“Nahh muy extremista”, así me dice mi hermano cuando le cuento sobre una columna que escribí, que tiene que ver con una operación que le hicieron a nuestro padre el jueves pasado.
Ese día, mientras estábamos en la sala de espera, todo eran extremos: una puerta que daba a la sala de cirugía y otra al pabellón de maternidad, muerte y vida, alegría y tristeza, tensión y relajación. A veces los extremos están a punto de tocarse justo enfrente de nuestras narices y no nos damos cuenta, en fin.
En el lugar un celador voceaba el nombre de los pacientes que acababan de salir de cirugía, y sus familiares se apresuraban para ir a hablar con el doctor para ver si todo había salido bien. El tiempo que duramos en ese lugar, al parecer, todas las noticias fueron buenas, en resumidas cuentas, ningún paciente falleció durante la cirugía.
Justo después de que nos llamaron a nosotros, para decirnos que todo había salido bien, me pregunté como será en aquellas ocasiones en las que no es así, cuando las noticias que se tienen que dar son malas, incluso intenté conversar un poco con el celador encargado de decir los nombres de los pacientes, pero creo que no formule bien mis preguntas, pues sus respuestas fueron parcas, evasivas, como generales.
Tal vez si tenga algo de extremista, que no está mal, pues creo que una de las obligaciones de escribir es tratar de explorar los extremos, los bordes, esos lugares en los que no nos sentimos seguros.
“Why pay so much attention to the edges? Because telling Stories
takes time and energy, and only at the edges is it worth the expense.
Exploring the well-known simply does not pay off.”
— Cynthia Kurtz —