Hace un par de semanas tomé un taxi y luego de darle la dirección al conductor me puse los audífonos. El taxista iba hablando por el manos libres, y al parecer conversaba con su mujer:
" ¿Y usted qué opina? tiene que opinar algo. Tome decisiones propias, esas son las mejores decisiones. ¿Y cómo quedó eso? ¿Cortado o pegado?".
Al parecer el taxista dejo encargada a su pareja de un arreglo en la casa, el cuál no quedo bien, tal vez por la falta de decisión propia.
"Si se corta, eso se abre, ¡que vaina! y tan bonita que estaba esa vaina. Mejor quitar esa vaina de una vez y poner de nuevo el blanco. Eso se daño (me imagino que hacía referencia a la vaina) y toca botarlo. Que pongan el otro (que vendría a ser la otra vaina blanca), ¿bueno? Chao, chao.
El taxista colgó, murmuro un par de palabras y afortunadamente no intentó iniciar una conversación conmigo sobre la vaina esa.
Ese día pensé en lo que dijo el taxista: "Tome decisiones propias, son las mejores", ¿En serio lo son? Es probable que no. Decidir se ha convertido en un sinónimo, errado o correcto, de libertad.
La verdad es que tendríamos menos angustias si no nos tocara decidir y si la mayoría de nuestras acciones no tuvieran disyuntivas, sino que fueran binarias; también que pudiéramos saber el resultado de ambos caminos. Así, decidir sería hasta divertido.
Las decisiones propias tal vez no siempre sean las mejores, pero buenas o malas, son las nuestras y son las que primero debemos aceptar.