martes, 30 de mayo de 2017

Retorno sobre la inversión

Camilo estaba desesperado por verla. Desde que Amanda había entrado a trabajar en la compañía, sus fines de semana se le hacían eternos. “Amare” piensa, la raíz latina de ese nombre que entró a habitar en su cabeza desde hace algún tiempo y que significa “para amar” y es que “¿cómo no hacerlo?” se pregunta.


Apenas la ve ese lunes, camino a su cubículo y con una taza de tinto entre sus manos, se queda mirándola hasta que ella, por ese extraño poder que poseen las personas de saber que alguien las observa, se voltea, le sostiene la mirada y luego le sonríe.

“¿Qué me quiso decir con esa sonrisa?” se pregunta Camilo el resto del día, lo que desencadena una seguidilla de preguntas que, tratadas de buena manera, permitirían escribir un libro titulado “El lenguaje corporal y la autosugestión”. “Es muy probable que ya exista con tanto experto que anda suelto por ahí” piensa. Media hora antes de acabar la jornada y en un arrebato de emoción, decide enviarle un mensaje por el sistema de mensajería interna de la empresa.

Ahora con ella al frente, y unos vasos de capuchino en las manos de ambos, el inofensivo plan de “tomar algo”, fue la excusa perfecta para supuestamente hablar sobre un proyecto de trabajo. Camilo está atento a cualquier señal que le dé luz verde para desviar el rumbo de la conversación hacia los agitados mares de las relaciones humanas.

En un momento de su charla Amanda se toca el pelo. Camilo no recuerda dónde leyó que esa es una señal inequívoca de gusto de una mujer hacia su interlocutor. Pasado el gesto duda sobre si lo acaricio, jugo con él, o simplemente lo tocó en un acto reflejo, desprovisto de cualquier tipo de significado.

“¿Y entonces que piensas sobre el ROI de este proyecto?, la verdad me tiene preocupada.”

Camilo responde cualquier cosa para tranquilizarla y darse cierto aire de importancia, mientras hace cálculos de cuanto tiempo, ganas y recursos piensa invertir en su nuevo proyecto sentimental.

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