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sábado, 21 de enero de 2017

Montar a caballo

Dos hombres hablan sobre inversiones y negocios.  Uno de ellos le dice al otro que se acaba de comprar un apartamento  con vista al mar.  Luego comienzan a hablar sobre arriendos de locales en centros comerciales.  

Al parecer son propietarios  de varios locales en diferentes centros comerciales y hablan sobre arriendos y negocios que pueden hacer a futuro con estos.  El primer hombre, el del apartamento con vista al mar, llama por su celular y le dice a la persona con la que habla: "Acá estoy con fulanito el dueño del local X, quiere saber si estás dispuesto a arrendárselo.  "Tranquilo, con él no hay problema en los negocios, yo puedo meter las manos al fuego por él." concluye. 

Cuando cuelga, cambia rápido de tema y le pregunta  a su amigo " ¿Vos crees que puedo vender ese lote que te comenté? yo creo que me pueden dar 1000 millones.

Hablan  acerca de dinero e inversiones, como las personas hablan sobre el clima o fútbol.  En ese incomodo momento, de todas las conversaciones,  en el que se acaba el tema, ambos sacan sus teléfonos y comienzan a teclearlos frenéticamente, quizás en busca de nuevos temas.

El otro hombre, le dice al primero.  "Mira mi colección de carros" y comienza a pasar varias fotos en su celular.  "¿Todavía tienes ese BM?" le pregunta el primero. "Si, pero me compré este otro" y sigue pasando fotos hasta que llega a una que no hace parte de su colección de carros.

"¿Esos son tus hijos? como están de grandes"
"Si, ven te muestro más fotos"

En un momento deja de deslizar el dedo sobre la pantalla del celular, levanta la cara, mira a su amigo con orgullo y le dice "Y el pequeñito ya me monta a caballo", como si la actividad fuera, más bien, uno de los niveles de la pirámide Maslow. 

lunes, 16 de enero de 2017

Mirar pal techo

Uno de los inquilinos del edificio en el que vivo, es un hombre que debe tener unos 35 años; hace tiempo decidí llamarlo Rick. En el día e incluso en ocasiones que he llegado en la madrugada, a veces me lo encuentro en las escaleras que dan a la calle. En los días que hace buen clima, Rick se acompaña con una pequeña planta que ubica a su lado  para que le de el sol. 

Siempre lleva puestos unos audífonos grandes y la mayoría de veces fuma un cigarrillo; también teclea su teléfono inteligente frenéticamente y, en ocasiones, lleva el ritmo de lo que sea que escucha con pies y manos. Siempre tiene la mirada perdida en un punto fijo en el horizonte, y no se inmuta con nada de lo que pasa a su alrededor. Existen diferentes maneras de mirar pal techo y, como Rick, cada quien selecciona la que mejor le parezca. 

Mirar pal techo es una expresión que frecuentemente confundimos con “hacer nada.” 

Dedicarnos a actividades o tareas “no productivas” es algo que nos remuerde la conciencia, pues entregarnos deliberadamente al ocio y la contemplación relajada de la vida es fácil, pero en estos tiempos donde glorificamos a la eficiencia, eficacia y productividad (no me pregunten en que se diferencian), es algo que resulta muy difícil y perfeccionar tales conductas está completamente satanizado. 

Así son las cosas, se nos metió en la cabeza que debemos ser productivos a toda costa, al mismo tiempo que es un deber hacerles frente a todas las exigencias del mundo moderno. 

Cada vez que veo a Rick me pregunto ¿A qué se dedicará? Supongo que trabaja desde su casa y que su labor implica la generación de muchas ideas frescas, alejadas de lugares comunes y empalagosos clichés. 

Debo confesar que, en ocasiones, me da envidia verlo tan tranquilo en medio de su acto contemplativo, como si poco o nada le importara lo que pasa en el mundo. 

Tal vez mirar pal techo es precisamente lo que nos hace falta para bajarle la velocidad a todos esos asuntos que aceleran nuestra vida; sentarnos a contemplarla con cualquier ritual similar al del Rick, o algún otro que nos permita rumiar, bien despacio, nuestros pensamientos.

viernes, 13 de enero de 2017

Dedos en la boca

El cursor titila impaciente, como si   quisiera  saber que letras va a ir regando a su izquierda. Martínez lo mira con desconfianza mientras se lleva su indice derecho a la boca y juega con la lengua sobre su uña.   

Lleva un semana redactando Mejor darte prisa Lisboa.  Va en el quinto borrador y todavía esta lejos del último. Incluso no sabe si va enviar la columna al periódico.  Trata un tema que produce diferentes sentimientos en las personas:  Los que están de acuerdo con su punto de vista seguro se alegrarán y lo llenarán de comentarios afectuosos, elogiando sus cualidades como escritor.  El otro bando, el de los no conformes, que siempre parece más grande que el primero, estará listo para apedrearlo con insultos, comentarios pesados, y una que otra tímida amenaza de muerte.

Esos comentarios siempre le han hecho pensar si escogió la profesión correcta o más bien si se encuentra en el terreno indicado.  A veces le gustaría abandonar las columnas de opinión y dedicarse a escribir cosas sencillas, ligth como el horóscopo, por ejemplo.  Había leído el suyo hoy y decía: Asegúrese de que nada ni nadie se adueñe de usted. O de pronto aventurarse a escribir libros de autoayuda, repletos de lugares comunes y bálsamos motivacionales que tanto le gustan a las personas.

El cursor continúa titilando.  No sabe si abandonar el artículo, relegarlo a esa carpeta de escritos inconclusos para luego utilizar las ideas o algún par de párrafos en un escrito futuro.  ¡A la mierda!, yo no escribo para agradarle a las personas  piensa Martínez.

Va a la cocina, prepara tinto y lo mete en un termo.  Sus noches de edición siempre son largas.  Por nada del mundo permitirá que le metan los dedos en la boca...... que nada ni nadie se adueñe de usted. USu horóscopo tenía razón.