jueves, 29 de abril de 2021

Incapacidad sutil

Me acuesto.

Aunque tengo sueño decido prender el televisor para ver si el sonido del aparato me arrulla. Canaleando, caigo en el canal de National Geographic. No están pasando esa droga visual de Alerta Aeropuerto, pero si un programa sobre accidentes aéreos.

No sé por qué ese tipo de programas de tragedias, igual que los de asesinos en serie, llaman tanto la atención. Me engancho con la primera historia que veo; el caso de un vuelo en territorio colombiano.

El programa trata sobre la incapacidad sutil, un fenómeno que afecta a los pilotos de avión. Ni la persona que lo padece, ni quienes la rodean, se dan cuenta de que han perdido la capacidad para seguir operando la aeronave, de ahí lo sutil.

Mencionan que en un avión sin presurización, a más de 12500 pies de altura, se puede volar sin oxígeno como máximo por 30 minutos, y que a más de 15000, las consecuencias para cualquier ser humano serían fatales.

Hay veces en que los aviones sufren despresurización de un momento a otro, y como los pilotos no se dan cuenta, no se ponen las máscaras de oxígeno, y poco a poco se sienten adormecidos y borrachos

Dicen que el fenómeno puede ocurrir porque los pilotos no han descansado lo suficiente, están estresados y llenos de problemas personales, o cuentan con inconvenientes de salud como hipertensión.

Leo de un caso en el que tanto el piloto como el copiloto se quedaron dormidos, porque habían trabajado muchas horas seguidas, y se pasaron 15 minutos del destino.

El término me llama la atención, porque la palabra sutil, creo, lo carga de ironía, como: “uyy les pido disculpas, pero no tengo idea cómo maniobrar esta máquina de 30 toneladas que va a 800 Km/h.”

martes, 27 de abril de 2021

Tiempo en contra

12 minutos.

Ese es el tiempo que me queda para conectarme a una reunión por Zoom. Me aventuro a imaginar que mi vida depende de lo que pueda escribir en en esos minutos.

Cuando era pequeño me aficioné a jugar buscaminas. Cuando echaba una partida del juego, pensaba que alguien había secuestrado a mi familia y que tenía que acabarlo victorioso para que la dejaran en libertad y no les hicieran daño. No se imaginan la cantidad de veces que murieron, en fin.

Dicen que tener al tiempo en contra es una buena técnica para escribir, pues de cierta forma obliga al cerebro a producir ideas, conectarlas como pueda y, a veces, con algo de suerte, se obtiene un buen resultado.

Ahora quedan 7 minutos y no les he contado nada. De pronto es que obligarse a escribir de esa forma tan agresiva, por decirlo de alguna manera, no es bueno. Tal vez lo mejor sea tener claro el momento en que se va a realizar un ejercicio de este tipo.

Ante la premura y falta de ideas, podría acudir a la descripción. Darles un informe detallado de todo lo que veo en este momento, pero ¿para qué? ¿con qué fin?, seguro ninguno.

Acaba de sonar una alarma en la calle y ahora el trino de un pájaro. La palabra pájaro me recuerda la canción free bird de Lynyrd Skynyrd que acompaña la escena de Forrest Gump, cuando Jenny se va a suicidar y, pienso, tiene una melodía nostálgica al principio.

Ahora solo me quedan 2 minutos.

Parece poco pero no, si una vida se define en una fracción de segundo, 2 minutos vienen siendo una eternidad ¿acaso no? Millones de vidas; pasado presente y futuro contenidos en ese lapso de tiempo.

1 minuto...

lunes, 26 de abril de 2021

Vestigios

Me gusta como suena esa palabra. Me parece antigua, elegante.

Hablando de palabras que suenan bien, otra de ellas es la palabra francesa Ganache, la crema pastelera de chocolate. Se podría decir que esa palabra no solo suena bien, sino que también lo sabe.

Pero mejor hablemos sobre vestigios. La palabra llega a mi cabeza, porque apenas me siento a escribir, mi atención recae sobre una taza de café, con vestigios de la bebida, y un recipiente de un flan de caramelo, empotrado encima de ella.

La taza se la robé a mi hermana hace unas semanas, cuando estuve en su apartamento, pues me llamó la atención. Tiene un dibujo de la torre Eiffel y palabras en francés a su alrededor : Von boyage, L’amour, parler vous, que cuando los lee alguien como yo, que no conoce el idioma, le parece que son vestigios de este.

Ya ven, debe haber una conexión entre la tasa de café y el ganache del que les hablé, pero bueno, eso dejémoslo para otro escrito.

Hay algo que me atrae de la tasa con el recipiente del postre encima, No sé precisar qué. Quizá la forma en que quedaron dispuestos, la manera en que la luz de la bombilla cae sobre ellos, en fin, algo que les da un aire especial.

El conjunto podría hacer parte de una exhibición de un museo de arte moderno. Una de esas piezas denominadas readymade o objet trouvé, objeto encontrado, como La Fuente (El urinario) que en su momento expuso Marchel Duchamp, bajo el seudónimo de R. Mutt, y que señaló el camino para el arte conceptual.

Arte o no, donaría mi pieza con gusto a un museo, y mi única condición sería que la placa que la acompañara tuviera como título Vestigios: Café y Flan, o mejor en francés Vestiges: Café et Flan.

sábado, 24 de abril de 2021

10 minutos

Un hombre dice ser figura pública en Instagram, pero no lo conozco.

Eso, lo de figura pública me refiero, me parece que es como decir “usted no sabe quién soy yo”, pero en silencio, en fin.

Ese hombre, esa figura pública, sea quien sea, habla acerca de presentaciones efectivas y en un video recomienda que no se debe hablar más de 10 minuto seguidos, para no aburrir a la audiencia.

Quizá tenga razón, y más en esta época virtual, en la que, a veces, se busca llamar la atención de forma desesperada.

Pienso en cómo sería de bueno estar libre de esa sensación, y hablar por más de 10 minutos seguidos de lo que me de la gana, sin tener que preocuparme por el interés de la audiencia. Allá ellos si me ponen atención.

Pongo como ejemplo a la nobel de literatura Svetlana Aleksiévich.

En 2016 tuve la oportunidad de asistir a una charla de la escritora y luego de reclamar el aparato traductor, logré ubicarme en la quinta fila del auditorio.

Después de una espera de media hora, Aleksiévich apareció sonriente en el escenario. Con un andar descomplicado, se sentó en un sofá de cuero blanco.

La escritora contó que la lectura siempre estuvo presente en su familia. “La palabra, para nosotros, era el mundo”, dijo. Y cómo unas palabras de Tolstoy: “No he hecho nada, salgo a la calle y escucho la vida de las personas”, que leyó a inicios de su carrera, la llevaron a escribir y a hacer anotaciones de la vida de diferentes personas durante 40 años.

Era imposible saber si las preguntas que le hacia el entrevistador se traducían de forma precisa, pues Aleksiévich, parecía responder lo que se le cruzaba por la cabeza en ese momento, y sus respuestas eran, más bien, pequeños discursos de 10 o más minutos.

Nunca dejé de ponerle atención.

jueves, 22 de abril de 2021

Muchos días son así

Me pregunto qué pasaría con estas palabras si yo, Federico Cipriani, las escribo mañana. ¿Contarían lo mismo? Supongo que no, que toda palabra escrita tiene un tiempo y un instante determinado para contar algo, y que si me las grabo en la cabeza para escribirlas mañana, dentro de un mes o un año, seguro significarían algo diferente.

Hablemos de otra cosa, ¿de qué? De que hoy robé a la empresa para la que trabajo, solo un decir. A lo que me refiero es que no hice casi nada, solo esperar la hora de salida. Muchos días son así, y estoy seguro de que no soy el único que se siente de esa manera.

Muchos días son así cuando no tengo mucho trabajo. Bueno, de hecho si tengo mucho, pero decidí relajarme y pensar lo contrario, y me la pase echando globos todo el día, ese debería ser mi trabajo: pasármela mariqueando todo el santo día.

Alguna vez leí que uno no debe usar tantos gerundios, pero no se me ocurrió otra manera para cerrar el párrafo anterior.

Después del almuerzo me llamo Laura, mi parcera del alma. Hace mucho tiempo me enamoré por completo de ella. Alcanzamos a salir en plan de pareja, besitos por aquí y por allá también, pero la vaina no fluyó. Es raro porque nos queremos como un putas, pero ese entendimiento y ese amor se fueron a la mierda cuando intentamos ser pareja. Supongo que así funcionan la relaciones a veces, y que hay viejas que son como una hermanita perdida.

Laura tenía ganas de ir a cine, y fuimos a Unicentro a ver “La Familia Belier”. Casi me hace llorar esa película, pero me gusta ese tipo de tristeza feliz, un oxímoron que debería crear un nuevo sentimiento, ¿Sí o qué?.

Cuando salimos del cine cogí de la mano a Laura y caminamos así hasta su casa. Cuando nos íbamos a despedir, pensé en darle un pico, pero al final solo la abracé.

miércoles, 21 de abril de 2021

En un agujero...

Cuentan que el origen del hobbit, la novela de Tolkien, surgió con la frase: “En un agujero vivía un Hobbit”, y que el escritor la anotó en un examen que estaba calificando.

Hoy tengo mucho sueño, pero igual escribo, para no perder la costumbre. También para que el curso de los eventos de mi vida, de la suya y del universo entero no se alteren mucho; en últimas para que no ocurra una tragedia.

Pienso mucho en eso, que todo está conectado de extrañas maneras, y como lo que uno hace, por más simple o trivial que parezca, puede llegar a desencadenar la tercera guerra mundial. De pronto exagero porque no soy, ni conozco a alguien del calibre del archiduque Francisco Fernando.

Lo hago, escribir me refiero, sin un tema concreto en la cabeza como para variar, pero me agrada hacerlo de esa manera porque hay veces que, pienso, logro textos buenos, es decir, textos sinceros y que me agradan.

Es como si mi cerebro, en medio de su cansancio, realizara conexiones forzadas.

Lo más probable es que mañana tenga que editar este escrito, porque el cansancio no me deja ver fallas de ortografía ni de ritmo, ese pa pa pa que no se ve, pero se siente, y que Virginia Woolf decía, en sus diarios, que era la característica más importante de la escritura.

Hasta este momento no se me ha ocurrido ninguna frase para iniciar una obra maestra de la literatura. Quizá sea porque no estoy calificando algo, o porque simplemente no soy Tolkien y ya está.

En un agujero…en un agujero me gustaría meterme a descansar y que nadie me moleste.

martes, 20 de abril de 2021

Desayuno en la campiña francesa

Al momento de acostarme me programo para despertarme temprano, práctica que consiste en repetir mentalmente varias veces “Me voy a levantar temprano”. De todas maneras, programo el celular, porque él método solo me funciona de vez en cuando.

Hoy funcionó, pero todavía estoy afinando la técnica pues suelo desfasarme, y me despierto, por lo general, una hora y media antes de la hora que necesito hacerlo.

Apenas me desperté, intenté quedarme dormido de nuevo, pero fracasé en el intento. Cuando me di cuenta de que no iba a poder dormir, abrí los ojos, me puse a mirar pal techo y a respirar profundo.

Cuando esa práctica careció de sentido —la verdad nunca lo tuvo, o de pronto si, pero no di con él nunca— me puse de pie y me fui a la cocina a preparar café.

Preparar café: medir el agua, la cantidad de café y prender la estufa es uno de los mejores rituales de iniciación del día que pueden existir. Cuando estuvo listo, lo acompañé con un cereal de avena con leche fría y fui a sentarme al computador.

Siempre me ha gustado hacer eso, desayunar mientras hojeo noticias, reviso mi correo o las redes sociales. Sé que algunos dirán que debería ser una práctica más consciente, como de comunión personal, pero dejemos eso para cuando pueda desayunar en alguna campiña francesa.

Soy algo descuidad con el desayuno, en el sentido en que no lo tomo como la comida más importante del día. Antes, en el colegio, desayunaba chocolate, huevo, pan con mantequilla y mermelada e incluso repetía, pero ahora me conformo con un café con cereal o con alguna galleta o porción de torta.

Imagino que para algunos mi conducta es una especie de sacrilegio alimenticio, pero vuelvo y repito el día en que desayune en una campiña francesa con una mesa repleta de manjares, adornada con un mantel de cuadros rojos y blancos, ese día, lo prometo, me pegaré un desayuno bien trancado.

lunes, 19 de abril de 2021

El mundo está lleno de efes.

Hace ya muchos años, en mis inicios laborales, conseguí un trabajo en una empresa de consultoría. Recuerdo que estaba contento de haberlo logrado sin ningún tipo de palanca o favoritismo, sino a punta de mérito propio.

Me imagino que, en medio de mi felicidad, le contaba a todo aquel con el que hablaba de mi nuevo logro, y así lo hice con F. un amigo de ese entonces.

F. es de ese tipo de personas que le encuentran fallas a todo y son buenísimos cuando se trata de desmotivar a alguien. Después de contarle la noticia, lo primero que me preguntó, en un tonito de burla que daban ganas de partirle la cara, es que si yo salía en la página web de la empresa. Le pregunté que a qué se refería y me dijo que si no había una foto mía en esa típica sección de "¿Quiénes somos?".

F, siempre me ha parecido, es de ese tipo de personas que piensan que el universo les debe algo, y por esa razón siempre salen con ese tipo de comentarios que no aportan nada, y los camuflan con risitas y bromas pendejas.

En los 4 años que duré en esa compañía nunca me tomaron una foto para salir en la página. De hecho nadie del equipo de trabajo salía en la página, pues esta tenía imágenes con modelos X, como los de esas tarjetas con fotos de familias felices, que traen las billeteras nuevas.

No entiendo por qué ese debe ser un requisito para sentirse realizado en un trabajo, por qué ese afán de establecer quién somos, cuando pocos quieren saberlo.

Ustedes ya saben que entiendo muy pocas cosas, bueno, la verdad casi nada, pero soy bueno disimulando.

De F. les cuento que me fui alejando poco a poco, no porque me lo propusiera, sino porque los intereses personales de cada uno son muy diferentes.

viernes, 16 de abril de 2021

Insultos y traperazos

Debo hacer un pago y la página del banco no funciona. Salgo a una sucursal que queda a menos de una cuadra. Hace sol, pero casi no hay personas en la calle, un claro síntoma de pre-cuarentena.

Cuando llego al banco, las puertas están cerradas y la mujer del aseo trapea con un buen ritmo y cadencia, como si el trapero fuera una extensión de sus brazos.

Le pregunto que si están atendiendo y asiente con la cabeza. Para no estropear su trabajo, doy unos pasos ridículos en puntillas. La mujer me mira como pensando: “¡Camine bien tarado! Igual ya pisó donde había trapeado.” Le pido disculpas, pero parece que no me escucha, porque se concentra de nuevo en su tarea al instante.

Cuando la voy a pasar de largo me dice: “déjeme ver su cédula”. La busco rápido y se la muestro, pues no tengo intención alguna de ganarme un traperazo.

Adentro el panorama es tan desolador como el de la calle. Solo hay dos personas: una en la caja y otra delante de mí, pisando una línea amarilla que indica la distancia a la que debemos estar el uno del otro. Miro hacia el piso y no estoy pisando la mía. Retrocedo un poco hasta que aparece.

Cuando es mi turno, le digo a la cajera el número de la cuenta de ahorros en la que quiero consignar. “¿Cómo?”, pregunta. Repito el número 2 veces, y a pesar de que hablo fuerte, el tapabocas, al parecer, amortigua el sonido de los números que pronuncio, sobre todo el 2.

“ ¿Me deja ver el número de la cuenta?”, me dice en un tono cansado, y se lo paso antes de ganarme un insulto.

Cuando termino la transacción, abandono el lugar rápido, pues siento que alguien está a punto de echarme la madre.

jueves, 15 de abril de 2021

Museos

Es mediodía y hay un trancón monumental en la carrera 30. El conductor mira el Waze y me dice que nos demoramos 75 minutos en llegar al destino, mientras que 37 por otra opción de ruta que le bota la aplicación, aunque tendríamos que dar una vuelta grande.

Miro el reloj y solo tengo 40 minutos. Le digo que sí, que tome esa ruta que parece más complicada que la actual. Pasados unos minutos y para no pensar que voy a llegar tarde, le pongo atención al radio.

Están en uno de esos programas en que los locutores charlan sobre cualquier cosa, “La Tertulia”, creo que se llama.

Hablan sobre la carrera espacial de diferentes países. Dicen que Emiratos Árabes va a enviar un robot a la Luna a estudiar su superficie, “Como allá si tienen platica”, dice uno de los periodistas del panel a modo de broma.

Luego hablan sobre una empresa que pretende hacer vuelos al espacio por los que cobrará 20 millones de dólares. “Es que el mundo está muy loco —anota otro locutor— mientras unos no tienen que comer, otros están mirando como gastar una millonada para viajar al espacio.”

Como el programa aparenta una charla entre amigos, sin ningún tipo de orden, otro hombre, de la nada, dice: “Yo les pido disculpas, pero les voy a decir cuáles son, para mí, los museos que se deben visitar”. Sí claro fulanito”, le responden, lo que parece traducir, “bien pueda diga lo que se le de la gana, que este programa es un revoltijo de temas y por eso nos pagan”.

Entonces da una lista de museos, y por qué los recomienda, primero unos nacionales y luego menciona unos del exterior, como el museo de las relaciones rotas que queda en Zagreb, Croacia, y que le rinde homenaje a relaciones de amor fallidas.

Luego menciona unos de Londres, y cuando termina su intervención, una mujer dice que le llama mucho la atención el de la Cruz roja. “Es un museo en el que, por ejemplo, puedes experimentar lo que es un bombardeo en un bunker, como los ciudadanos de Siria”; eso me parece muy chévere, concluye.

miércoles, 14 de abril de 2021

La tenista

La conocí repitiendo una materia en la universidad, y su ternura fue lo que, desde un principio, me llamó la atención. Teníamos algunos amigos en común, pero no recuerdo como terminé por conocerla.

En algunos huecos pasábamos tiempo juntos. En esa época yo andaba muy trascendental, y ella escuchaba todas mis quejas en contra del universo o la vida. Por lo general no respondía nada, y se quedaba callada como analizando a detalle lo que le contaba, pero guardándose la respuesta.

Las pocas veces que me respondía algo, siempre lo hacía con preguntas del estilo: ¿Pero crees que ….? ¿No te parece…? y nunca con un consejo o una opinión. Me encantaba pasar tiempo con ella y tener alguien que me escuchara.

Sus piernas eran el epítome de las piernas, pues como jugaba tenis las tenía torneadas. Un día me pidió que la acompañara a un partido que tenía en una cancha en el Salitre, y me sentí importante.

En la universidad, al finalizar la semana, íbamos a tomar cerveza, pero nunca solos, sino con un grupo de amigos.

Un día la invité a a tomar cocteles y aceptó. Recuerdo que estaba decidido a decirle lo mucho que me gustaba.

Ya en el lugar, con un coctel a toda marcha por mi torrente sanguíneo, lleno de valentía, le tomé ambas manos y pronuncié un pequeño discurso. Al terminarlo, comencé a halarla hacía mí, hasta que las puntas de nuestras narices se tocaron.

Parecía la escena de una película. Solo faltaba que comenzara a caer nieve o que el director dijera “corte”. Justo cuando iba a besarla. Alguien la llamó desde la calle —estábamos en la terraza de un bar—, y el momento perfecto se esfumó como una ráfaga de aire.

La intrusa era una amiga del colegio con la que llevaba tiempo sin verse. Se saludaron, tocaron cualquier tema zonzo de conversación: en qué andaba cada una, que tenían que cuadrar para verse, que qué más de fulanita y zutanita, hasta que no les quedó nada más por decir y se despidieron.

Luego nos miramos y sonreímos. Intenté retomar el curso de los eventos, pero fue imposible. Nuestros cocteles estaban a punto de acabarse y a ella le dio afán de irse, porque al día siguiente tenía un partido.

martes, 13 de abril de 2021

Entropía molecular

Imagino que el término existe, pero no tengo idea qué significa. Me gusta la palabra entropía como sinónimo de desorden.

No debería escribir sobre lo que no sé, pero ya ven, cada quien, al final, hace lo que le da la gana.

Mejor volvamos a lo de entropía. La palabra llega a mi cabeza por el desorden de mi escritorio. Marie Kondo, esa señora que está obsesionada con el orden, se desmayaría con solo verlo.

Encima, a simple vista, puedo ver: el portátil, mi libreta, un blog de hojas blancas en el que empecé a dibujar, pero que dejé de utilizar porque me compré una libreta con hojas de buen gramaje; un pañuelo para limpiar gafas, un tapabocas, un blíster de vitamina C con sabor a mandarina, dos lápices enanos marca Staedtler, uno Faber Castel que solo utilizo para borrar porque, en medio de la entropía, no sé dónde fue a parar mi borrador; un estuche de gafas, un parlante que casi no utilizo, un disco duro externo, un chap Stick con sabor a nada, y un estuche de lentes.

A veces, a ese cuadro entrópico, digamos, lo acompaña una taza de una bebida caliente, por lo general desocupada.

A ratos pienso que debería ordenar todo, pero me gusta esa entropía, la entiendo y me reconozco en ella; al final, como ya he dicho antes, somos más nudo que inicio o desenlace.

Las palabras Entropía molecular me siguen rondando la cabeza, así que busco la definición en internet: “Actualmente la entropía desde el punto de vista molecular se define como una función de estado que es una medida de cuánta energía poseen los átomos y las moléculas”.

No me queda claro.

Imagino los objetos de mi escritorio como átomos, cada uno con diferentes energías, y que intercambian información entre ellos sin yo darme cuenta.

Ayer, a punto de terminar un dibujo, el tarro de tinta china, temperamental e irreverente, y en un trabajo en conjunto con la plumilla, casi se voltea por completo encima del escritorio, hecho que elevo la entropía a niveles que nunca había presenciado.

Afortunadamente, el incidente no pasó a mayores. Si se preguntan por el tarro de tinta, ahora se encuentra castigado en una esquina del escritorio.

viernes, 9 de abril de 2021

Faltas

Cada quién con las suyas, con sus reproches personales. Una de las mías, en la que he caído estos días, es no leer.

La hora del día en la que más me gusta hacerlo, es por la noche a eso de las 11, porque hay poco ruido en el ambiente y me concentro fácil en la lectura. El único inconveniente es que si he tenido un día pesado decido no leer.  En las veces que lo hago, los ojos se me comienzan a cerrar y, al final, ni leo ni duermo bien.

Cuando siento que el cansancio me lleva hacia el sueño prefiero no leer, pues comienzo a leer de afán, a atragantarme de palabras y eso, creo, no tiene sentido. Nada mejor que leer a un ritmo pausado, sin afanes de sumar un libro a la estadística de libros leídos.

También, algo que me ocurre que en medio de esas lecturas de afán es que experimento micro sueños, que no estoy seguro cuánto tiempo duran, pero si lo suficiente para hacerme perder la línea en la que iba y, a veces,  el hilo de la historia, por lo que tengo que volver unas hojas atrás para  conectarme de nuevo con ella.

Puede que algunos digan que no debería ser tan exagerado, que el mundo no se va a acabar si dejo de leer por un par de días, y es verdad. Aunque vaya uno a saber, pues puede que una de nuestras acciones desate el fin del mundo, mientras nosotros vamos por ahí, tan campantes, sin tener ni idea de la consecuencia de nuestros actos.

De todas maneras pienso que si a uno le gusta mucho hacer algo, obsesionarse con la actividad no está mal.

Dicho esto, los dejo porque me voy a leer.

jueves, 8 de abril de 2021

Publicaciones

Laura, una de las millones de Lauras que pueden existir en internet, incluidas esas Lauras que son gordos panzones mayores de 50 y que se hacen pasar por una, dice que siente la necesidad de hablar sobre la falsa idea de perfección que promulgan las redes sociales.

Me dice a mí, a ti, a todos, en segunda persona: “Eres mucho más que los errores, dudas o inseguridades que puedes tener sobre ti”.

Le doy la razón, nos tienen jodidos los mensajes que a cada rato nos dicen cómo debemos ser, pero yo agregaría algo más.

Yo diría, si esa Laura o el gordo panzón me lo permiten, que muchas veces no somos más que errores, bultos de dudas que vamos de un lado para otro dando tumbos, aunque creamos que tenemos el panorama claro y que controlamos todas las variables que pueden afectar el curso de nuestras vidas.

A veces, pienso, la opción a la mano es abrazar la imperfección, sin echarse a la pena y ya está, pues el mundo tiende más bien hacia el caos que hacia la estabilidad.

No entiendo, por ejemplo, porque seguimos empeñados en hablar sobre volver a la normalidad, si nunca nada ha sido normal, si la vida siempre nos ha demostrado que el curso de los eventos se puede despiporrar en menos de un segundo. Lo normal es lo que hay, lo que se vive y punto; diría que el presente, pero ese cuento con tufo budista ya está muy trajinado.

Un rato después de leer a esa Laura, caigo en la publicación de una tal Liliana, que pregunta si existe un procedimiento, no quirúrgico, para eliminar las líneas de expresión de la frente. No entiendo qué pretende; se me ocurre decirle que se eche cemento a ver cómo le va, pero vuelvo e insisto, no soy bueno para interactuar en redes sociales, así que no hago nada.

Las dos publicaciones, imagino, tienen algo que ver. Mientras la primera suplica que nos aceptemos como somos, la segunda quiere cumplir un canon de belleza, o qué se yo qué es lo que quiere cumplir.

Me gustaría ver un debate entre Laura y Liliana.

miércoles, 7 de abril de 2021

Un día con cara de otro

Hoy me desperté con la sensación de que era sábado.

A diferencia de esas veces en las que estoy convencido de eso, y luego la realidad se estrella contra mi cara, con cualquier evento que me recuerda que es un día entre semana; hoy fui consciente del día en el que estoy ubicado espacio-temporalmente: miércoles.

La sensación de sábado fue intensa, pero solo duró unos segundos.

Me levanté, con un aire de extrañeza en el ambiente, y me dirigí a la cocina con los sentidos alerta, a ver si captaba otra señal que confirmara que habitaba un miércoles con cara de otro día.

Me preparé un café, calenté unos pancakes que había hecho el día anterior, alisté los cubiertos y la miel de maple, pero no pasó nada. El día había dejado de ser sábado, para ser miércoles de nuevo.

Me gusta cuando eso ocurre, es decir, cuando la fría realidad se tiñe un poco de ficción, cuando la vida deja de ser “normal” y adquiere un tinte extraño, que obliga a a preguntarnos: “¿Qué es lo que ocurre?, ¿de qué trata todo esto?”.

Cuando eso pasa, procuro quedarme en esa zona de fantasía, digamos, el mayor tiempo posible, pero es algo que no depende de mí, pues es ella, me refiero a la zona, la que tiene el control de la situación y en cualquier momento me escupe de vuelta a la realidad.

Imagino que perdemos esa facultad de habitar lo no real a medida que crecemos, y dejamos que el terreno de la realidad le gane espacio al de la ficción.

Me gusta pensar que de esa batalla invisible entre lo real y lo ficticio dependen nuestras vidas, y procuro, en la medida de lo posible, ser un soldado de los ejércitos de la fantasía.

Déjenme decirles que la batalla no está fácil.

martes, 6 de abril de 2021

El paso del tiempo

Se podrían escribir miles de libros sobre el tiempo, textos amplios y detallados que intentarían descifrar qué es y por qué nos raya tanto la cabeza.

Imagino que una de las razones es que su paso nos acerca al futuro, aquella zona indescifrable de nuestra existencia, repleta de incertidumbre, con la que también nos hacemos un lío.

Supongo que de ese conflicto tan berraco que tenemos con el tiempo, y que existirá por los siglos de los siglos, amén, basó el budismo su teoría de anclarse al presente.

Pero no voy a ser yo uno de los que se dedique a desmenuzar el concepto del tiempo. Solo vengo a hablarles de cómo se contrae y se expande a su antojo, es decir, cómo las unidades básicas que utilizamos para medirlo: segundos, minutos y horas cambian a su antojo y mutan de la una a la otra como si nada.

Me di cuenta de esto el otro día que me desperté y decidí hacer pereza. Apenas sonó la chicharra —excelente palabra esta—, que tengo configurada en el celular, y después de apagarla pensé: “Voy a perecear 5 minutos”, y programé una alarma nueva para eso.

No sé por qué creí que esos cinco minutos iban a brindarme más descanso, si estaban acompañados de la angustia que produce saber que dentro de poco va a sonar la alarma.

El punto es qué, apenas la configuré cerré los ojos y sonó en cuestión de segundos. Miré el reloj y eran las y 37. En ese momento pensé: “voy a descansar hasta las y 40 como Dios manda, expresión que, si uno se fija bien, entra en conflicto con la de “ al que madruga dios le ayuda”, en fin.

Esta vez no programé alarma, pues me parecía ridículo hacerlo solo para tres minutos, pero cerré los ojos y sentí que pasaron 20 minutos; incluso en un momento tomé el celular par ver qué horas eran. Cuando hice eso, el reloj marcaba las y 48; hasta ese momento habían pasado 10 minutos.

Finalmente, por miedo a quedarme dormido de nuevo me levanté a las y 49.

Con base a esa experiencia es que afirmo que el tiempo pasa a su antojo, mientras nosotros creemos que lo podemos medir.

lunes, 5 de abril de 2021

Dormir

Me despierto a las 4:00 a.m, al parecer, sin ningún motivo. Siempre que ocurre eso escaneo mentalmente mi cuerpo a ver si puedo identificar algún dolor o sensación que haya interrumpido mi sueño. Esta vez no identifico nada, de hecho, nunca lo he logrado.

Doy media vuelta e intento volver a dormir, pero fracaso en el intento. Decido echar globos y antes de ponerme existencial, estiro la mano para tomar mi celular y dedicarme al fino arte del scroll down.

Siento que he perdido facultades para dormir.

Hay personas que se vanaglorian por dormir poco, y sacan pecho diciendo que no necesitan más de 5 horas de sueño. Dicen ellos o otros, no sé — mejor digamos algunos , que para qué dormir si hay tantas cosas por hacer en la vida, es decir, si hay que vivir, signifique lo que eso signifique.

Una vez viajé con unos amigos a Cartagena y un día les propuse hacer una siesta después del almuerzo. Eso que dije fue como si les hubiera echado la madre, y uno de ellos, a modo de poeta, respondió: “Para dormir la eternidad”.

Siento que hace mucho no duermo seguido esas 8 horas reglamentarias de las que tanto se habla, que siempre me despierto antes de que suene la alarma que programé en el celular, incluso cuando me acuesto en la madrugada y creo estar agotado.

Una vez, saliendo de un episodio de migraña, visité a una acupunturista y luego de la cita dormí 11 horas seguidas. Ha sido uno de los mejores sueños de mi vida; todavía recuerdo la sensación de descanso apenas desperté.

Ojalá fuera más como mi hermana que se duerme con una facilidad increíble cada vez que se lo propone.

sábado, 3 de abril de 2021

El portero

De pequeño, a los 7 años, mis abuelos enviaron a mi papá a un internado. Allá le tocó duro, porque la educación era a punta de golpes, y si los profesores le daban quejas a sus papas, también recibía la misma medicina por parte de ellos.

En el colegio había un portero mala clase que le caía mal a todos los alumnos, porque los acusaba con el director, el malnacido ese que una vez agarro a mi papá a patadas, cuando él se tiró al suelo, intentando esquivar una cachetada.

Cuenta mi padre que, al momento de hacer una pilatuna, lo importante era hacer una que mereciera la pena, pues no importaba cuál fuera, como hablar mientras hacían una fila, por ejemplo; el castigo, por lo general, siempre era el mismo: golpes por esto o por lo otro, 

Al portero, a pesar de que les caía mal, debían llevarlo por las buenas, porque además de su labor principal, también ayudaba en la cocina, sirviendo la sopa en las comidas. Si tenía a algún alumno entre ojos, al momento de servirle solo le echaba caldo sin nada de recado.

Un día, mi papá y un amigo entraron al baño y se dieron cuenta que el portero estaba tomando agua. Alguien había dañado el interruptor del baño y para que las luces funcionaran, dos cables sueltos debían hacer contacto.

Mi padre y su amigo se dieron cuenta que los cables estaban cerca del tubo del agua de los lavamanos. Uno de ellos tomo uno de los cables y lo acerco al tubo. Apenas entró en contacto, se escuchó el grito del portero, y ellos salieron corriendo a esconderse en uno de los cubículos.

jueves, 1 de abril de 2021

Incompetencia narrativa

Quiero escribir algo, pero me cuesta decidir qué. No me refiero a que esté indeciso por un tema, sino que simplemente no se me ocurre ninguno. Cuando eso me pasa, suelo evadir el problema escribiendo sobre mi incompetencia para escribir, mi no-escritura.

Podría acudir a la escritura libre y comenzar a anotar lo primero que se me venga a la cabeza. A la larga, este blog, más o menos, consiste en eso. No tiene un rumbo fijo o derrotero a seguir.

En ese sentido este espacio es similar a las prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro. Le pido a los fanáticos de ese escritor que no me malinterpreten; ya quisiera yo tener la misma habilidad para narrar que tuvo el escritor peruano. Lo que quiero decir es que todo lo que escribo aquí, son escritos huérfanos de cualquier territorio literario, como por darles caché, es decir, no hacen parte de ninguna obra.

Decía que podría acudir a la escritura rápida, pero no sé. Imagino que al hacer uso de ese método, la mente comienza a hacer todo tipo de asociaciones, tomando como base la cantidad de barbaridades que uno guarda en la cabeza, y que la idea es botarlo todo, para después mirar qué sale a ver si vale la pena.

Mi inconveniente con ese método es que veo a la escritura como un volador sin palo, y pues, creo, no se trata de eso, ¿o sí? La verdad no sé, dígamelo usted, apreciado lector, si conoce del tema.

A la larga lo que les cuento son puras opiniones. Debería, más bien, haber escrito sobre la taza de té que me acabo de tomar. Ya solo le queda un cuncho y esta frío. Igual me lo voy a tomar, como para hacer la tarea completa.

La verdad no tengo mucho para contarles sobre el té, pero el problema es mío, tiene que ver con mi incompetencia narrativa y no con el té, gran bebida esa y de la que, de cada taza, se podría contar una historia fascinante.