Cada fin de semana, el hombre llega temprano al mercado callejero. Coloca un sombrero en el suelo para recibir propinas y acomoda una caneca dorada, en la que a veces se sienta, se pone de pie o se pone en cuclillas sobre ella.
Va vestido de vaquero, pero su ropa, su piel, incluso su bigote, son del mismo color dorado que el de la caneca. ¿Cuánto tiempo le tomará prepararse? Seguro, horas.
Algunos visitantes del mercado solo lo observan. Otros rebuscan en sus bolsillos y dejan caer un billete o unas monedas en el sombrero. Entonces, la estatua cobra vida e invita a chocar el puño.
En un momento dos niñas adolescentes se detienen frente a él y comienzan a burlarse. El hombre no cede a las burlas provocativas y se mantiene inmóvil fiel a su papel de estatua. Tal vez está pensando en darles un buen par de cachetas, pero ¿cuándo se ha visto que una estatua cobre vida para golpear a alguien? Espero que esta sea la primera vez. Pero no, la estatua no se mueve.
Las niñas no logran que el hombre se mueva, se aburren y se largan. Al rato una mujer con un vestido negro largo y un sombrero del mismo color, frena en seco enfrente de la estatua, saca un billete y lo deja caer en el sombrero. La estatua cobra vida, le sonríe, y la mujer le manda un beso con la mano.
viernes, 14 de marzo de 2025
jueves, 13 de marzo de 2025
Escritura verdadera
Escribo algo. 709 palabras que trato que salgan a modo de chorro de mis manos. Cuando termino les doy una leída y comienzo a editarlas. El texto está sobrecargado de meloserías líricas y demasiado monólogo interno, con unos discursos de poca monta que se echa el personaje y que solo le interesan a él.
Le hecho la culpa a la primera persona, pues es un punto de vista con el que se suele abusar de ese recurso narrativo, pero la verdad es una simple excusa; pura pereza de edición y de no esforzarme un poquito para ver cómo carajos lo puedo arreglar.
Empiezo a mocharle frases innecesarias aquí y allá. Son frases que no cuentan nada y con las que pretendo sonar inteligente, además de figuras narrativas rebuscadas que en vez de claridad aportan confusión.
Recuerdo una frase de Millás: Decir lo que se dice exige una precisión de microcirugía casi imposible de lograr, pues donde menos lo esperas salta la metáfora.
Contar sin tanto adorno. Ahí, creo, esta la clave. Contar de forma sincera como lo hacía Emma Reyes en sus cartas. Ahora leo su correspondencia inédita y me sorprende la sencillez con la que cuenta episodios de su vida.
Escribir, pero hacerlo bien que, como también dice Millás, dista mucho de ser escritor. Ser capaces de poner en palabras lo que tenemos delante de las narices.
Imagino que el escritor español habla de esa redacción verdadera que menciona el narrador de Claus y Lucas, la novela de Agota Kristof:
Le hecho la culpa a la primera persona, pues es un punto de vista con el que se suele abusar de ese recurso narrativo, pero la verdad es una simple excusa; pura pereza de edición y de no esforzarme un poquito para ver cómo carajos lo puedo arreglar.
Empiezo a mocharle frases innecesarias aquí y allá. Son frases que no cuentan nada y con las que pretendo sonar inteligente, además de figuras narrativas rebuscadas que en vez de claridad aportan confusión.
Recuerdo una frase de Millás: Decir lo que se dice exige una precisión de microcirugía casi imposible de lograr, pues donde menos lo esperas salta la metáfora.
Contar sin tanto adorno. Ahí, creo, esta la clave. Contar de forma sincera como lo hacía Emma Reyes en sus cartas. Ahora leo su correspondencia inédita y me sorprende la sencillez con la que cuenta episodios de su vida.
Escribir, pero hacerlo bien que, como también dice Millás, dista mucho de ser escritor. Ser capaces de poner en palabras lo que tenemos delante de las narices.
Imagino que el escritor español habla de esa redacción verdadera que menciona el narrador de Claus y Lucas, la novela de Agota Kristof:
Para decidir si algo está «bien» o «mal» tenemos una regla muy sencilla:
la redacción debe ser verdadera. Debemos escribir lo que es, lo que vemos,
lo que oímos, lo que hacemos. Por ejemplo, está prohibido escribir:
«la abuela se parece a una bruja». Pero sí está permitido escribir:
«la gente llama a la abuela "la Bruja"».
martes, 11 de marzo de 2025
Un puñado de minutos
Un puñado de minutos. Ese es el tiempo que tengo para escribir esta entrada. 32 minutos para ser exactos, antes de que lleguen por mí. Seguro son menos, porque debo alistar la maleta. Se me ocurre que por la restricción de tiempo, a este tipo de escritura se le puede llamar: contra las cuerdas. Cada segundo que dejo de teclear para pensar qué voy a escribir es valiosísimo, por eso escribo lo primero que se me venga a la cabeza.
Nada.
A veces no aparece nada en la cabeza. Es un territorio desértico. Pienso que el sonido del motor de un bus que acaba de pasar debería disparar mi escritura, ¿acaso no estoy vivo como para empaparme de lo que ocurre a mi alrededor?
El bus se aleja y sigo sin saber qué escribir. Sigo sin saber qué contar sobre esa señora que va sentada en la primera fila, con una bolsa apretada en su pecho y que llora en silencio. Ver a alguien llorar en el transporte público es muy triste. Si yo fuera en ese bus le preguntaría a la mujer si se encuentra bien, aunque es una pregunta un tanto imbécil porque el hecho de que llore demuestra que no lo está y son muy pocas las veces que se llora de alegría.
Pero el bus ya se fue y, peor aún, no voy en él. Lo que me hace pensar en el dicho: “lo dejó el bus”. Diego, un amigo que detesta esa frase, un día me contó: Juanma, una vez alguien me dijo que me había dejado el bus. Hizo una pausa y volteé a mirarlo para ver por qué no seguía hablando. Se había quedado pensando en algo. Luego siguió hablando con una sonrisa en su cara: Lo que esa persona no sabe es que yo soy el bus, y soltó una carcajada.
De pronto es mejor pensar eso, que uno va a tarde a ningún lado sino que uno es su propio bus.
Me quedan cinco minutos para alistar la maleta.
Nada.
A veces no aparece nada en la cabeza. Es un territorio desértico. Pienso que el sonido del motor de un bus que acaba de pasar debería disparar mi escritura, ¿acaso no estoy vivo como para empaparme de lo que ocurre a mi alrededor?
El bus se aleja y sigo sin saber qué escribir. Sigo sin saber qué contar sobre esa señora que va sentada en la primera fila, con una bolsa apretada en su pecho y que llora en silencio. Ver a alguien llorar en el transporte público es muy triste. Si yo fuera en ese bus le preguntaría a la mujer si se encuentra bien, aunque es una pregunta un tanto imbécil porque el hecho de que llore demuestra que no lo está y son muy pocas las veces que se llora de alegría.
Pero el bus ya se fue y, peor aún, no voy en él. Lo que me hace pensar en el dicho: “lo dejó el bus”. Diego, un amigo que detesta esa frase, un día me contó: Juanma, una vez alguien me dijo que me había dejado el bus. Hizo una pausa y volteé a mirarlo para ver por qué no seguía hablando. Se había quedado pensando en algo. Luego siguió hablando con una sonrisa en su cara: Lo que esa persona no sabe es que yo soy el bus, y soltó una carcajada.
De pronto es mejor pensar eso, que uno va a tarde a ningún lado sino que uno es su propio bus.
Me quedan cinco minutos para alistar la maleta.
lunes, 10 de marzo de 2025
“Escribir, ya sabes, es mi manera de orar”.
Hace unos meses vi el libro La mujer incierta, de Piedad Bonnett, en una librería. Le eché una ojeada y, como tiene aire de diario, me gustó mucho. Apliqué la técnica de un escritor de un curso de escritura al que asistí hace varios años. Él decía que, en ocasiones, cuando llegaban textos nuevos a una editorial, los encargados de decretar si valía la pena imprimirlos o no hacían lo siguiente: leían uno de los párrafos iniciales, luego uno hacia la mitad y, por último, uno de las últimas hojas. Si los tres resonaban con ellos, eso indicaba que el libro tenía futuro.
Eso hice con el libro de Bonnett, no una sino en diferentes visitas a la librería, pero al final siempre pensaba: en la próxima visita lo llevo. Así siguieron unas semanas de lecturas erráticas en las que picaba diferentes libros, y cuando se acercaba la fecha de mi cumpleaños, mi hermana me pidió tres títulos de libros que tuviera en mi radar de lectura. Entre esos estaba el de la escritora colombiana, y fue el que mi hermana escogió como regalo.
Qué buen libro, me lo inyecté directo en la vena en pocos días. En un segmento, Bonnett cuenta que dio una charla junto a la escritora Chantal Maillard, cuyo hijo también se había suicidado y que, coincidencialmente, también se llamaba Daniel.
En una ocasión que coincidieron en un evento literario, las escritoras coordinaron una lectura conjunta. El nombre del evento fue Daniel, voces en duelo. Consistió en leer textos sobre sus hijos con el compromiso de que no se les quebrara la voz.
El texto con el que Maillard dio cierre al evento y, como cuenta Bonnett, le habla a su Daniel me pareció bellísimo:
Hoy es domingo, según el calendario. También era domingo aquel día. Así los ciclos. Así los sueños y la vida. Todo retorna. Salvo lo que fuimos. Vengo a ti. Me siento ante esa especie de altar que construí hace ya…¿Cuántos años? En un altillo del ropero, con los pocos objetos personales que me quedaban de ti. Me siento con una taza de té y el cuaderno. Escribir, ya sabes, es mi manera de orar.
Eso hice con el libro de Bonnett, no una sino en diferentes visitas a la librería, pero al final siempre pensaba: en la próxima visita lo llevo. Así siguieron unas semanas de lecturas erráticas en las que picaba diferentes libros, y cuando se acercaba la fecha de mi cumpleaños, mi hermana me pidió tres títulos de libros que tuviera en mi radar de lectura. Entre esos estaba el de la escritora colombiana, y fue el que mi hermana escogió como regalo.
Qué buen libro, me lo inyecté directo en la vena en pocos días. En un segmento, Bonnett cuenta que dio una charla junto a la escritora Chantal Maillard, cuyo hijo también se había suicidado y que, coincidencialmente, también se llamaba Daniel.
En una ocasión que coincidieron en un evento literario, las escritoras coordinaron una lectura conjunta. El nombre del evento fue Daniel, voces en duelo. Consistió en leer textos sobre sus hijos con el compromiso de que no se les quebrara la voz.
El texto con el que Maillard dio cierre al evento y, como cuenta Bonnett, le habla a su Daniel me pareció bellísimo:
Hoy es domingo, según el calendario. También era domingo aquel día. Así los ciclos. Así los sueños y la vida. Todo retorna. Salvo lo que fuimos. Vengo a ti. Me siento ante esa especie de altar que construí hace ya…¿Cuántos años? En un altillo del ropero, con los pocos objetos personales que me quedaban de ti. Me siento con una taza de té y el cuaderno. Escribir, ya sabes, es mi manera de orar.
viernes, 7 de marzo de 2025
Rituales
“Mamá, ¿qué haces cuando terminas de leer un libro?
Lo toco y le doy las gracias por todo lo que me enseñó y lo mucho que me ayudó a abrir la mente. Y tú hijo, ¿qué haces?. El hijo se queda callado como dudando en dar su respuesta, pero justo antes de que el silencio se torne incómodo responde: Yo también les agradezco pero de otra forma. ¿Cómo?, le pregunta la mamá. Les doy muchos besos.
Esa es una conversación que P, una amiga, tuvo con su hijo. Cuando termina de contarme el episodio me pregunta: “¿Tú no tienes algún ritual cuando terminas de leer un libro?”
Le cuento que no. Apenas termino uno ya estoy pensando en cuál es el próximo que voy a leer. Imagino que todo ese rollo de agradecimiento, va implícito en la lectura, pero no es que no haga nada cuando termine un libro.
Lo toco y le doy las gracias por todo lo que me enseñó y lo mucho que me ayudó a abrir la mente. Y tú hijo, ¿qué haces?. El hijo se queda callado como dudando en dar su respuesta, pero justo antes de que el silencio se torne incómodo responde: Yo también les agradezco pero de otra forma. ¿Cómo?, le pregunta la mamá. Les doy muchos besos.
Esa es una conversación que P, una amiga, tuvo con su hijo. Cuando termina de contarme el episodio me pregunta: “¿Tú no tienes algún ritual cuando terminas de leer un libro?”
Le cuento que no. Apenas termino uno ya estoy pensando en cuál es el próximo que voy a leer. Imagino que todo ese rollo de agradecimiento, va implícito en la lectura, pero no es que no haga nada cuando termine un libro.
Muchas personas tienen como pasión rayar los libros y hacer notas en sus márgenes. Algunos lectores pertenecientes a este grupo afirman, con cierta superioridad moral ,que quien no subraya frases o se hace anotaciones no lee como debe ser. Yo pienso que la lectura es una actividad muy amplia que acoge a todo tipo de lectores, formas o ritmos de lectura. y no tiene sentido pensar que debe tener un deber ser.
A mí no me gusta rayar los libros, lo único que hago a medida que los leo es poner un punto al lado de las frases que me llaman la atención, las voy anotando en la aplicación de notas del celular y cuando lo termino, me siento en el computador a pasar esas frases.
Tampoco me gusta opinar sobre libros y decir que tal fue bueno o malo, por X o Y razón, o que el arco narrativo de uno no sé qué cosa o que el desarrollo de los personajes de otro tal vaina. Mis reseñas-no-reseñas solo consisten en compartir algunas de esas frases a las que les puse un puntico al lado. Ese, creería, es mí único ritual post-lectura.
A mí no me gusta rayar los libros, lo único que hago a medida que los leo es poner un punto al lado de las frases que me llaman la atención, las voy anotando en la aplicación de notas del celular y cuando lo termino, me siento en el computador a pasar esas frases.
Tampoco me gusta opinar sobre libros y decir que tal fue bueno o malo, por X o Y razón, o que el arco narrativo de uno no sé qué cosa o que el desarrollo de los personajes de otro tal vaina. Mis reseñas-no-reseñas solo consisten en compartir algunas de esas frases a las que les puse un puntico al lado. Ese, creería, es mí único ritual post-lectura.
jueves, 6 de marzo de 2025
¿Nunca ha sido importante?
Cuando era joven y sabía poco de la vida —no es que ahora sepa mucho más—, pensaba que si uno tenía novia, uno de los aspectos más importantes, y que evidenciaba tal hecho, era andar cogidos de la mano.
Pienso acerca de esto porque leí la siguiente frase en el último libro de Manuel Vilas.
Le habría pedido el matrimonio, me habría arrodillado ante ella, habríamos vivido cuarenta años cogidos de la mano, pero no pudo ser.
Consideraba esa conducta, en apariencia insignificante, como una especie de sello para un noviazgo, aunque a veces uno coge de la mano a alguien que no es su pareja y se siente muy bien.
Pienso acerca de esto porque leí la siguiente frase en el último libro de Manuel Vilas.
Le habría pedido el matrimonio, me habría arrodillado ante ella, habríamos vivido cuarenta años cogidos de la mano, pero no pudo ser.
Consideraba esa conducta, en apariencia insignificante, como una especie de sello para un noviazgo, aunque a veces uno coge de la mano a alguien que no es su pareja y se siente muy bien.
La frase del escritor español disparó un recuerdo de hace años, de una noche en la que caminé cogido de la mano con M. por el Parkway.
Ahora muy rara vez veo a parejas caminando cogidas de la mano, ¿acaso ya no es importante? De pronto nunca lo ha sido y era una fantasía que me gustaba recrear en la cabeza.
Nos habíamos tomado unas cervezas en un bar con sillas rústicas de madera y canecas gigantes de metal que hacían sus veces de mesas. Durante dos horas, con música de Orishas de fondo, tratamos de contarnos nuestras vidas. Cuando dejamos ese lugar, aprovechando que la noche estaba fresca, comenzamos a caminar sin rumbo alguno. Recuerdo que íbamos por un sendero con árboles a ambos costados y la luz tenue de las farolas creaba un ambiente romántico. Avanzábamos uno al lado del otro y en un momento nuestras manos se rozaron, casi al instante terminaron entrelazadas. Fue una buena noche.
Ahora muy rara vez veo a parejas caminando cogidas de la mano, ¿acaso ya no es importante? De pronto nunca lo ha sido y era una fantasía que me gustaba recrear en la cabeza.
martes, 4 de marzo de 2025
Conciencia y metanovelas
Los viejitos de barbas largas y túnicas que se arrastran por el piso de la RAE, le dan 6 definiciones a la conciencia. Me parece que la siguiente es la que más se acerca a lo que yo entiendo por esa palabra: Facultad psíquica por la que un sujeto se percibe a sí mismo en el mundo, aunque yo le quitaría lo de psíquica porque me suena a medium, en fin.
En el último libro de la dupla Arsuaga-Millás, el segundo reflexiona lo siguiente en medio de una conversación con el paleoantropólogo: un cerebro que reflexiona sobre sí mismo es un metacerebro, del mismo modo que una novela que adquiere la conciencia de novela es una metanovela.
Luego uno de ellos se pregunta: ¿puede un cerebro volver la mirada sobre sí? ¿Puede un ojo observarse a sí mismo? Vaina rara la conciencia, ¿qué carajos es? Vainas raras las metanovelas como el asesino ciego de Margaret Atwood.
Dicho esto puede aparecer una pregunta o varias ¿Cómo se origina la conciencia? ¿Cómo escribir una metanovela?
Se ha dicho que el cerebro humano funciona de manera similar a un computador ¿Pueden entonces las máquinas tener conciencia? A la conclusión que llegan los escritores españoles es que no hay forma de saber eso, y que la única información con la que contamos es que los computadores tradicionales a veces actúan como si la tuvieran.
¿Y qué ocurre con los cuánticos? esos que usan las reglas de la física cuántica para hacer cálculos más veloces que una computadora normal? Sea como sea, algunos científicos dicen que el cerebro humano tiene propiedades cuánticas y otros científicos afirman que algunas de esas propiedades cuánticas son las encargadas de la generación de conciencia.
Hablan de fotones infrarrojos, la mielina, un material graso que rodea al axón de la célula nerviosa, y otros conceptos que son más extraños que la conciencia o las metanovelas.
Todo este escrito para contarles que un estudio afirma que la conciencia puede surgir de un entrelazamiento cuántico que ocurre en el cerebro.
En el último libro de la dupla Arsuaga-Millás, el segundo reflexiona lo siguiente en medio de una conversación con el paleoantropólogo: un cerebro que reflexiona sobre sí mismo es un metacerebro, del mismo modo que una novela que adquiere la conciencia de novela es una metanovela.
Luego uno de ellos se pregunta: ¿puede un cerebro volver la mirada sobre sí? ¿Puede un ojo observarse a sí mismo? Vaina rara la conciencia, ¿qué carajos es? Vainas raras las metanovelas como el asesino ciego de Margaret Atwood.
Dicho esto puede aparecer una pregunta o varias ¿Cómo se origina la conciencia? ¿Cómo escribir una metanovela?
Se ha dicho que el cerebro humano funciona de manera similar a un computador ¿Pueden entonces las máquinas tener conciencia? A la conclusión que llegan los escritores españoles es que no hay forma de saber eso, y que la única información con la que contamos es que los computadores tradicionales a veces actúan como si la tuvieran.
¿Y qué ocurre con los cuánticos? esos que usan las reglas de la física cuántica para hacer cálculos más veloces que una computadora normal? Sea como sea, algunos científicos dicen que el cerebro humano tiene propiedades cuánticas y otros científicos afirman que algunas de esas propiedades cuánticas son las encargadas de la generación de conciencia.
Hablan de fotones infrarrojos, la mielina, un material graso que rodea al axón de la célula nerviosa, y otros conceptos que son más extraños que la conciencia o las metanovelas.
Todo este escrito para contarles que un estudio afirma que la conciencia puede surgir de un entrelazamiento cuántico que ocurre en el cerebro.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)