Hago limpieza de la aplicación de notas del celular. Hay de todo: direcciones, frases, comienzos de escritos, títulos de libros, entre otros apuntes. Me gusta pensar que esas anotaciones son como balas perdidas.
Llego hasta una que no tengo idea quién la disparó o a qué hace referencia. Dice lo siguiente: "Detrás de cada foto, detrás de cada video hay una historia. Es un momento que está curado y pensado. Son pedacitos de realidad".
Leo la frase un par de veces y rescato, de los abismos de mi cerebro, el recuerdo del momento en que la anoté. Fue algo que dijo una influencer en un video.
Si no estoy mal alguien la había criticado por algo y en su defensa salió a decir eso.
Eso, ¿Pueden creerlo?
Dizque sus fotos y videos son pedacitos de realidad, pero la mujer se contradice porque también afirma que son momentos curados y pensados.
Imagino que en el momento en que le metemos mano a la realidad, o cuando decidimos curarla como dice la mujer, deja de ser realidad y se convierte en microficciones que le narramos a nuestras audiencias.
Para no dejar ese exabrupto de idea a la deriva, uno se puede hacer otras preguntas, como: ¿qué carajos es la realidad?
La vaina, la cuestión, la cosa (me voy lanza en ristre contra todos los que odian la palabra cosa para referirse a algo), el quid del asunto,es que el cerebro no cuenta con un registro de la realidad, sino que la construye a cada momento.
Como quien dice, lo que vemos es solo una simulación de la realidad, que vaya uno a saber cómo carajos es, y cada persona fabrica una especie de modelo de realidad en su cerebro. Hay tantas realidades como seres humanos en la tierra. Qué raro es todo.
En el momento en que esa mujer cura los momentos, supongo que abandona la realidad y se mete en una microficción personal. O puede que yo este mal, pues la mujer siempre habita su realidad que son las redes sociales con sus reels, carruseles y esas cosas que poco entiendo. Puede que la postura de la influencer sea válida, pues como dice un personaje de Millás en una de sus novelas: “Las fantasías también forman parte de la realidad.”
lunes, 10 de febrero de 2025
viernes, 7 de febrero de 2025
Un último mensaje
Julieta escribió en su teléfono y pinchó la pantalla para enviar el mensaje. ¿Qué pasaría por su cabeza en ese momento? imposible saberlo y pido disculpas por no ser ese narrador omnisciente en tercera persona que lo sabe todo. Debo confesarle, querido lector, que me intriga saber qué era lo que pensaba Julieta en ese momento.
El mensaje, con la ayuda de redes y servidores viajó, digamos que por los aires, y justo después de que ella lo enviara, el celular de Felipe vibró en el bolsillo de su pantalón. Acto seguido él lo sacó y lo leyó:
“Te llamo esta tarde”, decía. Una oración afirmativa en futuro inmediato. Se puede pensar que la persona que escribe algo así, tiene la intención de hacer una llamada telefónica en el transcurso de la tarde. Se supone, pero vuelvo a comentar lo mismo: No sabemos qué pensaba Julieta en ese momento. Muchas veces las personas dicen cosas distintas a las que piensan.
La llamada nunca llegó.
Han pasado nueve meses y Felipe no ha vuelto a saber nada de ella. ¿Acaso no supe leer algo entre líneas?, se pregunta. Quizá, piensa, esa inofensiva frase enmascaraba algo más, posiblemente un: “te odio y no quiero volverte a ver nunca más”. De ahí la importancia de saber lo que pensaba Julieta en ese momento.
Felipe podría dejar de comerse la cabeza, volverla a llamar y ya está, pero le ha marcado a Julieta tres veces desde esa ocasión y ella nunca le ha contestado. En parte eso confirma sus sospechas de que no quiere establecer ningún tipo de contacto con él.
¿Qué sabemos de las personas que creemos conocer?, se pregunta Felipe. De pronto Julieta es una espía encubierta de una agencia de un gobierno extranjero y él, con su llamadera indiscreta, estaba poniendo en peligro una importante misión.
Sea como sea y si Julieta si era algo de lo que decía ser, imagina que se van a encontrar en un funeral, puede que el suyo o el de ella, ese evento en que las personas que llevan tiempo sin verse se reencuentran de nuevo.
El mensaje, con la ayuda de redes y servidores viajó, digamos que por los aires, y justo después de que ella lo enviara, el celular de Felipe vibró en el bolsillo de su pantalón. Acto seguido él lo sacó y lo leyó:
“Te llamo esta tarde”, decía. Una oración afirmativa en futuro inmediato. Se puede pensar que la persona que escribe algo así, tiene la intención de hacer una llamada telefónica en el transcurso de la tarde. Se supone, pero vuelvo a comentar lo mismo: No sabemos qué pensaba Julieta en ese momento. Muchas veces las personas dicen cosas distintas a las que piensan.
La llamada nunca llegó.
Han pasado nueve meses y Felipe no ha vuelto a saber nada de ella. ¿Acaso no supe leer algo entre líneas?, se pregunta. Quizá, piensa, esa inofensiva frase enmascaraba algo más, posiblemente un: “te odio y no quiero volverte a ver nunca más”. De ahí la importancia de saber lo que pensaba Julieta en ese momento.
Felipe podría dejar de comerse la cabeza, volverla a llamar y ya está, pero le ha marcado a Julieta tres veces desde esa ocasión y ella nunca le ha contestado. En parte eso confirma sus sospechas de que no quiere establecer ningún tipo de contacto con él.
¿Qué sabemos de las personas que creemos conocer?, se pregunta Felipe. De pronto Julieta es una espía encubierta de una agencia de un gobierno extranjero y él, con su llamadera indiscreta, estaba poniendo en peligro una importante misión.
Sea como sea y si Julieta si era algo de lo que decía ser, imagina que se van a encontrar en un funeral, puede que el suyo o el de ella, ese evento en que las personas que llevan tiempo sin verse se reencuentran de nuevo.
jueves, 6 de febrero de 2025
Escribir bien
Escribir es fácil, lo difícil es escribir bien.
No me malinterpreten. Lo que quiero decir es que cualquiera puede darse el título de escritor(a) y no tiene sentido rebatir el argumento. Cada quien dice lo que quiere ser o cree ser, ¿acaso no?
Me encuentro con una publicación de una escritora que cuenta que una editorial pequeña publicó una de sus novelas y no fue del todo una buena experiencia porque los recursos de la editorial eran limitados. Eso se se tradujo en un tiraje pequeño y poca distribución. Además, dice, no recibió apoyo con sus presentaciones y participación en ferias del libro. En otras palabras se tuvo que guerrear la promoción de su novela.
La mujer dice que quiere llevar su escritura al siguiente nivel, (y dele con esa taradez del siguiente nivel, ¿dónde queda esa tierra prometida?) pues cree que sus libros merecen ser publicados por grandes editoriales y no por pequeñas de medio pelo.
Yo estaría feliz de que una editorial pequeña me publicara algo (editoriales pequeñas vengan a mí). Quizá piense eso porque no he publicado nada en solitario y por eso me parece gran cosa.
El punto, si hay alguno, es que cuando leo comentarios de ese estilo vuelvo a lo que cuenta Millás sobre sus alumnos de escritura creativa en La vida a ratos, su diario novelado:
Si no conquistáis la ingenuidad, tampoco lograréis escribir bien. Mis alumnos por lo general no quieren escribir bien, quieren ser escritores.
Publicar un libro, creo, debe ser un efecto secundario de escribir y, no debe ser el fin último de la escritura, pero ¿qué sé yo?
No me malinterpreten. Lo que quiero decir es que cualquiera puede darse el título de escritor(a) y no tiene sentido rebatir el argumento. Cada quien dice lo que quiere ser o cree ser, ¿acaso no?
Me encuentro con una publicación de una escritora que cuenta que una editorial pequeña publicó una de sus novelas y no fue del todo una buena experiencia porque los recursos de la editorial eran limitados. Eso se se tradujo en un tiraje pequeño y poca distribución. Además, dice, no recibió apoyo con sus presentaciones y participación en ferias del libro. En otras palabras se tuvo que guerrear la promoción de su novela.
La mujer dice que quiere llevar su escritura al siguiente nivel, (y dele con esa taradez del siguiente nivel, ¿dónde queda esa tierra prometida?) pues cree que sus libros merecen ser publicados por grandes editoriales y no por pequeñas de medio pelo.
Yo estaría feliz de que una editorial pequeña me publicara algo (editoriales pequeñas vengan a mí). Quizá piense eso porque no he publicado nada en solitario y por eso me parece gran cosa.
El punto, si hay alguno, es que cuando leo comentarios de ese estilo vuelvo a lo que cuenta Millás sobre sus alumnos de escritura creativa en La vida a ratos, su diario novelado:
Si no conquistáis la ingenuidad, tampoco lograréis escribir bien. Mis alumnos por lo general no quieren escribir bien, quieren ser escritores.
Publicar un libro, creo, debe ser un efecto secundario de escribir y, no debe ser el fin último de la escritura, pero ¿qué sé yo?
miércoles, 5 de febrero de 2025
Se me ocurre
Es tarde y tengo sueño asi que se me ocurre contarles lo siguiente:
Casi no escucho podcasts, pero es algo que me gustaría hacer con más frecuencia, pues veo que muchas personas los disfrutan,si no es que tienen uno propio, en fin. Ayer me propuse buscar alguno y recordé Las edades de Millás, un podcast en el que participa el escritor español."
Cuando me metí dentro de las cobijas conecté los audifonos al celular, me los enchufé a las orejas, escogí un episodio a puro feeling, y comencé a escucharlo. El escritor y otro hombre hablaban del alto nivel de luminosidad en las calles de Madrid, si no estoy mal,y decían que es algo que les parece una exageración.
Estaba concentrado en lo que decían, tratando de llegar a una conclusión propia, cuando un sueño milenario se apoderó de mí y me quedé dormido.
Horas más tarde, en la madrugada, algo me despertó. Quiero pensar que lo que ocurrió es que me estaba ahorcando con el cable de los audífonos, pero seguro no fue así. Tarde un momento en cerciorarme qué estaba pasando, si estaba soñando o qué, hasta que fui consciente de la voz del escritor. Me quité los audífonos como mejor pude, y al intentar ponerlos junto al celular en la mesita de noche, se cayeron al piso. Maldije mentalmente mi torpeza, algo como: buena tarado, y al instante volví a caer en un sueño profundo.
Me pregunto si algo de lo que sonó durante el tiempo en el que estuve dormido se me quedó grabado en algún lugar del cerebro. Los mantendré informados.
Casi no escucho podcasts, pero es algo que me gustaría hacer con más frecuencia, pues veo que muchas personas los disfrutan,si no es que tienen uno propio, en fin. Ayer me propuse buscar alguno y recordé Las edades de Millás, un podcast en el que participa el escritor español."
Cuando me metí dentro de las cobijas conecté los audifonos al celular, me los enchufé a las orejas, escogí un episodio a puro feeling, y comencé a escucharlo. El escritor y otro hombre hablaban del alto nivel de luminosidad en las calles de Madrid, si no estoy mal,y decían que es algo que les parece una exageración.
Estaba concentrado en lo que decían, tratando de llegar a una conclusión propia, cuando un sueño milenario se apoderó de mí y me quedé dormido.
Horas más tarde, en la madrugada, algo me despertó. Quiero pensar que lo que ocurrió es que me estaba ahorcando con el cable de los audífonos, pero seguro no fue así. Tarde un momento en cerciorarme qué estaba pasando, si estaba soñando o qué, hasta que fui consciente de la voz del escritor. Me quité los audífonos como mejor pude, y al intentar ponerlos junto al celular en la mesita de noche, se cayeron al piso. Maldije mentalmente mi torpeza, algo como: buena tarado, y al instante volví a caer en un sueño profundo.
Me pregunto si algo de lo que sonó durante el tiempo en el que estuve dormido se me quedó grabado en algún lugar del cerebro. Los mantendré informados.
martes, 4 de febrero de 2025
Hablar desde el más allá
¿Qué pasará después de la muerte? ¿Existe un más allá? ¿Qué tal que simplemente no haya nada, que la muerte marca el final y san se acabó?
Una vez entrevisté a una profesora de biología y me dijo que ella siempre pensaba en la muerte de forma literal, es decir, que la muerte no es más que cuando un organismo deja de funcionar, cuando las células ya no intentan comunicarse con su entorno.
Como le leí a Millás alguna vez, sería algo trágico llegar a comprobar que después de la muerte no hay nada, pues gran parte de la arquitectura narrativa y teológica del cristianismo se vería profundamente afectada.
El tema me llega a la cabeza porque en Animales difíciles, la última novela de Rosa Montero, uno de los personajes muere y utiliza un servicio que se llama Punto Final, una empresa que envía un robot mensajero que entrega un cubo holográfico con un mensaje de la persona que ha muerto, y que lleva esas palabras que la gente que se quiere debería decirse antes de morir.
Esa, creo es una buena forma de comunicarse desde el más allá. Otra sería utilizar el servicio de la empresa italiana Ricoordami que incrusta códigos QR en las lápidas, y cuando las personas lo escanean, tienen acceso a un archivo digital del difunto.
Hay gente que se empeña en seguir existiendo; yo no le veo mucho sentido a eso. Yo espero llegar—de ser posible—al paraíso, cosa que, la verdad, dudo. Sea como sea, ya estando allá—en un lugar lleno de paz en el que no tengo que preocuparme por nada, o quemándome las pestañas en el infierno—¿para qué carajos quiero establecer contacto con los vivos?
Una vez entrevisté a una profesora de biología y me dijo que ella siempre pensaba en la muerte de forma literal, es decir, que la muerte no es más que cuando un organismo deja de funcionar, cuando las células ya no intentan comunicarse con su entorno.
Como le leí a Millás alguna vez, sería algo trágico llegar a comprobar que después de la muerte no hay nada, pues gran parte de la arquitectura narrativa y teológica del cristianismo se vería profundamente afectada.
El tema me llega a la cabeza porque en Animales difíciles, la última novela de Rosa Montero, uno de los personajes muere y utiliza un servicio que se llama Punto Final, una empresa que envía un robot mensajero que entrega un cubo holográfico con un mensaje de la persona que ha muerto, y que lleva esas palabras que la gente que se quiere debería decirse antes de morir.
Esa, creo es una buena forma de comunicarse desde el más allá. Otra sería utilizar el servicio de la empresa italiana Ricoordami que incrusta códigos QR en las lápidas, y cuando las personas lo escanean, tienen acceso a un archivo digital del difunto.
Hay gente que se empeña en seguir existiendo; yo no le veo mucho sentido a eso. Yo espero llegar—de ser posible—al paraíso, cosa que, la verdad, dudo. Sea como sea, ya estando allá—en un lugar lleno de paz en el que no tengo que preocuparme por nada, o quemándome las pestañas en el infierno—¿para qué carajos quiero establecer contacto con los vivos?
lunes, 3 de febrero de 2025
Opuestos
Leo en un café. Ahí estoy, metiendo mi nariz en el día a día de los personajes de la novela, cuando un hombre saluda a otro que está sentado en la mesa que está a mi derecha. “ ¿Qué mas Pipe?, ¿qué cuenta?.”
El recién llegado luce una barba de varios días, lleva el pelo revuelto, un morral al hombro y tiene las manos en los bolsillos. Sus hombros apuntan al cielo como si sintiera mucho frío.
Pipe, es como su opuesto y está afeitado a ras, lleva traje y corbata y el pelo muy corto, casi rapado. “ ¿Bien o no?, marica”, contesta.
“Todo bien ¿Cómo va el trabajo?”, pregunta el de la barba poblada.
“Bien, ahí vamos. A veces con ganas de mandar todo a la mierda, pero me las aguanto”, “¿Y su emprendimiento cómo va?”
“Pues ahí voy, buscando inversores”.
“Pero bueno, por lo menos no tiene que estar metido en una oficina todo el día”
“No crea, a veces también me dan ganas de mandar todo a la mierda.
Yo finjo que leo, pero pongo atención a la conversación porque el par de amigos habla muy fuerte.
El ejecutivo lo invita a sentarse, pero su amigo le dice que tiene que hacer una vuelta de banco. Pipe se pone de pie y le da un abrazo, fraternal, como si supiera que es la última vez que lo va a ver en la vida.
Antes de seguir leyendo, me pregunto cuál de los dos tomó el camino laboral correcto. Imagino que ninguno, o mejor dicho los dos, porque cada elección, como todas las que se toman, tendrá sus riesgos y sus respectivas dosis de felicidad y tristeza, pero antes de ponerme a filosofar, decido seguir leyendo y me propongo no distraerme con las conversaciones a mi alrededor.
El recién llegado luce una barba de varios días, lleva el pelo revuelto, un morral al hombro y tiene las manos en los bolsillos. Sus hombros apuntan al cielo como si sintiera mucho frío.
Pipe, es como su opuesto y está afeitado a ras, lleva traje y corbata y el pelo muy corto, casi rapado. “ ¿Bien o no?, marica”, contesta.
“Todo bien ¿Cómo va el trabajo?”, pregunta el de la barba poblada.
“Bien, ahí vamos. A veces con ganas de mandar todo a la mierda, pero me las aguanto”, “¿Y su emprendimiento cómo va?”
“Pues ahí voy, buscando inversores”.
“Pero bueno, por lo menos no tiene que estar metido en una oficina todo el día”
“No crea, a veces también me dan ganas de mandar todo a la mierda.
Yo finjo que leo, pero pongo atención a la conversación porque el par de amigos habla muy fuerte.
El ejecutivo lo invita a sentarse, pero su amigo le dice que tiene que hacer una vuelta de banco. Pipe se pone de pie y le da un abrazo, fraternal, como si supiera que es la última vez que lo va a ver en la vida.
Antes de seguir leyendo, me pregunto cuál de los dos tomó el camino laboral correcto. Imagino que ninguno, o mejor dicho los dos, porque cada elección, como todas las que se toman, tendrá sus riesgos y sus respectivas dosis de felicidad y tristeza, pero antes de ponerme a filosofar, decido seguir leyendo y me propongo no distraerme con las conversaciones a mi alrededor.
viernes, 31 de enero de 2025
Susto pasajero
Sergio me contó que su madre estuvo hospitalizada por una semana. “Son lugares extraños las clínicas”, me dijo. Por un segundo pensé qué diferencia a un hospital de una clínica. “¿Por qué?”, le pregunté. Me dijo que es un lugar en el que el tiempo adquiere diferentes características, A veces parecía ser elástico, otras grumoso. “No sé si me entiendes”, concluyó. Asentí en muestra de apoyo. Él continuó: “Eso hace que pase más rápido o lento”.
Dijo que en ocasiones llegaba muy temprano, subía a la habitación y el día duraba una eternidad, pero que en otros parecía que las horas se compactaban, como si fueran una sola y la tarde llegaba apenas pisaba la habitación de su madre.
No sé qué cara le puse, seguro fue de extrañeza, pues no entendí muy bien a qué quería hacer referencia. “¿Y tu madre cómo está?”, pregunté, aparentando normalidad. Ya está bien, fue solo un susto pasajero, respondió, se quedó callado un instante, suspiró y siguió hablando.
“Yo creo que eso pasa porque son lugares en los que la muerte se pasea a sus anchas”, dijo mientras yo le daba un sorbo a mi cerveza. La muerte debe ser así. ¿no? como una arena movediza que te pone a reflexionar cuando hace acto de presencia. ¿No crees?
Puse la botella en la mesa y mi cerebro estaba en blanco. Luego le volví a dar otro sorbo para ganar tiempo, a ver qué se me ocurría contestarle. Cuando estaba a punto de hacerlo, Sergio volvió a hablar: “pero bueno, lo importante es que mamá está bien”, levantó su botella y la chocó con la mía en el aire. “Más bien cuéntame lo de Catalina”.
Apuré otro sorbo de la cerveza. Tomé aire y comencé a hablar.
Dijo que en ocasiones llegaba muy temprano, subía a la habitación y el día duraba una eternidad, pero que en otros parecía que las horas se compactaban, como si fueran una sola y la tarde llegaba apenas pisaba la habitación de su madre.
No sé qué cara le puse, seguro fue de extrañeza, pues no entendí muy bien a qué quería hacer referencia. “¿Y tu madre cómo está?”, pregunté, aparentando normalidad. Ya está bien, fue solo un susto pasajero, respondió, se quedó callado un instante, suspiró y siguió hablando.
“Yo creo que eso pasa porque son lugares en los que la muerte se pasea a sus anchas”, dijo mientras yo le daba un sorbo a mi cerveza. La muerte debe ser así. ¿no? como una arena movediza que te pone a reflexionar cuando hace acto de presencia. ¿No crees?
Puse la botella en la mesa y mi cerebro estaba en blanco. Luego le volví a dar otro sorbo para ganar tiempo, a ver qué se me ocurría contestarle. Cuando estaba a punto de hacerlo, Sergio volvió a hablar: “pero bueno, lo importante es que mamá está bien”, levantó su botella y la chocó con la mía en el aire. “Más bien cuéntame lo de Catalina”.
Apuré otro sorbo de la cerveza. Tomé aire y comencé a hablar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)