Tengo Los pies fríos. Muchas veces, en las tardes, se ponen así. A pesar de que tengo zapatos y medias parece que estuviera descalzo. De pronto es una cuestión mental y apenas siento algo de frío, mi cerebro baja la temperatura de los pies de forma automática, o me hace creer en esa sensación térmica. Si uno se fija bien el cerebro es un cabrón, en fin.
No sé cuál es el órgano que controla la temperatura del cuerpo humano, me aventuro a pensar que varios deben intervenir de una u otra forma en la tarea, pero necesitan que alguien los coordine. Ese alguien, también supongo, es el cerebro, que se la pasa dando órdenes a nosotros y al resto de los órganos para que está máquina repleta de vísceras, órganos, manías, filias, angustias y obsesiones, funcione las 24 horas y no parezcamos bichos raros.
Con el frío también hay lluvia o la lluvia trae el frío, no lo sé, pero alcanzó a escuchar como cae el agua de forma copiosa y golpea el pavimento. Parece que el agua nunca se cansa o no tiene nada más que hacer aparte de caer o acercarse y alejarse de la orilla una y otra vez como un disco rayado.
Ese ruido del agua, más el de un perro que chilla de forma desesperada debido al frío, supongo, potencian la sensación que llevo encima.
No me aguanté las ganas y busqué lo del órgano que controla la temperatura del cuerpo. Resultó ser el hipotálamo; no estaba tan descachado. Cuenta internet que esa parte del encéfalo funciona a manera de termostato y mantiene el equilibrio entre la generación y pérdida de calor. Pero de nada me sirve saber eso porque el frío continúa.
No es una queja, pues estoy seguro de que nunca he sentido frío de verdad, como esas temperaturas canadienses por debajo de cero, pero pues tengo frío y eso fue lo que les vine a contar.