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lunes, 10 de octubre de 2016

Indignación

Fin de semana.  Estoy en un centro comercial que no conozco.  Es la hora de almuerzo.  Casi no tengo hambre pero en un impulso rutinario, estamos llenos de ellos, decido comer algo.  No tengo idea donde queda la plazoleta de comidas. Después de comprar un regalo, me subo a una escalera eléctrica que no sé adonde me va a llevar.  Me sorprendo cuando aterrizo justo en la plazoleta de comidas. Sonrío, bien lo dijo Gandalf: "No todos los que deambulan andan perdidos".

Pido una hamburguesa y me dan la factura y el localizador.  Arrugo la tira de papel, la arrugo y meto en un bolsillo, mientras  juego con el disco de luces. Son las 12 pasadas y  hay muchas mesas desocupadas.  Me siento a esperar que el disco vibre.  Trato de ponerle atención a las conversaciones a mi alrededor, pero la cacofonía del lugar: mensajes indescifrables que salen de  parlantes, ruido de cubiertos, voces, música, bebes llorando, risas, etc. no me lo permiten. En una de las mesas más cercanas, un papá se empeña en explicarle a sus hijos, que lucen totalmente distraídos, el diseño del techo del centro comercial.  Los entiendo, a pesar de su entusiasmo, es un tema muy aburridor. 

La vibración del disco frena mi tren de pensamiento.  Me paro de la mesa y mentalmente le echo la madre a esa persona, imaginaria, que me la va a quitar mientras voy por el pedido.  Camino rápido pero nada pasa.  Recupero la mesa.  Por eso la persona que se ganó mi insulto era imaginaria. Si era hombre se llamaba Carlos y si era mujer Carlota.  Tal vez algún día escriba algo sobre ellos. 

Al rato después de sentarme,  todas las mesas se ocupan rápidamente. Termino mi hamburguesa y me tomo la gaseosa lentamente, para que nadie se moleste en pedirme la mesa.  Una mujer  revolotea a mi alrededor y finalmente me pregunta que si se puede sentar  conmigo, dado que estoy solo y ella también lo esta, asegura.  Tal vez se llama Carlota, pero no le pregunto nada.  Al inicio de nuestro escueto intercambio de palabras, le sonrió por mera cordialidad  y luego me sumerjo en mi celular.  

En los minutos siguientes comienzo a sentir rabia contra ella.  Finalmente decido irme, me despido y le deseo un buen día (soberbio hipócrita).   ¿Cómo es posible que no me haya ofrecido ni una mísera papa?

viernes, 7 de octubre de 2016

La última voluntad

La abuela de Carolina murió hace un año.  Hace poco me contó que fue un episodio muy fuerte para ella y toda su familia. El tiempo que duro en la clinica, sufrió 5 infartos antes de fallecer

Un viernes, el hermano de Carolina estaba de cumpleaños y ellos la estaban acompañando en la habitación.  A la hora del almuerzo Carolina dijo que iba a salir a comprar el almuerzo para llevarlo a la habitación y no dejarla sola.

Su abuela le dijo que bueno, pero que tomara plata suya para comprarlo.  Carolina le dijo No, tranquila, que ella lo iba a gastar. Su abuela la miro fijamente y en un tono serio pero también cargado de ternura le dijo: "¡ No Carolina!, es mi voluntad".

En ese momento Carolina sintió que con el sencillo acto de comprar el almuerzo para compartir con sus nietos,  su abuela se quería despedir.  A los dos días murió.

Hace poco, en un cuento, leí que las personas en su lecho de muerte, al saber que están en las últimas pueden decidir en que momento soltar la vida.  Es probable que la abuela de Carolina hubiera decidido hacerlo, no sin antes darle un último regalo a su nieto preferido.