lunes, 30 de enero de 2023

Reglas de escritura

“Temas que por lo general no nos atraen”:

1. Historias escritas en tiempo presente (especialmente en tiempo presente en tercera persona)
2. Historias con escenas gráficas de bebes muertos.
3. Historias sobre escritores
4. Historias sobre matrimonios con dificultades.
5. Historias que transcurren en un bar
6. Historias con más trasfondo que trama
7. Historias con personajes no desarrollados.
8. Historias demasiado reflexivas
9. Historias que se apoyan demasiado en el uso de la segunda persona


Una amiga me cuenta que esas reglas aparecían una página web, para enviar escritos, de una revista literaria.

Qué pereza eso de tener que escribir con reglas. Según el listado solo les gustan las historias en primera persona, un punto de vista meloso y en ocasiones egocéntrico. Por algo Salman Rushdie, al momento de escribir Josep Anton, sus memorias, título que le dio para honrar a Antón Chéjov y Joseph Conrad, dos de sus escritores favoritos, decidió escribirlo en la tercera, porque cuando comenzó a escribirlo en primera le pareció un ejercicio narciso.

La tercera en cambio, parece que es la voz narradora por defecto. Una vez dicté un taller de storytelling, y uno de los ejercicios era contar una experiencia personal. Me sorprendió que la gran mayoría de participantes , así hubiera sido un evento que vivieron de primera mano, lo contaron en tercera persona.

De un texto lo que importa es que esté bien escrito y ya está, trate el tema que trate y la voz narrativa que tenga.

Una vez en un taller de escritura creativa, un profesor al que nunca le tuve mucha fe, decía que las novelas con muchos adverbios de modo terminados en “mente”, eran descartadas de primerazo.

A mí todas esa reglas tan fulminantes me aburren mucho. Si alguien me pidiera un consejo para escribir yo le diría que escriba lo que quiera, sobre el tema que quiera y en el punto de vista que se le dé la regalada gana.

Eso, creo, es todo lo que se necesita para escribir; aparte de talento y disciplina, pero eso ya es harina de otro escrito.

miércoles, 25 de enero de 2023

Aprender a escribir

Vivian Gornick dice que no se puede enseñar a escribir a las personas, que el don de la expresividad dramática, del sentido natural de la estructura y del uso del lenguaje, más allá de la descripción, son características innatas.

Yo no sé, pero en mi opinión no solicitada del día de hoy, creo que a esa postura le aplica la frase: “Fuertes declaraciones”.

Quizá Gornick estaba de mal genio cuando escribió eso, porque se había pegado en el dedo chiquito de un pie justo después de levantarse, y ese pequeño accidente le malogró el ánimo por el resto del día, o bien la encabronó, para ponerlo en términos más coloquiales.

Imagino que escribir si se puede enseñar; si no han tumbado de frente a las miles de personas, me incluyo, que alguna vez que han tomado un curso de escritura creativa en sus vidas.

Supongo también que para aprender a escribir no queda otra opción que hacerlo de manera frecuente, sin que importe mucho el resultado, sin esperar palmaditas en la espalda y, eso sí, dispuestos a aguantar críticas.

Dicho esto, personalmente me gustan los cursos de escritura donde uno recibe “teoría” en la clase y luego escribe en la casa. No me gusta cuando ponen a las personas a escribir ahí en vivo y en directo, en plena sesión del curso o taller.

Cuando me ha tocado así, siento que uno, sin ser plenamente consciente, intenta competir con el resto de participantes, y cuando se tiene afán de lucirse con un texto, solo se produce basura.

Algunos dirán que así es mucho mejor así, porque es experiencial y no sé qué más vainas, pero concibo este rollo de la escritura como algo íntimo, con la taza de café al lado y hurgando el cerebro a ver si se da con alguna idea a la que se le puedan arrancar unas cuantas palabras, y luego el crujir de los dedos, previo al momento de teclear, cuando por fin llega algo de inspiración.

Eso era todo. Mañana espero no estar tan opinionado.

martes, 24 de enero de 2023

Pero no soy Bukowski

Imagino que han oído hablar de él, ¿no? Ese poeta borrachín que decía tantas verdades en pocas líneas, para levantar el pesado manto de la realidad, y mostrar que las cosas no son como parecen ser, y que es necesario cuestionar las que si son de determinada manera.

Quería escribir algo sobre él, y esa fue la frase que se me apareció en la cabeza.

Dicen que el escritor se quedaba metido en la cama hasta el mediodía.

Si usted, estimado lector, hiciera lo mismo. Imagino que el sentimiento de culpa no lo dejaría tranquilo por el resto del día, por el afán que tenemos de ser productivos, que va muy ligado al de tener que ser alguien, en fin.

A mí me pasaría lo mismo.

El caso es que ni usted ni yo somos Bukowski, y por eso nos levantamos antes del mediodía, quizá porque madrugar está bien visto y levantarse tarde no, o por frases hechas como: “Al que madruga dios le ayuda” y otras pendejadas de ese estilo, o simplemente porque toca ir a trabajar y ya está.  Ser como Bukowski es complicado.

Y si usted, por alguna razón, se levanta bien entrada la mañana, igual no importa.

Cada cual con sus rutinas y venenos. Todo se resume a encontrar el método que sea mejor para trabajar y vivir.

Tal vez, si Bukowski hubiera madrugado y sido abstemio, no habría sido capaz de producir tan buenos poemas, sino puros textos blandengues, llenos de tópicos y lugares comunes.

De pronto, en algún rincón del planeta hay una persona que le sigue los pasos  y que al igual que él, se levanta tarde y bebe, luego escribe, o escribe y luego bebe, y en eso gasta las horas que permanece despierta.

Todo es posible.

Lamento informar que no soy yo.

lunes, 23 de enero de 2023

Escribir y publicar

Antes de ayer me acosté casi a la media noche. Ocurrió ese evento extraño en el que apenas me meto debajo de las cobijas el sueño se esfuma. Volteé a mirar el mueble modular que hace sus veces de mesa de noche y vi un libro grueso.

Caí en cuenta de que era La Tentación del Fracaso, los diarios de julio Ramón Ribeyro, el cual leo desde hace mucho tiempo.

Como el sueño se esfumo decidí leer un par de entradas. Pienso que no debería demorarme tanto tiempo leyendo un libro, pero al poco rato no le hecho más tiza a ese asunto, pues ¿qué más da? No se lee para cumplir con una estadística de libros leídos al año; lo que importa es leer al ritmo que a uno le dé la gana y ya está.

Leo una entrada del 20 de diciembre de 1975 que me gusta mucho. En ella el escritor peruano cuenta que escribir, para él, es un asunto personal y una tarea que se impone porque le agrada, lo distrae o, en últimas, le ayuda a seguir viviendo.

Esa, creo, es la mejor forma de escribir,solo hacerlo por el mero placer de contar algo, desde una experiencia de vida o muerte hasta  ver pasar una mosca volando.

Hace un tiempo una mujer preguntó en una red social: “¿A qué edad a comenzaron a escribir de verdad, es decir, a qué edad publicaron su primer libro?" Eso, imagino, quiere decir que, si uno escribe solo porque le gusta hacerlo, entonces lo hace de mentiras.

Ribeyro decía en esa misma entrada que publicar es un fenómeno diferente, una gestión que encomendaba a otra parte de su ser, ese administrador, bueno o malo, que todos llevamos por dentro.

Un ente aparte, del que el escritor se desentiende y que, por lo general, le da el estatus de mercancía a la obra y la vende a quién considere necesario.

“Escribo porque me gusta y publico para ganar dinero”, concluye Ribeyro.

A la larga esto tiene que ver mucho con lo que alguna vez le oí a decir a Millás: “Publicar es un efecto secundario de escribir”.

jueves, 19 de enero de 2023

Dormir bien

Hace un par de horas me sentía muy cansado y me dije: “mí mismo, hoy no vamos a escribir nada y ya está, el mundo no va a dejar de girar si no lo hago.”

Luego me tomé un té con dos roscas y parece que la bebida, el golpe de calor o ambas cosas, me imprimieron algo de energía y por eso me siento a hacerlo ahora.

De pronto me sentía cansado porque no dormí las horas suficientes. Y es que hago todo lo contrario a las recomendaciones que dan para dormir bien: veo televisión, miro el celular antes de acostarme, leo, en fin. Es una fortuna que no tenga pesadillas con la cantidad y variedad de archivos temporales que almacena mi subconsciente.

Suelo dormir de 6 a 7 horas, a veces menos, muy pocas veces más. Las ocho horas reglamentarias de las que tanto hablan ya me parecen extrañas, no porque no desee dormir esa cantidad de tiempo, sino porque siempre me despierto antes.

También creo que lo que pasa es que soy malo para dormir, es decir, a veces me demoro bastante para que me coja el sueño, doy media vuelta hacia un lado, luego hacia el otro, acomodo mejor la almohada, y ahí sigo sin dormirme. Una putada pues el cerebro se da cuenta y comienza a plantear temas o situaciones, me pongo a darle vueltas a algunos, y ahí me quedo.

Me gustaría ser como una de mis hermanas que a los pocos segundos de poner la cabeza sobre la almohada, ya está dormida, sin importar si la noche anterior durmió 8 horas o más o si durmió una siesta en la tarde.

Algo que si detesto son esas personas que se vanaglorian de dormir pocas horas, o que trasnochan y les parece gracioso que se les cierren los ojos.

Una vez tuve una jefe así. Un día, ya de madrugada, ya no valía un peso y le dije que lo sentía mucho, pero que ya me estaba quedando dormido encima del computador y que me iba a la casa.

Entre risas me dijo que bueno. No sé si se habrá molestado o no, pero a otro con ese cuentico chimbo de “ponerse la camiseta".

miércoles, 18 de enero de 2023

Lo que salga

Otra vez.

Pues sí, otra ve está pasando: Quiero escribir, pero no tengo idea sobre qué. Así que las palabras que vienen no tendrán un rumbo preciso, sino lo que se me ocurra de primerazo, lo que salga.

Podría contarles sobre las tres semanas que pasé sin lentes de contacto, pero imagino que a pocos, pocas,poques, pocxs y poc@s, del mismo modo y en el sentido contrario, les importa saber sobre ese tema. De hecho, tiene varios elementos de una historia, sobre todo drama, pero se me alargarían estas letras y también quiero leer y/o ver una serie.

Eso es lo que hay, mi vida gira, mientras pueda hacerlo, alrededor de leer, escribir y ver series. El resto del tiempo lo dedico a cosas de adulto funcional, ya saben: trabajar, pagar deudas, etc. Cosas sobre las que también me da pereza hablarles, pero de las que seguro se podrían escribir miles de novelas. 

 Tal vez lo que me frena es que no cuento con la experticia para hacerlo, y por eso hablo de escribir algo, en vez de cerrar la boca y ponerme a escribir esas posibles historias a las que hago referencia.  

Ahora que hablo de escritura, se me viene a la cabeza un término con el que me he topado en internet y redes sociales últimamente: Escritura terapéutica. Tengo entendido que se trata de escribir para sanar heridas emocionales, y pues está bien, pero lo que me intriga es su nombre, pues me parece redundante.


Escribir, pienso, la mayoría de veces, es un ejercicio terapéutico, a menos que lo que se escriba sean manuales de usuario o folletos de instrucciones. Creo que también es una técnica que se basa mucho en escribir a mano, y esa es una de sus grandes ventajas.

De ahí que Millás diga en su novela El Mundo: “Cuando escribo a mano, sobre un cuaderno, como ahora, creo que me parezco un poco a mi padre en el acto de probar el bisturí eléctrico, pues la escritura abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas”.

Y bueno eso era todo, por hoy ya cumplí con mi cuota de palabras.

martes, 17 de enero de 2023

Ceballos está cansado

Se sienta en su escritorio con una taza de café que está hirviendo.

El vaho asciende y llega sus fosas nasales. El olor a madera y tierra, como un…

Eso, piensa, es algo que él no escribiría. Siempre trata, a como dé lugar, de escribir, con pocos adornos, lo que tiene o pasa enfrente de sus narices, pero es una batalla perdida, pues sabe que en el momento menos pensado irrumpe la metáfora con sus ínfulas de elegancia.

Ceballos piensa que su forma de ser es de una manera, pero vaya uno a saber si realmente se es como se cree ser.

“¡Puta vida!”, exclama, luego de darle un sorbo a la bebida y quemarse la punta de la lengua. Además, tiembla un poco, y unas gotas del líquido caen sobre unas notas que había tomado ayer.

No le importa mucho. Eran, cree, unos apuntes flojos, hechos para salir del paso y no sentirse inútil.

“Me siento a escribir esto en los albores de la mañana” escribe, pero al instante borra la frase.

Qué albores ni que mierda, pues son las 11:17 de la mañana  y el escritor teclea esas primeras palabras sin saber muy bien por qué.

Siente que la cabeza le va a explotar, y la boca  pastosa. “Mala idea haberme emborrachado ayer” concluye.

Al poco rato Dante, su gato, sale de debajo de la cama, su escondite preferido, estira sus patas delanteras y abre la boca, Luego olfatea el aire, quién sabe en busca de qué aroma y por último, con un par de movimientos elegantes, salta y se acomoda en el regazo de su dueño o, más bien, compañero de piso.

Ceballos Vuelve a mirar la pantalla. Le irrita no teclear nada, ser un escritor que desde Lamento Púrpura, su novela debut, hace años no publica nada.  También le molesta la impaciencia del  cursor que titila, el martilleo en sus sienes, el ruido del ventilador; la vida que exige tanto y devuelve tan poco.

Entonces, baja la tapa del portátil y se queda mirando la pared azul que tiene enfrente, e intenta no pensar en nada, pero no puede, siempre se piensa en algo. Acaricia el lomo de dante con una mano y con la otra lleva la taza de café, que ya se enfrió, a su boca.

Le sabe mal. “A veces es mejor quemarse”, piensa. Deja la taza de nuevo sobre el escritorio se pone de pie y Dante maúlla molesto. Luego camina hasta la cama y se tumba en ella. Por el momento solo quiere dormir, nada más le pide a la vida.

lunes, 16 de enero de 2023

Instinto

En diciembre Peter, un amigo británico, estuvo de visita en Bogotá. No venía a la ciudad desde el comienzo de la pandemia. Fue una visita corta, llena de compromisos, pero un día logramos reunirnos a tomar algo; él un agua aromática y yo, claro está, un capuchino.

Hablamos sobre cómo estábamos cada uno y nuestras familias, qué habíamos hecho durante el tiempo que no nos habíamos visto y, como siempre, en algún momento nuestra conversación se desvío, o mejor, encontró la ruta hacia el tema de los libros.

Después de un sorbo a su bebida, estiró un brazo para recoger su maleta, del suelo, que tenía engarzada en una pierna, y me dijo: “yo ahora estoy leyendo este esto”, y saco un libeo pequeño y algo trajinado.

Me dijo que lo había conseguido en una librería de segunda en Londres, y que se pueden encontrar muy buenas obras por tan solo dos libras.

Con el libro en mis manos, Leí la portada; decía 10th of Dcember. Antes de comenzar a hojearlo, le pregunté “¿Quién es el autor?”

“George Saunders”

Entonces guarde el nombre en ese cajón de mi cabeza que lleva un sticker que dice: “libros o autores por leer”.

Luego, en otro lado, ya no recuerdo dónde, alguien mencionó que Saunders tiene una Newsletter buenísima en la que habla sobre escritura.

Aunque estoy suscrito a 6544648548 newsletters, y soy fiel lector de unas tres o cuatro, me suscribí a la de Saunders.

A medida que comenzaron a llegar sus correos, los fui archivando, pero hoy me propuse leerlos para quedar al día.

¿Qué les digo? Pues que este año lo leeré en algún momento.

En uno de los correos hablaba sobre confiar en el instinto, y decía que podemos pasar toda una vida artística aprendiendo a navegar con él.

Dice Saunders que cuando encontremos ese lugar, que imagino tiene que ver mucho con el subconsciente, o sepamos acceder a él, nos daremos cuenta de que ahí es donde comienza el trabajo de verdad, luego de recorrer sus callejones y recovecos.

Concluye que aprender a estar realmente atento a su instinto o presentimientos, es aproximadamente el 90 por ciento de lo que ha aprendido sobre escritura.

George Saunders, anótenlo.

viernes, 13 de enero de 2023

Amazon cree que pirateo libros

Hace unos años dejé de comprar libros en el Kindle, porque una vez, posiblemente metí mal el dedo, me empezó a llegar el cobro de un servicio premium que nunca había adquirido, y que se repetía cada mes. Entonces retire el número de mi tarjeta de crédito de mi perfil.

Ahora resulta que desde hace un tiempo estoy obsesionado con el copywriting, y una de mis copys de cabecera recomendó un libro. Entonces pensé, “sí o sí tengo que tenerlo”, así que después de mirar cómo carajos configuraba de nuevo la tarjeta de crédito, por fin lo pude hacer y lo ordené.

Como ustedes sabrán, y si no lo saben se los cuento, me gusta ir leyendo y subrayando los apartes que considero importantes en los libros, y la opción que tiene el Kindle me parece perfecta porque puedo pasar el archivo al computador y luego a un documento de Word.

Pues bien, esa función de subrayar se llama highlights, y ese libro que les comenté lo he subrayado hasta la madre.

Ayer me enteré de que hay un tope de highlights por libro, entonces, de ahora en adelante, me va a tocar digitar los pasajes que subraye.

Imagino que los de Amazon piensan que si uno subraya mucho un libro es porque la persona tiene pensando piratearlo.

Hay veces que uno es inocente y lo van acusando por ahí, sin ningún tipo de prueba fiable.

Hablando Escribiendo de más, no me gusta tener mi tarjeta de crédito ligada a ningún servicio de internet, porque las megacorporaciones si nos pueden ir robando porque sí, y es un rollo para solucionar el asunto.

En mi caso tuve que chatear varias veces con empleados de Amazon en la India, hasta que por fin un tal Kiran me puso atención y me dio una tarjeta de regalo gratis por el valor de los cobros que me habían realizado.

Ya ven, hay que tener cuidado, incluso subrayando.

jueves, 12 de enero de 2023

Podcast para encontrar paz mental

Tengo una cita con mi optómetra a la 1 y me parte el día.

Cuando salgo del lugar busco un restaurante para almorzar. Estoy en un sector con muchos edificios de oficinas y en la mesa de enfrente se encuentra una pareja. Mientras me traen el almuerzo me pongo a leer. No había caído en cuenta de ellos hasta que el hombre dice en voz alta: “¡No!, las cosas no pueden ser así”.

Subo la cabeza, pues la frase, el tono y la rabia que carga –Al hombre solo le faltó manotear la mesa– me sacan de mi lectura; además quiero saber que cosas no pueden ser de cierta manera. No está mal tomar precauciones que por uno u otro motivo han pasado desapercibidas en nuestras vidas.

Tiene los ojos encendidos, y  parece que dicen en silencio “no sea bruta”, mientras la mujer le intenta dar explicación de por qué esas cosas a las que se refiere el señor si pueden ser de determinada manera.

La mujer, consciente de que está en un lugar público, habla en voz baja y la única respuesta que obtiene de su interlocutor es un movimiento de negación con su cabeza. “¿Qué relación tienen? ¿acaso son pareja, compañeros de trabajo, socios o jefe y subalterna?.

Todo son preguntas.

Pienso en cambiarme de puesto para quedar de espaldas a la mujer y mirar si mis oídos pueden captar lo que está diciendo, pero la maniobra sería muy obvia. Por más de que trato no alcanzo a descifrar ni una palabra de las que le dice al hombre.

Se quedan en silencio por un rato, entonces vuelvo a mi lectura. Maldigo un poco porque se me perdió la página en la que iba, pero no tardo en encontrarla y termino el capítulo que había dejado a medias.

Al rato vuelvo a levantar la cabeza y veo que la mujer acaba de ponerse de pie y abandona el restaurante sin despedirse del hombre. La sigo con la mirada hasta que cruza una calle y luego me fijo en el hombre. Tiene el ceño fruncido y las canas que lleva en las cejas refuerzan su expresión.

El hombre toma su celular, lo conecta a unos audífonos y luego se los pone. Imagino que sintonizó un podcast que habla sobre cómo encontrar paz mental.

miércoles, 11 de enero de 2023

La nada y la ortografía

Me siento a escribir y siento que no hay nada en mi cabeza. Solo un decir porque seguro guarda muchas cosas. El punto es que hay veces que algún tema llega a ella en el día y lo anoto en mi libreta, o si es muy intenso se queda conmigo hasta que me siento a escribir, y entonces logro arrancarle unas cuantas palabras.

Otras veces soy más metódico y dedico un par de minutos a pensar sobre qué voy a escribir, pero hoy no hice eso y tampoco aterrizó ninguna idea en mi cabeza. Fue un día, aceptémoslo, improductivo. en el que mi cabeza estuvo minada por la duda, desfasada hacia atrás y hacia adelante, sobre todo lo segundo. El futuro y sus posibles escenarios, aunque no existan, tienen una capacidad tremenda para instalarse en la cabeza.

Llego a este tercer párrafo sin tener ni idea de que hablar. El único tema que se me ocurrió es hablar sobre tildes, porque en el primero escribí la palabra solo, a la que siempre me dan ganas de ponerle una al igual que a guion.

No me considero un chacho para poner tildes y me aburren en extremos esos mercenarios del lenguaje que no perdonan que a alguien se le escape una. Como si escribir consistiera solo en tener buena ortografía, en fin.

También a veces se me escapa ponerles tilde a las palabras agudas, sobre todo a los verbos conjugados en pasado.

Y Hablando de otro tema, en ocasiones pienso que coger se debería escribir con j. Sé que no es así, pero hay veces que  lo siento de esa manera. No sé, es como si me llegara la señal de un mundo paralelo en el que esa palabra se escribe de esa forma.

Quizá a García Márquez a veces le pasaban cosas similares, y por eso en su discurso para el primer congreso de la lengua española en Zacatecas, México, dijo lo siguiente:

“Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?”

martes, 10 de enero de 2023

Prologar una obra

Bien saben los seguidores a muerte de este blog, y les cuento a los que apenas llegan, que por culpa o gracias a L. uno de mis autorregalos de navidad fue la novela La Nostalgia del Melómano de Juan Carlos Garay.

Pues bien, ayer la empecé a leer y pinta que va a ser una de esas lecturas lentas, pues uno quiere saborear cada letra para que se no se acabe tan rápido.

Comienza con un prólogo que se titula “Pondremos el tocadiscos para siempre”, y no sé si es que he leído muy poco o qué, pero hacía rato no me topaba con uno. Lo extraño de este es que no se siente como un prólogo, en el que otro escritor habla sobre la novela, sino que más bien parece un pre-capitulo (imagino que el término no existe) de esta.

Quien la escribió nos va presentando personajes y algo de acción y está tan condenadamente bien escrito, con su correcta dosis de lirismo, que dan ganas de querer chutarse la obra de forma intravenosa.

“La punta de diamante devela algunos arcanos. La materia abstracta yace aprisionada en vetas microscópicas. Aparecen entonces las canciones y las voces recluidas. De otros tiempos llegan presencias, abandonos, estremecimientos, tambores, truenos, la suma inconclusa de los amores equivocados”.

A medida que leo me pregunto: ¿sería capaz de escribir así tan bueno, tan cálido, si me pusieran a prologar una obra? No lo sé, pero creo que el dueño de estas líneas tiene que ser un melómano de raca mandaca, y uno con uno con un gusto desmedido por esos platos negros que giran a distintas revoluciones.

Cuando termino esas tres hojas, de las que releo pasajes que evocan imágenes y sensaciones de las que no quiero salir, me encuentro con la firma de su autor, y me llevo la grata sorpresa que es el gran Luis Daniel Vega, un entrañable amigo del colegio.

viernes, 6 de enero de 2023

Incursión a una librería

Estoy con mi hermana en un centro comercial. Quemamos tiempo para almorzar dando vueltas por ahí, porque todavía no tenemos mucha hambre. “¿Vamos a la librería?", le pregunto y tuerce los ojos como diciendo “¿Otra vez?”.  Le respondo con un gesto de súplica con el que accede a mi petición.

Apenas entro al lugar, gravito hacia la mesa de novedades, aunque pienso que va a ser difícil encontrar un libro que me sacuda en ese espacio.

De todas maneras, me pongo a hojear las novelas que se encuentran ahí: a leer las primeras líneas, las contraportadas y las dedicatorias; como me gustan las dedicatorias, para ver que tanto me enganchan de primerazo.

Está, por ejemplo, Partes de Guerra de Jorge Volpi, un autor que tengo en el radar desde hace un tiempo porque ganó el premio Alfaguara. La novela comienza con un párrafo potente sobre el corazón, el órgano, en el que el narrador dice lo tanto que le irrita su estirpe de manzana y su martilleo quejumbroso. “Nada tan sobrevalorado como el corazón y sus achaques”, nos cuenta.

“Tengo que leer a Volpi”, pienso mientras cambio de libro y escojo: Qué hacer con estos pedazos de Piedad Bonnett. En las primeras páginas una mujer habla sobre su marido y sus ganas de hacerle remodelaciones a su apartamento sin informarle a ella. Ahora va por la cocina.

El hombre le sugiere que tal vez la remodelación daría pie a salir de tanto chéchere, y tiene el descaro de concluir: “…Y de paso salir de tanto libro que ya leíste o que ya no vas a leer”. La mujer lo mira ofendida, pero no le responde nada, pues sabe lo ambigua que es su relación con los libros.

“Porque a los veinte una biblioteca es una ilusión, a los cuarenta un lugar de plenitud y a los sesenta un recordatorio permanente de que la vida no te va a alcanzar para leerlos todos.”, cuenta el narrador.

“Bonnett, parece, tiene muchas cosas claras, tengo que volver a su obra”, pienso.

Luego tomo El tiempo de las Moscas de Claudia Piñeros, porque hace poco Rosa Montero lo recomendó. De ese me impacta una frase de Marguerite Duras, previa al inicio de la novela:

“La muerte de una mosca: es la muerte (…)
Vemos morir a un perro, vemos morir a
un caballo, y decimos algo, por ejemplo
pobre animal…
Pero por el hecho de que muera una mosca.
No decimos nada,
No damos constancia, nada."

“No sé en qué momento, pero tengo que leer a Piñeros”, pienso.

También me atraen otros libros como Colombian Psycho, la última novela de Santiago Gamboa y los diarios de Héctor Abad Faciolince.

Soy como Emilia, la protagonista de la novela de Bonnett que necesita atesorar libros sin importar que los lea una única vez o quizá nunca.

Decido dejar esa mesa y camino un poco hacia el fondo de la librería, pasando por una mesa con puros libros de autoayuda, un género que no me emociona mucho, pues qué más autoayuda que la literatura, en fin.

El último libro que hojeo es uno de Constanza Gutiérrez, una escritora Chilena, y se titula Pelusa Baby. Son cuentos y leo el inicio de varios y me gusta su estilo. Miro el precio y mi comprador compulsivo me dice: “Le alcanza con lo que tiene en la billetera”

“Tiene razón, pero si lo compro me quedo sin almuerzo. Además, tengo en cola de espera la Nostalgia del Melómano, ¿recuerda?”

No responde nada, así que antes de que se invente cualquier frase persuasiva, abandono la librería.

jueves, 5 de enero de 2023

Café y realidad

Para Rodrigo Renschler, el desayuno es uno de los mejores momentos del día.

Todo comienza con la preparación del café, y tener que calcular la correcta cantidad de agua y grano molido que tiene que echar en la cafetera italiana. Sabe que es una acción que no requiere una habilidad especial, pero la mecánica de esos movimientos le trae paz. Cree que esos rituales insignificantes que se practican a lo largo del día, cargan cierto poder Zen.

Después de preparar el café y si el día no está muy frío, sale al balcón a mirar el parque que queda enfrente de su apartamento, donde las personas madrugadoras sacan a pasear a sus perros y los niños esperan el bus del colegio. En ese lugar, con la taza de café entre sus manos, Renschler observa el mundo, mientras el aroma del café despierta su olfato.

Á veces, en algún momento de su rutina mañanera, su subconsciente comienza a disparar ideas, pensamientos que no tendría, si tratara de generarlos a propósito. Hoy los extraños caminos del pensamiento le hacen concluir que la realidad no es tan sólida como parece.

La imagina como una gran manta que lo cubre todo, y una vez descubres como levantar una de sus esquinas, verás todas sus fallas y suciedad.

“De pronto el verdadero problema, como leyó hace poco es que muy rara vez nos situamos en el lugar adecuado para observarla.

Luego de su conclusión, de vuelta la cocina y cuando le da el último sorbo de la bebida, se pregunta por qué sigue soltero y un ataque de tristeza lo embiste ¿Es que ni siquiera soy un poco atractivo?, se pregunta Y así de la nada, se comienza a llenar de interrogantes “¿Por qué todos se ven tan felices con su pareja y yo sigo soltero? ¿Cuál fue esa encrucijada en mi vida donde tomé la dirección equivocada? ¿Será posible deshacer mis pasos hasta ese momento?

Cuando termina el café pone la taza en el lavaplatos y mira el reloj rojo que cuelga de la pared “¡Mierda, se me hizo tarde Por andar pensando en maricadas! Exclama, y sale disparado hacia la ducha.”

miércoles, 4 de enero de 2023

El principio y el fin

El sábado pasado, el último día del año viejo, me llevé un librito a un café, pedí un capuchino con un algo y leí por un par de horas. Ese es un ritual que practico desde hace unos años.

En Ese día que resulta tan significativo, extraño, aburridor a ratos; tan cargado de nostalgia, en fin, me gusta dedicarle tiempo a la lectura.

Para no ponerme trascendental y enumerar todo lo bello que deseo me traiga este año, solo les cuento que quiero un par de cosas: que sea uno repleto de buenas lecturas y escritos. Decir eso es medio vacío, porque cada quién tiene sus métodos para calificar un libro; dicho esto, a lo que me refiero es que espero leer libros que me sacudan, o como decía Kafka: “libros que sean el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”.

Porque uno necesita libros que descoloquen, que confronten lo que uno piensa o, como dice Mario Mendoza: “Modificarnos internamente, darnos golpes de estado a nosotros mismos, doblegar los tiranos que habitan nuestras mentes”.

Leer, pienso, es el principio y el fin, el Big Bang creativo que todos necesitamos, así que qué mejor hacerlo un día que, en apariencia, marca una especie de borrón y cuenta nueva, ¿acaso no?

Rosa Montero cuenta que cada vez que conoce un escritor, le pregunta con cuál actividad se quedaría si le tocara escoger entre leer o escribir,  y dice que según la estadística que lleva, va ganando la primera opción.

En un congreso de escritores, Montero dijo que dejar de leer sería como vivir en un mundo sin oxigeno y que si nos gusta la lectura es porque cada uno de nosotros está más cerca del abismo que de la luz, y que las palabras sirven como red, para no caer y perdernos en la oscuridad.

Les deseo buenas lecturas.

martes, 3 de enero de 2023

Lo cotidiano

El día que fui con L a la librería, le conté que el día anterior había visto un libro nuevo de Elena Ferrante. ¿Cuál?, me pregunto, pero el título se había esfumado de mi cabeza, así que busqué a un librero para que me refrescara la memoria.

Cuando lo encontré, le dije lo que me acordaba que había leído en la contraportada: un libro de ensayos de la autora, que surgieron de una cátedra que dictó en una universidad. El hombre tampoco supo decirnos cuál era el título, así que nos llevó a la sección de la librería donde se encontraban sus libros de y nos los fue pasando uno a uno.

“Esto es lo último que ha llegado de ella”, dijo, y entre los libros estaba Sobre Los Márgenes, el que había visto y que L. decidió llevar casi a ciegas, porque confía en todo lo que escribe Ferrante.

El librero nos contó cuáles había leído y lo mucho que le gustaba la autora, “Nada que ver con la que ganó el premio nobel”, dijo con desánimo, “Hace poco leí uno, pero no me convenció”.

Pero es que Ernaux es pura autoficción”, pensé, pero me quedé callado.

Luego de decir eso, el hombre dio media vuelta y se fue a atender a otros clientes. Yo y L. nos quedamos con los libros en las manos por un rato. y le dije que lo que más me gustaba de Ferrante era su capacidad para narrar escenas de vida cotidianas, y ella estuvo de acuerdo.

Y es que hay pericia en narrar lo cotidiano de buena forma, que enganche, que no aburra. Me imagino que si llama tanto la atención, es porque son terrenos que probablemente hemos transitado de forma directa o indirecta.

Ernaux, ya ven, también me parece buena haciéndolo, pues también hay pericia en contar la vida de uno sin adornos, sino fiel a lo que se vivió.

Bien lo dice Millás: "en lo más cotidiano es donde siempre encuentras el mayor misterio".

lunes, 2 de enero de 2023

Lunes otra vez

Otro año otra vez. Otro año en el que no ocurre nada extraordinario en la transición del anterior hacia el nuevo.  Tanta expectativa, tantos preparativos, tantas selfies, tanto vino y uvas, y en pocos minutos todo se disuelve y la rueda del tiempo continúa girando como si nada.

Dice mi blog que escribí 216 días del año pasado. Pensé que habían sido menos, quizá porque fue un año en el que muchas de las veces que me senté a escribir no sabía sobre qué hacerlo, pero ya ven muchas veces lo que se cree simplemente no es.

Así que vuelvo a este espacio el primer lunes de este año, a escribir unas cuantas palabras, mientras se pueda, de lunes a viernes. Vaya uno a saber, si en estos momentos, un asteroide viaja a toda velocidad por el espacio, en línea hacia la tierra, para acabar con la raza humana; vaya a uno a saber.

Insisto en que uno sabe muy pocas cosas, casi siempre menos de las que se creen saber, pero bueno, ahí nos las arreglamos para vivir y vamos dando tumbos con ese supuesto conocimiento que llevamos encima.

Al nuevo año no le pido mucho, o sí, mejor dicho, como siempre, espero que esté lleno de lectura y escritura. La primera es necesaria para no creer que se sabe tanto o como dice Mario Mendoza en su libro Leer es resistir: “para darnos golpes de estado a nosotros mismos y doblegar a los tiranos que dominan nuestras mentes".

La segunda como dice Millás porque “Abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas”. Las heridas, al parecer, son necesarias y constantes que no podemos evitar, así que en vez de lamentarnos por sufrirlas, lo mejor es mirar qué métodos se pueden utilizar para cicatrizarlas lo más rápido posible.

Ya entenderán ustedes que la mezcla de las dos sirve para enfrentar cualquier revés de la vida, pues ella sí que sabe y tiene claro cómo ponernos trabas y jodernos el caminao’.