Antes de visitar una librería entro a un Juan Valdez a tomar algo. Compro un capuchino, una porción de torta y cuando voy a dejar la barra, me aseguro de tener bien agarrado mi pedido.
El lugar está repleto, pero logró ocupar la última mesa que está libre. Al frente, a un par de mesas, una mujer de pelo negro largo, gafas de marco grueso y una nariz respingada de campeonato, teclea en su portatil con furia. Me parece bellísima, pero dejo de mirarla para no pasar por freaky, y porque debo descargar mis cosas sobre la mesa.
Pongo el vaso y la mochila, pero no sé qué movimiento hago y el primero comienza a temblar. Todavía tengo el plato de la torta en una mano y cuando lo voy a dejar sobre la mesa, veo cómo el vaso se ladea por completo y comienza a caer.
Todo pasa en cuestión de segundos, pero yo lo veo en cámara lenta. La tapita va a proteger la bebida y solo se va a regar un poco, pienso, pero Murphy hace presencia y cuando el vaso toca el piso, la tapa vuela por los aires y se riega sobre el piso hasta la última gota de capuchino. Todo ese espectáculo decadente seguro evita que la mujer atractiva que les mencioné, se convierta en la madre de mis hijos.
Levantó la cara como si nada y me dirijo de nuevo a la barra para contarles el desastre que acabo de hacer. Muero por probar una gota de café, así que vuelvo a hacer la fila para comprar otro, y cuando es mi turno, la cajera me mira extrañada. Solo atino a decir: “boté todo mi café”. Cuando estoy listo para ordenar otro, la barista que me había preparado el anterior se acerca a nosotros y dice: “tranquilo, no tienes que pagar nada, ya te estoy preparando de nuevo tu bebida”.
Como decía un amigo de la familia: Media pal bobo.
viernes, 15 de diciembre de 2023
jueves, 14 de diciembre de 2023
El artista
Varios de mis recuerdos están atrapados en una bruma mental y cada me cuesta más recuperarlos, pero por alguna razón, aquellos relacionados con la pintura siguen frescos.
Todo comenzó cuando era pequeño. Para mi cumpleaños número 4 mi madre me regaló una libreta de hojas blancas y un set de crayolas. Desde ese momento los colores me hipnotizaron, especialmente el naranja y el púrpura.
Comencé a dibujar cualquier cosa que imaginara o que tuviera enfrente de mis narices: pájaros, perros, a mi madre cocinando, lo que fuera. Recuerdo que trataba de comunicarme mentalmente con los animales que retrataba, diciéndoles que no se movieran; obviamente fracasaba. A veces le decía a mamá que se quedara congelada, mientras fregaba el piso, y ella respondía que mejor me fuera a jugar afuera. Así, frustrado de no poder dibujar personas y animales en movimiento, comencé a dibujar objetos.
En la adolescencia descubrí el carboncillo, y lo disfruté hasta que conocí los óleos y lienzos. En ese entonces la felicidad consistía en mirar uno en blanco, mientras deslizaba los dedos por su superficie, hasta que se me ocurría qué pintar.
Muchas personas se preguntaban cómo alguien podía permanecer tantas horas encerrado en cuarto, sin más compañía que sus óleos y lienzos. Yo respondía que pintar era como hablar con Dios, pero se burlaban y me tildaban de loco.
Yo no les ponía atención, porque lo que hacía me parecía algo normal o, mejor, que me hacía sentir a gusto conmigo mismo y con la vida, pero era claro que mi familia estaba preocupada por mi salud mental.
Yo solo pintaba y pintaba, no había más vida que esa en ese entonces. Me parecía extraño que las personas se complicaran tanto con la vida, y que nunca se sintieran satisfechas con nada. Parecía como si la vida les debiera algo y que no pudieran reírse de los reveses que habían recibido por parte de ella.
Trataba de reflejar eso en mis pinturas, pero nadie me entendía, para ello solo eran los trazos de un loco. Después de unos años me aislé por completo y opté por no hablar más. Así llegué al manicomio.
Lo bueno era que siempre tenía un lienzo para pintar. los enfermeros del lugar siempre pensaron que pintaba bajo el efecto de las pastillas que me daban, pero siempre las escondí debajo de la lengua y nunca las tragué. En estos días, cuando estoy a punto de cumplir 90 años, creo que los locos son ellos. También he pensado sobre si en verdad Dios existe o no. De ser real, debe estar riéndose como loco de eso que nos dio y que nosotros llamamos vida.
Todo comenzó cuando era pequeño. Para mi cumpleaños número 4 mi madre me regaló una libreta de hojas blancas y un set de crayolas. Desde ese momento los colores me hipnotizaron, especialmente el naranja y el púrpura.
Comencé a dibujar cualquier cosa que imaginara o que tuviera enfrente de mis narices: pájaros, perros, a mi madre cocinando, lo que fuera. Recuerdo que trataba de comunicarme mentalmente con los animales que retrataba, diciéndoles que no se movieran; obviamente fracasaba. A veces le decía a mamá que se quedara congelada, mientras fregaba el piso, y ella respondía que mejor me fuera a jugar afuera. Así, frustrado de no poder dibujar personas y animales en movimiento, comencé a dibujar objetos.
En la adolescencia descubrí el carboncillo, y lo disfruté hasta que conocí los óleos y lienzos. En ese entonces la felicidad consistía en mirar uno en blanco, mientras deslizaba los dedos por su superficie, hasta que se me ocurría qué pintar.
Muchas personas se preguntaban cómo alguien podía permanecer tantas horas encerrado en cuarto, sin más compañía que sus óleos y lienzos. Yo respondía que pintar era como hablar con Dios, pero se burlaban y me tildaban de loco.
Yo no les ponía atención, porque lo que hacía me parecía algo normal o, mejor, que me hacía sentir a gusto conmigo mismo y con la vida, pero era claro que mi familia estaba preocupada por mi salud mental.
Yo solo pintaba y pintaba, no había más vida que esa en ese entonces. Me parecía extraño que las personas se complicaran tanto con la vida, y que nunca se sintieran satisfechas con nada. Parecía como si la vida les debiera algo y que no pudieran reírse de los reveses que habían recibido por parte de ella.
Trataba de reflejar eso en mis pinturas, pero nadie me entendía, para ello solo eran los trazos de un loco. Después de unos años me aislé por completo y opté por no hablar más. Así llegué al manicomio.
Lo bueno era que siempre tenía un lienzo para pintar. los enfermeros del lugar siempre pensaron que pintaba bajo el efecto de las pastillas que me daban, pero siempre las escondí debajo de la lengua y nunca las tragué. En estos días, cuando estoy a punto de cumplir 90 años, creo que los locos son ellos. También he pensado sobre si en verdad Dios existe o no. De ser real, debe estar riéndose como loco de eso que nos dio y que nosotros llamamos vida.
miércoles, 13 de diciembre de 2023
En la mañana
Ahí estás, parado en medio de la cocina sin saber bien qué haces ahí. Afuera la mañana aún es noche y la cubre el silencio. Sientes como si hubieras aparecido de un momento a otro en ese lugar, como si alguien, un ser supremo digamos, te hubiera puesto ahí, pero no sabes bien qué papel es el que debes interpretar.
El suave silbido de la cafetera italiana te avisa que el café está listo. Miras hacia abajo y ves que todavía llevas la piyama puesta . Ya entiendes un poco, solo un poco, tu papel: hace unos minutos te pusiste de pie, después de una noche de poco sueño, y te alistas para ir al trabajo. ¿Cuál? No lo tienes claro, pero esperas que el curso de los eventos te vaya dando las pistas necesarias para encajar en el mundo, y así poder pasar desapercibido.
Das unos pasos hasta el mueble de la cocina sacas tu pocillo preferido, el azul con la oreja desgastada y sirves el café en él. Cuando te sientas, aspiras el vaho de la bebida y el primer sorbo hace que una calidez reconfortante te envuelva. Sientes que los objetos que antes te parecían bultos y sombras, ahora se hacen claros y tangibles. La cafeína te ancla en la solidez de tu entorno.
En ese momento decides encender el radio de cocina. Para tu asombro, la canción que suena es Brain Damage de Pink Floyd, preciso en esa parte que dice: “Hay alguien en mi cabeza, pero no soy yo”. Las palabras resuenan en tu interior y amplifican tu sensación de malestar.
¿Qué mierdas pasa?, te preguntas , al tiempo que intentas comprender esas extrañas señales, si es que existen. Apagas el radio porque no quieres que esas ese puñado de coincidencias arrasen con la poca sensación de normalidad que habías logrado ganar.
De todas formas no sabes si esa supuesta sensación de solidez que se te reveló hace poco es un presagio positivo o si es mejor seguir desconfiando de la realidad, pues siempre has pensando que mantener una dosis de desconfianza hacia ella es una forma prudente de llevar la vida.
“¡Agua!” exclamas en voz alta. Crees que un duchazo con agua fría va a restablecer tu sensación de adulto funcional y se va a llevar por el sifón los restos de incertidumbre.
Dejas el pocillo en el lavaplatos y te diriges a la ducha tarareando una estrofa de la canción que acabas de escuchar.
El suave silbido de la cafetera italiana te avisa que el café está listo. Miras hacia abajo y ves que todavía llevas la piyama puesta . Ya entiendes un poco, solo un poco, tu papel: hace unos minutos te pusiste de pie, después de una noche de poco sueño, y te alistas para ir al trabajo. ¿Cuál? No lo tienes claro, pero esperas que el curso de los eventos te vaya dando las pistas necesarias para encajar en el mundo, y así poder pasar desapercibido.
Das unos pasos hasta el mueble de la cocina sacas tu pocillo preferido, el azul con la oreja desgastada y sirves el café en él. Cuando te sientas, aspiras el vaho de la bebida y el primer sorbo hace que una calidez reconfortante te envuelva. Sientes que los objetos que antes te parecían bultos y sombras, ahora se hacen claros y tangibles. La cafeína te ancla en la solidez de tu entorno.
En ese momento decides encender el radio de cocina. Para tu asombro, la canción que suena es Brain Damage de Pink Floyd, preciso en esa parte que dice: “Hay alguien en mi cabeza, pero no soy yo”. Las palabras resuenan en tu interior y amplifican tu sensación de malestar.
¿Qué mierdas pasa?, te preguntas , al tiempo que intentas comprender esas extrañas señales, si es que existen. Apagas el radio porque no quieres que esas ese puñado de coincidencias arrasen con la poca sensación de normalidad que habías logrado ganar.
De todas formas no sabes si esa supuesta sensación de solidez que se te reveló hace poco es un presagio positivo o si es mejor seguir desconfiando de la realidad, pues siempre has pensando que mantener una dosis de desconfianza hacia ella es una forma prudente de llevar la vida.
“¡Agua!” exclamas en voz alta. Crees que un duchazo con agua fría va a restablecer tu sensación de adulto funcional y se va a llevar por el sifón los restos de incertidumbre.
Dejas el pocillo en el lavaplatos y te diriges a la ducha tarareando una estrofa de la canción que acabas de escuchar.
The lunatic is in my head
The lunatic is in my head
You raise the blade, you make the change.
martes, 12 de diciembre de 2023
Una voz en la cabeza
Ese miércoles Carlos miraba distraído por la ventana. “La ciudad está triste”, pensó. Era una fría mañana de Abril y el cielo con estaba abarrotado de nubes negras, que parecían a punto de explotar. Una lluvia ligera pero constante cubría a la ciudad, y la ventana estaba cubierta de miles de gotas. Le presto atención a una. Le asombraba ver cómo se deslizaba por la ventana como escogiendo su propio camino.
En cierto punto, la gota se detuvo un instante, como pensando si debía torcer hacia la derecha o izquierda, hasta que la gravedad decidió su camino y siguió escurriendo por el vidrio.
La reunión se llevaba a cabo en una sala pequeña. 12 personas estaban empacadas en ella hombro contra hombro. La mayoría parecían perdidas en sus propios pensamientos o dilemas internos, y solo dejaban ese estado distraído si oían mencionar su nombre. Cuando eso ocurría, la persona se acomodaba en la silla, miraba a los otros de forma seria, y para ganar algo de tiempo y pensar qué decir, le daba un sorbo a un vaso de agua o miraba sus notas que, probablemente, estaban llenas de garabatos en los bordes.
Cuando Violeta comenzó a hablar, Carlos perdió todo interés en la gota de agua, no solo por escuchar su voz, sino porque ya no sabía si le seguía el rastro a la gota que había seleccionado desde un principio. Volteó su cuerpo hacia ella para apreciarla mejor. Le gustaba su voz, su larga y negra cabellera, sus facciones angulosas, pero delicadas, los hoyuelos que se le formaban cuando sonreía y el pequeño lunar de su mentón, que parecía el punto final de una frase. Para él su voz era música, como una de esas melodías que no te puedes sacar de la cabeza.
“Gracias por contarnos sobre el estado del proyecto señorita Vásquez” dijo Claude cuando Violeta terminó de hablar.
Apenas oyó su voz, el estado de ánimo de Carlos se oscureció como el cielo de esa mañana. Odia a ese idiota porque le ganó el concurso para la posición de Gerente de mercadeo, cuando todos sabían que tenía menos experiencia que él. Los rumores dicen que Claude es un pariente lejano del dueño de la empresa, un millonario francés que nunca ha visitado las oficinas de Bogotá.
“Maldito idiota”, pensó Carlos y una vena en la frente se le brotó. Para calmar su ira, intentó concentrarse de nuevo en las gotas que se deslizaban por la ventana. Al ver que no surtían ningún efecto bebió un sorbo largo de agua y tomo una, dos, tres veces aire, para luego expulsarlolentamente, tal como su terapeuta le había recomendado.
En cierto punto, la gota se detuvo un instante, como pensando si debía torcer hacia la derecha o izquierda, hasta que la gravedad decidió su camino y siguió escurriendo por el vidrio.
La reunión se llevaba a cabo en una sala pequeña. 12 personas estaban empacadas en ella hombro contra hombro. La mayoría parecían perdidas en sus propios pensamientos o dilemas internos, y solo dejaban ese estado distraído si oían mencionar su nombre. Cuando eso ocurría, la persona se acomodaba en la silla, miraba a los otros de forma seria, y para ganar algo de tiempo y pensar qué decir, le daba un sorbo a un vaso de agua o miraba sus notas que, probablemente, estaban llenas de garabatos en los bordes.
Cuando Violeta comenzó a hablar, Carlos perdió todo interés en la gota de agua, no solo por escuchar su voz, sino porque ya no sabía si le seguía el rastro a la gota que había seleccionado desde un principio. Volteó su cuerpo hacia ella para apreciarla mejor. Le gustaba su voz, su larga y negra cabellera, sus facciones angulosas, pero delicadas, los hoyuelos que se le formaban cuando sonreía y el pequeño lunar de su mentón, que parecía el punto final de una frase. Para él su voz era música, como una de esas melodías que no te puedes sacar de la cabeza.
“Gracias por contarnos sobre el estado del proyecto señorita Vásquez” dijo Claude cuando Violeta terminó de hablar.
Apenas oyó su voz, el estado de ánimo de Carlos se oscureció como el cielo de esa mañana. Odia a ese idiota porque le ganó el concurso para la posición de Gerente de mercadeo, cuando todos sabían que tenía menos experiencia que él. Los rumores dicen que Claude es un pariente lejano del dueño de la empresa, un millonario francés que nunca ha visitado las oficinas de Bogotá.
“Maldito idiota”, pensó Carlos y una vena en la frente se le brotó. Para calmar su ira, intentó concentrarse de nuevo en las gotas que se deslizaban por la ventana. Al ver que no surtían ningún efecto bebió un sorbo largo de agua y tomo una, dos, tres veces aire, para luego expulsarlolentamente, tal como su terapeuta le había recomendado.
Tienes que hacerte cargo de ese imbécil, le dijo una voz en su cabeza.
lunes, 11 de diciembre de 2023
Te despiertas
Despiertas después de un sueño pesado, sin saber si en realidad dormiste o si solo cerraste los ojos por un par de segundos. Parece que unos ladridos fueron los que te sacaron de ese estado indescifrable en el que te encontrabas. Es posible que el perro sea un producto de tu imaginación, porque ahora lo único que escuchas son los motores de los carros que pasan por la avenida.
Ahí, mientras miras hacia el techo, sientes que soñaste algo importante, aunque por más que intentas recordar qué, lo único que obtienes son imágenes fragmentadas; una mezcla de sombras y escenas inconclusas.
Te parece que de cierta forma esos fragmentos de sueño han alterado tu percepción de la realidad, y ahora la sientes grumosa.
Te levantas de la cama para quitarte esa sensación y abres las cortinas. Observas los carros en la avenida y crees que van a una velocidad mayor de la permitida. Luego piensas en las personas que van en esos carros, individuos con un día lleno de obligaciones, desesperados por llegar a su destino. Parece que no pueden dedicar ni un minuto del día a contemplar el cielo y entregarse al caprichoso juego de darle forma a las nubes. Sientes una extraña mezcla de envidia y pena por ellos y su frenética existencia.
Ahí, mientras miras hacia el techo, sientes que soñaste algo importante, aunque por más que intentas recordar qué, lo único que obtienes son imágenes fragmentadas; una mezcla de sombras y escenas inconclusas.
Te parece que de cierta forma esos fragmentos de sueño han alterado tu percepción de la realidad, y ahora la sientes grumosa.
Te levantas de la cama para quitarte esa sensación y abres las cortinas. Observas los carros en la avenida y crees que van a una velocidad mayor de la permitida. Luego piensas en las personas que van en esos carros, individuos con un día lleno de obligaciones, desesperados por llegar a su destino. Parece que no pueden dedicar ni un minuto del día a contemplar el cielo y entregarse al caprichoso juego de darle forma a las nubes. Sientes una extraña mezcla de envidia y pena por ellos y su frenética existencia.
Ahora te cautiva la idea de haberte despertado siendo otra persona, como si misteriosamente te hubieras transportado a un mundo paralelo. Piensas en un escenario en el que mantienes tus rasgos físicos, pero eres otra persona. Esto te hace pensar en lo insignificante que eres y te comparas con un grano de arena, una partícula a la deriva en la vasta extensión del universo.
Hace un momento, cuando miraste por la ventana, caíste en cuenta de que la realidad permanecía fija: el árbol que tanto te gusta sigue ahí en el separador, y el edificio de enfrente aún tiene la grieta que atraviesa su fachada.
Hace un momento, cuando miraste por la ventana, caíste en cuenta de que la realidad permanecía fija: el árbol que tanto te gusta sigue ahí en el separador, y el edificio de enfrente aún tiene la grieta que atraviesa su fachada.
A pesar de la consistencia del mundo, sabes que las apariencias son engañosas, y que su solidez no garantiza su fiabilidad. Entiendes la importancia de enredarte con la realidad, pero también reconoces que permanecer todo el tiempo en ella no es saludable.
Vas al baño para echarte un poco de agua en la cara y aliviar tu sensación de extrañeza. Como muchos, crees que el agua tiene efectos calmantes. Por eso hay quienes recomiendan visitar el mar o llorar para encontrar alivio. También piensas que por eso hay personas que de forma instintiva ofrecen un vaso de agua a alguien que está mareado, asustado o se está atorando.
“El agua como remedio universal, que da una noción de curación y renovación”, piensas, y recuerdas la línea de un poema: “Quiero ser como el agua, quiero deslizarme entre los dedos, pero sostener un barco”.
Vas al baño para echarte un poco de agua en la cara y aliviar tu sensación de extrañeza. Como muchos, crees que el agua tiene efectos calmantes. Por eso hay quienes recomiendan visitar el mar o llorar para encontrar alivio. También piensas que por eso hay personas que de forma instintiva ofrecen un vaso de agua a alguien que está mareado, asustado o se está atorando.
“El agua como remedio universal, que da una noción de curación y renovación”, piensas, y recuerdas la línea de un poema: “Quiero ser como el agua, quiero deslizarme entre los dedos, pero sostener un barco”.
miércoles, 6 de diciembre de 2023
El ritual de la torta de zanahoria
El taller de crónica era los sábados a las 8 en el centro cultural Gabriel García Márquez.
Procuraba llegar una hora antes a comprarme un café, una torta de zanahoria y leer hasta la hora de la clase. Siempre hago eso cuando me inscribo a un curso de escritura: inspecciono que café queda cerca, para llegar antes al lugar y leer. Intento sintonizar esos días en solo lectura y escritura.
El taller de crónica me quedaba lejos de casa y por eso a veces no lograba cumplir con mi ritual de lectura pre-clase. Cuando eso pasaba igual compraba el café y la porción de torta y lo entraba al salón. Nada mejor que tomar un cafecito, mientras a uno le hablan de autores, lectura y escritura. Y era aún mejor cuando a Celia, una española, la ponían a leer un texto; su acento era hipnótico.
A veces las porciones de torta traían muchas uvas pasas y yo las hacía a un lado.
Un día el profesor me preguntó que si no me gustaban y si se las podía comer. Le dije que no las aborrecía, pero que tampoco me mataban, y que les diera con confianza.
Desde ese día se estableció un ritual de clase. Yo apartaba las uvas pasas y el escritor tallerista se llevaba el platico al frente y se las echaba a la boca mientras nos hablaba de los misterios para escribir una buena crónica.
Procuraba llegar una hora antes a comprarme un café, una torta de zanahoria y leer hasta la hora de la clase. Siempre hago eso cuando me inscribo a un curso de escritura: inspecciono que café queda cerca, para llegar antes al lugar y leer. Intento sintonizar esos días en solo lectura y escritura.
El taller de crónica me quedaba lejos de casa y por eso a veces no lograba cumplir con mi ritual de lectura pre-clase. Cuando eso pasaba igual compraba el café y la porción de torta y lo entraba al salón. Nada mejor que tomar un cafecito, mientras a uno le hablan de autores, lectura y escritura. Y era aún mejor cuando a Celia, una española, la ponían a leer un texto; su acento era hipnótico.
A veces las porciones de torta traían muchas uvas pasas y yo las hacía a un lado.
Un día el profesor me preguntó que si no me gustaban y si se las podía comer. Le dije que no las aborrecía, pero que tampoco me mataban, y que les diera con confianza.
Desde ese día se estableció un ritual de clase. Yo apartaba las uvas pasas y el escritor tallerista se llevaba el platico al frente y se las echaba a la boca mientras nos hablaba de los misterios para escribir una buena crónica.
martes, 5 de diciembre de 2023
Calor-Frío
Me despierto de un momento a otro. Siento que abro los ojos, como si alguien hubiera apagado el interruptor de mi sueño. No hay rastros de él. Imagino que debe faltar poco para que suene la alarma, así que decido mirar la hora en el celular.
3.40 a.m
¿Pero que mierdas?
Sé que lo mejor sería dar media vuelta arroparme, cerrar los ojos y esperar a que llegue el sueño. Eso hago, pero ya no tengo, el condenado se esfumó. Lo que sí tengo es un calor de los cojones que, posiblemente, es la causa por la que estoy despierto.
Hago a un lado las colcha y me tapo solo con el cubrelecho que es muy delgado, como de mentiras.
Al rato siento una corriente de frío y estornudo. ¿Será más bien esa la causa por la que estoy despierto, un chiflón que se pasea por mi cuarto a sus anchas y largas?
Vuelvo a estornudar. Vida perra, ahora me resfrié o qué?
Voy al baño a sonarme y vuelvo a sentir calor.
De vuelta en la cama pienso que la vida a veces es así, ¿cómo? Ir de un extremo a otro como si nada: calor-frío, sueño-vigilia, alegría-tristeza, vida-muerte.
Siempre estamos a un paso del abismo.
3.40 a.m
¿Pero que mierdas?
Sé que lo mejor sería dar media vuelta arroparme, cerrar los ojos y esperar a que llegue el sueño. Eso hago, pero ya no tengo, el condenado se esfumó. Lo que sí tengo es un calor de los cojones que, posiblemente, es la causa por la que estoy despierto.
Hago a un lado las colcha y me tapo solo con el cubrelecho que es muy delgado, como de mentiras.
Al rato siento una corriente de frío y estornudo. ¿Será más bien esa la causa por la que estoy despierto, un chiflón que se pasea por mi cuarto a sus anchas y largas?
Vuelvo a estornudar. Vida perra, ahora me resfrié o qué?
Voy al baño a sonarme y vuelvo a sentir calor.
De vuelta en la cama pienso que la vida a veces es así, ¿cómo? Ir de un extremo a otro como si nada: calor-frío, sueño-vigilia, alegría-tristeza, vida-muerte.
Siempre estamos a un paso del abismo.
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