Es casi media noche y leo en mi cama metido dentro de las cobijas. La ciudad o, más bien, el planeta parece desolado. No percibo ningún sonido de la calle; solo estamos yo, mi libro y la lámpara sobre la mesa de noche, con su luz amarilla que proyecta las sombras de mis dedos sobre las paginas del libro. En momentos como ese me agrada esa sensación de soledad, que me deja fundir más fácil con la lectura.
“Deux ex Machina”, es el pensamiento que, de repente, aparece en mi cabeza. No sé qué lo provocó, si fue algo que leí o simplemente apareció porque sí, por ese carácter caprichoso que presentan algunos pensamientos.
“Dios desde una maquina” me dice Internet que es la traducción de esas palabras, de la expresión griega απò μηχανῆς θεóς. Andrea Marcolongo, la autora de “La lengua de los dioses” seguro me podría dar luces sobre la expresión más allá de una simple traducción, que, imagino, evita una considerable porción de su verdadero significado, pero solo la vi en una charla y no la conozco. No faltará el que diga que solo estoy a 6 personas para conocerla, pero mi duda, creo, no es tan importante como para ponerme en la tarea de averiguar cuál es esa cadena de personas que me podría llevar a ella, en fin.
Anoto las tres palabras en mi celular. Se me antoja pensar que funcionarían para el título de un cuento. ¿De qué va a tratar? No lo se, pero igual así voy titular el cuento, y luego voy a escribir lo que se me ocurra, lo que sienta en el momento, lo que me dicte Dios, digamos.
Me gusta eso de la escritura, es decir, la manera en que refleja el caos de la vida, su porque sí, poder acudir a ella sin necesidad de tener un estricto plan a seguir. Su apuesta al absurdo.