lunes, 17 de octubre de 2016

Planos

La escritura libre, o free writing es  un ejercicio en el que uno se sienta a escribir durante un periodo de tiempo determinado, sin tener en cuenta la redacción, ortografía o tema; bien podría llamársele: escribir a la maldita sea.  Dicen, los que saben sobre el tema, que el material crudo que se produce es valioso y puede ser utilizado a futuro. Esa tal vez, es una de mis restricciones con la escritura, es decir, que suelo tender a una cronología fija de antes y después.  

Escribo sobre free writing, estimado lector, porque me dieron ganas de escribir algo antes de irme a acostar y después de mirar la pantalla por un par de minutos, ese fue el juego de palabras que me llego a la cabeza  ¿de dónde? imposible saberlo.  A veces me gusta pensar que las ideas no se nos ocurren, no somos dueños de ellas, sino que están en un plano o dimensión paralela, una especie de embudo que va filtrando una por una y se la va asignando a cada uno de los mas de 7000 millones de humanos en el planeta, ya sé lo que piensa, una cifra aterradora,  ¿cierto?.

Una vez en una clase,  el escritor Juan Manuel Silva nos contó que a veces se pueden escribir escenas de diferentes segmentos de una novela. Imagine usted entonces que la primera escena que escribe de su historia es el clímax, aquel punto donde se produce un cambio absoluto e irreversible en ella.

Tal vez el dominio de esa técnica se da  cuando los personajes le comienzan a hablar a uno, algo que suena un poco loco, pero que he escuchado un par de veces.  Aquel momento donde parece que la historia no proviene de nosotros sino que ya está contenida en algún lugar; otro plano similar al de las ideas, pero más exclusivo, al que, por una misteriosa razón, algunos, unos con mayor éxito que otros, logran acceder.

Esto del free writing es peligroso.  Ahora se me vienen a la cabeza muchas ideas que guardan algún tipo de relación con lo que he escrito, pero debo dormir, ingresar en ese plano onírico que podría ser la intersección dell plano de las ideas con el de las historias, de ahí los sueños me imagino.   

domingo, 16 de octubre de 2016

Madurar

Marcela tiene 34 años.  La conozco hace bastante y es una amiga lejana, si es que el termino existe. Eso quiere decir que rara vez la veo, casi siempre en reuniones con varios amigos en común.  Aunque su actitud y forma de ver la vida es muy diferente a la mía, es sólo mi percepción, me cae bien.

Está soltera y, atreviéndome a dar un análisis de sus comentarios, de acuerdo a las  pocas conversaciones que hemos sostenido en lo que llevamos de amistad , le importa muy poco lo que el resto de personas piensen sobre ella; una actitud que todos deberíamos adoptar frente a la sociedad y vida, en general.

Cuentan, venenosos rumores, que le dio muy duro el haber terminado su última relación y que eso la dejó desubicada, pero respóndame estimado lector, acompañados o solos ¿quién no lo esta?. Quizás esa es la razón para que se embriague, con regularidad, los fines de semana, algo que me aventuro a decir sin bases sólidas. 

Me enteré que hace un tiempo alguien le dijo a Marcela que madurara; un mandato más bien ambiguo pues es como si le dijeran a uno: "sea feliz" o algo por el estilo.  Mandar a alguien a que madure es complicado, pues nadie a ciencia cierta, sabe qué significa eso o mejor aún cómo hacerlo.  Supongamos que Marcela debe, desde hoy, comenzar a madurar  ¿qué debe hacer?  Lo más lógico, tal vez, es que envejezca, pero pues es un proceso que toma años y tampoco sabemos, con exactitud, a que edad nos podemos dar el título de "maduros".

 ¿Será entonces que Marcela debe sentar cabeza, organizarse o tratar de seguir de cerca alguno de esos conceptos tan clavados en el imaginario colectivo?  La verdad no lo sé.  Más que hacer lo que se le de la gana, Marcela debe apostarle a hacer lo que crea conveniente para su vida.  

Si eso nos molesta, sacude nuestros principios, enerva, desetabiliza, frunce, emputa, etc. son líos mentales nuestros y no de ella, bien lo dijo aquel otro gran escritor que también podría ganarse un nobel en cualquier momento: "Live and let Die".

sábado, 15 de octubre de 2016

Recomendar libros

En el colegio, en primaria, ya no recuerdo en qué grado, teníamos una clase de biblioteca, es decir, nos llevaban a ese lugar y nos dejaban escoger lo que quisiéramos para leer. No creo haber seleccionado una gran novela u obra de literatura en ese entonces, de pronto,  lo único que le hacia falta a tanta libertad literaria era  que alguien nos recomendara qué leer.

Una vez me encontré un libro pequeño, que contaba la historia de un niño que iba al colegio.  No sé por qué pero me engancho mucho, me imagino que como muchas otras veces me sentí identificado con la historia y su protagonista.  Después de terminarlo, lo releí un par de veces.  Otro día, en la misma clase, me di cuenta que Juan Miguel, un compañero, buscaba en los ficheros con ansias;  Le pregunté qué y me dijo que no sabia, que quería leer algo chévere pero no encontraba nada. Le recomendé el libro que me había leído y cuando lo terminó me contó que le había gustado mucho.

A mi, en cambio, me ha ido mal con las recomendaciones de libros que me han hecho.  Una vez, en una librería independiente, esas con ínfulas de no comercial, uno de los libreros me recomendó un libro.  Era una novela histórica sobre una operación de la segunda guerra mundial. No soy fan de ese tipo de literatura, pero él me aseguró que era lo mejor que había leído en el año y que no tenía pierde, así que decidí darle una oportunidad.  Casi no logro terminarlo.

Ese mismo día cuando iba a pagar en la caja, un viejo con un bastón preguntaba si conocían alguna novela con una historia acerca de la guerra de los balcanes.  No pude evitar meter la cucharada en la conversación para recomendarle "El Chelista de Sarajevo".  El señor me contó que quería leer algo relacionado con ese suceso, pues había hecho un viaje a Bosnia con su esposa  el año pasado.  Ojalá le haya gustado mi recomendación.

Recomendar libros, o cualquier cosa, es muy difícil, pues solemos recomendar lo que nos ha gustado, eso que nos impactó, nos marcó por alguna razón especial, y para el caso de los libros tal vez es una tarea sin sentido, pues como dice la frase de Edmund Wilson: "No hay dos personas que hayan leído el mismo libro". A cada quién dependiendo de su experiencia, recuerdos, estado de ánimo, etc. una historia lo afecta completamente diferente que a otra persona.

Tal vez las recomendaciones funcionarían si lográramos ponernos en los zapatos del otro para intentar averiguar que siente, preguntarse  ¿si yo fuera esa persona que me  pide la recomendación, qué tipo de libro es el que busco y por qué?.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Los libros nos llaman

Hoy leí un ensayo de Malcom Gladwell llamado "Maduración tardía", que habla sobre la tendencia que tenemos de creer que  los los genios y sus grandes obras , de cualquier tipo, están ligadas a la precocidad.  Gladwell expone casos de personas que prueban lo contrario, de ahí el título de su ensayo, como el escritor Ben Fountain, que dejó su carrera como abogado para dedicarse de lleno a la escritura y encontró el "éxito" que buscaba después de 18 años de embarcarse en su nueva profesión. 

En una de las intersecciones del ensayo, a medida que toca ideas que al parecer no tienen nada que ver con las que ha mencionado previamente, Gladwell habla sobre  Jonathan Safran Fouer, el escritor de la novela "Todo está iluminado", quien a los 19 años, luego de una visita a un pueblo ucraniano escribe 300 páginas que vendrían a ser el esbozo de esa obra. 

Anoté el nombre de la novela porque me llamo la atención y más tarde, en una reunión, me puse a hablar con un amigo.  Mientras tocábamos un tema y otro sin mucho orden, por alguna razón me contó que su escritor favorito es Paul Auster y que su libro favorito es la trilogía de Nueva York.  

Después de eso nuestra conversación se volcó hacia otros temas hasta que me mencionó la novela de Fouer, lo que me pareció una extraña coincidencia.  A veces los libros nos llaman. 

martes, 11 de octubre de 2016

Lento

Así se llama un cuento que leí ayer.  Lo escribió un estudiante con discapacidad cognitiva.  Es un texto muy corto pero bello, no porque esté perfectamente escrito, no lo está, sino porque está cargado de significado.

Lo qiue más me impacto es que, al parecer, su autor es el protagonista del cuento.  El segundo es lento pues no se mueve igual que el resto de personas.  Quizás el estudiante escribió el cuento siendo consciente de que el era el protagonista y simplemente es una herramienta que utilizó para lograr una mayor conexión emocional con el lector.

En la primera página el narrador está describiendo al personaje y de repente en la narración se cuela un "de mis padres".  Al final el protagonista, a pesar de su discapacidad, logra hacer parte de  un equipo de fútbol y es aceptado por los demás.

El mensaje acerca de la importancia de la inclusión y no discriminación que deja el breve texto es maravilloso.  

Siempre he creído que la palabra discapacitado excluye y juzga.  Nadie está exento de ser lento, más bien todos los somos a nuestra manera.

lunes, 10 de octubre de 2016

Indignación

Fin de semana.  Estoy en un centro comercial que no conozco.  Es la hora de almuerzo.  Casi no tengo hambre pero en un impulso rutinario, estamos llenos de ellos, decido comer algo.  No tengo idea donde queda la plazoleta de comidas. Después de comprar un regalo, me subo a una escalera eléctrica que no sé adonde me va a llevar.  Me sorprendo cuando aterrizo justo en la plazoleta de comidas. Sonrío, bien lo dijo Gandalf: "No todos los que deambulan andan perdidos".

Pido una hamburguesa y me dan la factura y el localizador.  Arrugo la tira de papel, la arrugo y meto en un bolsillo, mientras  juego con el disco de luces. Son las 12 pasadas y  hay muchas mesas desocupadas.  Me siento a esperar que el disco vibre.  Trato de ponerle atención a las conversaciones a mi alrededor, pero la cacofonía del lugar: mensajes indescifrables que salen de  parlantes, ruido de cubiertos, voces, música, bebes llorando, risas, etc. no me lo permiten. En una de las mesas más cercanas, un papá se empeña en explicarle a sus hijos, que lucen totalmente distraídos, el diseño del techo del centro comercial.  Los entiendo, a pesar de su entusiasmo, es un tema muy aburridor. 

La vibración del disco frena mi tren de pensamiento.  Me paro de la mesa y mentalmente le echo la madre a esa persona, imaginaria, que me la va a quitar mientras voy por el pedido.  Camino rápido pero nada pasa.  Recupero la mesa.  Por eso la persona que se ganó mi insulto era imaginaria. Si era hombre se llamaba Carlos y si era mujer Carlota.  Tal vez algún día escriba algo sobre ellos. 

Al rato después de sentarme,  todas las mesas se ocupan rápidamente. Termino mi hamburguesa y me tomo la gaseosa lentamente, para que nadie se moleste en pedirme la mesa.  Una mujer  revolotea a mi alrededor y finalmente me pregunta que si se puede sentar  conmigo, dado que estoy solo y ella también lo esta, asegura.  Tal vez se llama Carlota, pero no le pregunto nada.  Al inicio de nuestro escueto intercambio de palabras, le sonrió por mera cordialidad  y luego me sumerjo en mi celular.  

En los minutos siguientes comienzo a sentir rabia contra ella.  Finalmente decido irme, me despido y le deseo un buen día (soberbio hipócrita).   ¿Cómo es posible que no me haya ofrecido ni una mísera papa?

viernes, 7 de octubre de 2016

La última voluntad

La abuela de Carolina murió hace un año.  Hace poco me contó que fue un episodio muy fuerte para ella y toda su familia. El tiempo que duro en la clinica, sufrió 5 infartos antes de fallecer

Un viernes, el hermano de Carolina estaba de cumpleaños y ellos la estaban acompañando en la habitación.  A la hora del almuerzo Carolina dijo que iba a salir a comprar el almuerzo para llevarlo a la habitación y no dejarla sola.

Su abuela le dijo que bueno, pero que tomara plata suya para comprarlo.  Carolina le dijo No, tranquila, que ella lo iba a gastar. Su abuela la miro fijamente y en un tono serio pero también cargado de ternura le dijo: "¡ No Carolina!, es mi voluntad".

En ese momento Carolina sintió que con el sencillo acto de comprar el almuerzo para compartir con sus nietos,  su abuela se quería despedir.  A los dos días murió.

Hace poco, en un cuento, leí que las personas en su lecho de muerte, al saber que están en las últimas pueden decidir en que momento soltar la vida.  Es probable que la abuela de Carolina hubiera decidido hacerlo, no sin antes darle un último regalo a su nieto preferido.