El paquete que carga sólo le pesa en la conciencia. "Cada quien lleva sus cargas como mejor le parezca" piensa.
El sol había aparecido en la mañana, fuerte, inclemente y ahora se esconde tímidamente detrás de una nube gigante a la que le busca alguna forma pero al final la deja en lo mismo, en nube. Más que el calor, lo que le pica son sus ideas que colisionan con fuerza dentro de su cabeza.
El café en el que se encuentra es uno de los más concurridos de la ciudad. Varios hombres de negocios, vestidos con traje y corbata conversan, discuten y se odian en silencio, detrás de gestos cordiales y risas.
A su derecha se encuentra una pareja de adolescentes. El joven tiene una mochila en su espalda, otra carga, y las manos de su pareja agarradas por encima de la mesa. Sobre esta reposan 2 vasos de café que aun despiden vaho, y un cuaderno rojo junto a un esfero verde que, al parecer, le pertenecen a ella, una mujer flaca de ojos negros grandes y profundos.
Los jóvenes inclinan sus cuerpos sobre la mesa y se besan. 1,2,3,4,5,6 de manera inconsciente cuenta los segundos que dura el beso, "La carga del amor", piensa.
Se pregunta por la serie de eventos, afortunados o desafortunados que llevaron a las personas que se encuentran con él hoy a ese lugar, ¿destino? ¿casualidad? ¿Causalidad? ¿qué es todo eso?, sigue alargando los segundos.
Palpa el paquete por encima de la mochila y recuerda que su color es similar al del cielo en esta mañana, cálido, contrario a su rugosa superficie.
No logra callar algunas ideas que le pesan y se encuentran en un pequeño rincón de su cabeza, como siempre las cargas mentales las más peligrosas. ¿Y qué si está equivocado? ¿y qué si nada está bien o mal? todo, como siempre, termina en preguntas.
Las campanillas de la puerta suenan. Una mujer de pelo rubio entra con su hijo . El pequeño lleva una pelota de letras en sus manos y balbucea algo, ¿qué?.
Un rayo de sol se cuela por una de las ventanas, en un ángulo perfecto, que le permite ver como danzan unas motas de polvo en el aire.
Al niño se le escapa la pelota de las manos y va a dar a sus pies. Considera el hecho como una señal teatral, el desencadenante perfecto para jugar su papel. No aguanta más, se pone de pie y grita con todas sus fuerzas:
"Allāh akbar"