Los dos amigos discuten, cada uno con una cerveza en la mano, el mismo tema de siempre. Hasta el día de hoy no han podido llegar a un acuerdo.
Uno de ellos dice que no hay nada por encima de la lectura, que leer es el placer más grande de la existencia y que no entiende como pueden existir personas que no lean ni un libro en todo el año.
El otro le dice que leer está bien, pero que si hay algo que está por encima de los libros, la lectura y la literatura es la música, pues nada emociona más que escuchar una canción que a uno le guste.
El primero dice que lo entiende y que si, que la música es maravillosa, pero que es un gusto más difícil de satisfacer, pues un álbum no dura tanto como la lectura de una novela extensa y, sin saber cuántos discos o cuantos libros se han publicado en toda la historia de la humanidad, se atreve a decir que el lector, cuando acaba una obra, tiene más de donde escoger.
El segundo, ese que llamamos el otro, le dice que deje de lado tanto romanticismo y le ponga un poco más de cabeza al asunto, que incluso varios autores afirman que la música es superior.
¿Cómo cuáles?, le pregunta el primero.
“Vea, solo le voy a poner un ejemplo contundente. Anaïs Nin contó en uno de sus diarios lo siguiente: “Pero sólo he tenido el deseo de que la escritura se convierta en música y penetre directamente en los sentidos”.
“Pero…”
“Pero nada hermano”–le dice el segundo y antes de seguir hablando se refresca la garganta con un sorbo de cerveza–, y eso no es todo. La escritora afirmaba que el oído es más puro que el ojo, que sólo lee el significado relativo de las palabras, mientras que la destilación de la experiencia en sonido puro, un estado de música, es atemporal y absoluto.
El primero siente el guantazo narrativo de su amigo y se queda callado, mientras busca un argumento para contratacar de nuevo.
En el fondo ambos saben que ni lo uno ni lo otro es mejor, solo formas diferentes para hacer la vida más llevadera, pero ahí continúan discutiendo, mientras le dan sorbos a sus bebidas.