lunes, 16 de enero de 2017

Mirar pal techo

Uno de los inquilinos del edificio en el que vivo, es un hombre que debe tener unos 35 años; hace tiempo decidí llamarlo Rick. En el día e incluso en ocasiones que he llegado en la madrugada, a veces me lo encuentro en las escaleras que dan a la calle. En los días que hace buen clima, Rick se acompaña con una pequeña planta que ubica a su lado  para que le de el sol. 

Siempre lleva puestos unos audífonos grandes y la mayoría de veces fuma un cigarrillo; también teclea su teléfono inteligente frenéticamente y, en ocasiones, lleva el ritmo de lo que sea que escucha con pies y manos. Siempre tiene la mirada perdida en un punto fijo en el horizonte, y no se inmuta con nada de lo que pasa a su alrededor. Existen diferentes maneras de mirar pal techo y, como Rick, cada quien selecciona la que mejor le parezca. 

Mirar pal techo es una expresión que frecuentemente confundimos con “hacer nada.” 

Dedicarnos a actividades o tareas “no productivas” es algo que nos remuerde la conciencia, pues entregarnos deliberadamente al ocio y la contemplación relajada de la vida es fácil, pero en estos tiempos donde glorificamos a la eficiencia, eficacia y productividad (no me pregunten en que se diferencian), es algo que resulta muy difícil y perfeccionar tales conductas está completamente satanizado. 

Así son las cosas, se nos metió en la cabeza que debemos ser productivos a toda costa, al mismo tiempo que es un deber hacerles frente a todas las exigencias del mundo moderno. 

Cada vez que veo a Rick me pregunto ¿A qué se dedicará? Supongo que trabaja desde su casa y que su labor implica la generación de muchas ideas frescas, alejadas de lugares comunes y empalagosos clichés. 

Debo confesar que, en ocasiones, me da envidia verlo tan tranquilo en medio de su acto contemplativo, como si poco o nada le importara lo que pasa en el mundo. 

Tal vez mirar pal techo es precisamente lo que nos hace falta para bajarle la velocidad a todos esos asuntos que aceleran nuestra vida; sentarnos a contemplarla con cualquier ritual similar al del Rick, o algún otro que nos permita rumiar, bien despacio, nuestros pensamientos.

viernes, 13 de enero de 2017

Dedos en la boca

El cursor titila impaciente, como si   quisiera  saber que letras va a ir regando a su izquierda. Martínez lo mira con desconfianza mientras se lleva su indice derecho a la boca y juega con la lengua sobre su uña.   

Lleva un semana redactando Mejor darte prisa Lisboa.  Va en el quinto borrador y todavía esta lejos del último. Incluso no sabe si va enviar la columna al periódico.  Trata un tema que produce diferentes sentimientos en las personas:  Los que están de acuerdo con su punto de vista seguro se alegrarán y lo llenarán de comentarios afectuosos, elogiando sus cualidades como escritor.  El otro bando, el de los no conformes, que siempre parece más grande que el primero, estará listo para apedrearlo con insultos, comentarios pesados, y una que otra tímida amenaza de muerte.

Esos comentarios siempre le han hecho pensar si escogió la profesión correcta o más bien si se encuentra en el terreno indicado.  A veces le gustaría abandonar las columnas de opinión y dedicarse a escribir cosas sencillas, ligth como el horóscopo, por ejemplo.  Había leído el suyo hoy y decía: Asegúrese de que nada ni nadie se adueñe de usted. O de pronto aventurarse a escribir libros de autoayuda, repletos de lugares comunes y bálsamos motivacionales que tanto le gustan a las personas.

El cursor continúa titilando.  No sabe si abandonar el artículo, relegarlo a esa carpeta de escritos inconclusos para luego utilizar las ideas o algún par de párrafos en un escrito futuro.  ¡A la mierda!, yo no escribo para agradarle a las personas  piensa Martínez.

Va a la cocina, prepara tinto y lo mete en un termo.  Sus noches de edición siempre son largas.  Por nada del mundo permitirá que le metan los dedos en la boca...... que nada ni nadie se adueñe de usted. USu horóscopo tenía razón. 

jueves, 12 de enero de 2017

La secta de la abuela

Tomo café con mi hermana en un centro comercial.  De repente una señora canosa, con pinta de abuelita y  que lleva un fajo de fotocopias debajo de su brazo izquierdo y una carterita negra con pinta, más bien, de monedero gigante en el otro brazo, se nos acerca, balbucea un saludo ininteligible y deja una copia encima de nuestra mesa.

Pienso que es la mujer es uno de esos  militantes religiosos que pretende evangelizar a todos los que se encuentre en su camino.  Estoy dispuesto a escuchar su discurso sin refutarle nada; dejar que gaste sus energías y siga su camino, pero luego de dejar otro par de fotocopias en otras mesas, la abuela se retira sin decir nada.

La curiosidad no me permite botar la hoja y me pongo a leerla.  Es una fotocopia de un escrito hecho a mano y de afán, lo que hace difícil su lectura.  En la mitad de la hoja está la imagen de una mujer rubia que sonríe y lleva una bata blanca.

El texto tiene el nombre  completo de muchas personas y algunos vienen con direcciones.  no solo de Bogotá sino de otras ciudades como Oregon, Michigan.  Algunos nombres vienen acompañados con ordenes: visiten a fulanito en esta dirección y conózcanlo o entablen amistad fingiendo necesitar X cosa.

Más abajo en un párrafo que presenta algo más de coherencia dice: "detrás de cada buena mujer siempre habrá un hombre horroroso".  Luego aconseja buscar ciertos temas, de carácter esotérico, en internet.

La abuela debe hacer parte de una secta,  ¿de qué? imposible saberlo, pues su estrategia de volanteo desprovista de una narrativa clara y concisa, falla al momento de conseguir adeptos.

Luego de una ultima hojeada a la fotocopia, la arrugo y boto en una caneca. Esta ciudad tiene mucho loco suelto.

miércoles, 11 de enero de 2017

La Metamorfosis

Creo que no hace falta decir que todo cambia, que  todo se mueve y nada es igual; que del segundo de vida anterior a este, millones de cosas se han modificado, incluso nosotros, pues quién sabe, a nivel celular, cuantos cambios hemos experimentado.

Quizá por eso es que nos da tan duro el cambio, porque no lo vemos venir y de un momento a otro ya nada es igual.  Por eso sería mejor que a todos, a cualquier nivel, nos ocurriera un cambio tan drástico como el de Gregor Samsa, el mítico personaje de Kafka, que nos saque de ese estupor en el que a veces se convierte la vida.

"Embracing or resisting are optional, and metamorphosis inevitable."

- The Faraway nearby -

Como uno cambia constántemente, la lectura de un libro en diferentes momentos de la vida nunca es la misma. Recuerdo que leí el libro de Kafka hace muchos años en el colegio.  Quizá me llego a interesar o lo tome como otra más de las obligaciones de ese entonces; ya no lo recuerdo.

Hace poco escuché un conversatorio que tuvo Constaín con Millás en el que el segundo habló acerca de dos grupos de novelas: Mamífero e insecto.  Su diferencia radica en que biológicamente, los mamíferos siempre intentan mutar o mejorar, mientras que los insectos como las cucarachas, por ejemplo, hoy son las mismas que poblaban la tierra hace millones de años.

Según el escritor español una novela mamífero y a la vez complicada es Ulises de James Joyce y una novela insecto es La de Kafka, sencilla y opuesta a la primera.  

Después de escuchar la charla, quedé con ganas de volver a leer la Metamorfosis.  Hoy me llegó un correo con un listado  de libros gratis para Kindle, en el que se encontraba la novela del escritor Checo.

Siempre he creído que, a veces, los libros los llaman y en ocasiones es bueno atender esos 
llamados.  

martes, 10 de enero de 2017

El ajedrez y su alto riesgo

¿Cómo va a ser peligroso el ajedrez, si jugarlo no requiere ningún tipo de contacto físico y el único “músculo” que se debe ejercitar es el intelecto? Tal vez en muchos casos solo se trata de eso, pero en contadas excepciones, como en el caso de mi padre, resulta ser cierto. 

Aunque siempre le gustó mucho ese juego, su relación con el ajedrez nunca fue la mejor. Él tenía unos 10 años cuando el juego lo cautivó y aprendió rápido como se movían las fichas; luego profundizó un poco más en el tema hasta que llegó a tener un muy buen nivel de juego.

En la época de su afición, en el internado donde cursaba bachillerato, había un estudiante con rasgos occidentales al que le decían “El Japonés” y que afirmaba saber mucho sobre ajedrez. En los descansos se paseaba con un tablero debajo de su brazo en busca de contrincantes. 

Una día el japonés se cruzó con mi papá y le preguntó que si sabía jugar, “Pues sé mover las fichas” fue la respuesta que obtuvo, así que el Japonés  no dudó ni un segundo en desafiarlo.

Después de los primeros movimientos, mi padre percató algo: El Japonés hablaba más de lo que en realidad sabia.

Después de unos 20 minutos de juego, el japonés comenzó a mover una torre, hasta que mi papá le dijo “un momentico, su jefe está en Jaque”. El japonés indignado se levantó y lo tachó de mentiroso, y de repente le lanzó un puño a la cara que, mi padre, con sus buenos reflejos de ajedrecista, alcanzó a esquivar y terminó impactando su hombro. Ese fue el único duelo que sostuvo el japonés con mi papá, después nunca más lo volvió a desafiar.

Ya en la universidad, un día mi padre llegó a la casa y uno de sus hermanos menores, que también se había aficionado al juego, decidió retarlo. Cuando la partida ya estaba avanzada llegó mi abuelo a observar la contienda. En uno de sus turnos, mi padre hizo un movimiento con el que mi abuelo no estuvo de acuerdo, y expuso fuerte y claro sus razones. Mi padre también hizo lo mismo y ese simple incidente fue motivo suficiente para que se dejaran de hablar por un buen tiempo.

En mí caso, cuando era pequeño, mi entusiasmo por el ajedrez sólo llego hasta aprender cómo se debían mover las fichas. 

Lo que menos me gusta de ese juego es tener que pensar en jugadas futuras, pues es algo que asocio con ansiedad e incertidumbre. 

"En ajedrez no se permite la ayuda
Esa es la belleza del juego.  Estás encerrado
en una serie de movimientos, determinados por tus opciones anteriores"
- Mr. Robot -

lunes, 9 de enero de 2017

Hojas

Julio Ordaz está sentado en una silla de parque incrustada en medio de una calle peatonal de adoquines. Se pregunta si la silla perdió al parque o viceversa.  Al rato olvida el asunto y  se ensimisma viendo pasar a las personas, una de sus actividades favoritas.

Hace unos momentos, una mujer, que le daba pequeños sorbos a un vaso de café, estaba sentada a su lado.  Julio pensó en preguntarle si era su alma gemela.  Hace poco le contaron la historia de un hombre que, aburrido, fue solo a cine y la mujer que quedo a su lado, también sola, se convirtió en su esposa.  Desde que escucho ese relato, le guarda cierto respeto a esas coincidencias que lo ubican con un desconocido en cierto momento espacio-temporal. La mujer parece leer sus pensamientos y antes de comenzar una conversación sin sentido con un desconocido, se pone de pie, ajusta su cartera y abandona el lugar.

A los pocos segundos, un hombre ocupa el lugar de esa ex alma gemela que se perdió en la calle.  Llega un lustrabotas y por medio de un lenguaje de señas, le pregunta si quiere limpiar sus zapatos.  Julio se desconoce cuando le contesta "no" también por señas.

El lustrabotas le ofrece el servicio a su nuevo compañero de silla de parque.  El hombre acepta y el olor del betún fresco transporta a julio a otro lugar, un estudio con una gran biblioteca.  Le parece fascinante estar en ambos lugares al mismo tiempo,  en ese estudio producto de algún recuerdo o anhelo,  y también sentado en la silla viendo la gente pasar.

Ahora las personas que observa, parecen hojas que acaban de caer de un árbol y se las lleva el viento.  Le gusta que sean hojas muertas, pues al perder toda propiedad humana, no tiene manera de juzgarlos. 

jueves, 5 de enero de 2017

Chiringuito

Primavera.  Hace sol y el contraste de las nubes con el cielo es agradable,  ¿para quién? por lo menos para él.  Hace unas horas, mientras caminaba por el Barrio Gótico, sintió que necesitaba un cambió de ambiente.  Siguió caminando para ver hacia donde lo jalaban sus los pasos, la vida.

Ahora contempla el oceano sentado en una silla de un chiringuito del mar  pequeño, quizás el más rústico de todo el sector, que tiene  mesas de madera con acabados burdos y una mesera hermosa de ojos azules.  Le gusta el lugar, le gusta su nombre y como suena Chi-rin-gui-to.  Podría adoptarlo como un mantra para el resto de su vida y, cada vez que se sienta mal, repetir la palabreja indefinidamente. También le gusta la mesera. Se llama Celia, Zelia, para él, que es más española que Cervantes.

El lugar no tiene cabida para la uniformidad ni la simetría,  ¿Quién las necesita? se pregunta.  No sabe que va hacer mañana, ni dentro de una semana, mes o año, solo sabe que no quería permanecer en el lugar del que partió hace 2 meses.

Lleva todas sus pertenencias: 7 prendas de vestir,su portátil y un pocillo de la suerte, en una mochila de color azul similar al del cielo, sube la mirada y  se baja las gafas negras hasta la punta de la nariz para confirmarlo.  La brisa le golpea la cara.  Sonríe.  Celia llega con el segundo mojito de la tarde.

Su mente lo traslada al futuro  y lo distrae con diferentes angustias.  Antes de llevarse la mano derecha a la cabeza, para adoptar una postura adulta de preocupación, recuerda su nuevo mantra: Chi-rin-gui-to, Chi-rin-gui-to, Chi-rin-gui-to...Lo repite hasta que la palabra ocupa toda su mente.

Le da el primer sorbo a su nuevo mojito.  Sabe perfecto, como una historia redondita sin cabos sueltos.  En ese momento todo cobra sentido. La eternidad debería ser como un chiringuito.