martes, 31 de marzo de 2020

Peatones y trotadores

Con el ánimo de ser improductivo por un rato, me siento al lado de la ventana, con el propósito de ver pasar gente, ese fino arte que tanto nos falta por desarrollar. El único problema es que no hay gente en las calles. Trato de imaginarme algunas personas que van caminando por ahí, pero de esa forma la dinámica de ver pasar gente pierde gracia. 

No pierdo la fe y me quedo ahí, esperando a que aparezca alguien. Pasan buses vacíos y personas en moto. Está claro que los conductores son personas que pasan de largo, pero quiero ver peatones, por lo menos uno que lleve un andar desinteresado y que le de algún sentido de normalidad a esta dimensión desconocida en la que caímos hace unos días. 

En el piso de arriba alguien hace ejercicio en una banda trotadora y el ruido de sus pisadas traspasa las paredes. En otras circunstancias tal vez me parecería molesto, pero ahora todos, encerrados en la casa, tenemos derecho de analizar cuál es la mejor manera de consumir las horas del día. 

Tal vez debo consolarme con ese ruido repetitivo que acelera y disminuye su velocidad a cada cierto intervalo de tiempo. Quizás ese hombre o mujer que se ejercita es lo más cercano(a) a un peatón en estos días, un peatón extraño que corre sin desplazarse. 

Ahora que hablo de correr me acuerdo de aquella ocasión, en una estación de tren en Roma, en la que un hombre paso corriendo a toda velocidad por nuestro lado, a medida que un tren se ponía en movimiento. Nunca había visto a alguien correr tan velozmente o con angustia, por decirlo de alguna manera. Con mi hermana supusimos que se le había quedado la billetera dentro de uno de los vagones. Al final no supimos si fue así o qué le pasó, fue otro extraño más que se cruzó en nuestras vidas sin, al parecer, afectarlas. 

La persona del piso de arriba ya dejó de hacer ejercicio. “Voy a contar hasta 20 y si nadie aparece me voy de este lugar”, pienso. Cuando mi conteo va en 15, aparece un hombre en sudadera que va a entrar al edificio por el garaje. Lleva a un perro negro de una correa de color rojo y las llaves de su apartamento en una de sus manos. Cruza unas palabras con el celador y sigue de largo.

lunes, 30 de marzo de 2020

Diario en cuarentena

Un amigo escribe un diario de la cuarentena y nos envía cada entrega al final del día. Creo que es un buen ejercicio para estos días de encierro, y fue una idea que en algún momento llegué a contemplar y ya no recuerdo por qué motivo la descarté, pues con lo mucho que me gustan los diarios, lo más sensato sería escribir uno, ¿o no? 

Lo que me parece más retador de hacerlo en esta época es mirar como evitar repetirse, pues creo que una regla de oro de los diarios es nutrirlos con las actividades que realizamos a diario y contarlas sin muchas arandelas. Para el caso de mi amigo tienen que ver con contar todo lo que le ocurre dentro de su casa, las interacciones con su esposa y lo que le pasa en el poco tiempo que sale a la calle para reabastecerse de comida. 

Podría caer uno en la peligrosa actividad de empezar a dar opiniones, y se perdería, en gran parte creo yo, el sentido principal que tienen los diarios: contar lo que sea que nos ocurre por más insulso que parezca, y tomar una prudente distancia de las figuras literarias. Eso es algo muy jodido de lograr, según cuenta Millás en La Vida a Ratos, su novela tipo diario: “Decir lo que se dice exige una precisión de microcirugía casi imposible de lograr, pues donde menos lo esperas salta la metáfora”. 

Si yo escribiera un diario de lo que he hecho en estos días, les contaría que hace unos días hice una torta de manzana y luego  pan, que comencé una nueva temporada de Fifa 2014 — en ese me quedé—, en modo carrera, con un nuevo jugador que se llama Maycol Sizas. Al principio quería que jugara en el Barcelona, pero los malditos de la junta directiva decidieron ponerlo en préstamo y terminó en el Tenerife, de segunda división, con el que gané la liga y la copa española. Ahora estoy de vuelta en el Barcelona y de nuevo quieren prestarme dizque al Hércules, pero Maycol, o bien, el señor Sizas se rehúsa a marcharse, pues pretende quitarle la titularidad a Messi. 

Entre otras noticias a veces me dan ganas de ordenar mi biblioteca por autores y géneros, pero se me pasan rápido, pues me auto convenzo de que si la privo de su desorden perdería su esencia, es decir, dejaría de ser una biblioteca y pasaría a solo ser un estante con libros debidamente ordenados y catalogados. A veces, creo, no es recomendable perder el contacto, el que sea que tengamos, con el desorden. 

Por fin he vuelto a dormir bien, luego de esa temporada de mal sueño que tuve hace un tiempo. No sé a qué atribuirle eso: ¿la situación actual?, ¿el silencio en el que está envuelta la ciudad?, ¿qué? 

Finalmente abandoné la lectura del Asesino Ciego de Margaret Atwood, y estoy enganchado con El Arte de Perder de Alice Zeniter. También retomé el memoir Leyendo Lolita en Tehran, y tengo a los diarios de John Cheever en pausa lectora. A veces me entran ganas de consumir historias, de relacionarme con un personaje y por eso me ensaño con una novela hasta acabarla. 

Para finalizar les cuento es que me salió un grano en el mentón al que decidí bautizarlo Covid, pues parece tener vida propia. 

Así van pasando los días.

jueves, 26 de marzo de 2020

Lista de libros

Entre todo lo que han sido estos días, también han sido días para ordenar, para mirar que tanto es lo que se guarda en cajones y muebles y determinar qué sirve y qué no. 

Ayer ordené uno de los muebles de mi cuarto que tenía encima un montón de medicamentos que ya no uso, tarjetas de presentación de diferentes negocios y una bolsa ziplock con folletos, hojas y portavasos de cartón. 

De todo lo que había encima del mueble, la bolsa era lo único que resultaba medianamente intrigante. En ella encontré recibos, facturas, folletos del Hay Festival; basuritas que uno va acumulando. Mientras los rompía como si nada, di con una hoja carta doblada en cuatro. 

Cuando eso me ocurre, las desdoblo con mucha expectativa, pues ¿qué tal que por alguna razón el papel contenga un mensaje que me va a cambiar la vida? Siempre ando a la espera de ese mensaje a modo de correo electrónico, llamada, señal, etc. y, hasta el momento, no ha llegado, pero tampoco sé muy bien en qué consiste eso de cambiar de vida, en fin. 

En esta ocasión no fue diferente, y la hoja no tenía ningún mensaje. En cambio, me encontré con una lista de novelas que elaboré, si no estoy mal, para la feria del libro del año 2017. Muy pocas veces le hago caso a esas listas y termino comprando libros por puro antojo, pero revisándola recuerdo que de los 19 libros que había anotado, únicamente conseguí uno: Vibrato, de Isabel Mellado, una escritora y violinista chilena que vive en Berlín. Es una novela con una estructura de capítulos cortos que disfruté bastante, además de toda su relación con la música. 

Del resto de libros no encontré ninguno. Entre los que quería había libros de Jonathan Safran Foer, Almudena Grandes y Rosa Montero, entre otros autores, además de algunos que me leí después como: Memoría por correspondencia de Emma Reyes que, en mi humilde opinión, es un librazo. 

De la lista, solo por el título, me llaman la atención ahora: Ejercicios para el endurecimiento del espíritu de Gabriela Wiener y La Maravillosa historia de Peter Schlemihl de Adelbert von Chamisso, a quien no tengo presente, y Hablar Solos de Andrés Neuman.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Cuento

A veces escribo más de una página y en otras solo un párrafo por día. Quiero empaparme bien de los personajes, la trama y dejarlo que fluya, que encuentre por si solo su cauce. Hay quienes dicen que uno no escoge lo que escribe, sino todo lo contrario, así que si el cuento me seleccionó, quiero estar en buenos términos con él para escribirlo. De ahí el no querer apresurarlo. 

Está dividido en tres escenas con las que he jugado todo el tiempo en mi cabeza, como si fueran las piezas de un engranaje, y donde cada una tiene una posición en la que encaja perfectamente. Aun así creía que las tres podían ir en cualquier parte. Hoy en la mañana todavía no me había decidido por ningún orden hasta que ocurrió algo inesperado. 

En una de las escenas, la que determiné como la última, necesitaba llevar al personaje principal a un aeropuerto. No sabía cómo hacerlo y mientras le daba vueltas al orden de las escenas, uno de los personajes apareció en mi cabeza con una línea de dialogo, que fue suficiente para encarrilar al protagonista hacia ese lugar sin que se viera, eso creo, forzado, pues quiero que el cuento tenga sentido, coherencia, ritmo y que las transiciones de una escena a otra no se vean forzadas. 

Aparte del orden de las escenas, siento que me falta incluirle acción, es decir, que algo ocurra con los personajes, en definitiva que hagan algo, lo que sea, porque el narrador solo cuenta sus vidas en tercera persona, pero a veces se siente como si no pasara nada. 

A diferencia de otros cuentos que he escrito, este no me ha atraído tanto, pero así me guste mucho o no, quiero sentir la satisfacción, esa pequeña victoria, de haberlo terminado.

martes, 24 de marzo de 2020

Los Castillo

Me entero, por redes sociales, del fallecimiento de Albert Uderzo, el ilustrador de Asterix y Obelix. Murió a los 92 años. ¡92 años! El número me hace pensar en parte de la letra de My generation: “I hope I die before I get old”. 

Esa caricatura me recuerda a los Castillo. Eran tres hermanos: Diego , el menor, Andrés, el de la mitad y Daniel, el mayor. Parecían personajes sacados de los 70. Todos llevaban pelo largo, andaban de mochila y camisetas de colores oscuros y blue jeans desteñidos, sin importar cual fuera el clima o la hora. 

Los Castillo tenían varios libros de Asterix y Obelix y se los prestaban a mi hermano. Yo era muy pequeño y aunque no sabía leer, aprovechaba para ojearlos, pues los dibujos me llamaban mucho la atención. 

Los Castillo también hacían sus veces de dealers de música rock, y mi hermano intercambiaba cassetes TDK con ellos. Así fue cómo, a los cinco años, conocí mi álbum favorito, el Made in Japan de Deep Purple. Recuerdo que mi hermano se ponía a escucharlo, y a mí me intrigaba el hombre que gritaba con voz aguda y rasposa. Luego me enteraría que era Ian Gillan, y la canción que tanto me llamaba la atención era Child in time

 Los Castillo eran personajes importantísimos en nuestras vidas, pues eran proveedores de distintas distracciones; otra de ellas era el Atari. Creo que fueron unos de los primeros en tener una consola y de vez en cuando, como los libros de Asterix y Obelix, nos la prestaban por unos días. 

Recuerdo que los juegos que tenían eran: Pitfall, una especie de Indiana ]Jones; Frog, el de la ranita que tenía que cruzar una calle con mucho tráfico y boxeo. 

Un día, de repente, desaparecieron junto con sus distracciones de nuestras vidas. Me pregunto en dónde y en qué andarán ahora.

domingo, 22 de marzo de 2020

Madrugada

1:30 a.m. Iba a dormir, pero me senté en el escritorio supuestamente para apagar el computador, abrí una página de internet y un link me llevo a otro, y ese a otro y así sucesivamente, hasta que la fuerza del silencio que cubre a la ciudad me hizo dar ganas de escribir. 

Piensa uno que esa es la condición perfecta para hacerlo, con el mundo supuestamente en calma. El único sonido que escuchó es el de mis dedos aporreando las teclas, de resto nada, es como si estuviera inmerso en una capsula que flota en el espacio sin rumbo alguno. 

Parece que no hay nadie en la calle, pero seguro sí, es muy probable que alguien ande deambulando por ahí. Intento imaginarme a esa persona, alguien muy diferente al personaje rudo de película apocalíptica que se pasea sin ningún tipo miedo. Alguien como yo o usted, estimado lector. 

Me asomo por la ventana y veo a un hombre caminando. Lleva puesta una cachucha, una chaqueta oscura y un morral a sus espaldas. ¿Quién es?, ¿Qué hace a esta hora solo por las calles vacías? Una ráfaga de viento golpea mi cara, y me pregunto si no sentirá frío. 

Los perros del parqueadero de al lado comienzan a ladrar como si hubieran sentido la presencia del hombre. Me dan ganas de gritarle algo porque ahora lo siento como una amenaza, así vaya con las manos metidas en los bolsillos como si no se quisiera meter con nadie. 

No hago nada, solo lo miro; a esta hora yo tampoco quiero meterme con nadie. Quiero dejar que todo pase y que el tiempo consuma nuestras angustias. 

Ahí va el hombre, sigue con las manos en los bolsillos como si nada. Lo miro hasta que se convierte en un punto que se funde con la ciudad y su silencio. 

Los perros dejan de ladrar.

viernes, 20 de marzo de 2020

Lunares

Varias veces mi hermana se queda mirándome fijamente y exclama: “¡Tienes muchos lunares!”, le respondo que sí, y luego cambiamos de tema como si nada. 

Me miro los brazos. Es cierto, son un montón de pequeños puntos cafés, de los que no soy consciente, como si alguien hubiera estornudado, mala cosa en estos momentos, chocolate encima de mí. 

Imagino entonces mi piel desplegada en el piso o pegada a un tablero, y yo, enfrente, con una piel de repuesto y un marcador negro. Comienzo a unir los lunares, como si fuera uno de esos juegos de revistas infantiles para descubrir cuál es la figura que forman, pero la que obtengo no tiene sentido alguno. 

Me decepcionó un poco, pues por un momento pensé que gracias a la piel y sus lunares, iba a encontrar el verdadero significado de la vida, pero el dibujo final, si se le puede llamar así, resulto ser similar a lo poco que sé de ella hasta ahora: caos y desorden, nada fijo. 

Miro el montón de líneas y como se entrecruzan unas sobre otras y trato de dotarlas de significado, por más mínimo que sea, pero sigo sin entender nada. 

Quizá en la piel están las respuestas de todo, pero lo que les hace falta a los lunares es venir acompañados de un número; así sabría cuál es el primero y hacía donde debo dirigir el trazo una vez ubique la punta del marcador en él. 

Vuelvo a mirar mi piel para ver si algún lunar es diferente a los otros, si alguno se destaca como  el número 1, ese punto de partida, pero la única diferencia entre todos es el tamaño, de resto son idénticos en su forma. 

De pronto estoy equivocado y estoy mirando dónde no es. A lo mejor, para entenderlo todo, debo fijarme más bien en el hemangioma que llevo en la planta del pie izquierdo. Quizás esa pequeña marca rojiza  de nacimiento sea la respuesta a todas mis dudas.

jueves, 19 de marzo de 2020

Colas, compras y carros.

En los pasillos del supermercado las personas tienen cara de expectativa. Sus movimientos son precisos y están cargados de una mezcla de angustia y afán. 


Luego de echar en el carro los productos que consideramos necesarios, nos vamos a hacer la cola para pagar. Tardamos en ubicar su fin pues casi le da la vuelta a todo el establecimiento. 



El carrito de adelante es de una pareja mayor. El hombre cuida su puesto en la cola, mientras su esposa tiene la misión de conseguir los productos para echarlos en el carro; apenas lo hace se va a conseguir otros. 


Algunos carros están llenos casi hasta el tope, a diferencia del de mi vecino de atrás que solo lleva: Una caja de croissants pequeños, una garrafa de kumis, una bolsa de pan tajado y una botella de Bacardi limón. Nada de carnes, frutas o verduras. 

Parece que está solo. Lo miro disimuladamente, lleva cachucha azul y una sudadera gris, y a diferencia del resto de compradores se ve muy tranquilo, despreocupado  y ajeno por completo a lo que ocurre en el mundo.

Trato de analizar su variopinta compra y me pregunto cuál será su estilo de vida: ¿está casado?, ¿vive solo? ¿Por qué no lleva jamón y queso para el pan y un pasante para el trago? Quizá tiene una montaña de provisiones en su casa y esos productos solo son un capricho repentino, algo de lo que se antojó mientras estaba echado en su sillón viendo la televisión. 

“¿Será que usted me puede cuidar el puesto mientras voy y cojo una guanábana?”, me pregunta el señor del carro de adelante, calvo en la coronilla y con pelo canoso a los costados. Le respondo que claro, que no hay problema. Va rápido y cuando vuelve cruzamos un par de palabras. Creo que se va a poner a conversar conmigo, pero al final decide hacerlo con una pareja joven que está delante de él. 

A la salida del supermercado debemos pedir un Uber, pero el celador que vigila la puerta nos dice que no podemos sacar el carrito a la calle. Le pregunto que cómo es posible eso, que si no nos puede ayudar y nos dice que no. Otra pareja que está detrás de nosotros pregunta qué pasa y cuando les contamos que es lo que ocurre, el hombre exclama: ¡Pero como no! y sigue con el carro de mercado como si nada. El celador intenta detenerlo y le pone una mano en uno de los costados del carro para detenerlo, pero el comprador sigue como si nada. Forcejean un rato hasta que el segundo le gana y sale por la puerta, yo lo sigo con nuestro carro y el celador ya no me dice nada, solo murmura algo por el micrófono de su solapa, parece que pregunta qué hacer o llama refuerzos. Estoy listo para lo que venga, pero no llega nadie ni pasa nada. 

Salimos del lugar y el carro ya nos está esperando.

martes, 17 de marzo de 2020

Condones y maní

Han sido días extraños. 

Hoy, armado con un tapabocas, salí a comprar unos medicamentos. Todo se veía tan normal: hacía sol, había bastante tráfico y personas riendo y charlando a menos de un metro de distancia las unas de las otras. Todos íbamos por ahí como tratando de aparentar que no pasa nada, pero a lo mejor si somos conscientes, solo que nuestra conducta, en apariencia tranquila, es un mecanismo de defensa inconsciente para no alimentar el pánico colectivo. 

Cuando llegué a la droguería, pensé en comer algo, pero ¿qué en ese lugar, aparte de vitaminas? En las droguerías deberían vender empanadas. 

Me puse a pasear los estantes buscando lo que necesitaba, pero en ese lugar siempre me ocurre lo mismo que en los supermercados: nunca encuentro nada y tengo que preguntarle a uno de los empleados en dónde están los productos que busco. 

Una mujer de ojos negros intensos, y que llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y un tapabocas, me dio las indicaciones. Eran unos ojos con pestañas largas, y mientras la mujer me hablaba, intenté imaginar cómo era la porción de su cara que se encontraba cubierta. 

Luego, cuando me dirigía hacía la caja, me tope con un estante que tenía paqueticos de maní. Me puse a buscar uno de arándanos, que me gusta por la combinación de dulce y sal, pero no había. En la otra mitad del armazón de ganchos que sostenían los paquetes, todavía quedaban unos con ajonjolí, y otros bajos en sodio. Me imagine a un comprador compulsivo que arrasó con los paqueticos de maní que yo estaba buscando y lo maldije en silencio. 

Cuando me dirigía hacía la caja, en otro lugar y en una disposición similar a la de los paquetes de maní, se encontraban en exhibición cajas de condones. Los había de todos los tamaños, colores, sabores, texturas, en fin. A diferencia del maní nadie, al parecer, se ha preocupado por comprar ese producto, tan importante en está época donde toca quedarse en casa y las actividades comienzan a escasear.

lunes, 16 de marzo de 2020

EL verdadero Yo


El yo, nuestra identidad, imagino, tiene que ver con lo que somos de verdad, no esa cáscara con la que tratamos de evitar vernos raros, sino nuestro centro, igual no lo sé, supongo que para esos temas, es mejor consultar lo escrito por grandes mentes que se dedicaron a estudiar lo complejo que es el ser humano junto con sus conductas; personajes como: Schopenhauer, Nietzche, Freud, Jung, como por nombrar algunos que se me vienen a la cabeza. 

Cuando reviso la bandeja de “borradores” del correo electrónico, la mayoría de los intentos de correo con los que me encuentro no tienen escrita ninguna palabra, son, digamos, correos fantasma o correos-no-correos, que simplemente creé para buscar el E-mail de alguna persona. 

En contadas ocasiones parece que sí tenía algo por escribir, un tema que, por alguna razón, se convirtió en palabras perdidas; me gusta imaginarme un territorio: un basurero de las palabras, espacio en el cual van parar todas aquellas que se tienen en mente en determinado momento, pero que nunca se dicen o escriben, en fin. 

“Encontrar tu verdadero yo y aferrarte a él”, es la frase que le di al asunto de un E-mail borrador con fecha del 10 de febrero. Imagino que fue un tema que se me ocurrió para escribir acá, pero la verdad no tengo idea a que quería hacer referencia con semejante título tan trascendental. 

Cierro los ojos y me concentro a ver si logro asociar la frase con alguna lectura reciente, pero nada, todo es tinieblas. Es un título que me intriga por lo del yo, y me parece que la palabra aferrarte le da fuerza a la frase a modo de súplica desesperada. 

Supongo, a la ligera, que, si uno no se aferra a lo que cree ser, se lo lleva el mismísimo. 


viernes, 13 de marzo de 2020

Ganas

García se levantó con muchas ganas de escribir. Con las persianas cerradas el cuarto estaba sumido en una penumbra acogedora, que parecía perfecta para hacerlo. 

Tiempo después, apenas se sentó en el escritorio, acompañado con una taza de té humeante, una porción de torta de zanahoria y un vaso de jugo de naranja, y mientras el computador cargaba todo su sistema operativo, las ganas seguían ahí, intactas, latentes, eran como un suero que le recorría las venas. 

Eran unas ganas de escritura distintas, como decirlo, de más de 1000, 3000 o 10.000 palabras, en fin, ganas de escribir una obra maestra. Luego de pensar en todo eso y con sus sentidos funcionando al 100%, tratando de absorber todo el mundo posible, García cayó en cuenta de que no tenía ni idea sobre qué escribir, pero eso le importó poco porque las ganas seguían ahí, acompañadas del incansable ruido del ventilador de la base del computador. 

García sintió que la situación era como estar completamente enamorado de una mujer y querer amarla, pero no poder hacerlo porque está lejos de su alcance, bien sea porque ya tiene a otra persona o simplemente las ganas solo están de su lado. 

Dedicó un tiempo a botar ideas sobre posibles tramas para una novela, pero todas le parecieron flojas o de pronto no; quizá no sea su momento. Hay un momento para todo: las ideas, los escritos, los libros y las personas. Un momento perfecto que, si coincide con las ganas, resulta ser el nirvana de los momentos y tiene la habilidad de sustraernos de la rutina y de darle significado a nuestras vidas. 

Las ganas permanecieron a lo largo del día con diferentes picos de intensidad. Al final García no escribió la obra maestra soñada, pero si otras piezas con las que se sintió a gusto. De eso se trata la vida, ¿acaso no?

jueves, 12 de marzo de 2020

Pérez y la locura

Comenzando por su nombre, Pedro Pérez no es más que otro lugar común, como todos lo omos: Un hombre trabajador, con una bella esposa y dos hijos. Afirma, en público, que los tres son la razón de su vida; en secreto, a veces los considera sus trofeos. 

De lunes a viernes, Pérez se levanta a las 4:30 de la mañana para meditar o eso es lo que cuenta, es decir, se sienta en una colchoneta, cierra los ojos, respira profundamente, pero su mente nunca se calla y proyecta una imagen detrás de otra. Después de quince minutos, cuando sus piernas están acalambradas debido a la posición de loto, se pone de pie y se prepara para ir al trabajo, lugar en el que lleva más de 10 años. Es afortunado Pérez, pues ya no se encuentran ese tipo de contratos. 

Siempre toma una ducha con agua fría, casi helada, de 3 minutos o de 5 si tiene que afeitarse. Luego se prepara un batido de verduras y frutas, que le sabe feo, pero igual se lo toma, porque hay que comer saludable, y estar conectados con el universo y la Pacha Mama. 

Parece que Pérez es un miembro funcional de la sociedad, alguien “normal”, si eso puede llegar a afirmarse de cualquier persona, pero él sabe que algo no anda bien. Ese es su gran secreto: Siente que lleva la locura por dentro y que esta en cualquier momento va a estallar y quién sabe a cuantas personas él, ella o los dos, se van a llevar por delante. 

Pérez cree que todos, por defecto, venimos al mundo locos, y que simplemente es un rasgo que llevamos oculto. Está a la espera, vigilante, del evento que va a disparar su locura y que lo va a llevar a cometer una barbaridad. 

Todos, en cierta medida, somos Pérez.

miércoles, 11 de marzo de 2020

No leer

No suelo abandonar la lectura de un libro, y procuro terminarlos así me cueste un poco. Una vez en Authors Bookstore un librero me recomendó On the Road de Jack Kerouac, todo un clásico, según él. Lo compré entusiasmado, pero me pareció aburridor; igual lo terminé, y eso solo sirvió para que le cogiera más rabia al libro. 

Hace un tiempo comencé a leer el asesino ciego de Atwood, también con mucha expectativa, pues un día en el que visité Bookworm, me puse a charlar con una mujer que estaba hojeando libros, y me dijo que era una novela increíble, la mejor de la escritora. Desde ese momento la tuve en mi radar de lectura hasta que por fin la compré a inicios de este año. 

No niego que Atwood es una gran escritora y que su obra es mucho más que solo El cuento de la Criada, pero por alguna razón no me he podido conectar con la novela que estoy leyendo, a pesar de lo cuidadosa que es con el lenguaje y de la compleja estructura que tiene, que es algo de admirar. 

Hoy, mientras hablaba con unos amigos, les pregunté que si ellos abandonaban lecturas. Varios dijeron que sí. Una de las respuestas fue que los libros pueden asemejarse a una película, una canción o una persona: si luego de entrar en contacto con la obra no hay feeling, lo mejor es marcharse. 

Ricardo Silva dice que uno no debe insistir con la lectura si uno no ha conectado con el libro, sino simplemente pensar que no es culpa de nadie y seguir adelante, y que puede que uno se lo encuentre más adelante y le vaya mejor. Muy similar a lo que pensaba García Márquez: “el método más saludable es renunciar a la lectura en la página en que se vuelva insoportable.” 

Hubo un comentario que resumió nuestra corta discusión; la persona que lo hizo también afirmaba que le había pasado lo mismo y que a pesar de lo importante del contexto y valor de libro, si no hay conexión y uno se obliga a leer, eso no deja nada más que letras amargas y el placer de leer pierde todo el sentido, que tiene casi todo que ver con sentirse a gusto. 

A futuro le prestaré menos atención a las recomendaciones de libros que me hagan diferentes personas, por mucho que sepan o les haya encantado uno en particular.

martes, 10 de marzo de 2020

Lo pequeño

Una vez leí una cita de Millás que se me quedó grabada: “Nos la pasamos buscando genes por dentro y galaxias por fuera”. Si no estoy mal el artículo se refería a esas ínfulas que tenemos de grandeza, a esa creencia errónea de ser los dueños y amos del universo, cuando todavía nos falta tanto por aprender como especie e individuos. 

Supongo que nos gusta la grandeza y por eso nos convertimos en presa fácil de la opulencia. Entonces lo pequeño nos complica la existencia, es como si se nos escapara de las manos cuando tratamos de entenderlo. Por eso es que en Nat-geo hay un programa que se llama Mega estructuras y, que yo sepa, ninguno dedicado a las construcciones pequeñas o a eso que nuestros ojos no pueden ver. Creo que eso tiene mucho que ver con nuestras ganas de querer sentirnos poderosos. 

¿De qué hablo? Todavía no lo sé muy bien, tengo un puñado de ideas arrugadas en mi cabeza e intento alisarlas para darles algún tipo de orden; veamos si lo logro de alguna manera. 

Hablaba de lo pequeño, ¿cierto?, entonces hablemos del átomo, uno de los protagonistas de la catástrofe de Chernóbil. El hombre, en ese entonces, creyó que lo entendía, pero el átomo, tan pequeño, tan insignificante a primera vista demostró lo contrario. Uno de los entrevistados del libro Voces de Chernóbil dijo: “No hemos olvidado Chernóbil; sencillamente no lo hemos comprendido. ¿Qué podían entender los salvajes de los relámpagos?” 

Entonces ahí vamos, como dando tumbos en búsqueda de la grandeza, lo que eso signifique para cada uno, hasta que algo pequeño, un virus desconocido, por ejemplo, nos demuestra lo contrario, que todavía nos falta mucho por aprender, y ojalá por vivir.

lunes, 9 de marzo de 2020

Inicios y diversión

Escribir es divertido, aunque a veces resulte doloroso o complicado, todo un proceso de catarsis. Pienso, por ejemplo, lo mucho que le tuvo que costar a Piedad Bonnett escribir Lo que no Tiene Nombre, el libro en el que relata la vida y muerte de su hijo. 

Salcedo Ramos dice que si escribir no cuesta algo se está haciendo mal, pero creo que eso no le quita lo divertido. 

Hace un rato me sentía algo ansioso, condición potenciada, imagino, porque hoy es lunes. Como cuesta iniciar la semana; en eso se nos va la vida en los tedios de los lunes y la alegría, casi inexplicable, de la llegada del viernes y el fin de semana. 

Acudí entonces a la escritura, que no sé si sea difícil o no, pero sé que me calma y me centra. Es la vacuna que uso contra los males que azotan mi estado de ánimo.

Escribí un texto que tenía en mente desde hace una semana. Leí algunos artículos miré unas novelas y repasé las notas de otras, y al final resulte con un texto de casi 700 palabras que me gustó; a uno siempre le gusta lo que uno escribe así sea una basura. 

Hace poco me puse a pensar en el inicio de ese texto. Dicen que el comienzo debe ser un golpe narrativo contundente que deje borracho al lector, pero con ganas de pelea, de continuar con la lectura hasta el final. Ahí es cuando uno entiende que escribir si debe ser muy difícil, pues no alcanzo a imaginar como hizo Tolstói para seguir escribiendo Ana Karenina, luego de ese primer párrafo brutal sobre las familias felices e infelices, que ya debe tener miles de análisis, y mantener toda la novela a esa altura. 

La frase que abre el artículo que escribí no es nada del otro mundo. No creo que dejé a los lectores al filo del abismo narrativo y con todas las ganas de caer en él, quizá la revise para hacerla más llamativa, pero puede que este cayendo en un error, pues creo que esas líneas que abren deben resultar naturales y no se deben forzar, o quizá sí, quién sabe. 

Escribir entonces también tiene una gran porción de duda, de interrogante frecuente, pero igual no deja de ser divertido.

domingo, 8 de marzo de 2020

Raros

Solo un decir, pues raros cada uno de nosotros a su manera. Un cuento de Rosa Montero fue el que me puso a pensar en el tema. 

En mi época de colegio nunca fui popular ni impopular, o eso es lo que creo; era uno más del montón, uno de esos que tratan de ocultar sus rarezas para parecer normales, un estado que, ya sabemos, no existe. Esa, creo, es una de las maneras para sobrevivir al matoneo. 

Así pasaban los días, y en el salón ya todo el grupo se conocía. Había montadas de paso que no pasaban a mayores, pero a veces llegaban estudiantes que venían de otros colegios, y por el simple hecho de ser los nuevos, de no pertenecer a la manada, el salón se volcaba sobre ellos para molestarlos de la forma que fuera: apodos, historias, etc. Siempre eran personajes que andaban en boca de todos incluso sin hacer nada, solo por el simple hecho de ser. 

En noveno, si no estoy mal, llego V. Era un tipo de actuar humilde que siempre se la pasaba con una sonrisa en la cara; una buena persona, pero estaba marcado por el hecho de ser el nuevo, así que todo el salón se ensañó con él, solo porque sí, porque el pobre se la pasaba solo y eso hacía que se viera distinto. 

No sé a quién se le ocurrió corear su nombre cuando algo malo ocurría, qué se yo, habíamos dejado en desorden un salón, por ejemplo, y cuando un profesor nos llamaba la atención todos corríamos a pronunciar su nombre en voz alta repetidas veces: "¡Si V.!, ¡Si V.! , ¡Si V.!" que hijos de puta que éramos. 

Yo lo hacía para parecer normal, para no perder mi puesto, si es que lo tenía, dentro del salón, pero me pregunto por qué nunca hice nada si era una actitud que me parecía una canallada. Después nos preguntamos por qué hay asesinos en serie y ese tipo de cosas. 

“Hay niños que desde la cuna son distintos y lo que es peor, 
saben y padecen sus diferencias. Son esos críos que siempre 
se caen en los recreos; que andan como almas en pena, de 
grupo en grupo mendigando un amigo. Basta con el profesor 
los llame a la pizarra para que el resto de la clase se desternille, 
aunque en realidad no hay en ellos nada risible, más allá de su 
destino de víctimas y de su mansedumbre en aceptarlo.” 
 - La gloria de los feos -

jueves, 5 de marzo de 2020

Closet

La puerta de mi closet está abierta. Ahora que me fijo en ella caigo en cuenta de que casi siempre lo está. No sé qué tipo de ser vive ahí adentro, pues todas las noches, justo antes de acostarme la cierro. Hoy, por ejemplo, creo que no lo abrí, o de pronto sí y no lo recuerdo y por eso mi mente acude a la ficción para llenar ese vacío de mi mente con una historia, sin importar lo elaborada o no que sea. 

Lo de cerrar la puerta por la noche lo hago porque una vez, en un taller de escritura, hablamos sobre lugares del hogar que resultan amenazantes o en los que nos sentimos vulnerables. El que se lleva el puesto número uno, sin duda alguna, es la ducha, pues nada más indefenso que una persona enjabonada y desnuda; otro lugar resultó ser el closet. Alguien dijo que no entendía como las personas podían dormir con sus puertas abiertas y más si en una de ellas había un espejo, tal cuál como la mía, porque son portales a otros mundos y no sé qué más cosas. Esa persona dijo que no podía estar tranquila, de pensar que algo iba a salir del espejo por la noche para maltratarla, por no decir matarla. Entonces lo del ser que vive dentro de los closets no es tan descabellado, y además que el bastardo es muy escurridizo porque el espejo le da la opción de volver a su mundo cuando le dé la gana. Mañana mismo lo desmontó. 

Si uno se fija bien un closet da algo de miedo: chaquetas y pantalones que parecen cuerpos colgados, cuerpos muertos obviamente. 

Justo debajo de unos vestidos se encuentra una maleta de color azul, que llevé a uno de mis últimos viajes. De la cremallera de uno de los bolsillos exteriores cuelga un candado grueso y dorado, recuerdo que se lo puse para que no me echaran nada en ese bolsillo, y que ni siquiera llevé su llave al viaje. Ahora pienso qué habrá adentro de ese bolsillo si, como por arte de magia, el candado custodia algún tipo de tesoro, tan real o ficticio como el ser que habita el closet 

Al fondo alcanzo a distinguir una bolsa plástica arrugada que, al parecer, no contiene nada, menos mal pues ya son suficientes sorpresas con el ser, el espejo, y lo que está dentro del bolsillo con candando.

miércoles, 4 de marzo de 2020

A mis espaldas

Estamos, mi hermana y yo, en la sala de espera de un consultorio. En esta ocasión me tocó ser el turno 056 al que intento dotar de significado, pero no lo logro y no deja de ser nada más que un frío número.


No entiendo cómo funcionan los turnos. A veces, en una pantalla empotrada en la pared, salen números cercanos al mío y otras veces salen números por encima del 900. Hace rato apareció en la pantalla el 055 y fue como si desde ese momento el sistema de turnos se hubiera estropeado. Parece que va a ser una espera larga.

Saco el libro Amantes y enemigos de Rosa Montero. Tiene una frase en la portada que me gusta mucho: “El amor es una mentira, pero funciona”, siempre que lo voy a leer, repaso la frase y le doy vueltas en mi cabeza, como intentando descifrar su significado. Lo más probable es que no tenga uno, es decir, que cada persona, tanto la escritora como sus lectores, le asignan el sentido y significado que les venga en gana; al final esa es una de las grandes maravillas de la lectura, ¿acaso no?

Leo un cuento en el que un hombre es el sirviente de una mujer ricachona y muy vieja. La anciana le regala un reloj muy fino al hombre, pero en una ocasión en que la está bañando, le entra una gota de agua caliente y este se estropea; el hombre medita sobre esa situación y en medio de eso la vieja se resbala en la bañera y comienza a chapucear para no ahogarse. El hombre decide no hacer nada, y al final la vieja, en un tiro de suerte, logra agarrarse de uno de los bordes de la bañera y salir a flote, mientras repira de forma afanada y tose.

Termino de leer el cuento y cuando voy a comenzar el siguiente, dos señoras se sientan a mis espaldas y comienzan a charlar. Parece que lo hicieran con nosotros por lo cerca que están. Resulta difícil no poner atención a su conversación, que salta de un tema a otro de forma vertiginosa y sin ningún tipo de conexión. En un momento una mujer le está contando a la otra sobre su hijo que estudiaba en un conversatorio y sobre un profesor que tuvo que, según ella, era el mejor trompetista del mundo. Luego de dar el nombre del músico, saca su celular para buscar una de sus presentaciones, como para que su amiga vea que no miente.

Luego de eso habla sobre uno de sus perros que murió hace poco. La mujer cuenta que parece que el animal sabía lo que le iba a ocurrir, porque minutos antes de su muerte, pasó por todos los cuartos de la casa, según ella, despidiéndose de sus amos.

El turno 056 por fin parece en la pantalla, me levanto y dejo a las mujeres atrás con sus historias.

martes, 3 de marzo de 2020

Días de días

Hay días, como hoy, en los que no se me ocurre qué escribir. No entiendo cómo eso es posible, cómo no soy capaz de contar cualquier cosa, con los miles de eventos que me ocurren a diario, y los millones que me han ocurrido en la vida, pero pues así es. Cada vez que me pasa eso, pienso en lo que le dijo Kurt Vonnegut a Salman Rushdie, un día mientras se tomaban unas cervezas al sol. El autor de Matadero cinco quiso saber si Rushdie iba en serio con lo de ser escritor: “¿Vas en serio con esto de escribir?, pregunto Vonnegut, y luego concluyó: “debes saber que llegará un día en que no tendrás un libro que escribir y, aun así, tendrás que escribir un libro”.

Da un poco de miedo ese afán que tenemos, a quienes nos gusta escribir, de querer publicar libros. Imagino que pensamos que eso es lo lógico: “si me gusta escribir debo publicar un libro”, pero a veces concentramos tanto los esfuerzos en eso que olvidamos lo más importante: querer escribir bien. Millás dice que la publicación debe ser un efecto secundario de la escritura, y Anne Lammot que todo lo que uno espera luego de haber publicado, es pura fantasía, un holograma, y que lo real es la práctica de escalas todos los días, si uno se esfuerza de forma constante, si uno escucha las obras de grandes músicos, al final uno será mejor en lo que hace. Eso es lo que dicen ellos que ya han publicado libros y, al parecer, lo tienen claro, pero de pronto uno toma esos consejos a modo de pajazo mental, para no hacer la tarea, en fin. 

Hablando más de esos días, hay otros en los que los temas fluyen con más naturalidad, eso o lo que pasa es que estoy más pendiente de lo que ocurre a mi alrededor, más sensible, digamos, y entonces un gesto, una imagen, una frase dispara un montón de ideas a las que intento ponerle orden por medio de palabras. 

Lo importante, creo yo, es sentar el trasero en el escritorio y obligarse a teclear algo, lo que sea, porque si uno espera solo depender de la musa, inspiración, diosito, Pachamama, energía cósmica, llámelo como quiera, estimado lector, escribir pierde mucho el sentido.

lunes, 2 de marzo de 2020

Física cuántica

Me llega una invitación al E-mail sobre un taller de física cuántica y espiritualidad. Digamos que tengo idea de qué significa lo segundo, pero ¿qué carajos es lo primero? 

Imagino, por un segundo, que vivo en los 50’s y que la invitación me llega por correo físico. Ese yo mío del pasado, de un mundo paralelo, de otra dimensión o del lugar al que pertenezca, tendría que acudir a una revista o un libro para enterarse sobre el tema; en cambio yo, por la pereza que promueve el internet, tecleo la combinación de palabras en el buscador, y en un pestañeo (0.63 segundos) Internet me cuenta que hay 5’200,000 resultados relacionados con el tema. reviso uno y dejo los otros 5’199,999 para otro momento de esparcimiento.

Una definición sencilla, digamos, es que la física cuántica estudia la materia a escalas muy pequeñas: a nivel molecular, atómico y aún menor, y que sin ella no tendríamos ni computadores, ni teléfonos celulares, ni quién sabe que otro tipo de objetos o sistemas que utilizamos a diario.

Es un tema, imagino, que le cae como anillo al dedo a científicos, pero ¿para qué le puede servir a uno, el ciudadano de a pie? 

Por otro lado, espiritualidad hace referencia a la condición de ser espiritual, a todo lo relacionado con el espíritu, que no sé si sea lo mismo que el alma, pero bueno, acudo a la RAE para ver como define espiritual: Persona muy sensible y poco interesada en lo material. 

El mail trae incrustado una pieza gráfica con la silueta negra de un hombre que está ubicado dentro de un túnel de color azul, y está rodeado de rayos. Al fondo se ve una luz potente, como la de un sol, pero de color blanco.

Intento descifrar cuál es el punto de conexión, el terreno que comparten la espiritualidad y la física cuántica, y llego a la conclusión de que a la gente, al parecer, ya no sabe qué ofrecer. 

Me invitan a que viva un Equinoccio de meditación en jardines y senderos, un fin de semana con información para mi consciencia. No entiendo nada. 

El taller dura 15 horas y el costo incluye 3 días de hospedaje, alimentación, jacuzzy y baño turco. Parecer ser que la física cuántica y la espiritualidad tienen mucho que ver con tomarse unos días de descanso.