miércoles, 3 de abril de 2024

La mujer de la foto

Esa noche, la segunda de nuestra luna de miel, llegamos muy cansados al hotel, después de haber caminado todo el día por la ciudad visitando sus sitios icónicos: el museo Louvre, la torre Eiffel, el Palacio de Versalles, y otro par más. La verdad, de todo el día, el lugar que más me gustó fue ese cafecito de barrio en la Rue Saint-Rustique. Muchas veces esos lugares que pasan inadvertidos para la mayoría de personas, resultan ser los mejores.

Ya en la habitación del hotel, mientras Ángela tomaba una ducha, me tumbé en la cama y me puse a revisar las fotos que habíamos tomado ese día: Ángela y yo, Angela con la torre Eiffel a sus espaldas, un par de selfies solos y otras donde salíamos los dos abrazados o besándonos. Las fotos de un viaje en pareja al final resultan zonzas y redundantes. Ahí estaba, concentrado y pulsando el botón de adelantar con mi pulgar derecho, cuando llegué a la foto donde Juliette aparecía en segundo plano. Se la había tomado a Ángela mientras alzaba los brazos en forma de V. Ahí detrás estaba ella, Julliete, con su pelo rubio largo y liso, su cara de facciones angulosas, y una minifalda roja que dejaba ver sus largas piernas. Sonreía, no sé por qué o a quién. Quedé como hipnotizado durante un par de segundos , hasta que oí a Angela salir del baño y preguntarme: “Cariño, ¿por qué tan concentrado?"

Estaba envuelta en una toalla roja, y una blanca hacía sus veces de turbante. Seguro había dejado en el baño una azul que no tenía forma de poner en su cuerpo.

Los nervios me jugaron una mala pasada y sentí como mi cara hervía. Apagué la cámara y la puse en la mesa de noche. Luego la tome de la cintura y la atraje hacía mí para estamparle un beso. En ese instante ya sabía que todo se había ido a la mierda y que no iba a descansar hasta encontrar a la mujer de la foto.

martes, 2 de abril de 2024

Escritor de mentiras

Estoy en el lanzamiento de un libro. Había quedado de asistir con un amigo, pero se le presentó un inconveniente y no pudo asistir al evento. Como ya me había programado decidí ir solo.

Apenas llego al lugar un mesero, con paso apresurado, pasa por mi lado con una bandeja repleta de copas de vino.

“Señor”, le digo. El hombre frena en seco y baja la bandeja de encima de su cabeza. No sé cómo hace para que ninguna se le derrame.

Sin mediar palabra tomo una copa. Apenas lo hago el mesero comienza a caminar con el mismo paso decidido que llevaba antes.

Decido salir a la terraza del lugar.

A los pocos minutos de estar allá una mujer bajita, de pelo negro con mechones grises, se acerca y me pregunta si tengo un encendedor. Le digo que no fumo, pero igual se queda a mi lado y comienza a hablar.

Se llama Sofía y me cuenta que es escritora. Le pregunto sobre qué escribe y me dice que le gusta la fantasía. Le cuento que a mi también me gusta escribir y me dice: “Veo, ¿y a qué edad empezaste a escribir de verdad?"

No sé qué gesto hago o cuál es la lectura que ella hace de mi lenguaje corporal, porque al instante concluye: “quiero decir, ¿a qué edad publicaste tu primer libro?”

Como no he publicado ninguno no sé qué responderle. imagino que decir “soy escritor(a)” es fácil, pues no hay forma de negar esa afirmación. Cada quién va por la vida diciendo qué es o cree ser y ya está, ¿acaso no?

En medio de mis pensamientos Sofía vuelve a quebrar el silencio: “Yo comencé a los 23 cuando publiqué mi primer libro".

Tal vez lo que sucede con la escritura es que muchas personas que la practican no se preocupan por perfeccionar su arte, sino que simplemente quieren ser escritores.

Sonrió para ganar tiempo e inventar cualquier respuesta, pero como ninguna llega a mi cabeza, le doy un sorbo a la copa de vino y permanezco callado. Luego bajó la mirada y me pongo a mirar sus zapatos, unas botas rojas, y los míos. Algo me dice que lo mejor es permanecer callado y por eso debo evitar el contacto visual. Cuando ya me resulta imposible hacerlo, porque sé que Sofía espera que le diga algo, subo la mirada y sonrió de nuevo. La sonrisa como escudo.

Justo cuando voy a abrir la boca para decir quién sabe qué, Sofía se da cuenta de que alguien acaba de llegar y se excusa conmigo para ir a saludar al recién llegado.

Ahí, solo de nuevo, me pongo a repasar la breve conversación que tuve con Sofía. Imagino que el concepto Escribir de verdad, está ligado a publicar un libro. Si a alguien le gusta escribir, como es mi caso, pero no ha publicado ninguno, ya sea de autoayuda, ficción, ensayo o incluso un libro de cocina ¿Cómo se atreve a llamarse escritor?

En ese orden de ideas, Existen dos tipos de escritores: los de verdad y los de mentiras. Sofía y quienes hayan publicado un libro, pertenecen a los del primer grupo, y quienes no hayan publicado ninguno al segundo.

Probablemente Sofía se fue a conversar con un escritor verdadero, porque ¿quién querría perder tiempo con uno de mentiras?

lunes, 1 de abril de 2024

Pensamientos en la madrugada

Lunes, 1 de la mañana.

Se acabó la semana santa y en menos de 4 horas debo despertarme para volver a la ciudad. Apagó la lámpara, acomodo las almohadas, me arropo con las cobijas y cierro los ojos.

Después de un par de minutos me doy cuenta de que no tengo sueño, pero no me queda más que cerrar los ojos e intentar dormir. Cuando veo que no llega, volteo el cuerpo para un lado y luego para el otro a ver si su ausencia tiene que ver con la posición de mi cuerpo, pero nada, sigo en las mismas. Escucho los ladridos lejanos de un perro que, asumo, no puede dormir, o alerta a sus dueños sobre un peligro. De un momento a otro ya no escucho nada y me pregunto si me imaginé ese sonido. En la madrugada la cabeza inventa mucho ruidos o amplifica algunos.

Envidio a mis hermanos que apenas ponen la cabeza en la almohada caen en un sueño profundo. Yo siempre pienso en cualquier tema, no necesariamente trascendental, pero siempre me distraigo con cualquier pensamiento.

No sé cuánto tiempo pasa, estimo que unos 40 minutos y ahí sigo dando vueltas sin lograr dormir. La cabeza, mi consciencia o bien las dos, me plantean una pregunta abierta sobre el futuro: ¿cómo será? Les respondo que ahorita no quiero pensar en eso, que debo dormir porque tengo pocas horas de sueño.

insisten, así que me distraigo con la pregunta, ¿Cómo será? ¿Qué vendrá a mi vida en un futuro cercano o lejano? Como no logro responder las preguntas siento un poco de angustia, así que decido concentrarme en mi respiración a ver si dejo de pensar pendejadas en la madrugada.

Al poco rato, eso creo, suena la alarma y siento que no dormí más de quince minutos. Recuerdo la pregunta: ¿qué vendrá?, pero no le pongo atención, y cuando entro a la ducha el agua termina de llevársela.

lunes, 25 de marzo de 2024

El corazón del tártaro

Camino por entre los toldos de un mercado callejero. Lo hago de forma distraída hasta que veo uno de libros de segunda y freno en seco. Parece que tiene miles de ejemplares apeñuscados. ¿Cómo desperdiciar una oportunidad de hojear libros? Recuerdo que una vez en ese mercado, me llevé una novela que contaba una historia de amor, que ya ni recuerdo como se llama. Saludo a la mujer rolliza que atiende el puesto de libros. Tiene los pómulos colorados como si acabara de hacer un gran esfuerzo.

Comienzo a mirar los libros con un método que un escritor nos contó en un curso y que, según él, algunos editores aplican: lo levanto, lo peso en la mano, leo el párrafo inicial y si conecta conmigo lo abro hacía la mitad y leo otro párrafo cualquiera. Si también hago feeling con ese, abro el libro hacia el final y leo un último párrafo. Ese va a definir si lo llevo o no. Lo de levantarlo y sostenerlo en la mano, no creo que lo hagan los editores. Digamos que esos son pasos que yo le añadí al ritual.

Estoy en esas con un libro cuando veo uno al fondo del stand que tiene una portada con mucho color rojo. Lo primero que leo es el apellido de su autora: Montero. luego el nombre: Rosa y por último el título: El corazón del tártaro.

Dejo el libro que estoy mirando y le dijo a la mujer que me alcance ese. Está en muy buen estado, como si nadie lo hubiera leído nunca. Le pregunto cuanto cuesta y la mujer dice que el precio lo tiene escrito en las primeras hojas. Le digo que no y entonces le manda un audio de WhatsApp al dueño de los libros.  Vale 45 me dice al instante, y casi como un acto reflejo llevo mi mano hacia la billetera. Pero en ese momento, ese otro  que vive dentro de mí y con el que a veces entablo conversación me dice: “usted ya leyó esa novela”. No recuerdo haberlo hecho. Si lo hice, la trama, como la de muchas otras novelas, se me esfumó por completo de mi cabeza. Entro a Goodreads y el otro tenía razón. La aplicación me dice que lo leí en el 2021.

Se lo devuelvo a la señora del stand y le cuento que no me acordaba que ya lo había leído. Por un momento pensé que había dado con una ganga. Cuando voy a dejar el lugar, la mujer me dice: “¿Ya miró los de la parte de atrás? De pronto hay alguno que le interesa”. Tiene razón de pronto en esos libros que no he mirado está ese libro que de forma inconsciente he buscado toda mi vida, ese libro que fue escrito únicamente para mí.

Me dirijo hacia ese lugar, pero ninguno de los que examino me llama la atención. 

 "A Zarza le gustaba que su mundo fuera así, impreciso, elemental, 
carente de memoria, porque hay recuerdos que hieren como la bala 
de un suicida."
- El corazón del tártaro -

jueves, 21 de marzo de 2024

Letras sin rumbo alguno y con los pies fríos

Escribo esto con los pies helados. Cuento eso para ver qué otras palabras llegan a mi cabeza y, parece, es un sintagma, signifique lo que eso signifique, que no evoca nada. Se queda en eso, en tener los pies fríos y ya está.

Utilizo la palabra sintagma en vez de frase, porque he visto que Millás a veces la utiliza en sus escritos. Uno siempre va por ahí imitando a sus escritores favoritos, ¿acaso no? Quizá sea para ver si a uno le pega algo de su estilo de escritura. Un imposible, claro está, pero cada quien con sus fantasías.

A veces, creo, a uno se le pega el estilo de un escritor porque acaba de leer una de sus obras. Recuerdo que una vez escribí un cuento después de leer Rayuela y al escribir intenté imitar el estilo de Cortázar. No fue algo deliberado, sino que el tono del cuento salió como si nada y caí en cuenta de ello luego de escribirlo, aunque puede que no sea así y simplemente me creí esa mentira y ya está. Sea como sea o fuese como fuese, el cuento, Almuerzo con la Muerte, me gustó.

¿Qué más les puedo contar? Ahora resulta que el frío se me está subiendo por las pantorrillas. Ya que este breve escrito sin rumbo llegó a este punto, hablemos de las pantorrillas, un territorio extraño del cuerpo, porque hace parte de la pierna, pero no es imprescindible como, digamos, la rodilla. Está ahí, sin to ni son, como la frase Escribo esto con los pies helados, quizá son parientes cercanas (no sé si referirme a ellas en plural o singular) de la espalda, otra sección huerfana del cuerpo, a la que solo le comenzamos a prestar atención cuando envejecemos porque empieza a doler.

No me queda más que decirles que escribo esta frase/sintagma de cierre con los pies helados.

martes, 19 de marzo de 2024

Cómo saber si una novela es buena

Debo dejar claro que es solo mi punto de vista y quizá solo aplique para mí.

Considero que una novela es buena, qué digo, buenísima, cuando la leo de un soplo, es decir, cuando parece que me la inyecto directo a la vena, si me permiten esa imagen que quizá no sea del todo precisa.

Cuando eso pasa, me doy cuenta de que a los pocos días de haberla comenzado ya la llevo por más la mitad y la historia se me cruza por la cabeza en varios momentos del día.

Un día del año pasado, en uno de mis planes de visitar librerías le eché un vistazo a Partes de Guerra de Jorge Volpi. Ese día leí el inicio de la novela:

El corazón, quién lo diría. Siempre desdeñé este músculo tenaz, cómo me irrita 
su estirpe de manzana, su estampa en cuadernos y playeras, su martilleo
quejumbroso, quién preferiría el golpeteo de este molusco al magnetismo 
del cerebro.

Me dije: mi mismo, aquí hay mucha clase. Pero más que eso hay entrañas, es decir de esas vísceras que un autor deja en el texto porque un tema no lo deja tranquilo.

Quizá debí comprarlo ese día, pero lo único que hice fue anotarla en mi celular, y tomó un puesto en la fila de “libros por leer” que tengo en algún compartimiento de mi cabeza.

Este año L, una gran amiga, me lo regalo de cumpleaños (por favor atesoren a esos amigos que regalan libros), y de las novelas que me ha regalado, esta ha sido una de las que más me ha gustado.

En estos días espero con ansias a que llegue la noche para leerlo (considero que la mejor hora para hacerlo es las 11p.m.) para saber qué va a pasar con sus personajes.

Grande Volpi, grande L, grande la lectura.

lunes, 18 de marzo de 2024

Los lentes

Los ojos me arden.

Ya sonó la alarma del celular que indica que cumplí el tiempo con ellos puestos, pero no había escrito el post de hoy así que aún no me los quito, solo porque cuando utilizo gafas mi visión disminuye drásticamente.

Dar con un par de lentes que funcionen bien es tan complicado como dar con una buena optómetra que los recete. Yo di con una con la que llevo varios años y me ha funcionado de maravilla.

Siempre que voy a consulta me asombra ver como anota, de forma apeñuscada y en un cuaderno de hojas cuadriculadas, los datos de las mediciones que toma. ¿Cómo hará para no confundirse? Si yo tuviera su trabajo llevaría todas las notas en un archivo de computador, porque sería un desastre anotándolas a mano, pero bueno, de ahí que ella se dedique a eso y trabaje como le dé la gana y yo a otra cosa, ¿acaso no?

Creo que el truco para que los lentes no me molesten después de un buen tiempo, es que ya no me rasco los ojos de forma desesperada y uso gota humectantes a cada rato. En la universidad era un desastre con su cuidado e imité una conducta de mi hermana totalmente antihigiénica. Consistía en quitarse el lente que molestara y meterlo en la boca para, dizque, limpiarlo con la lengua.

La dichosa técnica me funcionó hasta que en medio de un parcial la apliqué, y sentí como el lente se quebró en mi lengua. Desde ahí nunca la volví a ejecutar y recuerdo que sufrí mucho para terminar el parcial porque tenía que pegarme la hoja a la cara para leer y escribir.

Los dejo porque debo quitarme los lentes. Luego de que se cumple el tiempo establecido tengo un colchón de una hora para tenerlos puestos. Después de ese tiempo las alarmas comienzan a sonar.