Me gustaría ser tan breve como un Haiku, decir todo lo necesario en la menor cantidad de palabras posibles, pero sin dejar de ser complejo, igual no creo serlo. A lo que me refiero es a que mis textos tengan un andamiaje narrativo sólido, que incluso llegue a opacar, por breves momentos, la historia que quiero contar.
Pienso en esto de la brevedad luego de leer “La vida privada de los Árboles”, una de las novelas del escritor chileno Alejandro Zambra que es corta y precisa, como una ráfaga de palabras que lo dejan a uno un poco aturdido.
No la tenía entre mis lecturas a corto plazo, pero se me apareció un día, y recordé que una escritora había hablado de ella en una de sus redes sociales; vuelvo e insisto que los libros son los que nos escogen. Leo un poco sobre el autor y me entero de que también escribe poesía. Quizás el tener desarrollada esa fibra del músculo de la escritura, lo ayuda mucho a cumplir con el objetivo de ser breve, limpio, y a decir lo que necesita decir en frases muy cortas pero llenas de significado. A mí a veces me da por intentarlo, pero cuando leo lo que escribo me suena a una mezcla entre lo obvio y el cliché y lo borro todo. No es fácil ser breve.
Leo una entrevista — es buena, léanla —que le hizo la escritora Leila Guerreiro, en la que Zafra dice lo siguiente que, me parece, resume su estilo de escritura: “Escribir es como cuidar un bonsái, pensé entonces, pienso ahora: escribir es podar el ramaje hasta hacer visible una forma que ya estaba allí, agazapada”.
Podar para ser breve, de eso, al parecer, se trata.