lunes, 31 de marzo de 2025

A ratos perdidos

Sábado.

Camino con mi hermana por un centro comercial. Cuando vamos a pasar de largo una librería, me pregunta: “¿No quieres ver libros?”

Le menciono que hace poco me compré dos digitales, pero al final cedo a su oferta-pregunta y respondo: “Bueno, está bien”.

Ya en la librería, comienzo a hojear los estantes de forma desinteresada, como dándole a entender a los libros que, por más que vea alguno que me llame la atención, no voy a llevar ninguno.

Gravito hacia uno que se llama A ratos perdidos 5 y 6. Cuando lo abro para leer las primeras páginas, me doy cuenta de que es un diario, uno de mis géneros, si se le puede llamar así, favoritos. Su autor es Rafael Chirbes.

Leo la primera entrada de un ocho de enero. Chirbes habla sobre la lectura de una novela. Hasta ahí, nada raro, una entrada de diario como cualquier otra. Pero luego me encuentro con esta frase:

"Llevo despierto desde las seis de la mañana, leyéndome esta novela insalvable, que destapa mis limitaciones como escritor. Cabeza vacía y mano torpe, que se suman a una pérdida de referentes, a este no tener nada en la cabeza que me tortura."

¿Cómo no identificarse con esa frase? Chirbes describe ese estado de no escritura que tantas veces me atormenta. Luego se pregunta:

"¿Cómo puede uno querer ser escritor si no tiene nada que decir?"

Más adelante, dice que detecta precisión en el lenguaje en lo que acaba de leer, algo que siente que él no tiene. Concluye que leer a ese autor es como un detector que saca a la luz sus carencias.

Nunca había oído hablar de Chirbes. Visitar librerías deja la sensación de que uno es un ignorante que no ha leído nada. Al llegar a casa, me entero de que fue un escritor y crítico literario español.

viernes, 28 de marzo de 2025

ñokjiNPIjhOIP

Aporreo el teclado con rabia porque no sé qué escribir. De ahí el título del post. Ya los debo tener secos con este tema que, parece, es el único que se me ocurre: escribir sobre mi incapacidad para escribir.

Escribir parece la tierra prometida de muchos. Fernanda, una amiga, preguntó el otro día en un grupo de chat qué lugar ocupaba la escritura en nuestras vidas. Se hacía la pregunta porque con frecuencia piensa en dejar su vida actual para dedicarse de lleno a escribir, pero es una sensación que le dura poco y al instante se retracta.

Yo le respondí que alguna vez pensé lo mismo —ya hace rato que no—, pero que ahora, con todo lo que me puede gustar escribir, me veo lejos de convertirme en un novelista serial.

Fernanda me pregunta que si no conozco a Sarangi, que se convirtió en novelista luego de cumplir los 60 años. Le digo que ese también fue el caso de Sam Savage y pienso concluir con algo más, pero no se me ocurre nada.

¿Qué tal dejarlo todo por escribir y no tener nada por decir, como usualmente me ocurre?

Esto me recuerda lo que le dijo Kurt Vonnegut a Salman Rushdie cuando este le contó que se iba a dedicar a escribir novelas: si vas a escribir novelas, debes saber que va a llegar un momento en que no vas a saber qué escribir, pero igual tendrás que escribir una. De pronto eso le ocurrió a Rushdie en algún momento y también aporreó el teclado en busca de inspiración.

Estábamos hablando sobre eso y María, que no había escrito nada, dijo lo siguiente: “Sinceramente, no sé por qué esa insistencia de dejarlo todo y dedicarse a escribir. Sin vida no existe escritura que valga. Pero si de lo que se trata es de vivir de la escritura, sí sé que tan solo un reducido número de personas son las que pueden vivir del oficio. Así que adelante, sigamos viviendo y escribiendo.”

imagino que en nuestro caso no hay vida que valga sin escribir.

jueves, 27 de marzo de 2025

No estoy acá

Una de las fantasías que transito con frecuencia es imaginar que los directores de todo tipo de revistas solicitan mis servicios de escritura. Me dicen algo como: "Juanma, la edición de este mes va a ser sobre X tema, escribe unas 3000 palabras sobre eso".

"¿Con qué enfoque?", les pregunto, a lo que responden: "Escribe sobre lo que quieras. Puedes abordar el tema como te dé la gana".

Cuando alargo la ensoñación, hay veces que imagino que entrego artículos increíbles y todos me felicitan por ese gran aporte que hice, pero otras veces imagino que acepto un encargo y que, cuando se va acercando la fecha de entrega, no me llega ninguna idea a la cabeza. Faltando un día o tan solo unas horas, escribo un artículo mediocre a las patadas. Por eso, ahora en mis fantasías exijo como mínimo un mes de plazo.

Hablo de esto porque recordé No estoy acá, un artículo que escribió Pedro Mairal para una revista médica. Lo leí en una sala de espera y no fui capaz de llevarme la revista ni, mucho menos, arrancarle las hojas. Es, pienso, un artículo preciso y de los que me gustaría escribir si algún día me llegan a contratar para eso.

Me pregunto si Mairal tuvo un brote de inspiración para escribir ese texto o si era un archivo que ya había trabajado antes para el capítulo de una novela o un cuento, y lo editó para ajustarlo al tema de la revista. Sea como sea, me parece una obra maestra.

Tiempo después de haberlo leído, me puse en la tarea de buscarlo en internet y, cuando lo encontré, la página no permitía copiarlo, así que lo transcribí.

Cada cierto tiempo vuelvo a leerlo y no deja de maravillarme.

"Cumplo mi rol de niñero socorrista. Mi hija ahora arrastra una manta sobre el pasto. Quiere hacer “cama de nubes”. A la noche hay cama de estrellas y al día “cama de nubes”. Es solo poner la manta bajo el cielo y mirar. Después de idas y vueltas la convenzo de que pongamos la manta a la sombra de los árboles y no bajo el solazo cruel."

- No estoy acá -

miércoles, 26 de marzo de 2025

Me hace falta poesía

M. me dice: “a mí me atrapa como escribes. Quizá no tengas la poesía de otros escritores, pero me haces sonreír”.

Le doy las gracias e intento dejar atrás el comentario lo más rápido posible, olvidarlo. En la escritura no es bueno fiarse de los elogios. La clave, imagino, está en no dejar de escribir. Hacerlo incluso cuando no se tiene ni la más mínima inspiración, como suele ocurrirme.

Como este post, que arrancó con el comentario de M y ahora no tengo claro qué palabras lo van a concluir. ¿Está mal escribir así, sin norte alguno? Tal vez sí, y tal vez no cumpla con todos los requisitos para catalogarme como escritor, pero la verdad me importa poco.

Lo único importante es poner una palabra después de la otra a ver qué sale. Puede que nada, pero lo bueno de escribir es que es muchas cosas al mismo tiempo y entonces también consiste en fallar, en producir textos tremendamente malos hasta dar con uno que saque la cara.

Es mentira eso de que dejo atrás el comentario de M. Vuelvo a leerlo y pienso que tiene razón. En cuánto a lirismo, otros escritores me llevan años luz. Cuando intento escribir de esa manera me salen unas figuras todas melosas que de poesía más bien poco. Por eso trato de narrar lo que ven mis ojos sin tanto adorno.

Algo debo estar haciendo bien si la hago sonreír, pues tengo la siguiente teoría personal que, de pronto, M. comparte conmigo: si un texto me hace sonreír, ahí me quedo.

Es posible que a este texto le falten cosas, que se me haya escapado una tilde o que no lo haya editado bien para darle el ritmo adecuado. Pero de algo estoy seguro: le hacía falta este párrafo de relleno, que solo escribí para completar las 300 palabras.

viernes, 21 de marzo de 2025

Días oscuros

Esas dos palabras juntas pueden ser muchas cosas. Es un sintagma nominal, signifique lo que signifique sintagma. También, una metáfora que hace alusión a un estado emocional negativo. Pero si se piensa que escribir es contar lo que se tiene delante de las narices, significa que han sido días con un mal clima.

también puede servir para el título de un libro o una canción. Mi caso es el primero. Resulta que para mi cumpleaños P. me regaló dos libros. Uno de ellos se lo había pedido y el otro, Días oscuros, lo compró a la ciega en una librería, es decir, había unos libros empacados y con una pequeña nota que decía sobre qué trataban, y la que acompañaba a ese libro le gustó y por eso me lo compró.

Hoy, mientras esperaba a alguien en un café, comencé a leerlo. Son narraciones breves la mayoría de una página, otras de un par e incluso unas de tan solo un párrafo. El libro es un híbrido entre poesía y prosa.

La primera narración me gustó, porque cuenta una historia familiar. El siguiente párrafo me pareció preciso, un buen ejemplo de escritura verdadera: Después nos mudamos a Garzón. el trasteo cupo en un carro pequeño. Atrás viajamos los tres hermanos, muy juntos, con un par de camas, unos taburetes y un perro que, de vez en cuando, nos miraba con esa tristeza de dejar las cosas familiares.

Luego, los otros textos, pierden esa sencillez y se enredan con un lenguaje poético muy floripondio. A mí díganme lo que ven, lo que tienen enfrente de los ojos, pero no acribillen la narración con figuras rebuscadas que la entorpecen.

Me repito y vuelvo a esa frase de Millás que tanto me gusta: “Decir lo que se dice exige una precisión de microcirugía casi imposible de lograr, pues donde menos lo esperas salta la metáfora.”

O, a lo que dice el narrador de Claus y Lucas: “ Las palabras que definen los sentimientos son muy vagas; es mejor evitar usarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción fiel de los hechos.”

jueves, 20 de marzo de 2025

kein deutsch sprechen...vieleicht

Acabo de presentar una prueba de Alemán y tuve 8 preguntas correctas de 30. Es como si me hubiera sacado 1.3, lo que quiere decir que no hablo un carajo ese idioma y ya olvidé lo poco que aprendí hace unos años, en esa época en la que Vieleicht (tal vez) era mi respuesta favorita, pues era una forma válida de responder cuando uno más o menos sabía qué le habían preguntado, pero no contaba con léxico suficiente para responder o bien, cuando no se entendía un carajo la pregunta.

En mi defensa debo decir que solo me daban 45 segundos para seleccionar la respuesta correcta. Algunas traté de leerlas a conciencia a ver si lograba entenderlas, pero en aquellas que no tenía ni idea apliqué la técnica de Juanjo, un amigo del colegio que era pilo pero le daba pereza estudiar y cuando teníamos examen de opción múltiple, era el primero en terminarlo. Luego del examen, cuando uno le preguntaba qué opción había seleccionado para alguna pregunta, él respondía: no sé, yo marque todas b o, según la ocasión, marcaba la opción c. Según él, esas dos letras casi siempre eran la respuesta correcta.

Algunas preguntas tenían esas palabras compuestas y largas tan comunes en el idioma Alemán, que vaya uno a saber qué significan. Está uno ahí tranquilo esperando que le salga una pregunta sencilla tipo wie heisst du? o woher kommen sie?, algo así bien elemental, cuando de repente le botan a uno una pregunta con una palabra como: Donaudampfschifffahrtskapitän. Así no se puede.

Sea como sea, regreso a ese idioma que tanto me cautiva a ver si aprendo algo nuevo o termino de olvidar lo que alguna vez aprendí. Les estaré informando.

miércoles, 19 de marzo de 2025

Ayer, a eso de las 10:30 p.m.

Esa fue la hora en la que se supone me senté a escribir. Digo se supone porque al final no escribí nada. Tenía toda la intención de hacerlo, pero un cansancio milenario cayó sobre mí y se me empezaron a cerrar los ojos. Es posible que haya cabeceado un par de veces.

Clarice Lispector dice lo siguiente: El proceso de escribir está hecho de errores – la mayoría esenciales –, de coraje y pereza, desesperación y esperanza, de vegetativa atención, de sentimiento constante (no pensamiento) que no conduce a nada.

Me gusta eso de la pereza. Escribir a veces da pereza. Yo le agregaría no solo sentimiento, sino también resentimiento, pero no contra algo o alguien, sino contra la escritura en sí misma.

Hace muchos años tomé un curso de creación literaria con Antonio García Ángel. Recuerdo esa época como una etapa, digamos, inocente, en la que me creía especial por leer y escribir. Era joven y desconocía muchas más cosas de las que desconozco ahora.

En la primera sesión, cada alumno debía presentarse mencionando sus autores favoritos, lo que estaba leyendo y cualquier otro detalle que quisiera compartir.

Yo, claro, mencioné a Millás, el libro que estaba leyendo de un escritor japonés que ahora no recuerdo cuál era y, como comentario adicional, dije: considero que un día sin leer y escribir es un día desperdiciado.

Con respecto a Millás, García dijo que los articuentos le parecían muy precisos, pero que a sus novelas les hacía falta algo; con respecto al libro del escritor japonés, dijo que era muy bueno y comentó que parte de su método de escritura consistía en sentarse con una grabadora en mano, en la mitad de un cuarto completamente oscuro, y comenzar a dictarse las novelas. En cuanto a mi último aporte, dijo, con un dejo de risa en su comentario: Uff, quién sabe cuántos días de mi vida he desperdiciado.

En ese entonces, como escribí hace poco, buscaba el aplauso con mis escritos y no disfrutaba mucho los cursos porque vivía pendiente de a quién superaba con mi escritura y quién escribía mejor que yo. Lo segundo lo tenía claro: era un tipo calvo, un psicólogo que siempre se vestía con una gabardina negra y que escribía textos oscuros y melancólicos, pero muy buenos.

Ayer no escribí porque me dio pereza. Alguna vez le leí a Millás, imagino que en uno de sus Articuentos, que no escribir podía tener consecuencias catastróficas, como por ejemplo la disminución de la velocidad de rotación de la Tierra. Eso tendría efectos devastadores, como cambios en el nivel del mar e inundaciones en ciudades costeras o climas más extremos como consecuencia de días y noches más largos.

Sea como sea, hoy la Tierra sigue girando. Ya me dirán ustedes.

lunes, 17 de marzo de 2025

Escribir no es nada del otro mundo

Se romantiza demasiado la escritura. Muchos que escriben la consideran algo sagrado. Yo alguna vez he pensado de esa manera, pero ahora creo que, a la larga, no deja de ser una actividad como cualquier otra, ¿acaso no?

Con los escritos, no nos digamos mentiras, uno siempre espera la palmadita en la espalda, que alguien elogie una frase, una descripción, una figura narrativa, lo que sea. Muchas veces se escribe en busca de aprobación, que alguien nos diga que lo estamos haciendo bien, pero ¿quién carajos puede determinar eso? En fin.

Ahora hago un curso de escritura, y cada semana los alumnos debemos comentar lo que han escrito los otros. Todos los comentarios son siempre lo mismo: “Fulanita, me encantó tu texto por bla, bla, bla”; “Mengano, me parece que está perfecto por X o Y razón”. Una vez, un tipo comentó un texto mío y dijo que le había parecido flojo. Argumentó el por qué y tenía razón. Le di las gracias, porque prefiero que destripen lo que escribo a que me adulen como por salir del paso.

Hay que ser muy valiente para no romantizar y “abandonar” la escritura, mucho más si se es un narrador ni el berraco. Eso fue lo que hizo J. D. Salinger, el autor de El guardián entre el centeno. Después del éxito que obtuvo con su novela, desapareció del mapa literario. Tengo entendido que luego publicó algunos cuentos, pero no más novelas, ni entrevistas, ni nada. Me lo imagino recluido en su casa, escribiendo para nadie más que él.

Algunas personas creen que haber relacionado su novela con el asesinato de John Lennon —su asesino, Chapman, estaba hojeando el libro cuando la policía llegó al lugar y, cuando le preguntaron el motivo, respondió con una cita de la novela— influyó mucho más en la desconexión del autor.

Sea como sea, hay que tener, como diría un español, muchos cojones para hacer lo que hizo Salinger: dejar de romantizar su estatus de escritor y convertirse en una especie de ermitaño.

viernes, 14 de marzo de 2025

La estatua

Cada fin de semana, el hombre llega temprano al mercado callejero. Coloca un sombrero en el suelo para recibir propinas y acomoda una caneca dorada, en la que a veces se sienta, se pone de pie o se pone en cuclillas sobre ella.

Va vestido de vaquero, pero su ropa, su piel, incluso su bigote, son del mismo color dorado que el de la caneca. ¿Cuánto tiempo le tomará prepararse? Seguro, horas.

Algunos visitantes del mercado solo lo observan. Otros rebuscan en sus bolsillos y dejan caer un billete o unas monedas en el sombrero. Entonces, la estatua cobra vida e invita a chocar el puño.

En un momento dos niñas adolescentes se detienen frente a él y comienzan a burlarse. El hombre no cede a las burlas provocativas y se mantiene inmóvil fiel a su papel de estatua. Tal vez está pensando en darles un buen par de cachetas, pero ¿cuándo se ha visto que una estatua cobre vida para golpear a alguien? Espero que esta sea la primera vez. Pero no, la estatua no se mueve.

Las niñas no logran que el hombre se mueva, se aburren y se largan. Al rato una mujer con un vestido negro largo y un sombrero del mismo color, frena en seco enfrente de la estatua, saca un billete y lo deja caer en el sombrero. La estatua cobra vida, le sonríe, y la mujer le manda un beso con la mano.

jueves, 13 de marzo de 2025

Escritura verdadera

Escribo algo. 709 palabras que trato que salgan a modo de chorro de mis manos. Cuando termino les doy una leída y comienzo a editarlas. El texto está sobrecargado de meloserías líricas y demasiado monólogo interno, con unos discursos de poca monta que se echa el personaje y que solo le interesan a él.

Le hecho la culpa a la primera persona, pues es un punto de vista con el que se suele abusar de ese recurso narrativo, pero la verdad es una simple excusa; pura pereza de edición y de no esforzarme un poquito para ver cómo carajos lo puedo arreglar.

Empiezo a mocharle frases innecesarias aquí y allá. Son frases que no cuentan nada y con las que pretendo sonar inteligente, además de figuras narrativas rebuscadas que en vez de claridad aportan confusión.

Recuerdo una frase de Millás: Decir lo que se dice exige una precisión de microcirugía casi imposible de lograr, pues donde menos lo esperas salta la metáfora.

Contar sin tanto adorno. Ahí, creo, esta la clave. Contar de forma sincera como lo hacía Emma Reyes en sus cartas. Ahora leo su correspondencia inédita y me sorprende la sencillez con la que cuenta episodios de su vida.

Escribir, pero hacerlo bien que, como también dice Millás, dista mucho de ser escritor. Ser capaces de poner en palabras lo que tenemos delante de las narices.

Imagino que el escritor español habla de esa redacción verdadera que menciona el narrador de Claus y Lucas, la novela de Agota Kristof:

Para decidir si algo está «bien» o «mal» tenemos una regla muy sencilla: 
la redacción debe ser verdadera. Debemos escribir lo que es, lo que vemos, 
lo que oímos, lo que hacemos. Por ejemplo, está prohibido escribir:
 «la abuela se parece a una bruja». Pero sí está permitido escribir: 
«la gente llama a la abuela "la Bruja"».

martes, 11 de marzo de 2025

Un puñado de minutos

Un puñado de minutos. Ese es el tiempo que tengo para escribir esta entrada. 32 minutos para ser exactos, antes de que lleguen por mí. Seguro son menos, porque debo alistar la maleta. Se me ocurre que por la restricción de tiempo, a este tipo de escritura se le puede llamar: contra las cuerdas. Cada segundo que dejo de teclear para pensar qué voy a escribir es valiosísimo, por eso escribo lo primero que se me venga a la cabeza.

Nada.

A veces no  aparece nada en la cabeza. Es un territorio desértico. Pienso que el sonido del motor de un bus que acaba de pasar debería disparar mi escritura, ¿acaso no estoy vivo como para empaparme de lo que ocurre a mi alrededor?

El bus se aleja y sigo sin saber qué escribir. Sigo sin saber qué contar sobre esa señora que va sentada en la primera fila, con una bolsa apretada en su pecho y que llora en silencio. Ver a alguien llorar en el transporte público es muy triste. Si yo fuera en ese bus le preguntaría a la mujer si se encuentra bien, aunque es una pregunta un tanto imbécil porque el hecho de que llore demuestra que no lo está y son muy pocas las veces que se llora de alegría.

Pero el bus ya se fue y, peor aún, no voy en él. Lo que me hace pensar en el dicho: “lo dejó el bus”. Diego, un amigo que detesta esa frase, un día me contó: Juanma, una vez alguien me dijo que me había dejado el bus. Hizo una pausa y volteé a mirarlo para ver por qué no seguía hablando. Se había quedado pensando en algo. Luego siguió hablando con una sonrisa en su cara: Lo que esa persona no sabe es que yo soy el bus, y soltó una carcajada.

De pronto es mejor pensar eso, que uno va a tarde a ningún lado sino que uno es su propio bus.

Me quedan cinco minutos para alistar la maleta.

lunes, 10 de marzo de 2025

“Escribir, ya sabes, es mi manera de orar”.

Hace unos meses vi el libro La mujer incierta, de Piedad Bonnett, en una librería. Le eché una ojeada y, como tiene aire de diario, me gustó mucho. Apliqué la técnica de un escritor de un curso de escritura al que asistí hace varios años. Él decía que, en ocasiones, cuando llegaban textos nuevos a una editorial, los encargados de decretar si valía la pena imprimirlos o no hacían lo siguiente: leían uno de los párrafos iniciales, luego uno hacia la mitad y, por último, uno de las últimas hojas. Si los tres resonaban con ellos, eso indicaba que el libro tenía futuro.

Eso hice con el libro de Bonnett, no una sino en diferentes visitas a la librería, pero al final siempre pensaba: en la próxima visita lo llevo. Así siguieron unas semanas de lecturas erráticas en las que picaba diferentes libros, y cuando se acercaba la fecha de mi cumpleaños, mi hermana me pidió tres títulos de libros que tuviera en mi radar de lectura. Entre esos estaba el de la escritora colombiana, y fue el que mi hermana escogió como regalo.

Qué buen libro, me lo inyecté directo en la vena en pocos días. En un segmento, Bonnett cuenta que dio una charla junto a la escritora Chantal Maillard, cuyo hijo también se había suicidado y que, coincidencialmente, también se llamaba Daniel.

En una ocasión que coincidieron en un evento literario, las escritoras coordinaron una lectura conjunta. El nombre del evento fue Daniel, voces en duelo. Consistió en leer textos sobre sus hijos con el compromiso de que no se les quebrara la voz.

El texto con el que Maillard dio cierre al evento y, como cuenta Bonnett, le habla a su Daniel me pareció bellísimo:

Hoy es domingo, según el calendario. También era domingo aquel día. Así los ciclos. Así los sueños y la vida. Todo retorna. Salvo lo que fuimos. Vengo a ti. Me siento ante esa especie de altar que construí hace ya…¿Cuántos años? En un altillo del ropero, con los pocos objetos personales que me quedaban de ti. Me siento con una taza de té y el cuaderno. Escribir, ya sabes, es mi manera de orar.

viernes, 7 de marzo de 2025

Rituales

“Mamá, ¿qué haces cuando terminas de leer un libro?

Lo toco y le doy las gracias por todo lo que me enseñó y lo mucho que me ayudó a abrir la mente. Y tú hijo, ¿qué haces?. El hijo se queda callado como dudando en dar su respuesta, pero justo antes de que el silencio se torne incómodo responde: Yo también les agradezco pero de otra forma. ¿Cómo?, le pregunta la mamá. Les doy muchos besos.


Esa es una conversación que P, una amiga, tuvo con su hijo. Cuando termina de contarme el episodio me pregunta: “¿Tú no tienes algún ritual cuando terminas de leer un libro?”

Le cuento que no. Apenas termino uno ya estoy pensando en cuál es el próximo que voy a leer. Imagino que todo ese rollo de agradecimiento, va implícito en la lectura, pero no es que no haga nada cuando termine un libro. 

Muchas personas tienen como pasión rayar los libros y hacer notas en sus márgenes. Algunos lectores pertenecientes a este grupo afirman, con cierta superioridad moral ,que quien no subraya frases o se hace anotaciones no lee como debe ser. Yo pienso que la lectura es una actividad muy amplia que acoge a todo tipo de lectores, formas o ritmos de lectura. y no tiene sentido pensar que debe tener un deber ser.

A mí no me gusta rayar los libros, lo único que hago a medida que los leo es poner un punto al lado de las frases que me llaman la atención, las voy anotando en la aplicación de notas del celular y cuando lo termino, me siento en el computador a pasar esas frases.

Tampoco me gusta opinar sobre libros y decir que tal fue bueno o malo, por X o Y razón, o que el arco narrativo de uno no sé qué cosa o que el desarrollo de los personajes de otro tal vaina. Mis reseñas-no-reseñas solo consisten en compartir  algunas de esas frases a las que les puse un puntico al lado. Ese, creería, es mí único ritual post-lectura.

jueves, 6 de marzo de 2025

¿Nunca ha sido importante?

Cuando era joven y sabía poco de la vida —no es que ahora sepa mucho más—, pensaba que si uno tenía novia, uno de los aspectos más importantes, y que evidenciaba tal hecho, era andar cogidos de la mano.

Pienso acerca de esto porque leí la siguiente frase en el último libro de Manuel Vilas.

Le habría pedido el matrimonio, me habría arrodillado ante ella, habríamos vivido cuarenta años cogidos de la mano, pero no pudo ser.

Consideraba esa conducta, en apariencia insignificante, como una especie de sello para un noviazgo, aunque a veces uno coge de la mano a alguien que no es su pareja y se siente muy bien. 

La frase del escritor español disparó un recuerdo de hace años, de una noche en la que caminé cogido de la mano con M. por el Parkway.

 Nos habíamos tomado unas cervezas en un bar con sillas rústicas de madera y canecas gigantes de metal que hacían sus veces de mesas. Durante dos horas, con música de Orishas  de fondo, tratamos de contarnos nuestras vidas. Cuando dejamos ese lugar, aprovechando que la noche estaba fresca, comenzamos a caminar sin rumbo alguno. Recuerdo que íbamos por un sendero con árboles a ambos costados y la luz tenue de las farolas creaba un ambiente romántico. Avanzábamos uno al lado del otro y en un momento nuestras manos se rozaron,  casi al instante terminaron entrelazadas. Fue una buena noche.

Ahora muy rara vez veo a parejas caminando cogidas de la mano, ¿acaso ya no es importante? De pronto nunca lo ha sido y era una fantasía que me gustaba recrear en la cabeza.

martes, 4 de marzo de 2025

Conciencia y metanovelas

Los viejitos de barbas largas y túnicas que se arrastran por el piso de la RAE, le dan 6 definiciones a la conciencia. Me parece que la siguiente es la que más se acerca a lo que yo entiendo por esa palabra: Facultad psíquica por la que un sujeto se percibe a sí mismo en el mundo, aunque yo le quitaría lo de psíquica porque me suena a medium, en fin.

En el último libro de la dupla Arsuaga-Millás, el segundo reflexiona lo siguiente en medio de una conversación con el paleoantropólogo: un cerebro que reflexiona sobre sí mismo es un metacerebro, del mismo modo que una novela que adquiere la conciencia de novela es una metanovela.

Luego uno de ellos se pregunta: ¿puede un cerebro volver la mirada sobre sí? ¿Puede un ojo observarse a sí mismo? Vaina rara la conciencia, ¿qué carajos es? Vainas raras las metanovelas como el asesino ciego de Margaret Atwood.

Dicho esto puede aparecer una pregunta o varias ¿Cómo se origina la conciencia? ¿Cómo escribir una metanovela?

Se ha dicho que el cerebro humano funciona de manera similar a un computador ¿Pueden entonces las máquinas tener conciencia? A la conclusión que llegan los escritores españoles es que no hay forma de saber eso, y que la única información con la que contamos es que los computadores tradicionales a veces actúan como si la tuvieran.

¿Y qué ocurre con los cuánticos? esos que usan las reglas de la física cuántica para hacer cálculos más veloces que una computadora normal? Sea como sea, algunos científicos dicen que el cerebro humano tiene propiedades cuánticas y otros científicos afirman que algunas de esas propiedades cuánticas son las encargadas de la generación de conciencia.

Hablan de fotones infrarrojos, la mielina, un material graso que rodea al axón de la célula nerviosa, y otros conceptos que son más extraños que la conciencia o las metanovelas.

Todo este escrito para contarles que un estudio afirma que la conciencia puede surgir de un entrelazamiento cuántico que ocurre en el cerebro.

lunes, 3 de marzo de 2025

Mover el mundo

Son las 10 de la mañana de un día entre semana. Imagino que a pocos metros del café en el que me encuentro hay un edificio de oficinas. Veo a personas en sus cubículos tecleando frenéticamente, haciendo llamadas en las que sueltan términos en inglés como si nada. En ellas hablan de dinero, de transacciones. Son hombres y mujeres con los puños de sus camisas arremangados y con un pocillo sobre su escritorio al que a veces le dan un sorbo y hacen caras porque la bebida ya se enfrió. Personas que mueven el mundo. Muchos dicen que la fuerza que lo mueve es el amor, pero no nos digamos mentiras, es el dinero.

Yo también tomo café, un capuchino para ser exacto, pero a diferencia de esos hombres y mujeres no estoy moviendo el mundo, o lo muevo de otra manera: leo. Qué fácil es mentirme.

Me entra algo de remordimiento. ¿Acaso no debería estar moviendo el mundo como ellos, en vez de estar aquí sentado leyendo? Pienso que quizá debería estar en mi escritorio, escribiendo para un cliente o, en su defecto, buscando nuevos. ¿Qué es eso de leer plácidamente en un café a las 10 de la mañana de un día entre semana?

Al instante me tranquilizo. Sé que cuando llegue a la casa me va a estar esperando un correo importante, un correo que he esperado por mucho tiempo. Un agente literario leyó uno de mis textos y quiere que firme un contrato con una editorial, o bien, un productor de cine leyó uno de mis cuentos y lo quiere llevar a la pantalla. Le doy otro sorbo al capuchino y sigo leyendo. Me tranquiliza saber que también voy a mover al mundo a mi manera.

Las personas que mueven el mundo están en todos lados. En la mesa de enfrente una mujer vestida de negro trabaja en un portátil. La acompaña su mamá y una golden retriever que descansa echada en el piso. Apenas me senté la perra levantó la cabeza y me miró con ojos tristes como intentando decirme algo, pero como no le entendí volvió a recostar la cabeza en el suelo.

Su dueña, al igual que las personas en los cubículos de oficina, también teclea frenéticamente sobre su portátil e intercala esta acción hablando por su celular. No para de dar órdenes: fulanito, la imagen ya está casi bien, solo falta que no aparezca una botella sino un vaso, fulanita necesito una diapositiva para la reunión con perencejito sobre la campaña del mes pasado, algo sencillo, súper resumido, sobre la presencia en digital, si ganamos o perdimos seguidores. Si necesitas más información consulta con Mengano, gracias. Recuerda solo una diapositiva.

De cierta forma me tranquiliza saber que en el lugar en el que me encuentro, hay alguien moviendo el mundo con el mismo ímpetu que las personas del edificio de oficinas.

Más tarde llego a casa y lo primero que hago es mirar mi email. Busco el mensaje en la bandeja de entrada pero no hay nada. Seguro está en la carpeta de Spam, pienso, pero voy allá y tampoco lo encuentro.

¿Y ahora qué?