Camino descalzo, y no sé por qué lo hago, pues no me gusta andar así sobre ningún tipo de superficie, ni en la playa ni en el pasto, ni mucho menos sobre cenizas para hacer parte quién sabe de qué tipo de ritual, en fin.
No sé por dónde voy, ni hacia donde me dirijo, al parecer piso asfalto o eso es lo que recuerdo, pues la imagen es solo un fogonazo, como una chispa que arde por un segundo, y después de eso, todo queda a oscuras.
Esa es la única imagen que recuerdo del sueño que tuve anoche que, como la mayoría de las veces, viene acompañada de un montón de sombras, de objetos y personas sin contornos definidos. Caminaba descalzo por una carretera y era de noche. La vía estaba desprovista de carriles, pues no tenía las líneas blancas que suelen separar los que van de los que vienen. Tampoco había carros; era más bien, una escena apocalíptica en la que yo había sobrevivido, pero ¿a qué tipo de desastre?, no lo sé.
Podría aventurarme a analizar el significado del sueño, decir que tiene que ver algo con mi situación actual o la del mundo, pero me da pereza ponerme en esas. Atribuirles significado a los sueños, creo, es una pérdida de tiempo.
Por eso lo mejor es contar lo que se tiene en frente de las narices, pero ¿cómo contar ese vacío, esa nada en la que estaba envuelta el sueño? Tal vez sea igual de despropósito que tratar de entender los sueños.
Por eso solo les cuento que iba descalzo, y también recuerdo que, a pesar de encontrarme en medio de ese paisaje tan hostil, me sentía tranquilo.
Y aquí dejo de hablar de la imagen, porque si me pongo a escribir más cosas serían mentiras, florituras con las que quizá podría hilar una especie de relato, para dar una mejor idea de qué hacía el personaje del sueño —quizá no era yo—o que estaba buscando.
Solo quería contarles que iba caminando descalzo.