dependiera de la victoria de su equipo, pero al poco tiempo Lamine Yamal, el joven superdotado de 17 años, marca el empate.
El hombre se toma la cabeza, se tira los pelos y luego manotea con más rabia la mesa. nosotros, que ya terminamos de almorzar, abandonamos el lugar.
Hacia la salida al parqueadero veo a una mujer cuchareando un helado. hunde la cuchara en una bola blanca con chispitas de colores, la saca, se la mete a la boca y luego cierra los ojos con una expresión de placer. Quizá no lo sabe, pero tal vez su vida, su salud mental, dependa de ese bocado de helado que se acaba de meter a la boca, al contrario que la del hombre que, al parecer, depende de los resultados de su equipo de fútbol.
En la noche me entero que el partido quedó 5-2 a favor del Barcelona.
Me acuerdo de la pareja y compadezco a la esposa que quien sabe hasta cuándo se tendrá que aguantar la ira de su esposo.
A pocas mesas, una familia compuesta por el padre, la madre y una hija pequeña almuerza pollo broaster. Sacan las presas de un balde gigante como si hubieran hecho el pedido para hermanos y abuelos, pero solo están ellos tres.
El hombre está mirando hacia la pantalla, su esposa le da la espalda a esta y la niña está sentada a un costado. El partido empieza y el hombre mira la pantalla con la misma intensidad con la que mastica la presa de pollo que sostiene su mano derecha. Lleva puesta una camiseta del Real Madrid y cada vez que uno de los jugadores comete un error, con la mano que tiene libre le da un manotazo a la mesa, y en voz alta dice en qué consistió la equivocación del jugador.
Cada vez que el hombre habla, la mujer hace comentarios al margen, algunas veces le da la razón y otras lanza preguntas para entender bien el concepto táctico que acaba de mencionar su esposo. La niña está completamente abstraída devorando una alita y no dice nada.
A los pocos minutos Mbappé abre el marcador, y el hombre no cabe de la dicha. Grita y aplaude como si su vida dependiera de la victoria de su equipo, pero al poco tiempo Lamine Yamal, el joven superdotado de 17 años, marca el empate.
El hombre se toma la cabeza, se tira los pelos y luego manotea con más rabia la mesa. nosotros, que ya terminamos de almorzar, abandonamos el lugar.
Hacia la salida al parqueadero veo a una mujer cuchareando un helado. hunde la cuchara en una bola blanca con chispitas de colores, la saca, se la mete a la boca y luego cierra los ojos con una expresión de placer. Quizá no lo sabe, pero tal vez su vida, su salud mental, dependa de ese bocado de helado que se acaba de meter a la boca, al contrario que la del hombre que, al parecer, depende de los resultados de su equipo de fútbol.
En la noche me entero que el partido quedó 5-2 a favor del Barcelona.
Me acuerdo de la pareja y compadezco a la esposa que quien sabe hasta cuándo se tendrá que aguantar la ira de su esposo.
lunes, 13 de enero de 2025
Natalia
Alguna vez, parece que fue en otra vida, utilicé Latinchat, una página web que salió a finales de los años 90. Me cautivaba la posibilidad de hablar con personas en otros rincones del planeta y, no puedo negarlo, hacerlo desde el anonimato. Este, considero, es uno de los espejismos que ofrece internet: Permitir Aparentar que eres alguien más; crear un personaje que no cuenta con esos rasgos propios que tanto detestas.
Pero volvamos al tema. Siempre me conectaba los miércoles en la mañana a un canal general. Un día vi a un usuario bajo el nombre de Natalia y le envié un mensaje privado.
Comenzamos a charlar y quedamos de vernos el siguiente miércoles. Llegó ese día y ahí estaba ella de nuevo y seguimos hablando-coqueteando de cierta manera el uno con el otro.
De forma tácita decidimos que ese día de la semana sería el de nuestro encuentro virtual, así que no había necesidad de ponernos citas, y cumplíamos con nuestro encuentro rigurosamente. No recuerdo cuánto tiempo duró esa dinámica, pero parece que fue por varios meses. Natalia, si no estoy mal, vivía en México.
Ahora que lo pienso, Natalia podría haber sido Ramiro, un cincuentón gordo que pasaba las mañanas en piyama bebiendo cerveza y tirado en un sofá, mientras se hacía pasar por Natalia, Patricia, Julieta, en fin, el nombre que se le ocurriera ponerse cada vez que entraba a chatear.
Pero volvamos al tema. Siempre me conectaba los miércoles en la mañana a un canal general. Un día vi a un usuario bajo el nombre de Natalia y le envié un mensaje privado.
Comenzamos a charlar y quedamos de vernos el siguiente miércoles. Llegó ese día y ahí estaba ella de nuevo y seguimos hablando-coqueteando de cierta manera el uno con el otro.
De forma tácita decidimos que ese día de la semana sería el de nuestro encuentro virtual, así que no había necesidad de ponernos citas, y cumplíamos con nuestro encuentro rigurosamente. No recuerdo cuánto tiempo duró esa dinámica, pero parece que fue por varios meses. Natalia, si no estoy mal, vivía en México.
Ahora que lo pienso, Natalia podría haber sido Ramiro, un cincuentón gordo que pasaba las mañanas en piyama bebiendo cerveza y tirado en un sofá, mientras se hacía pasar por Natalia, Patricia, Julieta, en fin, el nombre que se le ocurriera ponerse cada vez que entraba a chatear.
“En el chat todos tienen un nombre distinto al suyo y
unos deseos diferentes de los que declararían en su propio nombre”.
— La vida en las ventanas.
viernes, 10 de enero de 2025
Hacer el amor con otro
Son las 11 de la mañana y el sol se derrama con furia sobre el pavimento, como si quisiera acabar con todo. El sol del fin del mundo, pienso.
Me dirijo hacía un café mientras visualizó un capuchino con una porción de torta selva negra, chocolate, vino, red velvet, la que sea, y mi boca comienza a salivar. Cuando estoy a cierta distancia del lugar me parece que no lo han abierto. Desvío la mirada rápido y pienso que no es así, que miré mal o mi vista falló. Segundos después cuando estoy enfrente del local me doy cuenta de que era cierto: no han abierto. El dueño del café se llama David, un hombre de aspecto bonachón que siempre lleva una boina y chaleco a cuadros Por sus vestimenta parece que se equivocó de época, pues la suya debe ser los años 40. Mi teoría es que David tiene mucho dinero producto de una herencia familiar y tener el café es solo un pasatiempo, una manera de gastar las horas del día. Por eso se da el lujo de abrir tarde e incluso hay días en que no abre su negocio. Envidio su estilo de vida.
Y ahora qué, me pregunto. Decido ir a un centro comercial cercano que tiene un café, pero que tampoco es seguro encontrarlo abierto. Cuando llego al lugar desde lejos veo un aviso de neón con una taza de café que índica que el sitio está abierto.
Me acerco al mostrador y le pido un capuchino a la cajera. Le pregunto qué tiene para acompañarlo que esté fresco y le recalco que es de suma importancia que no me mienta. La mujer sonríe, baja la mirada hacia el mostrador, la vuelve a dirigir hacia mí y responde: “En este momento lo único que tenemos es galletas”. Me decanto por dos de Coco y la mujer dice que ya mismo me lleva el pedido a la mesa.
Al poco rato llega con la orden, y apenas deja los platos sobre la mesa, le doy un sorbo al capuchino y sabe bien. Pienso qué estará haciendo David en estos momentos, si apenas se está levantando de la cama o si sigue dormido.
También pienso en lo fácil que resulta traicionar un negocio si no está disponible en el momento en que lo necesitamos. En ese preciso momento los parlantes del local dejan escuchar una guitarra suave y al instante una voz ronca la acompaña: Amanecer con él a mi costado no es igual que estar contigo. Suena hacer el amor con otro de Alejandra Guzmán.
Me dirijo hacía un café mientras visualizó un capuchino con una porción de torta selva negra, chocolate, vino, red velvet, la que sea, y mi boca comienza a salivar. Cuando estoy a cierta distancia del lugar me parece que no lo han abierto. Desvío la mirada rápido y pienso que no es así, que miré mal o mi vista falló. Segundos después cuando estoy enfrente del local me doy cuenta de que era cierto: no han abierto. El dueño del café se llama David, un hombre de aspecto bonachón que siempre lleva una boina y chaleco a cuadros Por sus vestimenta parece que se equivocó de época, pues la suya debe ser los años 40. Mi teoría es que David tiene mucho dinero producto de una herencia familiar y tener el café es solo un pasatiempo, una manera de gastar las horas del día. Por eso se da el lujo de abrir tarde e incluso hay días en que no abre su negocio. Envidio su estilo de vida.
Y ahora qué, me pregunto. Decido ir a un centro comercial cercano que tiene un café, pero que tampoco es seguro encontrarlo abierto. Cuando llego al lugar desde lejos veo un aviso de neón con una taza de café que índica que el sitio está abierto.
Me acerco al mostrador y le pido un capuchino a la cajera. Le pregunto qué tiene para acompañarlo que esté fresco y le recalco que es de suma importancia que no me mienta. La mujer sonríe, baja la mirada hacia el mostrador, la vuelve a dirigir hacia mí y responde: “En este momento lo único que tenemos es galletas”. Me decanto por dos de Coco y la mujer dice que ya mismo me lleva el pedido a la mesa.
Al poco rato llega con la orden, y apenas deja los platos sobre la mesa, le doy un sorbo al capuchino y sabe bien. Pienso qué estará haciendo David en estos momentos, si apenas se está levantando de la cama o si sigue dormido.
También pienso en lo fácil que resulta traicionar un negocio si no está disponible en el momento en que lo necesitamos. En ese preciso momento los parlantes del local dejan escuchar una guitarra suave y al instante una voz ronca la acompaña: Amanecer con él a mi costado no es igual que estar contigo. Suena hacer el amor con otro de Alejandra Guzmán.
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