Podría estar a punto de despertarme después de una noche de juerga, pero no es el caso, el cuerpo ya no da pa' tanto y lo mejor es no cometer excesos para que no pase factura al siguiente día.
De ser así no estaría levantando a esta hora, sino seguro lo haría al medio día, con dolor de cabeza y quizás algo de nauseas. Eso me impediría desayunar tranquilo, dándole pequeños sorbos al café, como tanto me gusta, mientras miro como se mueve, a causa del viento, un árbol que está plantado en una terraza de un edificio de parqueaderos. Sé que no es la vista bucólica que uno quisiera tener al momento del desayuno, pero me gusta perderme en fantasías de poca monta mientras observo ese árbol.
El caso es que tampoco estoy desayunando, apuré un café en un par de sorbos y lo acompañé con una arepa hace más o menos una hora.
Podría estar leyendo. Leer aplica para cualquier momento y estado de ánimo, pero tampoco hago eso. Casi siempre leo en las tardes y por lo general a las 11 de la noche, mi hora preferida para hacerlo.
¿Entonces que carajos hago?
Estoy bien sentado el salón comunal del edificio, esperando a que empiece una Asamblea extraordinaria. Plan más chimbo no puede haber. Pero bueno, es lo que hay. Uno debe montarse en las corrientes de la vida como si nada y esperar a ver qué pasa.
Un grupo de personas con cara de pocos amigos se encuentra ahí, porque el edificio necesita unas obras urgentes.
Tengo mi libreta y un esfero por si de pronto me embiste la inspiración y se me ocurre una idea potente para escribir algo.
Tampoco es el caso, a los pocos minutos después del inicio de la reunión, una señora me pide prestado el esfero para tomar apuntes.
Luego de 3 horas llegamos al clímax de la asamblea: la explicación de las finanzas. El presidente de la junta nos explica que se ha recaudado el 80.27% del dinero y que no se puede echar por la borda semejante esfuerzo tan titánico. "La obra va o va", concluye.
Patricia, una señora que siempre pelea, se pone de pie y alega que ella no va a financiar a ningún apartamento que no haya pagado, que coman mucha mierda. Eso último no lo dice, pero seguro lo piensa.
De ser así no estaría levantando a esta hora, sino seguro lo haría al medio día, con dolor de cabeza y quizás algo de nauseas. Eso me impediría desayunar tranquilo, dándole pequeños sorbos al café, como tanto me gusta, mientras miro como se mueve, a causa del viento, un árbol que está plantado en una terraza de un edificio de parqueaderos. Sé que no es la vista bucólica que uno quisiera tener al momento del desayuno, pero me gusta perderme en fantasías de poca monta mientras observo ese árbol.
El caso es que tampoco estoy desayunando, apuré un café en un par de sorbos y lo acompañé con una arepa hace más o menos una hora.
Podría estar leyendo. Leer aplica para cualquier momento y estado de ánimo, pero tampoco hago eso. Casi siempre leo en las tardes y por lo general a las 11 de la noche, mi hora preferida para hacerlo.
¿Entonces que carajos hago?
Estoy bien sentado el salón comunal del edificio, esperando a que empiece una Asamblea extraordinaria. Plan más chimbo no puede haber. Pero bueno, es lo que hay. Uno debe montarse en las corrientes de la vida como si nada y esperar a ver qué pasa.
Un grupo de personas con cara de pocos amigos se encuentra ahí, porque el edificio necesita unas obras urgentes.
Tengo mi libreta y un esfero por si de pronto me embiste la inspiración y se me ocurre una idea potente para escribir algo.
Tampoco es el caso, a los pocos minutos después del inicio de la reunión, una señora me pide prestado el esfero para tomar apuntes.
Luego de 3 horas llegamos al clímax de la asamblea: la explicación de las finanzas. El presidente de la junta nos explica que se ha recaudado el 80.27% del dinero y que no se puede echar por la borda semejante esfuerzo tan titánico. "La obra va o va", concluye.
Patricia, una señora que siempre pelea, se pone de pie y alega que ella no va a financiar a ningún apartamento que no haya pagado, que coman mucha mierda. Eso último no lo dice, pero seguro lo piensa.
Pide la palabra y dice: “Yo tengo la plata en el banco, pero no voy a ser tan Imbécil de darla antes que todos”.
“Gracias por decirnos imbéciles", dice Debra, otra de las propietarias.
Y así duramos un buen tiempo gritándonos entre imbéciles hasta el final de la asamblea.