Sábado.
Camino y hace una fuerte brisa, pero a pesar de ello siento mucho calor, y mis manos, piernas y brazos y están muy calientes. Me gustaría zambullirme en una piscina con agua helada.
Pienso en ello hasta que llego a la peluquería, y ahí abandono mi fantasía. Pregunto por A. “Si siga, está en su puesto”, dice la mujer de la caja. La buscó y me pide el favor de que la espere de 10 a 15 minutos, pues está terminando de peinar a una señora, que me mira recelosa a través del espejo.
Me siento en un sofá a esperar, y veo una revista. Gran error haber abandonado la casa sin un libro, pero la visita a la peluquería no era algo que tenía previsto. Tomo la revista que lleva como nombre Sarah Sanders.
En la portada sale una mujer, Sanders supongo, empujando una carreta que lleva unas calabazas grandes. A sus lados se ven campos de trigo y al fondo una casa. La palabra que llega a mi mente es “Acres” e imagino que la finca, casa de recreo, lo que sea de Sarah, se encuentra en un terreno que le pertenece, ha pasado en su familia de generación en genración, y está compuesto por miles de ellos.
Reviso de dónde es la revista y en la esquina inferior izquierda, debajo de las calabazas, dice Canadá. ¿Qué carajos hace una revista canadiense en una peluquería?
Esperaba leer chismes de la farándula criolla, que fulanito se separo de menganita, y que ahora está con tal otra, mientras que menganita ni corta ni perezosa se levanto a perencejo, pero la revista de Sanders es la única disponible. Comienzo a hojearla con desgano y en las primeras páginas aparece el índice con los temas que trae esa edición. Está dividido en grupos de días del mes de octubre, en los que Sarah nos va a enseñar algo o tiene algo que decirnos, qué sé yo, del 5 al 10: Bricolaje, 10 al 12, técnicas de maquillaje, y así.
Sandres debe tener mucho billete para tener una revista propia en la que pueda hablar sobre lo que se le ocurra, y ni debe saber que su alcance cubre, incluso, a las peluquerías colombianas.
Levanto la vista por un momento y un sonido de un televisor empotrado en la pared, que lucha contra el ruido de secadores de pelo, muestra una escena de un perro negro que habla con un niño; luego volteo la cabeza hacia la derecha y un aviso en la pared dice: “Se le recuerda a nuestra distinguida clientela que ya no recibimos pagos en tarjeta, solo en efectivo”. La palabra distinguida me hace pensar en Sanders, que, seguro, lo es. Vuelvo a volcar la atención sobre la revista y la termino de hojear de afán. A. ya se desocupo y me puede atender.