Una vez, ya hace un par de años, charlé con un Antropólogo y por esos giros inusuales de las conversaciones, tocamos, tangencialmente, el tema de la religión. Me imagino que fui yo quien intento llevar la conversación hacia ese terreno lodoso, pues ese día había visto una noticia de un grupo fundamentalista que había realizado unos atentados simultáneos en un país, ¿Indonesia, tal vez?, asesinando a cientos de civiles, en nombre del dios al que le hacen barra.
Indignado, yo le decía al antropólogo, un hombre calvo, que siempre vestía de negro, y llevaba unas gafas de marco grueso que le daban un aire sabio, que las religiones no deberían existir, que sólo generan problemas, segregación y odio.
El hombre, después de que terminé de hablar, espero unos segundos para responderme. Me dijo que entendía mi posición, pero que era muy fácil decir eso de: “Las religiones no deben existir”, y me contó que una necesidad innata del hombre, la raza humana, entiéndase nosotros, era tener algo en que creer. Luego de eso, Adriana, una mujer que estaba tomando un curso con nosotros, nos saludó y ocupó mí pensamiento, pues me interesaba.
Me acordé de ese episodio cuando vi hoy, sobre un mueble de mi cuarto una bolsita plástica con lentejas, amarrada con un lazo azul. Según tengo entendido, hacen parte de un ritual para terminar bien el año, que nos asegura abundancia en el siguiente.
No sé quién es el encargado en mi familia de hacer los paqueticos, pero siempre recibo uno, que luego encuentro en algún bolsillo, y pongo en cualquier lugar del cuarto. Quién sabe dónde estará el del año antepasado, en fin.
Ahora me pregunto por qué no boto los paqueticos si no creo en esas vainas. De pronto es un miedo inconsciente, es decir, muy en el fondo, alguna región de mi cerebro si cree en ese tipo de cábalas. Los botaré para llevarle la contraria.
Lo mejor del asunto de las creencias es que más allá de tener la necesidad de creen en algo, uno puede creer en lo que se le dé la gana: Literatura, dios, religión, la carta astral, sexo, fútbol, noviazgos a larga distancia, ovnis; una lista interminable y con la que nos asombraríamos al conocer en qué creemos algunas personas, pues la verdad es que todos andamos un poco jodidos de la cabeza y somos buenos para camuflarnos como personas normales.