lunes, 3 de febrero de 2025

Opuestos

Leo en un café. Ahí estoy, metiendo mi nariz en el día a día de los personajes de la novela, cuando un hombre saluda a otro que está sentado en la mesa que está a mi derecha. “ ¿Qué mas Pipe?, ¿qué cuenta?.”

El recién llegado luce una barba de varios días, lleva el pelo revuelto, un morral al hombro y tiene las manos en los bolsillos. Sus hombros apuntan al cielo como si sintiera mucho frío.

Pipe, es como su opuesto y está afeitado a ras, lleva traje y corbata y el pelo muy corto, casi rapado. “ ¿Bien o no?, marica”, contesta.

“Todo bien ¿Cómo va el trabajo?”, pregunta el de la barba poblada.

“Bien, ahí vamos. A veces con ganas de mandar todo a la mierda, pero me las aguanto”, “¿Y su emprendimiento cómo va?”

“Pues ahí voy, buscando inversores”.

“Pero bueno, por lo menos no tiene que estar metido en una oficina todo el día”

“No crea, a veces también me dan ganas de mandar todo a la mierda.

Yo finjo que leo, pero pongo atención a la conversación porque el par de amigos habla muy fuerte.

El ejecutivo lo invita a sentarse, pero su amigo le dice que tiene que hacer una vuelta de banco. Pipe se pone de pie y le da un abrazo, fraternal, como si supiera que es la última vez que lo va a ver en la vida.

Antes de seguir leyendo, me pregunto cuál de los dos tomó el camino laboral correcto. Imagino que ninguno, o mejor dicho los dos, porque cada elección, como todas las que se toman, tendrá sus riesgos y sus respectivas dosis de felicidad y tristeza, pero antes de ponerme a filosofar, decido seguir leyendo y me propongo no distraerme con las conversaciones a mi alrededor.

viernes, 31 de enero de 2025

Susto pasajero

Sergio me contó que su madre estuvo hospitalizada por una semana. “Son lugares extraños las clínicas”, me dijo. Por un segundo pensé qué diferencia a un hospital de una clínica. “¿Por qué?”, le pregunté. Me dijo que es un lugar en el que el tiempo adquiere diferentes características, A veces parecía ser elástico, otras grumoso. “No sé si me entiendes”, concluyó. Asentí en muestra de apoyo. Él continuó: “Eso hace que pase más rápido o lento”.

Dijo que en ocasiones llegaba muy temprano, subía a la habitación y el día duraba una eternidad, pero que en otros parecía que las horas se compactaban, como si fueran una sola y la tarde llegaba apenas pisaba la habitación de su madre.

No sé qué cara le puse, seguro fue de extrañeza, pues no entendí muy bien a qué quería hacer referencia. “¿Y tu madre cómo está?”, pregunté, aparentando normalidad. Ya está bien, fue solo un susto pasajero, respondió, se quedó callado un instante, suspiró y siguió hablando.

“Yo creo que eso pasa porque son lugares en los que la muerte se pasea a sus anchas”, dijo mientras yo le daba un sorbo a mi cerveza. La muerte debe ser así. ¿no? como una arena movediza que te pone a reflexionar cuando hace acto de presencia. ¿No crees?

Puse la botella en la mesa y mi cerebro estaba en blanco. Luego le volví a dar otro sorbo para ganar tiempo, a ver qué se me ocurría contestarle. Cuando estaba a punto de hacerlo, Sergio volvió a hablar: “pero bueno, lo importante es que mamá está bien”, levantó su botella y la chocó con la mía en el aire. “Más bien cuéntame lo de Catalina”.

Apuré otro sorbo de la cerveza. Tomé aire y comencé a hablar.

lunes, 27 de enero de 2025

1,2,3,4,5...

A veces no sabes qué viene primero, si la intención o a la acción. Empiezas a contar ¿Tu mente visualiza el número uno o son tus labios los que lo pronuncian primero?. No lo sabes.

1.

Lo dices mentalmente, en voz alta o a manera de susurro. Antes de ir por el siguiente número, haces una pausa y dejas que el momento te habite por completo. De pronto cuentas para calmarte.


Por alguna razón, olvidas el número que le sigue al que acabas de pronunciar. Te angustias un poco, ¿cómo voy a olvidar los números?, pero casi al instante recuerdas la figura curvada del que sigue:

2.

Ahora estás en ese número, podría parecer que lo habitas, pero no te preocupas por estar en el momento presente, ni cuentas para respirar y exhalar profundamente. Solo cuentas. Fue algo que aprendiste cuando eras un niño, cuando la vida era solo juego y eras un sabio a la hora de escapar de la tristeza. Sigues.

3.

Sigues inmerso en la experiencia de contar, y bloqueas todo tipo de distracción o ruido. Sin quererlo te conviertes, por un breve instante, en un maestro zen. Ya no escuchas los carros de la calle, los pitos de los conductores llenos de rabia, nada. Solo aparecen los números, uno detrás de otro, en tu cabeza y luego los vas soltando por la boca.

4.

Llegas a ese número que marca el puesto que no recibe ningún tipo de premiación en una competencia. Piensas en eso, en que no está mal no ocupar los primeros puestos, que el 4 es tan número como los que vienen antes de él.

5.

Llegas al cinco rápido y te das cuenta que contar en medio de su simpleza te regula. Lo sigues haciendo aunque no tengas claro para qué. Sabes que no toda ación debe tener un fin específico.

viernes, 24 de enero de 2025

Las balas silban más cerca

En diario de invierno, el libro en el que rememora episodios de su vida y que tengo en mi radar de lectura, Paul Auster  abre la narración con el siguiente párrafo, que lo deja a uno tambaleándose:

Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quién jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro.


Pienso en eso porque M. nos contó que está enferma y que mínimo va a estar internada un mes en el hospital. La última vez que la vi estaba bien. No la noté enferma, pero está claro que el curso de la vida cambia en un segundo.  Como leí alguna vez, a todos nos toca una porción de ese sufrimiento que el destino va repartiendo de forma aleatoria. No tenemos escapatoria.

No puede ser más cierto lo que dice Auster. Uno va por ahí y, en apariencia, la vida transcurre de forma tranquila,  dando a entender que nada malo  va a pasar, que la muerte es un evento lejano, del futuro, cuando la muerte es puro presente.

No se me ocurre bien qué escribir con la noticia de mi amiga, pero hago el intento porque ayuda a desenredarme. Más bien recuerdo lo que han dicho otros que superan mi capacidad para expresar los sentimientos con palabras. Como Rosa Montero que sentenció lo siguiente en la ridícula idea de no volver a verte:

...Y las trivialidades en las que malgastamos las horas caen sobre el suelo como polvo de purpurina.


Eso, malgastar las horas, da rabia, ¿acaso no? Y es lo que hacemos día a día sin detenernos a pensar nada, mientras, como dijo Millás, las balas cada vez silban más cerca de nosotros.


miércoles, 22 de enero de 2025

Así son las cosas

El narrador cámara Es uno en tercera persona que, creo, a veces utilizo sin proponérmelo. La persona que narra solo observa lo que ocurre y no participa en los hechos narrados. Es solo un simple espectador de la escena y describe lo que está pasando. Se diferencia de ese narrador omnisciente nivel dios porque no entra en la cabeza de ningún personaje.

Me gusta porque es pura acción sin acotaciones o frases ingeniosas. Se asemeja mucho a una obra de teatro y no incluye los pensamientos del narrador o los personajes que, a veces, entorpecen la historia.

Tiene que ver mucho con lo que dice Millás en Vidas al límite, su libro de crónicas: “Tantos años de oficio y aún no había aprendido que escribir consiste en ser capaz de ver lo que tienes delante de las narices.”

Sin embargo es muy jodido sostenerlo a lo largo de una narración porque se supone que un texto necesita de pensamientos y reflexiones.

Esto también me recuerda otra cita de La vida a ratos, el diario novelado de Millás: “Decir lo que se dice exige una precisión de microcirugía casi imposible de lograr, pues donde menos lo esperas salta la metáfora.”

Hasta aquí llevo míseras 195 palabras. Eso me pasa por ponerme en modo profesor en vez de utilizar el narrador cámara. Podría haberles contado que hoy en la tarde bajé a la tienda del edificio de oficinas que queda al frente y de camino a la portería vi dos niñas con su uniforme de colegio que acababan de bajarse del bus y reían de forma desaforada.  Luego les podría ahber contado que cuando llegué a la tienda la señora que la atiende me saludo con el típico: “buenas vecino”, mientras un televisor empotrado en la pared transmitía un programa de concursos.

Les habría podido contar eso con el narrador cámara, pero lo que salió fue lo otro. Así son las cosas.

martes, 21 de enero de 2025

2700 millones

Visito un café que tiene un ambiente que me agrada mucho. Pido un capuchino con una porción torta marmolada con cubierta de Baileys, chispas de chocolate y me siento a leer.

El tiempo, que bien sabemos no siempre corre a la misma velocidad, pasa volando y decido que es hora de marcharme. Salgo del lugar, camino un poco y pido un taxi frente a un restaurante muy lujoso. La acera está repleta de camionetas con escoltas: hombres pesados con gafas oscuras, sacos de paño y caras de pocos amigos.

Mientras la aplicación me confirma el servicio, trato de fijarme en los escoltas pero sin mirarlos directamente, para que no vayan a pensar que quiero atentar contra la vida de uno de sus clientes. Entonces los miro moviendo la cabeza de un lado para el otro, como si estuviera mirando el cielo o los locales que están en la otra acera (una ferretería y una peluquería). Mi táctica surte efecto y los escoltas no se ponen nerviosos con mi presencia. En medio de mis pensamientos sale un hombre con la billetera y el celular en la mano. También lleva gafas negras, pero no saco de paño como los escoltas, sino que viste una camisa polo. Es, supongo, el escoltado, si es que el término aplica. Uno de los escoltas le dice: “por aquí señor” y lo hace subir al asiento del copiloto de una camioneta negra 4 x 4 gigante. Me pregunto quién será ese señor para que tantos hombres lo estén cuidando. ¿Cuánta plata tendrá en sus cuentas bancarias?

Al pensar en esto y ver tanto derroche de poder, de dinero, por alguna razón mi cerebro piensa en Haaland, el jugador de fútbol Noruego, que a partir de ahora va a ganar 2700 millones de pesos a la semana, Ciento cuarenta mil cuatrocientos millones al año. Ojalá  le alcance para sus gastos.

lunes, 20 de enero de 2025

¿Qué fue de mí?

En la novela que leo un bebe de pocos meses sufre un accidente, se golpea la cabeza y queda maltrecho por el resto de su vida.

Recuerdo el accidente en el que me golpeé la cabeza, pasé 17 días en coma, y que me dejó el amable recordatorio. No quedé como el personaje de la novela, aunque intuyo que el episodio me dejó ciertos rayes.

Nunca voy a recordar cómo ocurrió, porque mi mente sumergió ese episodio en sus profundidades para que nunca se asome a la superficie de la consciencia. Amnesia postraumática le llaman a ese mecanismo de defensa.

Tiempo después me enteré de que mi hermana mayor llevó una especie de diario durante el tiempo que estuve en cuidados intensivos. En él a modo, supongo, de terapia, para asimilar lo que estaba pasando, se dirigía a mí y me narraba cosas que le pasaban en su día a día o lo que los médicos decían de mi estado: Hoy moviste un dedo cuando te hablaron, paso x o y cosa en el mundo, en mi trabajo etc. lo que fuera. Como cuando llegaba a la casa después del trabajo y cruzábamos un par de palabras. No sé, por ejemplo si todas sus notas eran positivas o si también anoto lo que decían otros médicos: tiene 50% de probabilidad de vivir o morir. No sé si lo decían así tan de frente pero tengo entendido que de alguna manera lo daban a entender.

Tampoco sé si esas hojas existen todavía, pero me gustaría leerlas, saber qué fue de mí en esos 17 días de inconsciencia profunda.