Leo información para una presentación que debo hacer. Siento una energía extraña, uno de esos estados cargados de positivismo y sé que debo aprovecharlo, pues en cualquier momento se puede esfumar para darle paso a una lluvia de dudas sobre lo que hago.
Mientras reflexiono sobre mi estado, escucho música que viene de un radio, al parecer, de pilas.
Como ya lo he contado nunca publico fotos de atardeceres tomados desde mi ventana porque esta da hacia dos edificios de parqueaderos.
Uno de ellos, el más grande, cuenta con una especie de terraza con árboles. A veces, algunos obreros hacen trabajos en ella, y precisamente hoy hay uno trabajando en algo y tiene su radio a todo volumen.
Me pregunto cuál es el límite de nuestras acciones, y en qué momento entran en conflicto con lo que hagan los demás.
La música que escucha ese hombre me desconcentró y me puso a pensar en esto.
En economía hay una teoría que habla sobre eso, pero ahora no doy con el nombre; en vez de tenerla en la punta de la lengua la tengo en la punta pero del estómago.
Ahora suena el aventurero, el señor ese que le gustan las altas, las gordas, las chaparritas, en fin, todas.
Le prestó atención a la música por otro rato, hasta que logro concentrarme de nuevo.
Término tarde la presentación y me siento cansado. Luego de meterme a la cama y cerrar los ojos, comienzo a dar vueltas por un rato, mientras que me llegan todo tipo de temas a la cabeza.
Justo en el momento en que presiento que me voy a quedar dormido, el ruido de un taladro que machaca la calle y una sierra que corta quien sabe qué no me dejan hacerlo.
Supongo que arreglan una calle y que los que tienen carro estarán de acuerdo, pues podrán transitar por buenas vías, contrario a los ambientalistas que se sentirán mal, pues tengo entendido que iban a tumbar unos árboles.
Vuelvo y me pregunto, ¿Cuál es el límite de nuestras acciones?