martes, 15 de noviembre de 2016

El escritor

Llegó a su casa y prendió el computador. Lo había dejado en modo de suspensión asi que la pantalla se encendió al instante. Pensó en las ganas de inmediatez que tienen los seres humanos para abordar cualquier asunto "Queremos que todo pase ya, en un único instante, que nada tenga estados. El afán nos va a matar algún día", concluyó para sí mismo.

Su esposa dormía así que no prendió la luz del techo, esa que tanto odiaba cuando el era quien se encontraba en la cama, sino la lámpara del escritorio, un regalo de  Camila, una vieja amiga, a quien creyó su alma gemela hasta que ella misma le presentó a Catalina, su esposa, quien sabe si para quitárselo de encima.

Catalina ya rondaba los 35 y estaba desesperada por casarse.  Salieron un par de meses, e igual de fácil a que 2 más 2 suman 4, se comprometieron, pues  "¿qué había que perder?" le preguntaban sus amigos.  La presión social termino por doblarlo y le propuso matrimonio.

Escucha una moto que pasa a gran velocidad por la calle.  Imagina que el hombre que la maneja va sin casco y cómo el viento le golpea en la cara.  Decide que es un gigolo supremamente atractivo y lo envidia, pues está casi seguro que va hacia la casa de una de sus clientas.

Frena en seco todos su pensamientos y escribe otras líneas de su novela:

"Juro por Dios que nunca sospeché de nadie más que Ambrosio Luna Riveiro.  Quiero que quede claro que siempre me desarmo con su despilfarro de ingenuidad"  

Dice Juliana, su personaje principal basado en Catalina.  Él juega con la idea de ser Ambrosio, pues este quiere eliminarla.  No tiene claro como implementar esa muerte en su novela. Ve un homicidio como una salida fácil y quiere, no sabría decir por qué, que su novela sea compleja.

"Qué es una novela compleja?" se pregunta ahora

Se supone que la noche, con el silencio como complice, es uno de los mejores momentos para escribir, pero ahora unos perros no paran de ladrar en un garaje cercano y la alarma de un carro se disparó. Ambos incidentes parecen estar ligados, seguramente la alarma se activó, lo que hizo que los perros comenzaran a ladrar.  

En medio de lo complicada así debería ser la trama de su novela, cristalina, redonda y limpia, casi obvia. Un evento de acción y reacción como el de la alarma y los perros.  

Ahora tiene sueño y muchas dudas sobre su novela.  Tal vez mañana escriba uno de esos tontos artículos de cómo hacerlo: "7 cosas que debes hacer cuando dudes de tú novela" o algo por el estilo. 

Apaga la luz y el computador y siente ganas de asomarse a la ventana para fumarse un cigarrillo, pero recuerda que leyó una escena similar en una novela y la tildó de cliché.  Se quita el pantalón, se deja la camisa y se tumba al lado de Catalina que está profundamente dormida y no se mueve.  Fantasea con la idea de que esté muerta. 

lunes, 14 de noviembre de 2016

Quieto

A eso de las 7 de la noche caí en cuenta que hoy era Lunes. En varios momentos del día pensé que era domingo. Dado que en este blog intento escribir de lunes a viernes, me pregunté "¿sobre qué voy a escribir hoy?" inquietud que no me había planteado por aquello de creer estar ubicado, espacio-temporalmente, en otro día.

A esa pregunta le siguió otra, que me planteé con pereza "¿Voy a escribir hoy?" Para no perder el impulso, si es que había alguno, prendí el computador; perdí algo de tiempo revisando el correo, redes sociales, una que otra página que se me atravesó, hasta que por fin ingresé a Almojábana con Tinto.

Me quede quieto y mire la pantalla por varios minutos.  Repasé varias ideas pero ninguna me llamó la atención. 

Una vez en una sesión de un taller de creación literaria participé y dije que  un dia perdido para mi era aquel en el que no escribiera o leyera algo.  Fue un comentario algo fantoche al que el escritor que dictaba el taller respondió: "¡Uy! entonces yo he perdido muchos días de mi vida".

Hoy quería escribir algo, lo que fuera, no por considerar este lunes festivo un desperdicio si no lo hacia, sino sólo porque no quería comenzar la semana sin hacerlo, pero no habría pasado nada si me hubiera quedado quieto, mirando la pantalla, y decidía apagar el computador.

Quedarnos quietos es un concepto completamente subvalorado en la sociedad actual, repleta de eficiencia y productividad.  Siempre tenemos que estar haciendo algo: trabajar, estudiar, emprender, salir, hacer planes, etc. y si no pues algo anda mal con nosotros, que no estamos a la par de la velocidad de este mundo caótico. 

A veces quedarse quieto es la mejor opción, sin importar si es o no una sálida fácil. No hacer nada es liberador y una posible solución a cualquier asunto que nos raye la cabeza; asi que, estimado lector, dese la oportunidad de quedarse quieto.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Ellos y nosotros somos todos

Ese es tal vez uno de nuestros mayores problemas.  Tendemos a clasificar a las personas en grupos: los del SI y los del NO, los que votaron por Trump y los que lo hicieron por Hillary, así hasta llegar a asuntos tan insignificantes como a los que les gusta la Coca Cola o la Pepsi.

El hecho es  que todos somos humanos e independiente de nuestras condiciones sociales, somos la misma vaina, seres a los que el amor y la muerte son temas que constantemente les raya la cabeza, es decir, a la larga compartimos los mismos miedos y ansiedades y, por qué no, también ciertas alegrías.

Apenas creamos los bandos: ellos y nosotros, juzgamos y, claro, como siempre, nosotros somos los que tenemos la razón y ellos, pues es mejor que se unan a nuestra causa o si no que  se callen y se jodan en su ignorancia. 

Otra vez el jodido punto de vista que comprime nuestras mentes, mientras lo que deberíamos buscar es la creación de narrativas incluyentes y no lo contrario; narrativas que levanten nuestro espíritu y que nos hagan sentir parte de un todo que quizá nunca llegaremos a comprender del todo. 

La meta es eliminar las palabras "Ellos", "Nosotros", para utilizar "Todos".

jueves, 10 de noviembre de 2016

Hablar con extraños

Voy por la calle y quiero hacerle una pequeña entrevista a alguien, no importa quien, sin  llegar fastidiarlo, por eso me demoro en seleccionar a la persona indicada. Son las 6 de la tarde y todos camina de afán, cada quién está inmerso en su mundo interno, rumiando sus aciertos, triunfos y/o derrotas del día, el año o toda una vida.  Veo una mujer bajita que va unos pasos delante mio.  La llamo: "Señora, señora".  Cuando estoy a punto de repetir la palabra una vez más ella frena, se voltea y me pone atención.  

Abre sus ojos, de color negro, y me mira con cara de sorpresa.  Le explico en que consiste mi proyecto de escritura y acepta que le haga las preguntas.  Cuando termino y creo que no va a hablar más, comienza a contarme una historia, con varios detalles, sobre su primer amor.  Después de 14 años se reencontró con ese hombre y  luego vivieron durante 6, hasta que se separaron.  Me dice que todavía se quieren mucho pero que ya no se buscan.  Le doy las gracias, me despido y ella también lo hace con una gran sonrisa.

Aunque sea difícil de creer,  las personas, casi siempre, están dispuestas a hablar. Todos llevamos miles de historias encima que nos gustaría compartir, pero nadie se atreve a preguntarnos algo.  Es asombroso cómo una sencilla pregunta permite que las personas hablen de forma sincera.

Tal vez, hablar con extraños es algo que nos hace falta; contarle a completos desconocidos sobre esos asuntos que nos taladran día y noche la cabeza, pero que mantenemos en secreto frente a nuestros amigos o familia.  

Saber que la otra persona no puede sacar ningún tipo de ventaja sobre la información que le suministramos  y que, probablemente, nunca la vamos a volver a ver en la vida, es algo realmente aliviador.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Hermanos Grimm

Uno de los primeros libros que tuve fue uno de historias de los hermanos Grimm. Era de pasta dura y  tenía en la portada, al fondo, un dibujo de una casa de campo en medio de un bosque y un personaje en un plano cercano.

Desde que me lo regalaron me cautivó mucho, porque a diferencia de los otros libros que tenía, su interior estaba repleto de letras y no tenía dibujos. 

Recuerdo que nunca lo leí con mucho orden, es decir, ojeaba un par de páginas y luego me distraía con cualquier cosa, con las carreras que hacía con todos mis carritos de juguete, por ejemplo, una de mis actividades favoritas en ese entonces.

En esa época pasaba mucho tiempo sólo con mi mamá. Mi papá trabajaba en otra ciudad y mis hermanos estaban en el colegio. En las mañanas, cuando me aburría de jugar en mi cuarto, me aparecía en la cocina, casi siempre con una hoja en blanco, me sentaba en la mesa y le pedía ideas a mi mamá sobre qué dibujar, "¿mamá qué dibujo?"

Un día decidí cambiar esa rutina y lo que llevé fue el libro de los hermanos Grimm. Le pedí a mi madre que me dijera un número, abrí el libro en esa página y comencé a leer sin importar si el cuento  en el que caía iniciaba, iba por la mitad o estaba a punto de acabar. 

No sé por qué, pero de cierta manera me gustaba la aleatoreidad y el permitirme un poco de desorden en la lectura. Tal vez algo levemente similar a lo que pensó Cortázar al escribir Rayuela: "un largo camino de negación de la realidad cotidiana y de admisión de otras posibles realidades, de otras posibles aperturas."

martes, 8 de noviembre de 2016

Personaje

Es la 1 de la mañana. Leo.  Leer a esa hora es agradable porque el ambiente está casi en completo silencio y logró concentrarme mejor en la lectura. Un perro ladra en un parquedaero del edificio de enfrente.

Vuelvo a la lectura, algo le ocurre a uno de los personajes principales.  No me lo esperaba.  A lo largo de la novela me relacioné de cierta manera con él,  celebré sus aciertos, apoyé sus causas y forma de actuar.  

Sé que solo es un personaje que hace parte de un mundo de ficción, pero el giro de la historia me afecta un poco, no al punto de hacerme llorar  o que me obligue a mecerme de atrás hacia adelante como un loco, pero si hace que me plantee muchas preguntas; me invita a mirar el mundo desde un punto de vista diferente.

Vuelvo a leer la página, esperando encontrarme con otras letras, otros párrafos que cuenten algo diferente, pero no, confirmo lo que ha pasado en la historia.  "¿Y ahora qué?" me pregunto.  Es tarde,  o más bien muy temprano,  y decido dejar  el 20 % restante del libro para más tarde.

Si  la muerte de un personaje de ficción logra generar ciertas emociones en un lector, resulta difícil comprender cuanto le cuesta al  autor matarlo.  El escritor de la novela que leí, duro 10 años escribiéndola, tiempo en el cual, imagino, ni un solo día dejó de pensar en su obra y los elementos que la componen. 

Los personajes se convirtieron, más allá de su creación, en "amigos invisibles" que entiende a la perfección, pues conoce todos sus rasgos de personalidad y cómo reaccionan ante diferentes situaciones.  

lunes, 7 de noviembre de 2016

Mecánica

En segundo semestre, los viernes, de 4 a 6, tenía laboratorio de física mecánica en el que hacíamos diferentes experimentos.  Recuerdo, fácilmente, un carril de aire sobre el que deslizábamos una serie de objetos de diferentes materiales, imagino que para hacer cálculos de fricción, la verdad ya no recuerdo bien,  fue poca la atención que puse en esas clases.

A esa hora, yo y los integrantes de mi grupo sólo teníamos una cosa en mente: tomarnos unas cervecitas en un lugar al que, después de un tiempo, denominamos The Place. El sitio quedaba en  una casa y ocupaba el segundo piso; en  el primero ponían vallenato. 

Nos hicimos asiduos clientes del bar, desde una vez que, ya con varias  cervezas en la cabeza, de repente sonó Carrie y, mediante un acuerdo en silencio, casi telepático, decidimos gritar a todo pulmón el coro de la canción, para luego estallar en la típica risa de persona prendida.

Era un tema que no podía faltar en nuestras tardes de Viernes; tardes sencillas, poco pretenciosas y muy divertidas.  La vida en ese entonces parecía mecánica, automática, sin rasgos de caos o preocupación.

Luego de nuestras tanda de cervezas, cuando nos sentíamos lo suficientemente prendidos, salíamos a comer empanadas con mucho ají, dizque para que nos bajara la prenda.  

El plan, creo, murió ese semestre; en los siguientes nuestras clases no coincidieron y luego, como ha de ser, la mecánica de vida de cada uno cambió.