martes, 11 de marzo de 2025

Un puñado de minutos

Un puñado de minutos. Ese es el tiempo que tengo para escribir esta entrada. 32 minutos para ser exactos, antes de que lleguen por mí. Seguro son menos, porque debo alistar la maleta. Se me ocurre que por la restricción de tiempo, a este tipo de escritura se le puede llamar: contra las cuerdas. Cada segundo que dejo de teclear para pensar qué voy a escribir es valiosísimo, por eso escribo lo primero que se me venga a la cabeza.

Nada.

A veces no  aparece nada en la cabeza. Es un territorio desértico. Pienso que el sonido del motor de un bus que acaba de pasar debería disparar mi escritura, ¿acaso no estoy vivo como para empaparme de lo que ocurre a mi alrededor?

El bus se aleja y sigo sin saber qué escribir. Sigo sin saber qué contar sobre esa señora que va sentada en la primera fila, con una bolsa apretada en su pecho y que llora en silencio. Ver a alguien llorar en el transporte público es muy triste. Si yo fuera en ese bus le preguntaría a la mujer si se encuentra bien, aunque es una pregunta un tanto imbécil porque el hecho de que llore demuestra que no lo está y son muy pocas las veces que se llora de alegría.

Pero el bus ya se fue y, peor aún, no voy en él. Lo que me hace pensar en el dicho: “lo dejó el bus”. Diego, un amigo que detesta esa frase, un día me contó: Juanma, una vez alguien me dijo que me había dejado el bus. Hizo una pausa y volteé a mirarlo para ver por qué no seguía hablando. Se había quedado pensando en algo. Luego siguió hablando con una sonrisa en su cara: Lo que esa persona no sabe es que yo soy el bus, y soltó una carcajada.

De pronto es mejor pensar eso, que uno va a tarde a ningún lado sino que uno es su propio bus.

Me quedan cinco minutos para alistar la maleta.

lunes, 10 de marzo de 2025

“Escribir, ya sabes, es mi manera de orar”.

Hace unos meses vi el libro La mujer incierta, de Piedad Bonnett, en una librería. Le eché una ojeada y, como tiene aire de diario, me gustó mucho. Apliqué la técnica de un escritor de un curso de escritura al que asistí hace varios años. Él decía que, en ocasiones, cuando llegaban textos nuevos a una editorial, los encargados de decretar si valía la pena imprimirlos o no hacían lo siguiente: leían uno de los párrafos iniciales, luego uno hacia la mitad y, por último, uno de las últimas hojas. Si los tres resonaban con ellos, eso indicaba que el libro tenía futuro.

Eso hice con el libro de Bonnett, no una sino en diferentes visitas a la librería, pero al final siempre pensaba: en la próxima visita lo llevo. Así siguieron unas semanas de lecturas erráticas en las que picaba diferentes libros, y cuando se acercaba la fecha de mi cumpleaños, mi hermana me pidió tres títulos de libros que tuviera en mi radar de lectura. Entre esos estaba el de la escritora colombiana, y fue el que mi hermana escogió como regalo.

Qué buen libro, me lo inyecté directo en la vena en pocos días. En un segmento, Bonnett cuenta que dio una charla junto a la escritora Chantal Maillard, cuyo hijo también se había suicidado y que, coincidencialmente, también se llamaba Daniel.

En una ocasión que coincidieron en un evento literario, las escritoras coordinaron una lectura conjunta. El nombre del evento fue Daniel, voces en duelo. Consistió en leer textos sobre sus hijos con el compromiso de que no se les quebrara la voz.

El texto con el que Maillard dio cierre al evento y, como cuenta Bonnett, le habla a su Daniel me pareció bellísimo:

Hoy es domingo, según el calendario. También era domingo aquel día. Así los ciclos. Así los sueños y la vida. Todo retorna. Salvo lo que fuimos. Vengo a ti. Me siento ante esa especie de altar que construí hace ya…¿Cuántos años? En un altillo del ropero, con los pocos objetos personales que me quedaban de ti. Me siento con una taza de té y el cuaderno. Escribir, ya sabes, es mi manera de orar.

viernes, 7 de marzo de 2025

Rituales

“Mamá, ¿qué haces cuando terminas de leer un libro?

Lo toco y le doy las gracias por todo lo que me enseñó y lo mucho que me ayudó a abrir la mente. Y tú hijo, ¿qué haces?. El hijo se queda callado como dudando en dar su respuesta, pero justo antes de que el silencio se torne incómodo responde: Yo también les agradezco pero de otra forma. ¿Cómo?, le pregunta la mamá. Les doy muchos besos.


Esa es una conversación que P, una amiga, tuvo con su hijo. Cuando termina de contarme el episodio me pregunta: “¿Tú no tienes algún ritual cuando terminas de leer un libro?”

Le cuento que no. Apenas termino uno ya estoy pensando en cuál es el próximo que voy a leer. Imagino que todo ese rollo de agradecimiento, va implícito en la lectura, pero no es que no haga nada cuando termine un libro. 

Muchas personas tienen como pasión rayar los libros y hacer notas en sus márgenes. Algunos lectores pertenecientes a este grupo afirman, con cierta superioridad moral ,que quien no subraya frases o se hace anotaciones no lee como debe ser. Yo pienso que la lectura es una actividad muy amplia que acoge a todo tipo de lectores, formas o ritmos de lectura. y no tiene sentido pensar que debe tener un deber ser.

A mí no me gusta rayar los libros, lo único que hago a medida que los leo es poner un punto al lado de las frases que me llaman la atención, las voy anotando en la aplicación de notas del celular y cuando lo termino, me siento en el computador a pasar esas frases.

Tampoco me gusta opinar sobre libros y decir que tal fue bueno o malo, por X o Y razón, o que el arco narrativo de uno no sé qué cosa o que el desarrollo de los personajes de otro tal vaina. Mis reseñas-no-reseñas solo consisten en compartir  algunas de esas frases a las que les puse un puntico al lado. Ese, creería, es mí único ritual post-lectura.

jueves, 6 de marzo de 2025

¿Nunca ha sido importante?

Cuando era joven y sabía poco de la vida —no es que ahora sepa mucho más—, pensaba que si uno tenía novia, uno de los aspectos más importantes, y que evidenciaba tal hecho, era andar cogidos de la mano.

Pienso acerca de esto porque leí la siguiente frase en el último libro de Manuel Vilas.

Le habría pedido el matrimonio, me habría arrodillado ante ella, habríamos vivido cuarenta años cogidos de la mano, pero no pudo ser.

Consideraba esa conducta, en apariencia insignificante, como una especie de sello para un noviazgo, aunque a veces uno coge de la mano a alguien que no es su pareja y se siente muy bien. 

La frase del escritor español disparó un recuerdo de hace años, de una noche en la que caminé cogido de la mano con M. por el Parkway.

 Nos habíamos tomado unas cervezas en un bar con sillas rústicas de madera y canecas gigantes de metal que hacían sus veces de mesas. Durante dos horas, con música de Orishas  de fondo, tratamos de contarnos nuestras vidas. Cuando dejamos ese lugar, aprovechando que la noche estaba fresca, comenzamos a caminar sin rumbo alguno. Recuerdo que íbamos por un sendero con árboles a ambos costados y la luz tenue de las farolas creaba un ambiente romántico. Avanzábamos uno al lado del otro y en un momento nuestras manos se rozaron,  casi al instante terminaron entrelazadas. Fue una buena noche.

Ahora muy rara vez veo a parejas caminando cogidas de la mano, ¿acaso ya no es importante? De pronto nunca lo ha sido y era una fantasía que me gustaba recrear en la cabeza.

martes, 4 de marzo de 2025

Conciencia y metanovelas

Los viejitos de barbas largas y túnicas que se arrastran por el piso de la RAE, le dan 6 definiciones a la conciencia. Me parece que la siguiente es la que más se acerca a lo que yo entiendo por esa palabra: Facultad psíquica por la que un sujeto se percibe a sí mismo en el mundo, aunque yo le quitaría lo de psíquica porque me suena a medium, en fin.

En el último libro de la dupla Arsuaga-Millás, el segundo reflexiona lo siguiente en medio de una conversación con el paleoantropólogo: un cerebro que reflexiona sobre sí mismo es un metacerebro, del mismo modo que una novela que adquiere la conciencia de novela es una metanovela.

Luego uno de ellos se pregunta: ¿puede un cerebro volver la mirada sobre sí? ¿Puede un ojo observarse a sí mismo? Vaina rara la conciencia, ¿qué carajos es? Vainas raras las metanovelas como el asesino ciego de Margaret Atwood.

Dicho esto puede aparecer una pregunta o varias ¿Cómo se origina la conciencia? ¿Cómo escribir una metanovela?

Se ha dicho que el cerebro humano funciona de manera similar a un computador ¿Pueden entonces las máquinas tener conciencia? A la conclusión que llegan los escritores españoles es que no hay forma de saber eso, y que la única información con la que contamos es que los computadores tradicionales a veces actúan como si la tuvieran.

¿Y qué ocurre con los cuánticos? esos que usan las reglas de la física cuántica para hacer cálculos más veloces que una computadora normal? Sea como sea, algunos científicos dicen que el cerebro humano tiene propiedades cuánticas y otros científicos afirman que algunas de esas propiedades cuánticas son las encargadas de la generación de conciencia.

Hablan de fotones infrarrojos, la mielina, un material graso que rodea al axón de la célula nerviosa, y otros conceptos que son más extraños que la conciencia o las metanovelas.

Todo este escrito para contarles que un estudio afirma que la conciencia puede surgir de un entrelazamiento cuántico que ocurre en el cerebro.

lunes, 3 de marzo de 2025

Mover el mundo

Son las 10 de la mañana de un día entre semana. Imagino que a pocos metros del café en el que me encuentro hay un edificio de oficinas. Veo a personas en sus cubículos tecleando frenéticamente, haciendo llamadas en las que sueltan términos en inglés como si nada. En ellas hablan de dinero, de transacciones. Son hombres y mujeres con los puños de sus camisas arremangados y con un pocillo sobre su escritorio al que a veces le dan un sorbo y hacen caras porque la bebida ya se enfrió. Personas que mueven el mundo. Muchos dicen que la fuerza que lo mueve es el amor, pero no nos digamos mentiras, es el dinero.

Yo también tomo café, un capuchino para ser exacto, pero a diferencia de esos hombres y mujeres no estoy moviendo el mundo, o lo muevo de otra manera: leo. Qué fácil es mentirme.

Me entra algo de remordimiento. ¿Acaso no debería estar moviendo el mundo como ellos, en vez de estar aquí sentado leyendo? Pienso que quizá debería estar en mi escritorio, escribiendo para un cliente o, en su defecto, buscando nuevos. ¿Qué es eso de leer plácidamente en un café a las 10 de la mañana de un día entre semana?

Al instante me tranquilizo. Sé que cuando llegue a la casa me va a estar esperando un correo importante, un correo que he esperado por mucho tiempo. Un agente literario leyó uno de mis textos y quiere que firme un contrato con una editorial, o bien, un productor de cine leyó uno de mis cuentos y lo quiere llevar a la pantalla. Le doy otro sorbo al capuchino y sigo leyendo. Me tranquiliza saber que también voy a mover al mundo a mi manera.

Las personas que mueven el mundo están en todos lados. En la mesa de enfrente una mujer vestida de negro trabaja en un portátil. La acompaña su mamá y una golden retriever que descansa echada en el piso. Apenas me senté la perra levantó la cabeza y me miró con ojos tristes como intentando decirme algo, pero como no le entendí volvió a recostar la cabeza en el suelo.

Su dueña, al igual que las personas en los cubículos de oficina, también teclea frenéticamente sobre su portátil e intercala esta acción hablando por su celular. No para de dar órdenes: fulanito, la imagen ya está casi bien, solo falta que no aparezca una botella sino un vaso, fulanita necesito una diapositiva para la reunión con perencejito sobre la campaña del mes pasado, algo sencillo, súper resumido, sobre la presencia en digital, si ganamos o perdimos seguidores. Si necesitas más información consulta con Mengano, gracias. Recuerda solo una diapositiva.

De cierta forma me tranquiliza saber que en el lugar en el que me encuentro, hay alguien moviendo el mundo con el mismo ímpetu que las personas del edificio de oficinas.

Más tarde llego a casa y lo primero que hago es mirar mi email. Busco el mensaje en la bandeja de entrada pero no hay nada. Seguro está en la carpeta de Spam, pienso, pero voy allá y tampoco lo encuentro.

¿Y ahora qué?

viernes, 28 de febrero de 2025

Restarse vida

Es viernes por la tarde y a Camila le quedan dos horas de trabajo. La verdad es que no ha hecho mucho durante toda la jornada. Desde hace quince minutos mira la pantalla de forma fija, perdida en cualquier ensoñación, y ha desbloqueado el celular tres veces, a pesar de que sabe que no tiene ninguna notificación nueva. Deslizar su dedo por la pantalla y ver videos cortos que le exigen un mínimo de esfuerzo mental es su pasión, ¿de quién no lo es?

Sea como sea, aprovechando que está en Home office y que vive sola, prendió un cigarrillo y luego de darle una calada, se impulsó hacia atrás con ambas manos y luego las puso detrás de la cabeza. Podría concluir su jornada laboral ya mismo, pues no tiene ningún jefe encima que la este vigilando, pero el remordimiento de conciencia no la deja y vuelve a mirar el documento de word en la pantalla, al que ni siquiera le ha puesto un título. El cigarrillo lo sostiene en la mano derecha, entre los dedos índice y medio. Intenta teclear algo, cualquier cosa, pero lo único que consigue es que le caiga algo de ceniza al teclado.

Cierra el portátil de un golpe seco. Qué se jodan todos, el mundo no va a dejar de girar si hoy no trabajo más, piensa. Le da una calada a su cigarrillo, juega como el humo en la boca y luego lo bota y se queda mirando como asciende y se disuelve.

En ese instante suena un comercial de radio sobre cigarrillos y una voz grave y profunda dice esa frase que tantas veces ha escuchado: Fumar es perjudicial para la salud.

Arrastra la silla con los pies de hasta el escritorio, abre el portátil y busca cuánto tiempo de vida resta fumarse un cigarrillo. Internet le cuenta lo siguiente: “Según un estudio del University College London (UCL), fumar un cigarrillo reduce la esperanza de vida en unos 20 minutos. Esto significa que un paquete de 20 cigarrillos equivale a perder alrededor de 7 horas de vida.”

Mira la mano que sostiene al cigarrillo, vuelve a leer lo que acaba de buscar y acto seguido cierra el portátil de nuevo. Le da otra calada al cigarrillo. Qué bien se siente restarse vida, piensa.