Alguien, la persona que sea, que me de una cachetada por favor. Lo que pasa es que necesito despertar mis recursos narrativos. Están dormidos, enterrados quien sabe en qué parte de mi cerebro, cubiertos por capas de angustias y preocupaciones, y toneladas de opiniones.
A veces, a lo largo del día, dedico unos minutos a pensar sobre qué escribir, pero en ocasiones, como hoy, lo único que asalta mi cabeza son opiniones. Algunas se ven interesantes, y hasta me harían —eso pienso, para darme una auto palmadita en la espalda—sonar inteligente, pero tan pronto como aparecen las descarto, porque solo quiero contar cosas, lo que sea, antes de soltar una opinión.
¿Y Quién tiene la culpa? El estado, a ver me explico. Luego de que terminé de trabajar, me iba a poner a escribir, confiado en que iba a dar con algo que pudiera contar. En ese momento tuve la brillante idea de responder un E-mail sobre un lío de unos papeles con la Gobernación de Cundinamarca.
La entidad, un señor, en fin, alguien, me respondió que no había podido descargar los adjuntos que le había enviado en un e-mail —vida perra, ¿cómo alguien que trabaja en una oficina puede sacar semejante excusa?—, y me enviaron un link para ingresar a un formulario que debía rellenar.
Después de diligenciar los datos personales, había una casilla para exponer el caso en detalle, en solo 999 caracteres. Edité una carta que había escrito en Word para que cumpliera con ese requisito y copie el texto, y cuando lo fui a pegar en el formulario, ¡oh sorpresa!, este no permitía la opción de pegar, ni de copiar, no se dejaba hacer ni mierda, era como el peor formulario que se ha diseñado hasta el momento.
No tuve otra opción que digitar el texto, con un excelso dominio de control-Tab para saltar del Word al navegador. Cuando por fin terminé le di clic al botón “continuar” y la acción me llevó a una página para adjuntar los documentos de soporte.
Estaba contento de que por fin iba a terminar el procedimiento, y luego de que adjunte el archivo, el berraco navegador se bloqueó. Esperé unos minutos a ver si reaccionaba, y cuando me di cuenta de que no iba a ser así, le eché la madre, lo cerré a las malas y me resigné a repetir el procedimiento.
Cuando por fin lo terminé, se me habían quitado las ganas de escribir, y me eché en la cama a mirar pal techo.
Cuando no quiera escribir, por favor, denme una cachetada.