domingo, 25 de mayo de 2025

10:59 p. m.

título pobre, pero honesto el que le doy a este post y por el momento no se me ocurre  qué otro ponerle.

Debí haberlo escrito en horas de la tarde, tal vez con la cabeza un poco despejada. No como ahorita, que está pero no está gracias a un triptán, una bestia de pastilla para cortar dolores de cabeza que, claro, me  recetó un neurólogo.

Siento otra temporada de dolor de cabeza a la vuelta de la esquina. Permítanme ustedes el uso de frases hechas como la anterior. Ahora mi cabeza, ya sin dolor, da para poco, pues, como mencioné hace unas líneas, la siento ajena, como si no estuviera conectada al cuello o fuera de otro personaje, como si no me perteneciera. En fin.

A eso de las 5 apareció una sombra de dolor en el lado derecho de mi cabeza, así que me puse un casco frío y me recosté en la cama. Me parece que caí en un estado de duermevela confuso, con un pie dentro de la vigilia y otro dentro del territorio del sueño. El dolor se fue o se camufló entre los pliegues del cerebro.

Cuando me levanté de la cama, como casi siempre ocurre cuando uno se levanta, no sabía muy bien quién era, quién me había puesto en este extraño mundo y, más que eso, para qué.

Repté hasta el computador y perdí tiempo en él, leyendo noticias y mirando videos de YouTube. Leí sobre una periodista argentina que mandó su columna de siempre al diario y la montaron en internet sin ni siquiera revisarla. En ella se quejaba de las lamentables condiciones laborales del diario y su mala paga. Luego, no recuerdo bien cómo, caí en una columna de una periodista colombiana que le pidió ayuda a ChatGPT para que la ayudara a escribir de forma terapéutica. Sigo sin entender ese concepto, esa corriente de escritura. Es decir, me parece una expresión redundante, pues creo que la escritura siempre será terapéutica, a menos que uno escriba el código penal. Es como si uno dijera yoga relajante o algo por el estilo.

Sea como sea, después de leer esas noticias, casi a las 10:00 p. m., el dolor de cabeza comenzó a tomar fuerza de nuevo, y fue ahí cuando me clavé la pastilla. Podría considerarse una medida agresiva, pero bueno, es mi maldito dolor de cabeza y yo veré si me inyecto morfina para calmarlo, ¿acaso no?

La pastilla actuó casi de inmediato, y ahí me dije: "Mi mismo, es hora de ir a prepararse un té", el cual me tomo justo en este momento, acompañado de unas galletas Bridge de vainilla. Las mejores son las de chocolate, pero ya se habían acabado.

Quedan solo 43 minutos para que se acabe este día, y me quedan 33 para acabar la novela de Millás, lo que quiere decir que hasta aquí llegó este post.

miércoles, 21 de mayo de 2025

Un Dios creado a nuestra imagen y semejanza

Leo una noticia que habla sobre un periódico que publicó una columna con una lista de libros para leer en el verano, con una sinopsis detallada, y casi la totalidad de ellos no existen. Los lectores se dieron cuenta fácilmente y no tardaron en entender qué había ocurrido: Una IA había escrito el artículo.

Esto me recuerda aquella vez que le pedí a ChatGPT que me diera la bibliografía de Millás. Casi al instante comenzaron a aparecer los títulos hasta que nombró El hombre loco.

“Esa novela no es del autor español”, escribí indignado. Seguro la tarada se confundió con La mujer Loca, otra novela de Millás, pensé.

“Tienes razón, me equivoqué al mencionar "El hombre loco" como una novela de Juan José Millás, y te agradezco por señalarlo”, contestó la máquina esa; me la imagino así, como una máquina en algún rincón del planeta.

No contenta, decidió seguir aferrada a su delirio: “De hecho, el hombre loco es una obra de teatro que escribió en colaboración con el dramaturgo José Luis Alonso de Santos. Mis disculpas por la confusión. Como para calmar mis ánimos me dio una supuesta bibliografía actualizada.

Busqué información sobre la supuesta colaboración de Millás con el dramaturgo Alonso de Santos y no encontré nada, así que contraataqué: “Millás nunca escribió con Jose Luis Alonso de Santos”.

“Tienes toda la razón. Me disculpo nuevamente por mi error en la respuesta anterior. Me confundí con otro autor. Juan José Millás no ha escrito ninguna obra de teatro en colaboración con José Luis Alonso de Santos”.

Luego, como apenada, anotó lo siguiente: “El resto de la bibliografía que mencioné en mi respuesta anterior es correcta. Agradezco tu corrección y lamento cualquier confusión que haya podido causar".

No lo sé Rick. Ya resulta difícil creerle

Parece que el problema de la Inteligencia Artificial es lo creativa que puede llegar a ser. Es como si la cantidad de datos que la nutren en algún momento la sobrepasan y no encuentra otro camino que inventar cosas.

El paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, que sí escribió tres libros con Millás afirma lo siguiente: “"La inteligencia artificial (IA) no es inteligencia, es potencia de cálculo”.

Sea como sea, seguimos rindiéndole culto a ese Dios que hemos creado a nuestra imagen y semejanza

martes, 20 de mayo de 2025

Saber perder

Domingo.

Estoy con mi hermana en un centro comercial y me dice que tiene que ir a hacer una vuelta a yo no sé dónde. Parece que tuerzo la cara, porque apenas termina de hablar me dice: “Mientras tanto puedes entrar a la librería”. Le hago caso e ingreso al lugar con una simple consigna: solo voy a hojear libros, pues al día siguiente voy a visitar la Filbo.

Dentro del lugar ocurre lo de siempre: me paseo por los pasillos que forman las estanterías de libros, con un aire distraído, y me acerco a esos que me llaman la atención, leo un par de páginas y los vuelvo a dejar en su lugar.

Así transcurre mi visita hasta que una portada de color rojo con unas cerillas quemadas que forman una especie de círculo me llama la atención.

La novela se llama Saber perder y es de David Trueba, un autor desconocido para mí. Me causa intriga el título.  Saber perder, pienso, es un arte que todos deberíamos dominar. Comienzo a leerla:

El deseo trabaja como el viento. Sin esfuerzo aparente. Si encuentra las velas extendidas nos arrastrará a velocidad de vértigo. Si las puertas y contraventanas están cerradas, golpeará durante un rato en busca de las grietas o ranuras que le permitan filtrarse.

En mi infinita ignorancia, me parece un buen comienzo. Leo un par de páginas más y el estilo del autor me convence. Mi instinto literario me sugiere que compre el libro, algo me dice que lo voy a disfrutar, pero pienso en la Filbo y en que también voy a comprar libros allá. La corazonada es más fuerte que mi cabeza racional, así que me lo llevo.

Ayer lo terminé de leer, y pienso que fue un acierto.

lunes, 19 de mayo de 2025

Ese imbécil va a escribir una novela

Sin pretenderlo, como muchas veces ocurre con las búsquedas de internet, doy con una noticia sobre Millás, mi escritor favorito.

Me enteré de la existencia del escritor español hace muchos años en una feria del libro, mientras caminaba distraído por un stand de Planeta y me encontré con su libro Articuentos completos. Hasta ese momento no sabía nada sobre él, pero tropezarme con ese libro hizo que cayera en el abismo de su obra, donde es difícil distinguir la realidad de la ficción. Esa, quizás, es una de sus características de escritura que más me gusta.

Sobre ese encuentro fortuito ya he escrito antes, así que lo mejor, creo, es no desviarme del tema.

Les decía que me encuentro con un artículo sobre él, en el que hablan acerca de Ese imbécil va a escribir una novela, su último libro. Lo primero que pienso es: Paren todo, Millás acaba de sacar una nueva novela.

De inmediato, ese comprador compulsivo de libros que llevo dentro me susurra mentalmente: “¿Por qué no la compra?” Trato de negociar con ese ser. Le digo que me atiborré de libros en la Filbo y que, aparte de esos, tengo cientos en digital.

“¿Y eso qué importa?”, responde.

“ ¿Cómo así? Sería una compra compulsiva, ¿no cree?”

“¿Y qué más da?”

“No lo entiendo”.

“Pues sí. A ver, digamos que sí es una compra compulsiva, pero imagine los siguientes escenarios: dentro de unos meses un meteorito puede impactar la tierra, o a usted le puede dar un paro cardíaco fulminante, en una mañana soleada de un domingo, mientras camina por la acera comiendo helado. Es difícil precisar qué va a pensar en ese momento, pero, según cuentan muchas personas, los que están a punto de morir se recriminan por aquellas cosas que dejaron de hacer. Sea como sea, recuerde que la vida es como una fotografía instantánea y que lo que no se hace hoy tal vez no se haga nunca, o como decía otro escritor que ahora no recuerdo: El mañana es de los muertos.

No sé ustedes qué piensen, pero yo le hallo mucho la razón, así que:

Paren todo, Millás acaba de publicar una novela.

jueves, 15 de mayo de 2025

"Decir lo que se dice exige una precisión de microcirugía casi imposible de lograr"

Voy en el carro con mi hermana y me pide que ponga un podcast.

Me encuentro con un listado de entrevistas a escritores y empiezo a deslizar hacia abajo la pantalla hasta que me encuentro con una entrevista de Lina María Parra.

Últimamente no dejo de pensar en esa autora. Imagino que es así porque estoy obsesionado con conseguir su segundo libro de cuentos que, como ya escribí hace unos días, parece extinto.

La entrevista que escuchamos es sobre La mano que cura, su novela. En un momento, el entrevistador le pregunta sobre una escena en la que una de las protagonistas clava los dedos en la tierra y una mata comienza a agitar las hojas. El hombre, con aires de intelectual, le pregunta si esa escena es una de iniciación, o algo por el estilo.

La escritora responde que no. Dice que eso es lo que no le gusta de la literatura: que muchas personas piensen que lo escrito es una metáfora sobre la vida. Menciona que a ella le gusta lo literal, que si sus personajes son brujas, en verdad tienen poderes sobrenaturales.

Si no estoy mal, alguna vez leí que García Márquez pensaba o leía de esa manera. El escritor decía que, después de leer: “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto”, no pensaba en que Kafka estaba tratando de decir algo entre líneas, sino que para él Samsa sí se había convertido en un insecto, más allá de que el escritor checo quisiera decir otra cosa.

Me gusta eso de la literalidad en la lectura. No leer pensando que hay un significado más allá de lo que dice el texto.

Vuelvo a pensar en la frase de Vidas al límite, el libro de crónicas de Millás que he citado montones de veces: “escribir consiste en ser capaz de ver lo que tienes delante de las narices”, que siempre complemento con otra de su diario novelado La vida a ratos: “Decir lo que se dice exige una precisión de microcirugía casi imposible de lograr, pues donde menos lo esperas salta la metáfora”.

Después de un rato, mi hermana me dice: “Eso está muy aburrido, cámbialo”. Tuerzo la boca y me prometo terminar de escucharlo después.

martes, 13 de mayo de 2025

Un cuento que no me suelta

Escribo un cuento que lleva como título Animal Extinto.

Tiene que ver con Llorar sobre leche derramada, el libro de cuentos de Lina María Parra que publicó la editorial que lleva ese nombre. El cuento tiene que ver con mi búsqueda fallida de él en la Filbo.

El primer borrador, de casi siete páginas, lo escribo en una tarde. Me resulta imposible saber si es bueno o malo, pero me obsesiono con el texto.

Lo narro en tercera persona para alejarme un poco de la situación, y el personaje principal es Camila, una mujer adicta a los libros.

A lo largo del día no dejo de pensar en el relato. Eso, creo, indica que voy por buen camino. A veces los textos me aburren y los termino a las patadas o simplemente los abandono, pero este, que surgió caminando entre los pasillos de la Feria del Libro, no me abandona.

Al día siguiente, en el desayuno, leo lo que escribí en el celular, tomo notas de los segmentos que, creo, necesitan un cambio y, cuando me siento al computador, los edito. En el almuerzo repito la operación: vuelvo a leer la nueva versión y a tomar notas sobre palabras que debería reemplazar, signos de puntuación mal puestos y los monólogos internos del personaje. Me debato entre ponerlos en cursiva, entre comillas o insertarlos en el texto y que el lector los descifre por sí solo. Me decanto por la primera opción y decido que los más importantes deben ir en párrafos separados.

Me preocupa mucho ser consistente con el punto de vista y el tiempo presente. Me gusta narrar así, con muy pocos flashbacks, porque se sigue de cerca la acción.

Después de editarlo por la tarde, prometo dejar el cuento quieto, que repose para luego mirarlo con otros ojos. No cumplo la promesa y, en la noche, lo vuelvo a editar.

Pienso que debo soltarlo, tomar algo de distancia, pero no lo hago. Vuelvo a leerlo y a editarlo cada vez que puedo. Hago eso hasta la versión número siete, que, pienso, cuenta con todos los cambios necesarios.

Mientras tanto, Animal extinto descansa. O eso quiero creer.

lunes, 12 de mayo de 2025

"Buenas tardes", dijo la bruja

Hace más o menos un mes, Víctor Ramírez dejó la capital para instalarse en Montequieto, un pueblo que queda a las afueras de la ciudad. No quería hacerlo, pero a su esposa le ofrecieron un trabajo como gestora cultural de ese lugar, y si quería tomarlo debía irse a vivir allí.

Al principio, el nombre del lugar le causaba aprehensión. Creía que iba a llegar a un sitio en donde no iba a ocurrir nada, y sabe que necesita de la vida —entendiendo por esta que pasen cosas— para poder escribir.

También tenía miedo de sufrir esa condición que los antiguos romanos llamaban horror loci, que escuetamente se puede traducir como “asco por el lugar”, y que hacía referencia a las personas que dejaban la ciudad, aburridos de esta, para viajar al campo, y que, una vez allá, volvían a aburrirse, regresaban a la ciudad y quedaban atrapados en ese bucle incesante.

Sea como sea, Montequieto no resultó ser ese lugar tan pasivo que Víctor creía, aunque hay días, como hoy, en los que siente que no ocurre mucho.

Como sentía que no pasaba nada y su esposa regresaba hasta el final de la tarde, decidió meter un libro en su mochila y salió de su casa rumbo a la plaza principal. Allí se sentó en una de las sillas y se puso a leer.

Aunque había mucho ruido a su alrededor, se metió fácil en la lectura. Ahí estaba, pasando las hojas tranquilo, hasta que una anciana de baja estatura pasó cerca de él. Víctor no habría notado su presencia de no ser porque la mujer arrastraba los pies al caminar.

Cuando subió la mirada, se quedó mirándola fijamente. No debía medir más de metro y medio, y su pelo era blanco en su totalidad. Llevaba una chaqueta vinotinto y un pantalón fucsia que, creyó, no combinaban para nada.

La mujer se dio cuenta de que Víctor la estudiaba, movió la cabeza y le dijo: “Buenas tardes”, pero Víctor sintió que ese saludo llevaba un aire desafiante, como queriendo decir: ¿Qué me mira?

Víctor le devolvió el saludo y bajó de nuevo la mirada hacia el libro. No la levantó hasta que el sonido de las chanclas de la anciana se escuchaba a lo lejos.

Espera que la mujer no le haya echado una maldición.

martes, 6 de mayo de 2025

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Como ya casi es medianoche, ese punto que titula esta entrada fue el que pensé escribir para publicarla, y editarla mañana con algo más de tiempo.

Pero me dije a mí mismo: hermano, siéntese y escriba lo que le venga en gana. Entonces le hice caso a ese ser que me habita y que, a veces, me da buenos consejos.

Dizque con algo más de tiempo escribí hace un par de líneas, ¿pueden creer semejante mentira tan grande? La vida es ya. nuestra existencia es como una instantánea y todavía pensamos que tenemos tiempo o que lo vamos a tener, en fin.

Aparte de la idea tramposa del punto, también pensé en republicar un escrito viejo, pero ¿qué sentido tiene sentirse atraído por la escritura si lo que se busca es maneras de evitarla?

Entonces no hice ni lo uno ni lo otro y heme aquí escribiendo estás palabras a las que, presiento, se les está acabando la gasolina.

Imagino que debo tener muchas cosas por decir o miles de historias por narrar, pero en cambio, acudo a este mecanismo barato de la escritura automática.

Les pido disculpas a los fanáticos de ese tipo de escritura; si utilicé el calificativo barato en el párrafo anterior, fue porque no se me vino otra palabra a la cabeza, pero tanta explicación conlleva a la duda decía Nietzsche, así que creo que lo mejor es echarle la culpa a la escritura automática, porque esa fue la palabra que rescato de mi inconsciente.

Lamento decirles que este último párrafo, en el que debería buscar cómo concluir este arrume de letras, es de relleno, porque me hacen falta 50 palabras, para cumplir con mi meta de 300, pero ahora solo me quedan 9 palabras por escribir.

Por favor, que alguien me diga cuáles deberían ser.

lunes, 5 de mayo de 2025

El viejo

El viejo guarda un secreto que no le ha contado a nadie: hace dos noches despertó en la madrugada y sintió mucho frío. Se puso de pie para mirar si había dejado la ventana abierta y, en ese momento, comprendió lo que estaba sucediendo: la muerte había venido a buscarlo.

No se presentó bajo ningún tipo de figura, como una calavera envuelta en una túnica y una guadaña al hombro. Sabía que no era necesario, y que el viejo la estaba esperando; desde hace  un par de días sentía su presencia rondando los corredores de la casa y que pronto iba a venir a reclamarlo.

Cerró los ojos. Sintió un frío sobre los hombros, como si dos manos invisibles de hielo se hubieran posado sobre ellos. El viejo le dijo mentalmente y con toda la intención que pudo lo siguiente:

“No me lleves todavía, deja que conozca a mi nieto que viene en camino. Después puedes hacer conmigo lo que quieras”.

La muerte no le respondió nada, pero el helaje que lo acompañaba desapareció de inmediato, como una ráfaga de aire que hizo sonar las campanas de la entrada.

En ese momento, la esposa despertó y encontró al viejo mirando la nada oscura por la ventana.

—¿Qué haces ahí? —le preguntó con un tono de preocupación en su voz—. Ven a acostarte.

El viejo no le contestó nada y se devolvió hasta la cama dando pasos cortos. Ya acostado, dio media vuelta y sintió cómo su esposa le echaba el brazo por encima.

Volvió a sentir frío, esta vez el de una lágrima que resbaló por su mejilla.