Partamos del hecho de que la gente cambia, nada que hacer. Que el de ayer nunca será el mismo que el de hoy. Que a cada segundo experimentamos metamorfosis a nivel celular que pasan desapercibidas y, vuelvo y repito, nos cambian.
Entonces nuestra psique se altera y el punto de vista que teníamos tan enquistado en la cabeza se derrumba. Pasamos del amor al odio en menos de un segundo. No sé quizá son lo mismo, o comparten terreno, y no nos hemos dado cuenta.
Nunca nos damos cuenta de nada, ese es otro gran problema. Vamos por ahí como dando tumbos, y a veces tenemos episodios de lucidez, pero por lo general transitamos a tientas por la oscuridad.
¿Y qué hacer con el cambio? Pues nada, no queda más que aceptarlo, aceptar lo que la vida tenga por ofrecer sin lloriquear, como me dijo la escritora Laura Ortiz hace poco, el truco está en “Dejar de poner resistencia a los ritmos de la vida”.
La frase me sacudió por completo apenas la escuché. Estuve a punto de decirle “Tienes huevo, ¿de dónde sacaste esas palabras?”, pero me quedé callado para no sugestionar su respuesta.
Lo mejor es no dar la opinión nunca. Así las personas se abren por completo, son sinceras, y de vez en cuando si tienen la sensibilidad adecuada, salen con esos balazos poéticos como el de Laura.
¿Pero les hablaba del cambio cierto? Entonces me repito. Es aceptar lo que venga y ya está, sin echarle tiza a ideas, acontecimientos, actitudes o lo que sea que nos raye la cabeza.
Nada nunca es igual, eso es todo, y como dice Thumbing my way de Pearl Jam: “There’s no right or wrong, but I’m sure there’s Good an bad”. Entonces lo único que queda son los puntos de vista y procurar que el de uno no esté tan torcido.