lunes, 21 de noviembre de 2016

El closet

Sara Siempre ha asociado los closets con la muerte. De noche, cuando era pequeña, la ropa que colgaba de los  ganchos se transformaba en cadáveres.  Dudaba si el fenómeno  ocurría en verdad o era un truco de su imaginación, pero igual se escondía debajo de las cobijas y rezaba como loca. Le pedía a Dios que su ropa no la fuera a atacar en medio del sueño.  

Al crecer otras rutinas fueron ocupando sus noches y ya no sentía tanta angustia, pero siempre se aseguraba de cerrar las puertas del closet antes de dormir.

Para ella, los closets no eran más que entidades resentidas y cargadas de odio;  esos rincones del hogar que nadie desea mostrar y en el que se acumula basura con el pasar de los años; objetos que ya no sirven pero que se se guardan bajo la peligrosa consigna de "por si acaso".  Es así como ese espacio se va cargando lentamente de energía negativa y quién sabe de que otras cosas.

Un día su madre la sorprendió con una sorpresa.  Había instalado un gran espejo en una de las paredes de su cuarto.  Ese día Sara fingió emoción y le regalo una sonrisa que reprimió su preocupación.  Tenia claro que un espejo y un closet, en una misma habitación, eran una combinación mortal;  pues sabía que, el primero, tiene la facultad de abrir portales a otros mundos y permite que seres malignos ingresen a nuestra dimensión. 

Está cansada.  Hay noches en las que se no pega el ojo por pensar en el tema y vigilar el susurro de las prendas de vestir muertas, valga la aclaración, dentro del closet. Cuando sus niveles de autosugestión se disparan, asegura escuchar ruidos y voces dentro del closet, e imagina a esas prendas de vestir, que poco se pone, conspirando en su contra, con la ayuda de seres de otras dimensiones, que lentamente se filtran a través del espejo.

jueves, 17 de noviembre de 2016

La mamá de mis no-hijos

Justo en este momento, no digo “etapa de mi vida” pues suena a frase acartonada que tantea los terrenos del cliché, no deseo tener hijos. Está claro que, a futuro, es una postura que puede cambiar, pero decir que la vida va a ser diferente resulta obvio; el cambio está presente a todo momento en nuestros asuntos, sino que, a veces, preferimos ignorarlo. 

Cuando conozco a una mujer que me llama la atención, inmediatamente la catalogo como la mamá de mis no-hijos, de unos seres, no seres claro está, que existen en mi imaginación pero que carecen de cualidades antropomórficas; son como un gas que intenta solidificarse en un rostro.

Quizá le prestamos más importancia al mundo de lo inexistente que al real, a esos eventos imaginarios cargados de fantasía que abundan en nuestras cabezas; complementos de nuestra realidad y tan necesarios como la energía del trozo de pan que comemos al desayuno, que igual nunca vemos. 

Lo ideal sería que la mamá de mis no-hijos, también me viera como un padre de los -suyos,  sus no-hijos para estar claros, pues creo que es más fácil establecer comunicación y tener una no-familia, con quien comparte una postura en común.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

El ojo de la cerradura

Miró por el ojo de la cerradura y olvidó todo en ese instante: quién era, que hacía, donde estaba, fue cómo caer en el pozo de la inconsciencia . Al rato, imágenes en desorden comenzaron a llegar a su cerebro.  Logro hilarlas de alguna manera para contarse una historia:

Esa noche, un amigo lo invito a quedarse en su casa.  Acepto de inmediato al recordar la atractiva figura de Julia, la  hermana de su compañero.  La idea de dormir bajo el mismo techo lo estimulaba.

Habían pasado cinco años desde su graduación, y decidió restarle importancia al paso del tiempo que lentamente acaba con todo, incluso con los recuerdos; en su mente ella permanecía intacta.

Llegaron felices y pasados de copas, bebieron una cerveza más en la cocina, acompañada de un par de anécdotas , hasta que por fin decidieron irse a la cama.

La oscuridad, complice de los más íntimos secretos, le produjo un deseo morboso que pronto se apoderó de él. Se levantó con resolución de la cama, subió las escaleras sin hacer ruido y caminó entre sombras amenazadoras a ambos lados, producto de la luz de los postes en la calle, por el amplio pasillo del segundo piso.

Ahí tenía justo enfrente de él,  la puerta de la habitación de Julia.   La luz del cuarto estaba encendida. Se sintió ridículo, al deambular en ropa interior por la casa  de su amigo, pero pronto Julia ocupo todo el espacio de su mente.  Se la imaginó recostada sobre la cama con un baby doll negro y fumando un cigarrillo.  En su fantasía ella lo estaba esperando.  Ambos compartían un secreto de amantes cómplices. 

El sonido de la puerta de la nevera lo trajo de vuelta al tedioso presente.  Al parecer, su amigo se levanto por un vaso, no de agua, le parecía simple que las personas se levantaran a beber agua en las noches. Como era su fantasía decidió que él   se servía un vaso de whiskey.

 "¿Y si subía y se lo encontraba?", pensó. Se quedo quieto e intentó adoptar  las propiedades inertes de los objetos que lo acompañaban en ese momento: una mesa, una lampara y un cuadro, un retrato familiar.  Espero un par de minutos hasta que el silencio nuevamente reinó en en el ambiente.

El ojo de la cerradura era el medio perfecto para culminar su inocente y decidida travesía. El mecanismo de metal  era la metáfora perfecta que representaba sus profundos deseos de espiar la vida de Julia sin ser descubierto, de enterarse de eso que, se supone, no debería saber.

Ubicó su cara enfrente de la puerta  y cerró el ojo izquierdo, mientras abría el derecho, ubicado en el ojo, de forma exagerada.   ¿Qué quería encontrar?, presenciar una fracción cruda de la vida de Julia, verla sin ninguna mascara, en su estado primordial, indefensa pero hermosa.

Se alejó de la puerta y se pellizco un brazo para descartar la posibilidad de estar en un sueño. Se volvió a acercar y sus sentidos y lógica no eran capaces  de procesar el momento.  Al principio creyó ver nada, luego ella apareció, no en el baby doll negro que imaginó sino recostada sobre su cama con  una sudadera rosada leyendo un libro.  

Justo cuando más se deleitaba y relamía de esa visión celestial, la oscuridad hizo presencia. 

"Espiar a las personas, sin importar cuál sea el  ojo de la cerradura que utilicemos, tal vez es acercarnos a la muerte.  Algunos terrenos es mejor dejarlos inexplorados" pensó. sintió que la mesa, lámpara y el cuadro se burlaban  en silencio. 

martes, 15 de noviembre de 2016

El escritor

Llegó a su casa y prendió el computador. Lo había dejado en modo de suspensión asi que la pantalla se encendió al instante. Pensó en las ganas de inmediatez que tienen los seres humanos para abordar cualquier asunto "Queremos que todo pase ya, en un único instante, que nada tenga estados. El afán nos va a matar algún día", concluyó para sí mismo.

Su esposa dormía así que no prendió la luz del techo, esa que tanto odiaba cuando el era quien se encontraba en la cama, sino la lámpara del escritorio, un regalo de  Camila, una vieja amiga, a quien creyó su alma gemela hasta que ella misma le presentó a Catalina, su esposa, quien sabe si para quitárselo de encima.

Catalina ya rondaba los 35 y estaba desesperada por casarse.  Salieron un par de meses, e igual de fácil a que 2 más 2 suman 4, se comprometieron, pues  "¿qué había que perder?" le preguntaban sus amigos.  La presión social termino por doblarlo y le propuso matrimonio.

Escucha una moto que pasa a gran velocidad por la calle.  Imagina que el hombre que la maneja va sin casco y cómo el viento le golpea en la cara.  Decide que es un gigolo supremamente atractivo y lo envidia, pues está casi seguro que va hacia la casa de una de sus clientas.

Frena en seco todos su pensamientos y escribe otras líneas de su novela:

"Juro por Dios que nunca sospeché de nadie más que Ambrosio Luna Riveiro.  Quiero que quede claro que siempre me desarmo con su despilfarro de ingenuidad"  

Dice Juliana, su personaje principal basado en Catalina.  Él juega con la idea de ser Ambrosio, pues este quiere eliminarla.  No tiene claro como implementar esa muerte en su novela. Ve un homicidio como una salida fácil y quiere, no sabría decir por qué, que su novela sea compleja.

"Qué es una novela compleja?" se pregunta ahora

Se supone que la noche, con el silencio como complice, es uno de los mejores momentos para escribir, pero ahora unos perros no paran de ladrar en un garaje cercano y la alarma de un carro se disparó. Ambos incidentes parecen estar ligados, seguramente la alarma se activó, lo que hizo que los perros comenzaran a ladrar.  

En medio de lo complicada así debería ser la trama de su novela, cristalina, redonda y limpia, casi obvia. Un evento de acción y reacción como el de la alarma y los perros.  

Ahora tiene sueño y muchas dudas sobre su novela.  Tal vez mañana escriba uno de esos tontos artículos de cómo hacerlo: "7 cosas que debes hacer cuando dudes de tú novela" o algo por el estilo. 

Apaga la luz y el computador y siente ganas de asomarse a la ventana para fumarse un cigarrillo, pero recuerda que leyó una escena similar en una novela y la tildó de cliché.  Se quita el pantalón, se deja la camisa y se tumba al lado de Catalina que está profundamente dormida y no se mueve.  Fantasea con la idea de que esté muerta. 

lunes, 14 de noviembre de 2016

Quieto

A eso de las 7 de la noche caí en cuenta que hoy era Lunes. En varios momentos del día pensé que era domingo. Dado que en este blog intento escribir de lunes a viernes, me pregunté "¿sobre qué voy a escribir hoy?" inquietud que no me había planteado por aquello de creer estar ubicado, espacio-temporalmente, en otro día.

A esa pregunta le siguió otra, que me planteé con pereza "¿Voy a escribir hoy?" Para no perder el impulso, si es que había alguno, prendí el computador; perdí algo de tiempo revisando el correo, redes sociales, una que otra página que se me atravesó, hasta que por fin ingresé a Almojábana con Tinto.

Me quede quieto y mire la pantalla por varios minutos.  Repasé varias ideas pero ninguna me llamó la atención. 

Una vez en una sesión de un taller de creación literaria participé y dije que  un dia perdido para mi era aquel en el que no escribiera o leyera algo.  Fue un comentario algo fantoche al que el escritor que dictaba el taller respondió: "¡Uy! entonces yo he perdido muchos días de mi vida".

Hoy quería escribir algo, lo que fuera, no por considerar este lunes festivo un desperdicio si no lo hacia, sino sólo porque no quería comenzar la semana sin hacerlo, pero no habría pasado nada si me hubiera quedado quieto, mirando la pantalla, y decidía apagar el computador.

Quedarnos quietos es un concepto completamente subvalorado en la sociedad actual, repleta de eficiencia y productividad.  Siempre tenemos que estar haciendo algo: trabajar, estudiar, emprender, salir, hacer planes, etc. y si no pues algo anda mal con nosotros, que no estamos a la par de la velocidad de este mundo caótico. 

A veces quedarse quieto es la mejor opción, sin importar si es o no una sálida fácil. No hacer nada es liberador y una posible solución a cualquier asunto que nos raye la cabeza; asi que, estimado lector, dese la oportunidad de quedarse quieto.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Ellos y nosotros somos todos

Ese es tal vez uno de nuestros mayores problemas.  Tendemos a clasificar a las personas en grupos: los del SI y los del NO, los que votaron por Trump y los que lo hicieron por Hillary, así hasta llegar a asuntos tan insignificantes como a los que les gusta la Coca Cola o la Pepsi.

El hecho es  que todos somos humanos e independiente de nuestras condiciones sociales, somos la misma vaina, seres a los que el amor y la muerte son temas que constantemente les raya la cabeza, es decir, a la larga compartimos los mismos miedos y ansiedades y, por qué no, también ciertas alegrías.

Apenas creamos los bandos: ellos y nosotros, juzgamos y, claro, como siempre, nosotros somos los que tenemos la razón y ellos, pues es mejor que se unan a nuestra causa o si no que  se callen y se jodan en su ignorancia. 

Otra vez el jodido punto de vista que comprime nuestras mentes, mientras lo que deberíamos buscar es la creación de narrativas incluyentes y no lo contrario; narrativas que levanten nuestro espíritu y que nos hagan sentir parte de un todo que quizá nunca llegaremos a comprender del todo. 

La meta es eliminar las palabras "Ellos", "Nosotros", para utilizar "Todos".

jueves, 10 de noviembre de 2016

Hablar con extraños

Voy por la calle y quiero hacerle una pequeña entrevista a alguien, no importa quien, sin  llegar fastidiarlo, por eso me demoro en seleccionar a la persona indicada. Son las 6 de la tarde y todos camina de afán, cada quién está inmerso en su mundo interno, rumiando sus aciertos, triunfos y/o derrotas del día, el año o toda una vida.  Veo una mujer bajita que va unos pasos delante mio.  La llamo: "Señora, señora".  Cuando estoy a punto de repetir la palabra una vez más ella frena, se voltea y me pone atención.  

Abre sus ojos, de color negro, y me mira con cara de sorpresa.  Le explico en que consiste mi proyecto de escritura y acepta que le haga las preguntas.  Cuando termino y creo que no va a hablar más, comienza a contarme una historia, con varios detalles, sobre su primer amor.  Después de 14 años se reencontró con ese hombre y  luego vivieron durante 6, hasta que se separaron.  Me dice que todavía se quieren mucho pero que ya no se buscan.  Le doy las gracias, me despido y ella también lo hace con una gran sonrisa.

Aunque sea difícil de creer,  las personas, casi siempre, están dispuestas a hablar. Todos llevamos miles de historias encima que nos gustaría compartir, pero nadie se atreve a preguntarnos algo.  Es asombroso cómo una sencilla pregunta permite que las personas hablen de forma sincera.

Tal vez, hablar con extraños es algo que nos hace falta; contarle a completos desconocidos sobre esos asuntos que nos taladran día y noche la cabeza, pero que mantenemos en secreto frente a nuestros amigos o familia.  

Saber que la otra persona no puede sacar ningún tipo de ventaja sobre la información que le suministramos  y que, probablemente, nunca la vamos a volver a ver en la vida, es algo realmente aliviador.