martes, 8 de junio de 2021

Patear piedritas en la calle

Hoy me desperté antes de que sonara el despertador, pero cerré los ojos, dizque para hacer pereza, y me quedé dormido.

Me desperté una hora más tarde, gracias a una alarma que había configurado para tomarme una pastilla. me levanté sobresaltado y con la sensación de que iba a ser un día perdido.

Después del desayuno, un té y unas galletas saltinas con mantequilla y mermelada, me senté en el escritorio, prendí el computador con ánimo de escribir un texto, pero no me salía nada. Las palabras, al parecer, todavía Seguían dormidas.

¿10, 15, 20 minutos? No sé cuánto tiempo me quedé mirando la pantalla en blanco, mientras me sacaba las yucas de los dedos y practicaba batería aérea con un ritmo que me inventé en el momento. Soy bueno para eso, para crea ritmos de batería de canciones que no existen, en momentos en que la inspiración no llega.

Mi mini concierto se acabo o me aburrí del ritmo, pero seguía sin saber qué escribir.

Decidí ponerme de pie y dar una vuelta por el apartamento para ver si alguna idea se me aparecía por la cabeza.

Cuando llegué a la cocina, abrí la nevera a modo de acto reflejo, pues acababa de desayunar, miré la caja de leche, luego unos tuppers con verduras adentro, a ver si me podían dar alguna idea, pero los miserables no me dijeron nada, entonces la cerré.

Luego me encaramé en una silla para mirar por la ventana y vi a un hombre que estaba caminando con las manos en los bolsillos, los hombros apuntando hacia el cielo, y que pateaba una piedra que se había encontrado en su camino.

Aunque imprimía poca fuerza en sus patadas, lo hacia de manera concienzuda, como si quisiera llegar con la piedrita que se había encontrado hasta su destino.

Luego, así, de a poquitos, como el hombre y su piedra, comencé a poner una palabra detrás de la otra hasta que logré terminar el texto.

lunes, 7 de junio de 2021

La anciana

Bajo a la portería a recoger un domicilio.

La puerta que da a la calle es de vidrio y está enmarcada en madera.

El portero acciona el mecanismo que la abre y suena un pito agudo. Tomo la perilla, abro la puerta, saco la plata del bolsillo, le pago al mensajero y tomo los paquetes.

No deben pasar más de cinco segundos mientras realizo esas acciones consecutivas.

Cuando doy media vuelta para subir al apartamento, me doy cuenta de una anciana que está parqueada en su silla de ruedas al lado derecho, y que mira a la calle por un ventanal que está a ese lado de la puerta.

“¿Cuánto tiempo llevará ahí?”, me pregunto.

Ya de camino hacia el ascensor, me doy cuenta de que la enfermera que se hace cargo de ella, está sentada atrás, en un butaco, y parece vigilar a la mujer. Lleva un uniforme blanco, el pelo agarrado en una cola y bate ligeramente la pierna izquierda, que tiene cruzada sobre la otra.

Afuera hace sol, pero en vez de pasear a la anciana en su silla de ruedas para que tome un poco, prefirió parquearla en la portería, o de pronto ese fue el deseo de la anciana, a la que ya le da lo mismo pasar el tiempo encerrada o al aire libre, pues solo abandona su silla de ruedas cuando se va a dormir.

¿En qué pensará ahí, quieta, mientras ve pasar la vida o cómo la vida pasa por ella? ¿Recordará su juventud, cuando nunca se le pasó por la cabeza que sus últimos días de vida los iba a pasar anclada a una silla de ruedas?

En otras ocasiones he visto como la enfermera casi le grita al oído para que la anciana pueda escuchar. ¿Tendrá noción de lo que ocurre a su alrededor?

¡Qué putada es la vejez!

sábado, 5 de junio de 2021

Me dio sueño

Quiero leer despacio, pero largo; entregarme, mínimo unas dos horas, a una lectura libre de cualquier afán.

Comienzo a hacerlo y logro engancharme con la historia de la novela. Quiero saber qué les va a pasar a los personajes principales.

Los capítulos están intercalados entre lo que ocurre en el mundo de la novela y una novela que escribe la protagonista. A veces comienzo a leer los de la novela y no entiendo un carajo, hasta que caigo en cuenta que estoy en la novela dentro de la novela.

Leo un capítulo que transcurre en la vida de la protagonista.

La mujer le compra verduras a una viejita enigmática que nunca antes había visto, que tiene un puesto en la calle. La segunda trata de sonsacarle información a la primera, lo que hace aún más sospechoso su actuar o, más bien, su presencia.

En la vida real, aquí y ahora, si es que usted, estimado lector, considera el paso del tiempo de forma lineal— digo esto porque el otro día leía que pasado, presente y futuro se entremezclan de manera continua—tuve que interrumpir la lectura para salir a hacer una vuelta no prevista.

Cuando regresé, después de no más de 2 horas de estar por fuera, acomodé las almohadas para seguir leyendo , pero me dio sueño y los ojos se me comenzaron a cerrar.

Dejé que el sueño, los ojos o ambos hicieran lo que les diera la gana, supuestamente para descansar, y cuando los abrí por tercera vez, el Kindle se había apagado; me había quedado dormido.

Me gustaría dejarles una enseñanza, sorprenderlos con un texto que sacuda su forma de pensar, pero no. Solo quería contarles que me dio sueño.

jueves, 3 de junio de 2021

Historia en remojo

Debo trabajar en una presentación, pero antes de abrirla decido cerrar todas las pestañas del navegador de internet.

Una es una noticia que cuenta cómo un hombre, descargó el cargador de una pistola 9 mm en otros dos, y cuando se iba a pegar un tiro, el arma se atascó y no pudo hacerlo. No recuerdo la seguidilla de links para llegar a esa página, ¿qué estaba buscando?

La noticia tiene declaraciones del asesino. Cuenta que fue Jesús quién lo salvo en esa ocasión y que lo terminó de encontrar los años que pasó en la cárcel.

Me sumerjo en la noticia, porque las declaraciones del hombre son párrafos extensos y me parece que hacen parte de una novela, pues están cargados de tensión y frases precisas que, en vez de  respuestas improvisadas, parecen elaboradas con detenimiento.

Se me viene a la cabeza un escrito sobre el hombre. Abro un documento nuevo, anoto un par de ideas y redacto una introducción o, más bien, la copio, porque es uno de los dardos narrativos que disparó el hombre cuando lo entrevistaron.


Miro el reloj, y debo ponerme a trabajar en la presentación.

Leo lo poco que escribí, lo edito a las patadas y cierro el documento.

El escrito queda todo el día en remojo en mi cabeza. Le doy vueltas y vueltas y me imagino diferentes estructuras para contar la historia del asesino creyente.

Me gusta cuando eso pasa, cuando una historia se queda dando vueltas en la cabeza, como exigiendo que la contemos; como si preguntara: “¿para qué se tomó el trabajo de prestarme atención, si no me va a narrar pronto?”

miércoles, 2 de junio de 2021

Libros al año

“Los españoles leen al año 13 libros de media. ¿Qué os parece la cifra?” publica un hombre en una red social con un tono de alarma.

Da a entender que es una cifra baja y que deberían leer más.

Una mujer, en una actitud lambona, le responde con el mismo tono de drama”

“¡Qué tristeza me da esta noticia! Pero gracias por compartirla. Sin duda, invita a una gran reflexión y explica el motivo de la falta de empatía y otros valores que carecemos a nivel social.”

Que afirmación tan rimbombante, y que pereza que acuda a ese lugar común y fastidioso de la empatía.

A mí, la verdad, no me da tristeza. Que los españoles hagan con su tiempo lo que les dé la gana.

Dice la mujer que ese dato invita a una gran reflexión y les voy a contar cuál es la mía:

A mí no me escandaliza. Es más, me parece que leer alrededor de un libro al mes está bien, pues ¿cómo saber si esos lectores se dedican a leer libros tan extensos como Guerra y Paz cada mes?

Lo importante, como escribí hace algún tiempo, es leer al ritmo de cada uno, pero que sea a conciencia; un acto de comunión con la luz y tinieblas que llevamos por dentro, y no por mejorar la estadística de libros leídos al año.

Reflexionando de más, de acuerdo con la invitación de la que habla la mujer, me parece que su comentario carga ese tufillo de superioridad moral que a veces se le da la lectura.

Los que leemos mucho lo hacemos porque nos gusta y ya está, como al que le gusta jugar videojuegos, dibujar, ver televisión hasta que se le salgan los ojos, o echarse en la cama a mirar pal’ techo.

Si ese pobre hombre viviera en Colombia ya se habría quitado la vida, pues dicen las estadísticas que los colombianos leen 2.7 libros al año.

lunes, 31 de mayo de 2021

Cómo escoger una lectura

No tengo ni idea. Gracias por leer…

Mejor dicho, lo que quiero decir es que yo no cuento con ningún método.

Ayer comencé a leer los diarios de Sándor Márai, porque me gustan mucho los diarios de los escritores y Millás los recomienda en La Vida a Ratos, su diario novelado, junto con La Tentación del Fracaso, los de Julio Ramón Ribeyro.

Le hago mucho caso a todas las recomendaciones que hace Millás. Me gusta mucho su estilo de escritura, y pienso que en lo que él ha leído debe haber una clave, algo que, a diferencia de él, muchos lectores han pasado por alto, y es muy probable que yo también.

El caso es que por eso tenía en la mira los diarios de Márai.

Ayer eran las 11:30 p.m. Tenía sueño, pero todavía algo de energía para prolongar la vigilia.

Las opciones eran claras: Leer un poco o clavar la cabeza en la almohada.

Me decidí por la primera, pero quería leer algo que no sobrepasara media hora de lectura, pues considero que leer más allá de la medianoche es un posible punto de no retorno, y que de capítulo en capítulo se llega a la madrugada como si nada.

El Kindle decía que iba a gastarme 27 minutos de lectura, casi siempre es un poco más, en el capítulo de una novela y un tiempo similar en otro libro que es un ensayo extenso.

En ese momento me acordé de los diarios de Márai, y como está compuesto por entradas cortas, decidí comenzarlo.

Espero que el libro me sacuda bastante. La introducción dice: “Es un testimonio apasionante y profundamente conmovedor de un hombre decidido a enfrentarse sin ambages con la muerte”.

viernes, 28 de mayo de 2021

Derrotar a la pereza

Logro evacuar temas pendientes en la mañana, y destino la tarde para escribir un artículo.

Después de reposar el almuerzo, me siento en el escritorio, tamborileo el teclado con la yema de los dedos, pero ninguna idea se me aparece por la cabeza.

Entonces intento reciclar un escrito viejo, pero aparte de hacerle unas modificaciones flojas, no logro arrancarle más palabras al tema.

Cierro el documento. “¿Y ahora qué?”, pienso.

Viene a mi mente, a manera de salvavidas, Lenguaje poético, un texto que comencé a redactar en 2018 sobre el lenguaje africano Bambara, que se habla en Mali.

La idea de esa pieza surgió, porque leí un cuento de una neoyorkina que prestó servicio de voluntariado, con la agencia Cuerpos de Paz, en ese país.

El cuento trataba sobre la llegada de una segunda esposa a un matrimonio, y la manera en que se acoplaba a la pareja previamente establecida.

Lauren, su autora, utilizaba muchas expresiones en Mali, y eran fascinantes porque eran cortas, de no más de 3 palabras, pero estaban llenas de significado.

Pensé que había desarrollado más ese texto, pero no fue así. Lo leí dos veces y también decidí abandonar el documento.

Ahí estaba, de nuevo frente a la hoja en blanco.

Me di cuenta que estaba tratando de huirle a la historia del urinario de Marcel Duchamp, que quería contar desde hace unas semanas, pero la pereza de escribir algo desde cero me estaba ganando.

De alguna manera me le planté desafiante a la no escritura, me puse a leer artículos y comencé a escribir.

Entré, imagino, en ese estado que los psicólogos llaman “flujo”.

Me divertí mucho escribiendo.