El renombrado escritor Jacinto Cabezas sabe que la ficción y la realidad están malinterpretadas, que la primera no es tan fantasiosa ni la segunda tan sólida como creemos, sino que, según las circunstancias, una se superpone con facilidad sobre la otra.
Hay días en los que se despierta y el mundo tiene un sabor extraño. Parece que no encaja en su nombre, en su ropa o en sus costumbres; que la mujer que duerme a su lado no es su esposa sino una extraña o que, por el contrario, él es un impostor, un marido falso. Se pregunta qué habrá pasado con aquel a quien representa y piensa que, sin ser consciente, se convirtió en un asesino en serie y dejó al pobre hombre tirado en una zanja que bordea una autopista en las afueras de la ciudad. Se siente como un personaje de esos programas de televisión que tratan sobre asesinos en serie y que intentan llevar una vida normal, pues gracias a la ficción se puede poner en los zapatos del que sea.
Aunque parece que está del lado de la realidad, sabe que la ficción se coló por una de sus grietas pues la cascara que la cubre es realmente frágil, y aunque parece que la vida transcurre de manera “normal” y que él hace lo de siempre: levantarse al tercer timbrazo del despertador, trabajar hasta las 6 de la tarde, pelear con el tráfico, en fin, las rutinas de cualquier persona, y a pesar de que cree saber quién es, presiente que el día que se desliza hacia la noche, le tiene preparadas sorpresas dignas de ser narradas en una novela.
Dicen, nuevamente los que saben —él no suele estar dentro de ese grupo—, que cualquier tipo de exceso es malo, y que en la vida todo debe estar equilibrado, pero a él no le importaría que su balanza se inclinara hacia el lado de la ficción.
Piensa que le gustaría ser un personaje completamente degenerado, uno que interpreta todo tipo de fantasías retorcidas que las personas nunca van a estar dispuestas a admitir.