jueves, 5 de septiembre de 2024

¿Debería?

Cuando enciendo el computador el reloj marca las 4.30 a.m. Ahora son las 4.31.

Debería estar durmiendo, reuniendo energías para la reunión que tengo a las 9 de la mañana, pero heme aquí, tecleando estas palabras, y no sé que es más intenso, si el frío de la madrugada o el silencio que la envuelve. De no ser por el tic-tac de un reloj, sería absoluto. ¿En qué mueble está ese reloj? No lo recuerdo. De pronto es un ruido que mi cabeza se acaba de inventar a modo de defensa, ¿pero de qué? No lo sé, la mente es muy extraña, muy jodida. Como dice la letra de una canción de Pink Floyd: “There’s someone in my head, but it's not me”, o como dijo Carl Jung: “In each of us there is another whom we do not know."

La vida está repleta de deberías, pero la realidad los desbarata como si nada. ¿Por qué estoy acá, mientras debería tratar de conciliar el sueño? Diría que la razón principal es porque la temporada de dolores de cabeza que experimento, ha destrozado mis ciclos circadianos: Aunque me acueste a altas horas de la noche, me despierto a bajas horas de la mañana.

Si hay alguien con quien repartir la culpa, esa persona debería ser Joan Didion. Ayer comencé a leer Noches Azules, y Didion es una de esas escritoras que hacen que me den ganas de escribir, por lo precisa que es para narrar la vida, entonces uno piensa: debería apostarle a una escritura tan sincera y visceral. Y entre las ideas que van llegando, el comezón de la escritura aparece y no queda otra forma de aliviarlo que tecleando algo, lo que sea.

Ayer, mientras leía a Didion en las altas horas de la noche, pensé en escribir sobre el luto, en el sentido de cuando se deja un lugar que se ha habitado durante mucho tiempo, un hecho que experimento desde el año pasado.

El caso es que este fue el texto que salió. A veces hay que dejar que las cosas ocurran y no oponerse a ellas. Tal vez algún día me anime a escribir sobre el tema del que les hablé en el párrafo anterior, por el momento solo espero llevar a buen puerto este puñadito de palabras.

Ahora son las 5.05 y mi estómago acaba de crujir. Creo que es momento de ir a preparar un tinto, ese primer ritual o debería del día.

jueves, 29 de agosto de 2024

Creo que es importante

Creo que es importante contarles lo que ocurre en este momento.

Son las 4.23 a.m. y desperté sin ninguna causa o motivo aparente. ¿Por qué? No me cuestiono la importancia de tan insignificante hecho, sino la razón de que haya ocurrido.

No tengo claro si abrí los ojos de repente o simplemente desperté. Supongo que ambas formas de irrumpir en la vigilia son diferentes, como también es diferente llorar por picar una cebolla a cuando uno lo hace por una dolencia emocional, y que la primera supera en violencia a la segunda.

El silencio es absoluto, así que resulta imposible que me haya despertado un ruido.

Pienso en mis dolores de cabeza y mi atención se dirige a esa zona del cuerpo, pero nada. No siento ninguna punzada o martilleo en mi cerebro.

De repente siento frío en los brazos y me levanto a ponerme un saco. ¿Por qué el bajón de temperatura? ¿Acaso se debe a un alma en pena que se pasea por mi cuarto en horas de la madrugada?

C, una amiga, cuenta que en su apartamento, en el cuarto de su hija, habita el espíritu de una señora de alrededor de 50 años.

Ella y una medium la contactaron y con la ayuda de un péndulo le preguntaron si podían referirse a ella como Rosa, a lo que el espíritu accedió.

Sea como sea la vida, la madrugada y su silencio, o el mundo espectral que habita Rosa, heme aquí tecleando estas palabras en la aplicación de notas del celular.

Teclear en ese aparatejo es incómodo y preferiría hacerlo en mi portátil, pero no hay chance alguno de que me ponga a desafiar el frío de la madrugada en boxers.

sábado, 24 de agosto de 2024

¿Escribo?

Un ruido me saca de mi sueño y me despierto sin saber muy bien quién soy. El silencio es casi absoluto y caigo en cuenta de qué fue lo que me despertó: La puerta del baño quedó desajustada y una corriente de aire hizo chirriar sus bisagras. Por alguna razón me dan ganas de escribir eso y lo hago en la aplicación de notas del celular.

Por estos días la migraña me ha obligado a tenderme en la cama la mayor parte del día. Así, con un desgano infinito, he visto pasar las horas. Me acompaña en esa noble tarea de hacer nada el hacer scroll down en el celular a modo de acto reflejo, como sin esperar nada a cambio de la vida.

Entonces me encuentro con el perfil de T. En Instagram. La sigo, pero no me sigue y no recuerdo cuando la agregué. T. escribe. Lo hace muy bien. Diría que mejor mucho mejor de lo que lo hago yo.  Soy bueno para eso, es decir, para identificar cuando alguien escribe bien.   ¿Y qué es escribir bien? Imagino que tiene que ver con dejar las entrañas en el papel. Escribir para seguir con vida, evitar enloquecer, y no para recibir aplausos.

Veo que tiene una cuenta en twitter (siempre será twitter, nunca X) y la busco. También la sigo ahí y tampoco me sigue en esa red. Es una de esas personas que me gustaría tener de seguidora, así no intercambiemos ni una palabra en toda la vida; pendejadas que uno piensa.

Busco más artículos de ella. Joder, que bien escribe, cuanta sensibilidad tienen sus textos, cuanta sinceridad. Se nota su cero afán de destacar y solo narrar. Se nota lo mucho que necesita sacar las palabras de su sistema.

Ahí es cuando me pregunto: ¿escribo? Leer a T. Me hace pensar que no, que escritura es lo que ella hace y que mis textos son tan solo un mero acercamiento. Igual no importa, sea lo que sea que haga, escritura o no, lo seguiré haciendo.

sábado, 10 de agosto de 2024

El sentido de la vida

“¿Cuál es el sentido de la vida?”, le preguntan a una mujer, a lo que responde: “Estar tranqui”. Pregunta y respuesta conforman el sintagma: el sentido de la vida es estar tranqui, signifique lo que signifique sintagma.

Sartre decía que la vida no tiene un sentido inherente, sino que cada persona decide qué propósito y significado le da. De ahí que la mujer de la que les hablo haya decidido que el sentido de la vida sea estar tranqui.

En ese orden de ideas, el filósofo también sostenía que no se ha venido a nada especial en esta vida, y que si acaso hay algo claro, es que la naturaleza del hombre, o bien su condena, es ser libre.

Tal vez el escritor Sándor Márai era seguidor de Sartre, pues dice lo siguiente en sus diarios:

Las palabras Dios, piedad, misericordia; todo lo que han dicho los curas y los filósofos es una completa mentira. No existe un «propósito» ni un «sentido». Sólo existen los hechos descarnados. Todo es un asco.

Camus decía que si la vida tiene algún sentido, este tiene que ver con encontrar algo de dignidad y propósito en un mundo absurdo, pero que el hecho de que la vida sea un circo incomprensible, no impide que no la vivamos al máximo, disfrutemos y amemos, es decir que nos entreguemos al placer que, pienso, tiene mucho que ver con estar tranqui.

Puede ser que la postura del escritor francés, coincida con la del narrador de la novela Temblor de Rosa Montero que decía que todo lo que sucede en este mundo es por puro y ciego azar, y que cada uno de nosotros es no es más que una mota de polvo cósmico; un minúsculo accidente dentro del caos universal. A  pesar de ese hecho tan contundente, nos hemos empecinado en buscar el sentido de la vida, entablando un combate a muerte de nuestra voluntad contra el azar.

Si hay algo que está claro es que no tengo idea alguna de cuál es el sentido de la vida, y que cada postura cuenta con buenos argumentos. Sea como sea, estar tranqui me parece una buena respuesta.

miércoles, 31 de julio de 2024

Oler las rosas

Salgo de una reunión a eso de las 3 de la tarde.

Podría decir que me fue bien, así que pienso que me merezco un capuchino. Siempre me merezco uno. Puede que no sea así, pero soy el único que puede decidirlo, así que de malas el universo. De pronto ese es mi destino: tomar capuchino cada vez que pueda hacerlo.

Pienso en lo que me dijo un cliente hace unos días: Ahora me dedico a oler las rosas. Es un dicho gringo (smell the roses), que hace referencia a la importancia de apreciar los pequeños placeres de la vida. En otras palabras, consiste en bajar las revoluciones y disfrutar el momento presente. Puro budismo empaquetado.

Mientras camino distraído, doy un café y decido que es tiempo de oler las rosas. Entro al lugar y pido un capuchino. Lo acompañó con un cheese cake de frutos amarillos. El mesero me dice que trae piña, mango y maracuyá. Confío en no haberme descachado. “Espera a alguien más o es solo usted?”, me pregunta antes de dirigirse a la barra. “Solo yo. Cusumbo solo a la orden”, pienso responderle, pero me quedo callado.

Me siento en un sofá blanco de cuero, como de traqueto, y al poco tiempo el mesero llega con mi orden. El capuchino está a punto de derramarse y el cheesecake se ve bueno. Primero ataco el postre y luego de meterme una cucharada en la boca sonrío, luego le doy un sorbo al capuchino y la mezcla de sabores es casi perfecta.

Saco el libro que había metido en mi mochila antes de salir de casa –Siempre hay que andar con un libro por la vida–, Este o cualquier otro lunes, Una novela corta que estaba a la venta en la biblioteca pública de un pueblito de Cundinamarca.

Comienzo la lectura y la primera escena me atrapa. EL personaje principal habla sobre el inicio de la semana. Cuando va a cruzar una calle oye varias voces gritando. Al rato entiende qué es lo que pasa: un ladrón está intentando escapar. En medio de su carrera alguien le hace zancadilla y después de que cae al piso, la turba enfurecida y, se supone, justiciera, lo comienza moler a golpes y patadas.

En medio del caos, un joven de unos 28 años no participa en la patacera y se aleja de la escena. Ahora le duele haber atravesado la pierna.

Leo otro par de páginas y me gusta porque es una novela urbana, si es que el término existe. Me habría quedado toda la tarde en el lugar, pero acabé el capuchino en tan solo un par de sorbos y ataqué el Cheesecake como un muerto de hambre.

Cuando me dirijo a la caja para pagar, el mesero me dice: “tenemos una biblioteca con libros de todos los géneros. Cuando quiera puede venir, llevarse uno y dejar otro. Le doy las gracias de nuevo y antes de abandonar el lugar reviso el mueble con los libros. Es verdad que hay de todo. Desde Stefan Zweig hasta un libro de Gloria Valencia de Castaño. Del escritor Austriaco solo he leído novela de Ajedrez, pero a cada rato veo que lo mencionan. El libro que tienen de él es Momentos estelares de la humanidad: Catorce miniaturas históricas, lo hojeo un poco y me llama la atención. Pienso que estoy en deuda con ese autor, así que agrego ese título a mi lista de pendientes por leer que crece a una velocidad vertiginosa. También hay varios libros de Isabel Allende, uno de ellos es Amor, lo hojeo y no es una novela sino una recopilación de fragmentos de sus obras.

Cuando no hay más libros que me llamen la atención, abandonó el café. Algún día volveré con un libro para llevarme otro.

Lean, tomen café y huelan las rosas.

lunes, 8 de julio de 2024

Moneda de $50

Hoy, cuando me subí a un taxi y luego de saludar al conductor, de inmediato me puse a mirar por la ventana. Esa, quizá, es una ventaja de pedir taxi por aplicación: si se quiere, no es necesario intercambiar ninguna palabra con el conductor durante todo el trayecto.

Pero qué tipo más huraño dirán algunos. Puede que sí o puede que no. Al final todo son puntos de vista. El caso es que hay días en que uno no quiere entablar conversación con un desconocido, y menos sobre el clima, el tráfico, la política o cualquiera de esos temas comodín.

Ahí estaba yo, metido en mi cabeza y saltando de un pensamiento a otro, cuando bajé la mirada y vi como un rayo de sol se reflejaba en una moneda sobre el tapete. La arrastré con el pie y cuando la pude observar bien, me di cuenta de que era una moneda de 50 pesos.

¿A quién se le habrá caído? igual importa poco, pues ¿que son $50 pesos hoy en día? No lo sé. Recuerdo que hace millones de años, cuando estaba en la universidad el valor del pasaje de un bus ejecutivo era de $650. Imagino que las monedas de $50 sólo sirven para eso, es decir, para completar para un pasaje de bus, o si uno junta  cuatro, puede comprarle una menta helada a un vendedor ambulante, pero no sé, hace mucho no compro esas mentas y quizás ya subieron de precio.

Entonces pensé en recogerla del tapete, ¿Qué tal que la necesite en un futuro?, pensé, pero luego mi yo asquiento se activó e imagine por cuántas manos habría pasado y cuántos pasajeros la habrán pisado, así que mejor la deje donde estaba. De pronto me salve de contagiarme de quién sabe qué virus. Tal vez esquivé ser el paciente cero de uno que va a acabar con la humanidad. El fin del mundo puede estar a la vuelta de la esquina, nunca se sabe eso, nunca se sabe nada con certeza.

O de pronto solo era una prueba del conductor, dejó la moneda ahí a ver qué chichipato la iba a tomar.

jueves, 27 de junio de 2024

. ¿Qué sentido tiene?

Hablo de escribir.

Lo digo porque estoy que me caigo del sueño y mañana debo madrugar. Dado ese escenario debería tumbarme en la cama y mandar al cuerno la escritura, pero no sé. Siento que algo me llama a hacerlo, o simplemente es una mentira romanticona que me estoy creyendo y por eso sigo aquí, mientras mis ojos  se me cierran del cansancio.

¿Qué sentido tiene sentarme a escribir cinco días a la semana en este espacio? No lo sé. Bien lo dijo Marguerite Duras en Escribir: Un escritor es una contradicción y también un sinsentido. Luego concluye: Nunca descubriré por qué se escribe ni cómo no se escribe. Yo le agregaría algo más: Nunca descubriré para qué se escribe. Algunos podrán decir, pues se escribe para publicar libros, ¿acaso no?

George Saunders, el escritor especializado en cuentos, habló en su Newsletter de hoy sobre el éxito y dijo que hay una escala de escritores que se mueven entre dos extremos.  uno de esos extremos es: Realmente no me importa publicar y estoy totalmente interesado en la experiencia de escribir. el otro es: haré cualquier cosa para publicar, de lo contrario, ¿A quién le importa?

No sé. No podría listar bien las ventajas de escribir.

Quizá todo se resumen en algo que también cuenta Duras sobre Raymond Queneau. El escritor y poeta afirmaba lo siguiente, sin darle vueltas al asunto de la escritura o tratar de entenderlo: · “Escribe, no hagas nada más”.