lunes, 25 de febrero de 2019

En la tarde

¿Qué debemos hacer?, gran dilema el que plantea esa pregunta. Hay quienes afirman que lo único que se debe hacer o más bien esperar es la muerte, ¿algo así reza ese cliché, ¿cierto?, y quienes lo pronuncian parecen envueltos en un halo de sabiduría, como si no le tuvieran miedo a esa etapa, digamos, de la vida o supieran exactamente en qué consiste. 

Pero bueno, no les vine a hablar de muerte; solo quería contarles que a lo que me refiero es que debería saber qué hacer, qué escribir justo en este momento, pero no es así. En algún momento de la tarde me puse a pensar específicamente en eso y no se me apareció ningún tema, no rescaté ningún recuerdo. De pronto mi cerebro estaba perezoso y no se esforzó en la tarea, o me distraje con cualquier pensamiento y en eso quedo la iniciativa. 

Tenía una reunión en la tarde y llegué antes para leer un rato. En el café había muchas personas que estaban sentadas solas y trabajando, o eso parecía, con computadores portátiles sobre los que algunos tecleaban frenéticamente, mientras que otros lo hacían con pereza. 

Adelante mío estaba ubicada una mujer y en la mesa de atrás un hombre. En un momento la primera se paro a saludar al segundo y este le pregunto: ¿dónde estás? y ella le señalo la mesa de la que se había puesto de pie hace un instante, donde reposaba una libreta, una taza de café de color azul claro y un par de esferos junto a un portátil de la manzanita.

La conversación que siguió al saludo fue corta, y no logré descifrar nada de lo que se dijeron, solo que el hombre mencionó muchas veces la palabra proyecto. 

Hacia el final se sumergieron en un silencio incómodo, y el hombre intentó restaurar la charla con una pregunta: “Quieres hacerte acá?”. Como antes había escuchado risas y buena intención en las palabras de ambos, o eso creí, supuse que la respuesta iba a ser afirmativa, pero la mujer contesto con un “NO” seco, desprovisto de explicaciones, y el hombre, al parecer, apenado por su pregunta contesto: “Claro estás ocupada, te entiendo”.La mujer volvió a su mesa, y el hombre continuó en la de él, como si de un momento a otro se hubieran convertido en un par  de desconocidos.

Tiempo después el hombre cambió de mesa con nuestro grupo, ya  que era numeroso, pero solo volvió a cruzar palabra con la mujer cuando esta le dijo chao, y levanto la mano para batirla de un lado a otro.

viernes, 22 de febrero de 2019

Recortes

No recuerdo cuál fue el horario del apagón en Colombia, pero tengo clavada en mi mente una imagen de estar, con mi madre y hermanos, a las 6 de la tarde sentado en la mesa de la cocina, escuchando La Luciérnaga, con la poca luz que le quedaba al día. Poco a poco las sombras de los objetos se iban inclinando hasta que la oscuridad se lo tragaba todo. 

Como la mayoría, supongo, saben, hace poco hubo una alerta por los niveles de contaminación del aire en Bogotá y se restringió el uso de carros. En la novela Lagrimas en la lluvia de Rosa Montero, que transcurre en un futuro donde, obviamente, el planeta presenta superpoblación y los recursos escasean, el aire puro se ha convertido en un lujo al que solo pocos pueden acceder. 

De pronto no estamos tan lejos de eso, y en algún momento algún empresario se le ocurrirá la “maravillosa” idea de privatizar el aire, de ver de qué forma se le puede sacar provecho económico a ese combustible del que dependen nuestras vidas. 

Hace un tiempo vi una película en la que una mujer, hija de un científico de renombre, se quedaba en la tierra, mientras todos habían emigrado en una nave espacial. La mujer vívia en una especie de domo, en el que había cultivos hidropónicos, agua y suministros para sobrevivir por mucho tiempo. 

Hablo acerca de esta película, porque el aire también tenía un papel importante. En el escenario planteado, había pocas zonas que quedaban con aire puro y cada vez que la mujer iba a la ciudad en una cuatrimoto, usaba mascara anti-gas. 

Poco a poco las zonas de aire puro se iban reduciendo y la manera en que la mujer sabía si todavía estaba a salvo en el lugar donde vivía, era por una llama de color azul de una pipeta en la entrada de su hogar. Si esa llama cambiaba de color significaba que el aire ya se había contaminado. 

¿Para cuando el primer recorte de aire?

jueves, 21 de febrero de 2019

Enredo

Un Enredo se puede traducir al inglés como entaglement, al alemán como Quantenverschränkung, y vaya a saber uno cuál será la traducción al ruso; parece que a medida que se complica el idioma lo mismo ocurre con la palabra; esto, claro está, a que no se trata de cualquier enredo, sino que estamos hablando del mismísimo entrelazamiento cuántico. 

A veces los temas me persiguen y ayer, luego de que escribí acerca de que todas las cosas y todos estamos conectados de extrañas maneras, hoy me topé con ese concepto, que algo tiene que ver con esa teoría. 

Dicen, digamos, los científicos, pues no se me ocurre a quién más achacarle tal conocimiento, que el entrelazamiento cuántico, ese enredo de nombre rimbombante, ocurre cuando una partícula influencia el estado de otra instantáneamente, inclusive aunque estén, y ojo a esto, a años luz de distancia. 

Entonces de pronto, ahí radica, y está la explicación a ese cuento de que todo y todos estamos conectados, que sé que suena muy extraño, pero es una teoría en la que me gusta creer, así no la pueda explicar. 

También dicen que ese entrelazamiento cuántico se basa en que al principio del universo, justo antes del big bang, todo estaba unido. Todo, todos, pues debemos suponer que de una u otra forma estábamos ahí presentes o que venimos de eso, estábamos conectados, unidos, prestos a explotar, y que después de producirse la gran explosión quedamos regados en diferentes lugares, pero como eramos lo mismo, seguimos conectados a la esencia de ese todo al que pertenecíamos, sin importar donde hayamos terminado, y es por eso que seguimos conectados y podemos influenciarnos. 

Supongo que esto tendrá algo que ver con esa otra teoría del hilo rojo, ya saben ustedes, la leyenda china que dice que un finísimo hilo rojo invisible mantiene unidas a todas aquellas personas que se deben conocer en cierto momento de sus vidas, y que ese hilo se puede torcer y enredar, pero nunca romper.

miércoles, 20 de febrero de 2019

Prueba y error

Esto va a ser una prueba, ¿o un error?  ¿Acaso la vida no es lo uno o lo otro?

Por más ordenada que parezca, estamos sujetos a que todas nuestras acciones sean prueba y error, a intentar, y mirar si las cosas funcionan, ¿qué cosas? Pues las cosas. Que fea es esa palabra o, más bien que simplista, aunque Peor aún sería escribir: “cosas, etc.” que cantidad de ambigüedad contenida en solo dos palabras. 

Cuando digo que esto es una prueba y error, me refiero a estas palabras, pues creo que van a resultar siendo un puñado de ideas desordenadas, sin aparente conexión, pero ya lo he dicho, y aunque no pueda probarlo ni lo entienda, todo, todas las cosas, digamos,  están conectadas de extrañas maneras en esta vida, y nosotros, ciegos, cortos de entendederas, no las vemos o no las comprendemos. 

No entiende uno, por ejemplo, por qué personas que uno frecuentaba desaparecen de un momento a otro de nuestras vidas. Volteo mi cabeza hacia la derecha y en mi biblioteca veo un libro que se llama “Narrative Impact”. Lo voy a abrir en la página 98 y voy a leer la línea # 5, y ahí va a estar contenida la respuesta a ese interrogante; ¿por qué?, porque sí, porque ajá, porque etc. Dice así: 

“It has increasead it’s ability to mimic the sensory qualities of other media” 

No encuentro la repuesta a mí pregunta por ningún lado. Ojalá pudiera sacar muchas conclusiones acerca de esa frase, pero no se me ocurre ninguna. De pronto estoy equivocado en eso de que todo está conectado y el experimento de la frase aleatoria para solucionar dudas, es una invitación a que deje todo tipo de misticismo de lado, y que la única señal sólida, cierta y clara es el Pare de color rojo que hay en la esquina donde termina la calle que queda enfrente de mi edificio. 

Se me ocurre que es difícil analizar la frase porque no conozco cuál es el contexto del que hace parte y, como por decir algo sobre las personas que nos dejan de hablar, eso es lo que debe pasar, es decir, desconocemos cuál es su contexto actual y, en nuestras ínfulas de importancia, nos empeñamos en creer, a la ligera, que quieren evitarnos, mientras lo que en verdad ocurre es que no tenemos claro el contexto, ese gran cuadro en el que apenas somos una mancha. 

Ahora pico unos trozos de papaya. Miro los pedazos de fruta, anaranjados y jugosos, detenidamente, pero en ellos tampoco encuentro la respuesta sobre aquellos que desparecen de nuestras vidas, pero es que es obvio, solo es una fruta; entonces opto por pensar en lo más fácil: “Dar papaya”. Puede ser que también se trate de eso, de que esas personas, llamémoslas “los que se fueron”, creen que nos dieron papaya y, de cierta forma, se sienten abusadas. Como las amistades también son una cosa, también les aplica la Prueba y error. 

No dejo de darle vueltas al asunto, la cosa. “Prueba y error, prueba y error”, me repito. Creo que lo mejor que puedo hacer es ponerme a leer, actividad que, en vez de despejarme la mente, me la ocupa con otras preguntas.

martes, 19 de febrero de 2019

Pazite, snajper!

¡Cuidado francotirador! 

Con esas dos palabras se alertaban los ciudadanos, cuando iban a cruzar de una esquina a otra de la ciudad, en la guerra del la antigua Yugoslavia a inicios de los 90, mientras un francotirador los acechaba a través de su mira, Cuando sabían que el soldado había “desperdiciado” un tiro, salían a correr hasta llegar al otro lado. 

En ese tiempo la región era un hervidero al borde de una guerra civil. Coexistian 6 republicas, había 5 diferentes nacionalidades, 4 lenguajes, dos alfabetos, y estaba populada por Musulmanes, Catolicos, entre ortodoxos y protestantes, y cristianos. 

Tengo cierta fascinación, que está lejos de ser un sentimiento amarillista, con ese conflicto armado Desde que leí la novela “El chelista de Sarajevo”. Me parece increíble que en medio de la guerra algunos ciudadadanos intentaban llevar una vida normal. 

Me encontré las palabras de alerta: Pazite, snajper! ayer, mientras leía unas noticias para una historia que estoy escribiendo acerca de un francotirador que se llama Radiša Dobrilo, originario de Macedonia. 

La historia se titula respirar y transcurre en una misión en la que Radiša, ubicado en la azotea de un edificio, cuenta mientras inhala y exhala, e intercambia información con su observador, su pareja en la misión que le ayuda dándole la posición de los objetivos y la dirección del viento, entre otras cosas. 

En plena misión Dobrilo, con el dedo en el gatillo, comienza a tener muchas dudas y a cuestionar la guerra, lo que hace, todo, y en cierto momento pierde una orden disparo por andar inmerso en sus pensamientos. 

Es el tercer borrador de la historia, y me ha gustado mucho escribirla. Desde que la retomé hace un par de días, se me metió en la cabeza el personaje y lo veo claro tendido en la azotea del edificio: con su uniforme camuflado, cubierto por mantas viejas y cajas, y respirando pausadamente, como si estuviera meditando, mientras los rayos del sol golpean su espalda. 

 Me la he pasado pensando cómo mejorar la historia, qué incluirle o quitarle para hacerla más compacta, tanto que no le queden cabos sueltos a simple vista o, mejor, lectura; que funcione como un reloj que da campanadas exactas.

lunes, 18 de febrero de 2019

Todo por una firma

El centro de convenciones de Cartagena está lleno. 1500 esperamos para ver la conversación que la periodista Alma Guillermoprieto va a sostener con la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie. 

Adichie sale al escenario en medio de una tormenta de aplausos y, antes de ocupar una de las sillas ubicadas en el centro, se para enfrente de un atril para leer un texto relacionado con Gabriel García Márquez. Cuenta una anécdota de cómo fue su primera experiencia lectora con el autor colombiano: Un día, de pequeña, no hizo caso a sus padres y por querer irse a jugar con otros niños, se hizo una herida con un alambre. Luego, mientras se recuperaba y convalecía en cama, su padre le dijo: “Mira, creo que este libro te puede interesar”, y le entregó 100 años de soledad. 

La conversación trata varios temas: Adichie habla sobre la guerra en su país y cómo la vida de su familia cambio por completo, al tener que emigrar de un momento a otro; de qué significa contar historias; incluso hablan un poco acerca de J.K Rowling y Harry Potter. Una de las frases con las que la escritora africana encarrila la conversación hacia el final es: “Creo que África está en el ADN de Colombia”, que abre paso a las preguntas de los asistentes. 

Alisto “Americanah”, su novela, que compré en la tarde y abandono el auditorio, pues quiero que me la firme. 

No entiendo esas ansias de tener los libros firmados por los autores; queda claro que aparte de poder chicanear y mostrarlo como un trofeo, la firma no le quita ni le pone a la obra, y la historia sigue siendo la misma. 

Cuando llego al lugar de la firma, ya hay más de veinte personas haciendo fila. Me ubico rápido al final y delante mío hay una señora que está cuidándole el puesto a otras dos, quienes llegan afanadas y le dan las gracias mientras la primera se retira. Justo después de que esto ocurre, una mujer rolliza, toda vestida de negro y con un sombrero colgándole a la espalda comienza a alegar; les dice a las personas que llegaron que no se cuelen, que respeten la fila. 

Mi yo metido sale a flote e interviene: “pero si uno estaba en el auditorio y se salió antes a hacer fila, las personas que están con uno pueden hacerse acá, ¿no?”. A medida que hablo la mujer de negro no deja de alegar: “No hay opinión que valga, no hay opinión que valga, ¡usted se coló!”. La miro asombrado y le explico que yo estaba en la charla, pero la mujer continúa alegando. Al final dos de los organizadores llegan a calmarla, y al rato Adichie se sienta a firmar libros.

Imagino una corta conversación con la escritora cuando sea mi turno:

“¿Para quién?”, pregunta ella
“Juan Manuel”, le respondo sonriendo.
Y con sus dotes de escritora, en menos de un segundo, imagina una dedicatoria corta, pero poética: Para Juan Manuel, un gran lector que bla bla bla… 

Próximo a mi turno, luego de casi una hora de hacer fila, me dicen que solo puedo firmar un libro. Tengo dos: el de una amiga y el mío. Suplico que hagan una excepción. “Ok, abra la página en donde quiere que se los firme. Hago lo que me indican y ellosson los que  le pasan los libros. 

Adichie lo firma o garabatea, no se sabe, de afán, sin ningún intercambio de palabras.

viernes, 15 de febrero de 2019

Arte y política

Ayer volví a ver el video en el que Roberto Ampuero, el canciller chileno, contesta a la intervención de Jorge Arreaza, el venezolano, en una sesión de la OEA. El segundo, con un tono insolente, había dicho que el secretario general era un sicario y la organización un circo, donde los demás cancilleres que estaban ahí cumplían con una orden impartida por alguien. 

Cuando Arreaza termina de escupir sus palabras venenosas y malintencionadas, al primero que le conceden la palabra es a Ampuero. Me parece brillante la capacidad de discurso que tiene en sus zapatos de político, pero creo que lo que la hace posible es su pasado, o bien, su presente, su constante como escritor, una actividad que, imagino, nunca ha dejado de lado. 

Quién es Ampuero, no lo sé. Leyendo un poco me entero de que nació en Valparaiso y que estudió en el colegio alemán, del que se graduó con un promedio destacable y donde aprendió a escribir y hablar en alemán, lo que le permitió acercarse a escritores como Goethe y Mann, entre otros. 

Sobre su colegio afirma: “me enseñó a ser disciplinado y serio en lo que hago, a no desperdiciar tiempo, a revertir situaciones difíciles, a ser frugal y sencillo, y a vivir en otras culturas”. 

Después se traslado a Santiago y estudió Antropología Social en las mañanas y literatura latinoamericana en las tardes. Militó por un tiempo en las juventudes comunistas porque creyó que el socialismo era democrático, justo y de economía prospera y partió hacia Alemania Oriental luego del golpe militar en su país. Su experiencia comunista termina con una profunda desilusión política. 

En 1993 publica “¿Quién mató a Cristián Kustermann?” su primera novela. 

Creo que una forma de conocer a alguien es a través de lo que escribe, pero no he leído ningún libro de su extensa obra que, si no estoy mal, está orientada hacia la novela negra. 

Pero volvamos a lo de su discurso. La forma en que habla es tan clara y respetuosa, con pausas en las que busca la palabra precisa para que su idea no se diluya en imprecisiones. Parece que, en vez de contrargumentar a Arreaza, estuviera contando un cuento, pues su hablar pausado cautiva y no deja de blandir empatía y respeto. 

Creo que a la política le hace mucha falta el arte o que quienes la practiquen sean más humanos, personas de diferentes disciplinas: escritores, pintores, dramaturgos, etc. quienes cuentan, me atrevo a decir, con una visión más amplia de la vida, y rehúsan a anclarse a un único punto de vista.