martes, 24 de enero de 2017

Festival de bandas

Una vez con un grupo de amigos en la universidad, organicé un Festival de bandas. En un principio la idea era hacer un desconectado pero, si no estoy mal, cuando comenzamos las audiciones sólo  un grupo se presentó bajo ese formato, por lo que decidimos cambiar el enfoque del evento y dejar que las bandas tocaran como quisieran.

Cuando hicimos el cambio muchas más bandas se inscribieron y comencé a audicionarlas todos los sábados junto a dos músicos, que elaboraron un formato en el que se evaluaba su ensamble (afinque),  afinación,ritmo-tempo, originalidad y  arreglos.  Todo el trabajo fue de ellos pues mi único criterio de calificación, muy sesgado, era considerar si la banda sonaba bueno o no. A veces coincidía con ellos.

Al final clasificaron 5 bandas: Murdock, Un Clavo en la Pared, Los Poetas Ácidos, Zero Izquierdo y Pilatos y la la banda invitada fue The Black Cat Bone.  Con mi único criterio de calificación yo habría descalificado a Murdock, una banda de pop, pero los jurados le dieron un buen puntaje.

El día del festival, la primera banda concursante en subir al escenario fue Un Clavo en la Pared, un duo de guitarra y vocalista femenina, que me parecía muy linda. La idea fue empezar suave para ir calentando el ambiente.  Ya no recuerdo cual fue el orden de las demás bandas, creo que Murdock fue la que siguió; luego continuaron los Poetas Ácidos, un grupo de punk con canciones de letras repletas de significado; luego Zero Izquierdo, una banda de Heavy Metal, y el cierre estuvo a cargo de Pilatos, la banda ganadora, que, a lo largo de su presentación, tocó un cover de Shine  muy acertado.

El festival tuvo muchos contratiempos y en varias ocasiones pensamos cancelarlo; afortunadamente conseguimos  los patrocinios a tiempo y una semana antes del festival, en una mañana muy fría, estaba firmando el contrato  con el dueño de  un estudio de grabación que le iba a regalar la producción de 2 temas a la banda ganadora, sentado sobre una caja de herramientas en un una sala de grabación, una carpeta sobre mis piernas  y un tinto en mi mano derecha.

lunes, 23 de enero de 2017

Maldita actitud

¿Qué nos pasa? ¿Por qué no podemos ser más tolerantes? Hoy mientras esperaba que me dieran un café, el barista llamó a otro cliente para entregarle su pedido. Pregunto varias veces por un tal Yemin. Yo y otro par de personas que estábamos esperando, le indicamos que ninguno de nosotros se llamaba así. De repente un señor, al parecer un extranjero. dijo fuerte y en un tono muy agresivo “Es JEMIN, ¿pero qué es lo que hablan ustedes, acaso no es español?” 

 A mí me dio mucho mal genio y estuve a punto de contestarle algo, pero si discutir no es agradable; mucho menos debe ser hacerlo con un desconocido, así que le regale una de mis mejores miradas de "¿Qué putas le pasa?", reclame mi café y lo deje sólo con su neurosis. 

Ok, entiendo que el señor Jemin pueda ofenderse un poco porque la gente pronuncie mal su nombre, En la universidad había una mujer que se llamaba Michelle Rodnik , y muchos profesores cuando llamaban a lista le decían Michael Rolnik, varias veces corrigió su nombre en voz alta con algo de rabia.

¿Qué le vamos a hacer si en Colombia e Jemin no  es un nombre  común? Si fuera Jaime, de seguro nadie lo llamaría Yaime, Yemin o inserte aquí un nombre de su preferencia que empiece con Y

El punto es ¿por qué casi siempre andamos tan a la defensiva? Creo que todo es cuestión de actitud, de intentar ver que el otro no piensa igual que nosotros, que tiene más o menos conocimiento que nosotros y de exponer nuestro  punto de vista de manera  cordial.

De ahora en adelante a todo Jemin que me encuentre le diré Yemin, para mirar cómo reacciona.

domingo, 22 de enero de 2017

Colecciones

Imagino que todos en algún momento intentamos coleccionar algo.  En mi época de colegio  me dio por coleccionar latas de gaseosas y llaveros.  De las primeras se suponía que debían ser latas extrañas de lo que fuera, qué se yo, una cerveza de Timor del este o una gaseosa de Praga, por ejemplo.  Llegué a tener unas 50 latas que ocuparon, durante mucho tiempo, una repisa en mi cuarto, hasta que un día no le vi sentido alguno a la colección y las boté.

No sé en qué momento me dio por tener una colección de llaveros, pero lentamente comencé a arrumarlos en un cajón, pero nunca utilicé más de uno y por más diseño novedoso que tuvieran algunos, todos cumplían a la perfección su función de cargar las llaves.  Una vez una amiga que visitó Madrid me regalo uno muy bonito; inmediatamente lo cambié por el que tenía y me sentía bien cuando lo sacaba para abrir la puerta de la casa, hasta que un día lo boté en una fiesta, creo que desde ahí le perdi la emoción a esa colección.

Quizá cuando intentamos atesorar objetos de la misma clase y les damos el estatus de colección pierden toda su gracia. Lo mejor son las colecciones inconscientes, como la de los libros o las de música, pues los objetos se adquieren por un deseo mucho más profundo que el simple hecho de tener montones de cosas parecidas solo por querer tener una colección de algo. 

Una vez en la universidad le pregunte a une mujer que si había coleccionado algo en algún momento de su vida y me respondió que coleccionaba recuerdos.  Recuerdo, valga la redundancia,  que  en esa ocasión, aparte del cliché, me molesto el aire místico en el que intentó envolver la respuesta, además que esa es una colección que todos tenemos por defecto.

sábado, 21 de enero de 2017

Montar a caballo

Dos hombres hablan sobre inversiones y negocios.  Uno de ellos le dice al otro que se acaba de comprar un apartamento  con vista al mar.  Luego comienzan a hablar sobre arriendos de locales en centros comerciales.  

Al parecer son propietarios  de varios locales en diferentes centros comerciales y hablan sobre arriendos y negocios que pueden hacer a futuro con estos.  El primer hombre, el del apartamento con vista al mar, llama por su celular y le dice a la persona con la que habla: "Acá estoy con fulanito el dueño del local X, quiere saber si estás dispuesto a arrendárselo.  "Tranquilo, con él no hay problema en los negocios, yo puedo meter las manos al fuego por él." concluye. 

Cuando cuelga, cambia rápido de tema y le pregunta  a su amigo " ¿Vos crees que puedo vender ese lote que te comenté? yo creo que me pueden dar 1000 millones.

Hablan  acerca de dinero e inversiones, como las personas hablan sobre el clima o fútbol.  En ese incomodo momento, de todas las conversaciones,  en el que se acaba el tema, ambos sacan sus teléfonos y comienzan a teclearlos frenéticamente, quizás en busca de nuevos temas.

El otro hombre, le dice al primero.  "Mira mi colección de carros" y comienza a pasar varias fotos en su celular.  "¿Todavía tienes ese BM?" le pregunta el primero. "Si, pero me compré este otro" y sigue pasando fotos hasta que llega a una que no hace parte de su colección de carros.

"¿Esos son tus hijos? como están de grandes"
"Si, ven te muestro más fotos"

En un momento deja de deslizar el dedo sobre la pantalla del celular, levanta la cara, mira a su amigo con orgullo y le dice "Y el pequeñito ya me monta a caballo", como si la actividad fuera, más bien, uno de los niveles de la pirámide Maslow. 

jueves, 19 de enero de 2017

Olores

Cuando era pequeño, cerca de mi casa estaban construyendo un edificio.  Justo al lado del lugar en donde lo estaban levantando, se encontraba esa típica estructura en madera, de dos pisos, que acompaña a las obras.  Imagino que debe tener un nombre específico pero no tengo idea cual será.

Cuando caminábamos con mi madre por el sector, a veces  pasábamos por debajo de esa estructura de madera y me gustaba mucho el olor que emanaba. No era uno dulce o totalmente agradable, sino más bien tenía algo de viejo y húmedo, sin llegar a ser asqueroso.   Al pasar por debajo de esa estructura  inspiraba fuertemente ese olor que nunca pude  asociar con nada.  La experiencia no duraba más de 10 segundos.

Nunca le conté a mi madre acerca de mi fijación con ese olor, pues pensaba que algo andaba mal conmigo.  No me parecía correcto  que uno andara por ahí oliendo lugares de la calle y mucho menos llegar a sentir gusto con un olor urbano.

A veces me obligo a pasar por debajo de esas construcciones, buscando ese olor que tanto me cautivaba,  pero nunca lo he vuelto a encontrar. 

martes, 17 de enero de 2017

Enfermedad

Vicente Jiménez, siempre se había creído inmortal, que nada le iba a pasar.  Como muchos veía a la muerte con un episodio lejano, una palabra que conocía pero que estaba fuera de su vida o lejos de atravesarse en ella. Tomaba, parrandeaba y comía como si no hubiera un mañana, pero como todo exceso viene con una cuenta de cobro incluida, finalmente le llegó el momento de pagar la suya.

Vicente lleva 3 semanas en la clínica, los médicos le dicen que es una simple recaída y que no tiene nada de que preocuparse, pero algo le dice que no, prefiere pensar que es un pálpito en vez de una  posible manifestación de un  sexto sentido que, de saber que lo tenía, lo haría sentir como un bicho raro.

Su premonición fue acertada. Después de una ronda de exámenes. en la que parece que ningún centimetro de su cuerpo quedó sin un chuzón, los médicos que lo atendían le dijeron que era lo que andaba mal.

La premisa era sencilla o adoptaba un estilo de vida sin tantos excesos  o pronto iba a conocer la muerte.  Al principio Vicente renegó y cuando estuvo completamente solo le dio fuertes golpes a la cama y tiró algunos objetos al suelo.  De todas maneras como entre sus rasgos de personalidad sobresalían la obediencia y el respeto, aceptó todas las indicaciones que le dieron sin chistar palabra.

Hoy, después de varios años, en su lecho de muerte, está convencido del terrible enfoque que le damos a cualquier enfermedad. Desde su recaída, Jiménez decidió mirarla más bien como una invitación, un banderazo para revisar que parte de su vida y relación con los demás y el medio en el que vivía debía recalibrar.  

Su último deseo fue un vaso de shiskey puro, como siempre le gusto tomarlo.

lunes, 16 de enero de 2017

Mirar pal techo

Uno de los inquilinos del edificio en el que vivo, es un hombre que debe tener unos 35 años; hace tiempo decidí llamarlo Rick. En el día e incluso en ocasiones que he llegado en la madrugada, a veces me lo encuentro en las escaleras que dan a la calle. En los días que hace buen clima, Rick se acompaña con una pequeña planta que ubica a su lado  para que le de el sol. 

Siempre lleva puestos unos audífonos grandes y la mayoría de veces fuma un cigarrillo; también teclea su teléfono inteligente frenéticamente y, en ocasiones, lleva el ritmo de lo que sea que escucha con pies y manos. Siempre tiene la mirada perdida en un punto fijo en el horizonte, y no se inmuta con nada de lo que pasa a su alrededor. Existen diferentes maneras de mirar pal techo y, como Rick, cada quien selecciona la que mejor le parezca. 

Mirar pal techo es una expresión que frecuentemente confundimos con “hacer nada.” 

Dedicarnos a actividades o tareas “no productivas” es algo que nos remuerde la conciencia, pues entregarnos deliberadamente al ocio y la contemplación relajada de la vida es fácil, pero en estos tiempos donde glorificamos a la eficiencia, eficacia y productividad (no me pregunten en que se diferencian), es algo que resulta muy difícil y perfeccionar tales conductas está completamente satanizado. 

Así son las cosas, se nos metió en la cabeza que debemos ser productivos a toda costa, al mismo tiempo que es un deber hacerles frente a todas las exigencias del mundo moderno. 

Cada vez que veo a Rick me pregunto ¿A qué se dedicará? Supongo que trabaja desde su casa y que su labor implica la generación de muchas ideas frescas, alejadas de lugares comunes y empalagosos clichés. 

Debo confesar que, en ocasiones, me da envidia verlo tan tranquilo en medio de su acto contemplativo, como si poco o nada le importara lo que pasa en el mundo. 

Tal vez mirar pal techo es precisamente lo que nos hace falta para bajarle la velocidad a todos esos asuntos que aceleran nuestra vida; sentarnos a contemplarla con cualquier ritual similar al del Rick, o algún otro que nos permita rumiar, bien despacio, nuestros pensamientos.