sábado, 3 de junio de 2017

Kamikaze

Pedro Contreras estaba harto de su vida, su rutina,que su vida se hubiera convertido en una rutina o su vida rutinaria, ustedes entienden, esa existencia exacta, conocida, sin contratiempos: Levantarse, desayunar, correr al trabajo, trabajar o hacer creer a los demás que se trabaja, devolverse a la casa, sacar a hacer las necesidades al perro, comer, beber una copa de vino, evaluar la posibilidad de hacerle el amor a su mujer, y resetear el día con el acto de dormir.

Lo tenía todo, "¿qué es todo?" se pregunta, pues el todo que había conseguido en combo con la rutina: Casa, carro, trabajo con un puesto "importante", esposa, hijos, viajes, lujos, etc. Sentía que su vida era como una imagen que se reproduce infinitamente, como cuando se  pone un espejo en frente de otro.

Pero repetirse todos los días era lo que menos le importaba pues todos lo hacen; lo que realmente le preocupaba era no ver un fin en ese reflejo; no alcanzar a vislumbrar una barrera, algo que le indicara una posible frontera en ese territorio de repetición.

Un día pensó en los kamikazes. esos pílotos suicidas de la segunda guerra mundial, que estrellaban deliberadamente sus aeronaves contra la cubierta de los buques aliados.  De seguro la vida de esos hombres también estaba repleta de rutinas, pero quizás el saber que un día tenían la posibilidad de ponerse punto final, de cierta forma los liberaba de esa cárcel de repetición.

Pedro Contreras ahora vive su vida en modo Kamikaze, echándose, o más bien estrellándose, sin pensar mucho, encima de eventos, relaciones y proyectos, para darle muerte a esa rutina diaria o, por lo menos, herirla. 

jueves, 1 de junio de 2017

Decisiones

Jueves 6:30 de la tarde. Estoy, junto con una pareja a mí lado, en una esquina, a punto de cruzar una calle, por la que fluye una rabiosa corriente de carros. La mujer Lleva pelo negro y un vestido de maternidad verde y largo que acaricia el suelo cada vez que se mueve. Sus manos hacen lo mismo sobre su barriga, mientras conversa con su interlocutor que por la manera en que la cuestiona, tiene más pinta de confidente que de pareja.

Antes de frenar en la esquina, algo, imposible descifrar qué pero podemos aventurarnos a imaginarlo, le había dicho ella a él. El hombre la mira seriamente y con tono de verdad absoluta, le anuncia: “Muchas de las decisiones que tomes ahorita van a cambiar cuando veas a la bebe”

La frase tiene tanto de consejo como de regaño. Hago contacto visual con la mujer y fracaso en mi intento de preguntarle telepáticamente sobre cuáles son algunas de esas muchas decisiones que está a punto de tomar.

Es Una frase extraña porque una decisión se toma y ya, o ¿no es así? Alguien decide viajar a Timor del Este, por ejemplo, toma la decisión y viaja.  Cuando llega a ese remoto lugar, puede renegar sobre la decisión tomada, pero ni modo de cambiarla. Podría ocurrir que uno decida no viajar y entonces nunca llegó a ese lugar, pero la decisión de no viajar es imposible cambiarla por la de viajar una vez el avión despegó. 

Ahora, ¿cambian nuestras decisiones o lo que sea que pensemos con respecto a algún tema de acuerdo al momento del día? Puede que sea posible. Quizás en la mañana nuestre mente esté más fresca y analizamos cada tema con cabeza fría, a diferencia de la tarde, cerca a la hora de salida, momento en el que sólo pensamos en volver a casa, pero también esos análisis deben variar si se hacen al inicio del Lunes, o un Viernes, con un par de horas nos separa del tan anhelado fin de semana.

De pronto a lo que el hombre hacía referencia con su frase, consejo regaño, píldora de sabiduría, era al punto de vista. 

El semáforo se pone en rojo y cruzo la calle. Al rato volteo a mirar a la mujer y su acompañante, pero han desaparecido junto con sus decisiones.

miércoles, 31 de mayo de 2017

Se le fue la paloma

Su día de trabajo transcurre lento pero si contratiempo alguno. En un momento de esparcimiento mental, aburrido de revisar un tema por más de 40 minutos, decide buscar algo en internet, pero entre el momento en que se le aparece la idea y lo que demora en abrir la nueva ventana del explorador, olvida por completo que era lo que quería buscar con tanta urgencia.

Se siente ligeramente tarado. "¿Como es posible que hace tan solo un momento sabía exactamente qué era lo que quería buscar y ahora su mente es un espacio en blanco?" se pregunta.  Por más de que trata buscar en los rincones de su cabeza, no encuentra rastro alguno de la idea que tuvo, y acude a la frase de cajón para esas ocasiones: "Se me fue la paloma".

Cree que las ideas, todas, tienen algo de palomas, animal que le parece algo estúpido por su manera de caminar y la forma en que mueve la cabeza de atrás hacia adelante o violentamente hacia los lados, como sin tener ni las más mínima idea sobre el lugar en el que aterrizaron  y mucho menos por qué llego a él; sumándole a esto lo entrometidas que son.

"Las ideas, como las palomas, aterrizan en nuestra cabeza y comienzan a picotear mentalmente nuestros pensamientos y/o existencia, y no nos dejan de molestar hasta que les prestamos algo de atención, o logramos ahuyentarlas con algo de voluntad", concluye.

Pero otras veces, fieles a su comportamiento errático, salen volando y quién sabe en que otra cabeza aterrizan.  De esas palomas que se nos escapan, que posiblemente tildamos de estúpida, banal o innecesaria, resulta imposible saber cuantas encuentran nido en otro cerebro que le saca todo el provecho posible, pues toda idea, bien intencionada, es válida.

martes, 30 de mayo de 2017

Retorno sobre la inversión

Camilo estaba desesperado por verla. Desde que Amanda había entrado a trabajar en la compañía, sus fines de semana se le hacían eternos. “Amare” piensa, la raíz latina de ese nombre que entró a habitar en su cabeza desde hace algún tiempo y que significa “para amar” y es que “¿cómo no hacerlo?” se pregunta.


Apenas la ve ese lunes, camino a su cubículo y con una taza de tinto entre sus manos, se queda mirándola hasta que ella, por ese extraño poder que poseen las personas de saber que alguien las observa, se voltea, le sostiene la mirada y luego le sonríe.

“¿Qué me quiso decir con esa sonrisa?” se pregunta Camilo el resto del día, lo que desencadena una seguidilla de preguntas que, tratadas de buena manera, permitirían escribir un libro titulado “El lenguaje corporal y la autosugestión”. “Es muy probable que ya exista con tanto experto que anda suelto por ahí” piensa. Media hora antes de acabar la jornada y en un arrebato de emoción, decide enviarle un mensaje por el sistema de mensajería interna de la empresa.

Ahora con ella al frente, y unos vasos de capuchino en las manos de ambos, el inofensivo plan de “tomar algo”, fue la excusa perfecta para supuestamente hablar sobre un proyecto de trabajo. Camilo está atento a cualquier señal que le dé luz verde para desviar el rumbo de la conversación hacia los agitados mares de las relaciones humanas.

En un momento de su charla Amanda se toca el pelo. Camilo no recuerda dónde leyó que esa es una señal inequívoca de gusto de una mujer hacia su interlocutor. Pasado el gesto duda sobre si lo acaricio, jugo con él, o simplemente lo tocó en un acto reflejo, desprovisto de cualquier tipo de significado.

“¿Y entonces que piensas sobre el ROI de este proyecto?, la verdad me tiene preocupada.”

Camilo responde cualquier cosa para tranquilizarla y darse cierto aire de importancia, mientras hace cálculos de cuanto tiempo, ganas y recursos piensa invertir en su nuevo proyecto sentimental.

lunes, 29 de mayo de 2017

Mentiras

La semana pasada, al momento de comprar un pan Baguette, le pregunté, a quien al parecer era el panadero: un hombre con delantal y gorro blanco , que si el producto estaba  fresco.

"Claro" respondió mientras sonreía.  Su gesto me pareció totalmente confiable, y como estaba de afán no apliqué mi prueba de frescura cuando compro pan: presionarlo, por encima de la bolsa, entre el pulgar y el indice para comprobar que esté blando.

Al día siguiente comprobé que el pan era una piedra, que más o menos logre mejorar con una vieja técnica, que no recuerdo donde aprendí, en la que se le echa agua por encima y se calienta un poco en el microondas.

 ¿Por qué me mintió ese hombre? Quizás era el carnicero y simplemente lo confundí; igual no es un asunto de vida o muerte, pero creo que todos somos capaces de mentir con esa facilidad sobre cualquier tema, independiente de la gravedad del asunto.

Lo complicado es que empezamos mintiendo estupideces; cada una le da fuerza a la siguiente y  relaja nuestra actitud, hasta que vemos como una de nuestras mentiras, como avalancha, quién sabe a cuantos hunde y/o arrastra, mientras nosotros hacemos equilibrio en la orilla.

sábado, 27 de mayo de 2017

Las reminiscencias

Escribo esto en la madrugada. Se siente tarde, pero es temprano. Siempre he creído que es un momento del día que tiene sus ventajas. Es agradable, por ejemplo, solo escuchar, aparte del ventilador del portátil, que trabaja incansable, el ruido de unos cuantos carros que transitan por las solitarias calles de la ciudad.

Ayer, que pareciese que fuera hoy por aquello de la madrugada estimado lector, tocó las puertas de mi cabeza el plural de la palabra reminiscencia. Es una palabra bonita, sonora. Por ejemplo compárela con “tabla”, si existiera tal cosa como un concurso de belleza para las palabras, reminiscencia sería una fuerte candidata. 

Le decía entonces que se presentó ante mi como “Reminiscencias”, y consideré apropiado anteponerle “las”, para terminar de redondear su elegancia. Suponiendo que logré el cometido, me aventuro, en este instante, a buscar qué es esa otra palabra y lo que me encuentro es lo siguiente: "cuando es antepuesta a un sustantivo o a un sintagma nominal, forma una expresión definida de referente consabido”. 

Leo eso varias veces y no tengo puñetera idea de qué es un sintagma nominal. Tomo la vía fácil y dictamino que los de la RAE a veces se la fuman verde, pero los envidio un poco; como me gustaría entender todos esos vericuetos del idioma materno, en fin, sigamos con las reminiscencias.

Llegó a mí esa palabra que curiosamente tiene como definición: “Recuerdo vago e impreciso”. Pienso entonces, que se me presentó en todo su esplendor, tanto como palabra, como significado; plena podría decirse.

En ese momento, pensé que me gustaría escribir una novela con ese título, “Las reminiscencias” que seguro existe en algún lugar de mi cerebro, pero no todavía no se ha gestado de la manera correcta, para engendrar una historia. Está por ahí incubándose de manera positiva dentro de mi organismo.

Escribirla sería desgastante porque su trama, de inicio a fin, no podría traicionar el carácter lírico de su título, que evoca poesía. Quizá en el punto de partida, la exposición, podríamos tener como personaje principal a un escritor, al que de repente se le comienzan a aparecer palabras que demandan su atención, qué se yo, digamos que son cinco las palabras que, en forma de reminiscencias, le llegan a diario a su cabeza. Pero son palabras distantes que, al parecer, no tienen nada que ver una con la otra. Su trabajo entonces consistirá en comenzar a conectarlas y darles sentido. 

Así trascurren un par de años, hasta que llega un día en que al escritor no se le aparecen más palabras de esa manera tan peculiar, lo cual no es otro indicio de que debe empezar con la edición de lo que lleva escrito de “Las Reminiscencias”, su obra prima,lo que le lleva otro buen tiempo.

jueves, 25 de mayo de 2017

Pan de $100

Dejó su casa antes de cumplir 10  años, cansado de las golpizas de su padre, un borrachín consumado; sus opciones eran matarlo o largarse.

Cinco años después de abandonar su hogar luce irreconocible. Su pelo parece una maraña de alambres enredados y casi siempre lleva una mirada triste, acompañada por las típicas manchas de suciedad de las personas que habitan en la calle.

Hace rato lo dejaron de llamar Camilo; ahora todos lo conocen como “Pan de $100”, desde la vez que asaltó una panadería y mientras el resto del grupo intentaba abrir la caja registradora, el llenaba de pan una bolsa tras otra.  ¿Para qué carajos querían el dinero con esa hambre infinita que todos llevaban? pensó en esa ocasión.

Hoy despertó con un  hambre similar y mucha rabia. ¿Por qué le tocó vivir semejante vida tan perra? Se pregunta. Quiere comprar algo de comida pero revisa sus bolsillos y están completamente vacíos. Un amigo con el que comparte un cambuche de cartones, periódicos y cobijas llenas de pulgas,  le ofrece un porro, pero Pan de $100 lo rechaza; sabe que fumar  marihuana sólo aumentaría su apetito.

Un bus frena para recoger unos pasajeros y Pan de $100 corre a encaramarse por la puerta de atrás. El bus lleva muy pocas personas, pero de igual forma pide disculpas por las molestias que pueda estar causando y luego anuncia que va a cantar una canción, una ranchera, y se llena de aire los pulmones, mientras saca pecho.

Comienza a gritar sin ningún tipo de afinación, y como sólo se sabe el coro y una estrofa. que repite dos veces, su acto acabo pronto. termina la canción en la parte de atrás del bus y se devuelve hasta el puesto del conductor para comenzar a recolectar el dinero.  Estira su mano derecha a lado y lado, mientras pasa filas, pero ninguno de los pasajeros, igual de fríos que la mañana, le da algo.

“Cabrones” piensa. Llega a la parte de atrás del bus, timbra de mala gana y cuando se abre la puerta, con el pie que se abalanzó hacia adelante que está  a punto de tocar el andén y el otro, que abandona el escalón del bus, grita fuerte y claro:

“Por eso es que hay que robarlos hijueputas”.