No debería estar escribiendo esto, sino más bien un texto que tengo en mente, que trata sobre la muerte y el amor, pero como no sabía que escribir, decidí contarles sobre ese escrito-no-escrito.
Todo, creo yo, tiene que ver con esos dos temas, fuerzas, deles el nombre que quiera, que son los que realmente nos impulsan a vivir, así que eso de la pasión, que nos han tratado de meter por los ojos, en verdad no resulta tan importante.
Siempre que pienso sobre la muerte acudo a La ridícula Idea de no volver a verte, ese texto magistral de Rosa Montero, a quién este año le otorgué el segundo puesto entre mis escritores favoritos; el primero como ya saben lo tiene Juan José Millás. Algo deben tener en su sensibilidad los escritores españoles para que me atraigan tanto.
Pero bueno, volviendo al tema, Montero copia un aparte del diario de Marie Curie en su libro:
“Entro en el salón. Me dicen: «Ha muerto.» ¿Acaso puede
una comprender tales palabras? Pierre ha muerto, él, a quien sin embargo
había visto marcharse por la mañana, él, a quien esperaba estrechar entre
mis brazos esa tarde, ya sólo lo volveré a ver muerto y se acabó, para siempre.
Siempre, nunca, palabras absolutas que no podemos comprender siendo como somos pequeñas criaturas atrapadas en nuestro pequeño tiempo."
Mientras tanto sigo aquí, tal vez sentenciado a muerte a ese escrito que aún no ha nacido, abortándolo, digamos, pero si actúo de esa manera es porque quiero que el texto se marine un poco más en los jugos de mi cerebro, que coja más sabor, que se empape de ideas y puntos de vista que, en apariencia, puede que no tengan nada que ver con él, pero bien sabemos que sí, que todo está conectado de extrañas maneras; todo se relaciona, solo que pocas veces somos capaces de discernir de qué manera.
De todas formas me inquieta un poco marinar por tanto tiempo el texto, pues quizá se pudra, pierda fuerza o se transforme en algo diferente.
Recuerdo que apenas lo pensé, lo desarrollé casi por entero en mi cabeza, bueno, solo un decir, pero lo alcancé a hilar, creo, con un ritmo adecuado. Luego de unos días lo olvidé por completo, y ayer de nuevo volvió a aparecer: “oiga hermano, escríbame o me esfumo”, fue lo que me dijo.
Y como puede ver, leer más bien, estimado lector, aún no le hago caso.