Así nos la pasamos por la vida, actuando sin querer pero queriendo. El problema es que no nos damos cuenta. Ojalá sólo fuera eso, es decir, que sólo fuera nuestra culpa y ya, que nuestros actos no involucraran a terceros.
Puede ser que usted, estimado lector, se considere como una de las persona más buena vibra de toda la historia de la humanidad y piense que, en cuanto a derroche de buena actitud, solo lo sobrepasen personajes históricos como: El Dalái Lama, la madre Teresa de Calcuta, Nelson Mandela, etc. Aún así con toda la paz y tranquilidad que usted supone que irradia y derrocha, de seguro existen personas que lo consideran un imbécil, y en otras ocasiones sus amigos o familiares también le darán ese calificativo, pues creerán que estuvo mal algo que usted hizo.
Hoy hablé con una amiga que se salió de una conversación grupal en WhatsApp. Hasta ahí todo normal. Le pregunté que si se había aburrido del grupo y le conté que también estoy a punto de salirme, pues las conversación se ha convertido en puro derroche de ego, donde todos buscan (buscamos más bien) una palmadita en la espalda por lo "brillantes" y excelentes profesionales que se supone que somos. Ella me dio la razón, y después me dijo que lo que más la había decepcionado era la indiferencia de las personas con respecto a algo que ella había escrito.
En ese momento llegó a mi cerebro la clásica melodía tururuuu de la llamada en espera pues era lógico que yo, sin saberlo, también había actuado indiferentemente. De cierta forma intenté disculparme, pero a veces es mejor quedarse callado. Después de mis escuetas palabras mi amiga me respondió: "Cada uno hace lo que le nace".
Su respuesta es un axioma de vida, pero yo lo complementaría de la siguiente manera:
"Cada uno hace lo que le nace, y a veces lo que hace, lo hace sin querer queriendo"