La semana pasada, mi portátil se apagó de un momento a otro. Me di cuenta que el cable de poder estaba desconectado “seguro se descargó” pensé, así que lo conecté y esperé un rato a que se cargara un poco.
Después de unos minutos lo volví a prender, pero el sistema operativo no quería iniciar. En la pantalla salía el logo de la marca y en la parte inferior, sobre una franja azul, el siguiente mensaje: “presione F2 para entrar en BIOS o F4 para Recuperar. Oprimí F4 pero todo siguió igual. Como sé muy poco de esos aspectos técnicos, busqué en internet y me encontré con una página que recomendaba: “oprima cualquiera de las dos teclas como si estuviera jugando videojuegos, hasta que el computador reaccione” es raro,pero así decía. Seguí la instrucción, pero después de un rato paré, pues iba a dañar el teclado con el frenético movimiento del mi dedo índice oprimiendo esa tecla.
Acto seguido, mi cerebro me paseó primero por un estado de negación: “esto no me puede ocurrir”, y luego por uno de rabia: “¡computador sograntriple…!”, estados de ánimo que se potencializaron, al ver la memoria externa sobre mi escritorio.
¿Cómo era posible no haber hecho esa copia de seguridad que tantas veces me prometí en meses pasados? Decepcionado, apagué la máquina.
Traté de mantener la calma y pensar, que, de haberse dañado, iba a poder recuperar la información, pero ¿y si no, qué iba a hacer? es increíble el culto y dependencia que le rendimos a la tecnología, se nos daña un aparato, el que sea, y es como si perdiéramos una parte de nuestra identidad.
“Todo tiene solución” pensé. Intentaba mantenerme positivo, pero por mi cabeza se seguía cruzando el incidente y también un posible costo de reparación, un imprevisto en las finanzas del mes.
Como suele suceder, al no salir las cosas como queremos, jugué al mártir, pero es evidente que existen personas a las que les han sucedido cosas peores.
Cuando John Steinbeck tenía listo el primer borrador de su novela “De Ratones y Hombres”, Tobi, su perro, devoró el manuscrito.
Le contó lo ocurrido a su editor en una carta y le aseguró que el nuevo manuscrito (la restauración de los datos) estaría listo dentro de dos meses. Steinbeck, sin nada de lloriqueos, cumplió con su promesa y entregó el manuscrito de una de sus obras más importantes en el tiempo que había indicado.
Al día siguiente del inconveniente con mi portátil, antes de llevarlo a reparar, lo prendí y funcionó como si nada. Ese mismo día realicé la copia de seguridad de mis archivos, que si bien no son obras maestras de la literatura, muchos si se pueden considerar un "primer borrador".
Hoy en día es muy difícil no recuperar la información de un computador, pero de darse el caso, no deberíamos renegar tanto, sino mirar de que forma podemos restaurar los archivos.
El incidente me hizo caer en cuenta que mucha de la información que manejamos día a día la tenemos en el E-mail o en la nube, así que nunca es tan grave. Eso sí, estimado lector, le recomiendo que cada cierto tiempo programe en su calendario la actividad “realizar copia de seguridad”.