El sábado pasado pasé caminando por enfrente de una iglesia. Al fondo se veía un altar imponente con mucho dorado y figuras celestiales.
Ahí, justo en ese momento, se me ocurrió escribir sobre algo, pero le confié la idea a mi memoria y ahora no recuerdo nada. Voy a seguir escribiendo sobre el tema a ver si de pronto ocurre una sinapsis a modo de big bang a escala que va a lograr reproducir la idea que quería tratar en un principio.
Escribo esta línea luego de un minuto en el que no ocurrió nada. Es difícil precisar quién está más dormido, si yo o mis neuronas.
Les decía que pase por la entrada de la iglesia. Entonces me pregunté: ¿Será que entro? y una segunda voz respondió: ¿A qué?, Pues a rezar y esas cosas, acotó la primera. Y en medio de esa discusión pasé la puerta de entrada de largo.
Mi madre siempre que tiene la oportunidad entra a una iglesia. Reza un par de oraciones y ya está. Eso, parece, es algo que la hace sentir bien.
Hay otras personas que tienen otros rituales cuando pasan por enfrente de una. Christian, un amigo de la universidad, siempre se echaba la bendición cuando pasábamos por enfrente de una capilla entre clase y clase, Dejémoslo ahí porque echarse la bendición da para otros post.
Eso era todo lo que quería contar. Sigo sin recordar qué fue eso que pensé apenas vi el altar iluminado al fondo. Algo me dice que quizá tenía que ver con el par de personas que estaban esparcidas en unos bancos de la iglesia. Supongo que por un segundo traté de colocarme en sus zapatos por medio de unas preguntas: ¿Quiénes son? ¿qué hacen ahí? ¿Por qué rezan a esta hora de la tarde cuando otras personas se están divirtiendo?
Puede ser que en ese instante me haya contado una breve historia sobre alguno de ellos, pero, vuelvo y repito, ya la olvidé.