martes, 6 de junio de 2017

Un mejor lugar

El Sol, que se refleja sobre las mesas de metal, lo enceguece por unos segundos. Sentado en la terraza de un café, justo después de la caricia del astro supremo y sin proponérselo, Jacinto Robledo escucha una conversación entre un par de extraños. Un hombre de bigote y que lleva puestas unas gafas oscuras, levanta un vaso de agua de una mesa y le da un sorbo, mientras le dice a otro: “Lo bueno es que ahora él está en un mejor lugar”.

La frase le llama la atención por la intención y tono que lleva. El interlocutor de la persona que acaba de hablar, un hombre flaco, pálido, con ojeras y los ojos llenos de lágrimas asiente despacio con la cabeza y lleva la mirada hacia una taza de café que ya debe estar igual de frio que la muerte, pero sus ojos se posan más bien en quién sabe qué recuerdo. Es claro que su amigo, conocido, familiar, quién sea (¿fantasma?), intenta darle consuelo, luego de la pérdida de un ser querido. 

“¿Por qué suponemos que al morir vamos a un mejor lugar?”, ¿Qué tal si terminamos en uno peor?” reflexiona Jacinto. Recuerda la Divina Comedia, ese libro que alguna vez intento leer cuando se sintió perdido, sin saber cuál era su lugar en el mundo (¿deprimido tal vez?). Le asustan los abismos de la mente humana. Desde ese entonces pocas cosas han cambiado en su vida. Interpreta con facilidad su papel de humano y todavía siente, no con la misma intensidad de antes, que anda perdido. Ya poco le importa el lugar que ocupa. 

“¿Quién es ese “él” al que hace referencia el hombre de las gafas oscuras?, ¿cómo sabe que está en un mejor lugar? ¿Será posible que haya descifrado ese gran misterio que nos taladra la cabeza hasta la muerte, valga la redundancia, y sabe con plena certeza que nos espera en el más allá? 

¿Acaso alguien conoció a “él” en su totalidad? “Él”, quizás, era un hombre completamente repugnante, alguien quien sobresalía en eso de mostrar que se lleva una vida normal, mientras tenía otra paralela repleta de porquerías, y que no merecía otro final diferente al infierno.

"Infierno, purgatorio y paraíso” piensa. ¿En cuál de los tres estarán aquellos conocidos que han tomado el último viaje?, ¿en cuál terminará él?, ¿existen esos territorios? 

Carolina, una mujer que en algún momento le interesó, muchas veces le hablaba sobre el amor de su vida que murió en un accidente del que ella se salvó; una historia trágica que Jacinto siempre estuvo dispuesto a escuchar, por la intensidad con que ella la narraba. No importaba cual fuera el tema que tocaran siempre terminaban hablando sobre lo mismo. Ella afirmaba que estaba en permanente contacto con esa persona (¿con su alma tal vez?). El hombre, el muerto, el espíritu, su amor imposible, le decía que en el lugar donde estaba, tenía que trabajar mucho y a toda hora.

Jacinto siempre creyó que el amor de la vida de Carolina estaba en el purgatorio, aunque, para no herir susceptibilidades, nunca se lo dijo y, además, allá los vivos y los muertos con esos asuntos que todavía los atan.

Le molesta pensar que en la eternidad, ese sitio, lugar, espacio de tiempo (¿qué cosa es?) independiente de sus tres presentaciones, también exista la obligación de tener que trabajar.   

Jacinto se mete un último trozo de sándwich a la boca y le pone la tapa a la gaseosa. Le quedan 6 horas para terminar su jornada laboral. "Toda una eternidad" piensa.

lunes, 5 de junio de 2017

Amarillo

Camina. Mientras lo hace piensa que los semáforos deberían funcionar cómo un sistema binario: luz verde y roja; 1 y 0. Apenas se introduce otro elemento, el amarillo en este caso, este da paso para interpretaciones subjetivas, y esos pequeños espacios de certezas absolutas, tan difíciles de encontrar en el mundo, se van a la mierda.

Es lindo pensar que podemos tomar nuestras propias decisiones, que somos libres, pero nada, siempre estamos determinados por las de otras personas o por el funcionamiento de los sistemas que cuando no son binarios nos joden el caminao al, supuestamente, dejarnos decidir. 

Pero el amor es imposible llevarlo a ese terreno de absolutos de ceros y unos, de me quiere o no me quiere,  ¿cierto?, pues quién sabe en medio de esos dos territorios qué cantidad de emociones y actitudes pueden llegar a existir. “¿Acaso no era yo el verde de Juan, su uno?” se pregunta, pero ya no importa, Juan decidió  irse con la perra de Camila y que más da saber si ella, la otra, era su cero o rojo, amarillo o quién sabe que otro color.

Absorta en sus pensamientos, el ruido de la frenada del carro la trae de vuelta a la realidad demasiado tarde. Amarillo significaba "pasar" tanto para ella como para el conductor del auto.

sábado, 3 de junio de 2017

Kamikaze

Pedro Contreras estaba harto de su vida, su rutina,que su vida se hubiera convertido en una rutina o su vida rutinaria, ustedes entienden, esa existencia exacta, conocida, sin contratiempos: Levantarse, desayunar, correr al trabajo, trabajar o hacer creer a los demás que se trabaja, devolverse a la casa, sacar a hacer las necesidades al perro, comer, beber una copa de vino, evaluar la posibilidad de hacerle el amor a su mujer, y resetear el día con el acto de dormir.

Lo tenía todo, "¿qué es todo?" se pregunta, pues el todo que había conseguido en combo con la rutina: Casa, carro, trabajo con un puesto "importante", esposa, hijos, viajes, lujos, etc. Sentía que su vida era como una imagen que se reproduce infinitamente, como cuando se  pone un espejo en frente de otro.

Pero repetirse todos los días era lo que menos le importaba pues todos lo hacen; lo que realmente le preocupaba era no ver un fin en ese reflejo; no alcanzar a vislumbrar una barrera, algo que le indicara una posible frontera en ese territorio de repetición.

Un día pensó en los kamikazes. esos pílotos suicidas de la segunda guerra mundial, que estrellaban deliberadamente sus aeronaves contra la cubierta de los buques aliados.  De seguro la vida de esos hombres también estaba repleta de rutinas, pero quizás el saber que un día tenían la posibilidad de ponerse punto final, de cierta forma los liberaba de esa cárcel de repetición.

Pedro Contreras ahora vive su vida en modo Kamikaze, echándose, o más bien estrellándose, sin pensar mucho, encima de eventos, relaciones y proyectos, para darle muerte a esa rutina diaria o, por lo menos, herirla. 

jueves, 1 de junio de 2017

Decisiones

Jueves 6:30 de la tarde. Estoy, junto con una pareja a mí lado, en una esquina, a punto de cruzar una calle, por la que fluye una rabiosa corriente de carros. La mujer Lleva pelo negro y un vestido de maternidad verde y largo que acaricia el suelo cada vez que se mueve. Sus manos hacen lo mismo sobre su barriga, mientras conversa con su interlocutor que por la manera en que la cuestiona, tiene más pinta de confidente que de pareja.

Antes de frenar en la esquina, algo, imposible descifrar qué pero podemos aventurarnos a imaginarlo, le había dicho ella a él. El hombre la mira seriamente y con tono de verdad absoluta, le anuncia: “Muchas de las decisiones que tomes ahorita van a cambiar cuando veas a la bebe”

La frase tiene tanto de consejo como de regaño. Hago contacto visual con la mujer y fracaso en mi intento de preguntarle telepáticamente sobre cuáles son algunas de esas muchas decisiones que está a punto de tomar.

Es Una frase extraña porque una decisión se toma y ya, o ¿no es así? Alguien decide viajar a Timor del Este, por ejemplo, toma la decisión y viaja.  Cuando llega a ese remoto lugar, puede renegar sobre la decisión tomada, pero ni modo de cambiarla. Podría ocurrir que uno decida no viajar y entonces nunca llegó a ese lugar, pero la decisión de no viajar es imposible cambiarla por la de viajar una vez el avión despegó. 

Ahora, ¿cambian nuestras decisiones o lo que sea que pensemos con respecto a algún tema de acuerdo al momento del día? Puede que sea posible. Quizás en la mañana nuestre mente esté más fresca y analizamos cada tema con cabeza fría, a diferencia de la tarde, cerca a la hora de salida, momento en el que sólo pensamos en volver a casa, pero también esos análisis deben variar si se hacen al inicio del Lunes, o un Viernes, con un par de horas nos separa del tan anhelado fin de semana.

De pronto a lo que el hombre hacía referencia con su frase, consejo regaño, píldora de sabiduría, era al punto de vista. 

El semáforo se pone en rojo y cruzo la calle. Al rato volteo a mirar a la mujer y su acompañante, pero han desaparecido junto con sus decisiones.

miércoles, 31 de mayo de 2017

Se le fue la paloma

Su día de trabajo transcurre lento pero si contratiempo alguno. En un momento de esparcimiento mental, aburrido de revisar un tema por más de 40 minutos, decide buscar algo en internet, pero entre el momento en que se le aparece la idea y lo que demora en abrir la nueva ventana del explorador, olvida por completo que era lo que quería buscar con tanta urgencia.

Se siente ligeramente tarado. "¿Como es posible que hace tan solo un momento sabía exactamente qué era lo que quería buscar y ahora su mente es un espacio en blanco?" se pregunta.  Por más de que trata buscar en los rincones de su cabeza, no encuentra rastro alguno de la idea que tuvo, y acude a la frase de cajón para esas ocasiones: "Se me fue la paloma".

Cree que las ideas, todas, tienen algo de palomas, animal que le parece algo estúpido por su manera de caminar y la forma en que mueve la cabeza de atrás hacia adelante o violentamente hacia los lados, como sin tener ni las más mínima idea sobre el lugar en el que aterrizaron  y mucho menos por qué llego a él; sumándole a esto lo entrometidas que son.

"Las ideas, como las palomas, aterrizan en nuestra cabeza y comienzan a picotear mentalmente nuestros pensamientos y/o existencia, y no nos dejan de molestar hasta que les prestamos algo de atención, o logramos ahuyentarlas con algo de voluntad", concluye.

Pero otras veces, fieles a su comportamiento errático, salen volando y quién sabe en que otra cabeza aterrizan.  De esas palomas que se nos escapan, que posiblemente tildamos de estúpida, banal o innecesaria, resulta imposible saber cuantas encuentran nido en otro cerebro que le saca todo el provecho posible, pues toda idea, bien intencionada, es válida.

martes, 30 de mayo de 2017

Retorno sobre la inversión

Camilo estaba desesperado por verla. Desde que Amanda había entrado a trabajar en la compañía, sus fines de semana se le hacían eternos. “Amare” piensa, la raíz latina de ese nombre que entró a habitar en su cabeza desde hace algún tiempo y que significa “para amar” y es que “¿cómo no hacerlo?” se pregunta.


Apenas la ve ese lunes, camino a su cubículo y con una taza de tinto entre sus manos, se queda mirándola hasta que ella, por ese extraño poder que poseen las personas de saber que alguien las observa, se voltea, le sostiene la mirada y luego le sonríe.

“¿Qué me quiso decir con esa sonrisa?” se pregunta Camilo el resto del día, lo que desencadena una seguidilla de preguntas que, tratadas de buena manera, permitirían escribir un libro titulado “El lenguaje corporal y la autosugestión”. “Es muy probable que ya exista con tanto experto que anda suelto por ahí” piensa. Media hora antes de acabar la jornada y en un arrebato de emoción, decide enviarle un mensaje por el sistema de mensajería interna de la empresa.

Ahora con ella al frente, y unos vasos de capuchino en las manos de ambos, el inofensivo plan de “tomar algo”, fue la excusa perfecta para supuestamente hablar sobre un proyecto de trabajo. Camilo está atento a cualquier señal que le dé luz verde para desviar el rumbo de la conversación hacia los agitados mares de las relaciones humanas.

En un momento de su charla Amanda se toca el pelo. Camilo no recuerda dónde leyó que esa es una señal inequívoca de gusto de una mujer hacia su interlocutor. Pasado el gesto duda sobre si lo acaricio, jugo con él, o simplemente lo tocó en un acto reflejo, desprovisto de cualquier tipo de significado.

“¿Y entonces que piensas sobre el ROI de este proyecto?, la verdad me tiene preocupada.”

Camilo responde cualquier cosa para tranquilizarla y darse cierto aire de importancia, mientras hace cálculos de cuanto tiempo, ganas y recursos piensa invertir en su nuevo proyecto sentimental.

lunes, 29 de mayo de 2017

Mentiras

La semana pasada, al momento de comprar un pan Baguette, le pregunté, a quien al parecer era el panadero: un hombre con delantal y gorro blanco , que si el producto estaba  fresco.

"Claro" respondió mientras sonreía.  Su gesto me pareció totalmente confiable, y como estaba de afán no apliqué mi prueba de frescura cuando compro pan: presionarlo, por encima de la bolsa, entre el pulgar y el indice para comprobar que esté blando.

Al día siguiente comprobé que el pan era una piedra, que más o menos logre mejorar con una vieja técnica, que no recuerdo donde aprendí, en la que se le echa agua por encima y se calienta un poco en el microondas.

 ¿Por qué me mintió ese hombre? Quizás era el carnicero y simplemente lo confundí; igual no es un asunto de vida o muerte, pero creo que todos somos capaces de mentir con esa facilidad sobre cualquier tema, independiente de la gravedad del asunto.

Lo complicado es que empezamos mintiendo estupideces; cada una le da fuerza a la siguiente y  relaja nuestra actitud, hasta que vemos como una de nuestras mentiras, como avalancha, quién sabe a cuantos hunde y/o arrastra, mientras nosotros hacemos equilibrio en la orilla.