Ya no hago ni lista ni compro libros compulsivamente. Si la visito, paseo por los pabellones y me llevo los libros a puro feeling. Creo que dejé de hacer listas, porque muy pocas veces encontraba los libros que anotaba en ellas. Solo recuerdo una ocasión en la que pude comprar dos novelas que andaba buscando: El tumbao de Beethoven y Vibrato.
Después de ese año no volví a cargar lista y comencé a comprar libros dejándome llevar por mi intuición, solo basándome en sus portadas, títulos, información de la contraportada, sumado a la lectura de algunos apartes que seleccionaba de forma aleatoria. De esa forma he dado con novelas que me han gustado mucho como: El hombre que murió la víspera, Matadero Franklin, Como los perros, felices sin motivo, y El señor de los dados.
Una mujer que antes leía mucho, parece que ahora no, o por lo menos no con la misma frecuencia, dice que ya no le encuentra mucho sentido ir a la feria del libro. Afirma que los libros que llevan a ese espacio, se pueden comprar en cualquier librería y que por eso ya no le emociona tanto el evento.
Es un buen argumento, pero así y todo, y aunque ya no me enloquezco comprando libros, a mí todavía me gusta ir a la feria del libro. Imagino que, de forma subconsciente, pienso algo similar a lo que describe el narrador de La biblioteca de Babel, el cuento de Borges, y que en alguno de los stands me voy a encontrar con un libro que contiene todo el conocimiento universal, una especie de libro-Dios que contiene a todos los demás.