martes, 15 de abril de 2025

Feria del libro

Hace años, cuando se acercaba la feria del libro, siempre tenía a la mano un listado de los libros que quería comprar. En ese entonces aprovechaba el evento para atiborrarme de libros, como si al día siguiente de mi visita me fueran a enviar con ellos a una isla desierta.

Ya no hago ni lista ni compro libros compulsivamente. Si la visito, paseo por los pabellones y me llevo los libros a puro feeling. Creo que dejé de hacer listas, porque muy pocas veces encontraba los libros que anotaba en ellas. Solo recuerdo una ocasión en la que pude comprar dos novelas que andaba buscando: El tumbao de Beethoven y Vibrato.

Después de ese año no volví a cargar lista y comencé a comprar libros dejándome llevar por mi intuición, solo basándome en sus portadas, títulos, información de la contraportada, sumado a la lectura de algunos apartes que seleccionaba de forma aleatoria. De esa forma he dado con novelas que me han gustado mucho como: El hombre que murió la víspera, Matadero Franklin, Como los perros, felices sin motivo, y El señor de los dados.

Una mujer que antes leía mucho, parece que ahora no, o por lo menos no con la misma frecuencia, dice que ya no le encuentra mucho sentido ir a la feria del libro. Afirma que los libros que llevan a ese espacio, se pueden comprar en cualquier librería y que por eso ya no le emociona tanto el evento.

Es un buen argumento, pero así y todo, y aunque ya no me enloquezco comprando libros, a mí todavía me gusta ir a la feria del libro. Imagino que, de forma subconsciente, pienso algo similar a lo que describe el narrador de La biblioteca de Babel, el cuento de Borges, y que en alguno de los stands me voy a encontrar con un libro que contiene todo el conocimiento universal, una especie de libro-Dios que contiene a todos los demás.

lunes, 14 de abril de 2025

Urania y Vargas Llosa

Una vez, para una celebración de amigo secreto en el lugar donde trabajaba, alguien le dijo a la persona que había sacado el papelito con mi nombre que a mi me gustaba leer.

Esa persona no era aficionada a la lectura, pero alguna vez había leído La fiesta del Chivo de Vargas Llosa, así que decidió regalarme ese libro.

Debo darle las gracias, porque esa novela fue mi puerta de entrada a la obra del escritor peruano. Tiene un comienzo que me encanta y que, de vez en cuando, vuelvo a leer:

Urania. No le habían hecho un favor sus padres; su nombre daba la idea de un planeta, de un mineral, de todo, salvo de la mujer espigada y de rasgos finos, tez bruñida y grandes ojos oscuros, algo tristes, que le devolvía el espejo. ¡Urania! vaya ocurrencia.

No me convertí en un aficionado de Vargas Llosa, pero sí leí otro par de sus novelas. Tiempo después Peter, un amigo, me recomendó Conversación en la Catedral. Me aseguró que era una obra maestra. Busqué esa novela en la feria del libro de ese año y cuando la encontré leí la contraportada. Traía una frase del autor. Si mal no recuerdo decía lo siguiente: Si tuviera que salvar solo una  de mis obras de las llamas de un incendio, salvaría esta.

Esa frase lapidaria, sumada a lo que me había dicho Peter, me convenció de que debía comprarla, y la empecé a leer al día siguiente. Desafortunadamente no me gustó y me costó mucho trabajo terminar esa lectura, incluso creo que me obligué a hacerlo. Me sentía tonto por no disfrutarla, con todo lo que decían sobre ella. Imagino que si la hubiera comenzado ahora, no habría dudado ni un segundo en dejarla, en fin.

Siempre que muere un escritor, pienso que sería bueno leer una de sus novelas a manera de homenaje, pero eso casi nunca ocurre debido a mi forma errática de seleccionar qué libros voy a leer. Vamos a ver si lo logro cumplir con Vargas Llosa.

viernes, 11 de abril de 2025

Escribir ligero

Me siento frente al computador a eso de las 10 de la noche, decidido a escribir algo. Al menos unas 300 palabras.

Prendo la pantalla, listo para teclear, y aparece un cansancio milenario con forma de excusa: mejor me tiro en la cama a hacer scroll en redes sociales.

Entonces decido algo: hoy no voy a escribir, ¿y qué?

Con esa decisión en mente, todavía no me voy a la cama. Abro el correo y me encuentro con el Substack de una escritora que escribe ligero, es decir, parece que le encuentra tema a todo. Leo los primeros párrafos y me agrada cómo narra su cotidianidad de forma sencilla (nunca simple). Ojalá nunca se me acabara el tema y pudiera escribir tan ligero como ella, pienso.

Mando al carajo el cansancio y me pongo a escribir esto, sin rumbo fijo, hasta que recuerdo algo que me llamó la atención de Objetos perdidos, la novela que estoy leyendo.

La protagonista es una mujer a la que le apasiona bailar y se cuestiona esa pasión. Le ha invertido años a la profesión de bailarina, pero sabe que no destaca entre muchas otras personas que se dedican a lo mismo. Es una más del montón y no tiene un don innato para el baile.

Entonces se pregunta si es posible dejar de perseguir una pasión. Al final concluye que lo más probable es que no, que no le queda más remedio que seguir bailando cada día porque ese es su destino.

Relacioné eso con mi gusto por la escritura. Porque, al igual que la protagonista, puede que no sea especial y que muchos otros escriben mejor que yo, pero ¿qué importa eso?

No me queda otra opción que mandar al carajo la pereza y escribir un día sí y el otro también.

304 palabras, ¿cómo la vieron?

jueves, 10 de abril de 2025

La nota

Ese día volvió a ponerse la chaqueta de pana. Hacía meses que no la tocaba; vivía olvidada en un rincón del armario, y él casi siempre agarraba lo primero que encontraba a la mano.

Minutos más tarde, como de costumbre, al bus en el que se subió no le cabía ni una persona más. Poco a poco, metiendo un codazo por aquí, un empujón por allá, logró ubicarse en la mitad.

Dedicó gran parte del trayecto a mirar a otros pasajeros, en especial a la mujer sentada frente a él, que se estaba pintando la cara. Pensó que tenía cierta conexión mental con el chofer: ella dejaba de aplicarse el delineador justo antes de cada frenada. Le pareció una operación de extrema precisión y años de práctica.

En un momento, la mujer subió la mirada, y él alcanzó a desviar la suya. Justo entonces alguien le pasaba las monedas del pasaje de un hombre que acababa de subir por la puerta de atrás.

Cuando las entregó a otro pasajero, notó que la mujer ya había guardado el maquillaje en la cartera. Entonces metió una mano en uno de los bolsillos exteriores de la chaqueta y encontró un papel doblado en dos.

Se aferró con la otra mano al tubo del bus mientras lo desdoblaba. Al leerlo, vio un mensaje escrito con su caligrafía: no confíes en el hombre del abrigo azul.

Le pareció un sinsentido. Intentó recordar la última vez que se había puesto la chaqueta. Recordó utilizarla para una fiesta en casa de su amiga Carlota, la primavera pasada, pero no el momento en que escribió la nota. Al acercarse a su paradero, volvió a guardar el papel. Más tarde lo vuelvo a mirar a ver si recuerdo algo, pensó.

Cuando llegó a la puerta de atrás, luego de otros empujones, un tipo con abrigo azul también iba a bajarse. El hombre lo miró y le sonrió.

Aunque nunca ha creído en señales, se bajó en el siguiente paradero.

miércoles, 9 de abril de 2025

Título

El nombre de esta entrada tiene que ver con que me siento en el escritorio con la mente en blanco. Podría dedicar unos minutos a ver qué se me ocurre, pero no quiero malgastarlos, pue dentro de 21 minutos tengo una reunión.

Lo de la mente en blanco es solo un decir, porque en realidad en ella siempre hay algo: recuerdos, imágenes, palabras, lo que sea. ¿Acaso no? O, si no son esas cosas, llegan estímulos que las provocan.

Ahora, por ejemplo, suena una guadañadora a lo lejos. Afuera hace sol, los pájaros no dejan de trinar, y alguien —no sé qué tan cerca o lejos— está viendo el partido entre el Barcelona y el Borussia Dortmund a todo volumen. He escuchado cómo el locutor grita los goles como si de eso dependiera su vida. Me gusta esa pasión con la que narra.

Imagino que la única forma de tener la mente en blanco es cuando uno muere o cae en coma. De resto, siempre está pasando algo en ella. Y si no estamos pendientes de lo que sucede alrededor, nos instalamos en el pasado o en el futuro como si nada.

Sea como sea, por eso escribí título como título de esta entrada: para ver qué se me ocurría. Y lo que se me ocurrió fue esto. ¿Mucho? ¿Poco? No sé. Pero fue lo que se apareció en mi “mente en blanco”.

Suelo darle título a las entradas de mi blog cuando ya están terminadas, pero esta comenzó al revés. Hablando de mente en blanco, en la mía y a 12 minutos de comenzar la reunión, acaba de aparecer un pensamiento: prepárese un un café.

A veces tengo buenas ideas.

martes, 8 de abril de 2025

Una palabra fuera de lugar

El despertador no sonó y Marcela salió tarde de la casa para el trabajo. La verdad es que sí sonó, pero decidió hacer pereza en la cama y la apagó tres veces; por eso se autengañó. No soportaba la idea de pasar un día más en esa oficina, con un montón de personas que fingían ser sus amigos y un trabajo que, sentía, le drenaba la vida

Ese día una ligera llovizna caía sobre la ciudad y eso incrementó su mal humor, pues tuvo que salir de su casa sin desayunar. Sabía que cuando eso pasaba, la probabilidad de que le diera dolor de cabeza era más alta.

Necesitaba un café, así que se bajó del bus a tres cuadras de su oficina, en una calle con varias cafeterías. No le importó el hecho de que fuera a llegar más tarde al trabajo, incluso pensó que era lo mejor para sus compañeros de oficina, porque sabía cómo podía actuar, si no introducía algo de cafeína a su organismo. Cada quién con su veneno, pensó, mientras se sentaba en una mesa de la terraza de Tacita Feliz, el primer local que vio.

Una mesera muy flaca, que llevaba un delantal naranja que le quedaba grande, se le acercó con una libreta y un esfero en la mano.

“Buenos días, ¿qué va a ordenar?”, le pregunto la mujer.
“Un tinto grande bien cargado, por favor”, respondió ella.

Entonces aspiró el olor del pan recién horneado. En ese momento decidió que un mojicón sería el mejor acompañamiento para su bebida y también pidió uno.

Mientras tanto, la canción que salía de sus audífonos era Dissident, de Pearl Jam. Cuando la mesera dio media vuelta para ir a traer su orden, Eddie Vedder cantaba: Always home, but so far away, like a word misplaced.

Así se sentía a veces, como una palabra que no encontraba su lugar. La mesera llegó con un pocillo grande que humeaba. Marcela sonrió cuando le dio el primer sorbo.

Se lo tomó rápido sin importarle que la bebida le quemara un poco la lengua, y se metió casi medio mojicón en la boca. Ahora Vedder cantaba: she couldn't hold No, she folded. y ahí con Vedder y el tinto como guardianes de su futuro tomó una decisión: iba a renunciar.

lunes, 7 de abril de 2025

Pasado y presente

Escribo lo siguiente: Cuando despierto solo recuerdo esa escena: yo, ahí, tendido en el suelo dejando caer mi brazo por la boca del hueco, mientras papá grita. “Gabriel, hijo, ayúdame”, una y otra vez. La sensación de angustia fue tal…

El personaje se despierta en el presente, pero hacia el final del párrafo lo anclo al pasado.

Muchas veces, cuando escribo, suelo enredarme con los tiempos verbales. Si empiezo con el presente, el pasado intenta colarse a cada rato y solo caigo en cuenta de ello cuando edito.

Me gusta escribir en el tiempo presente porque ayuda a vivir lo que se narra de primera mano en tiempo real. Además es solo uno y ya está, no como el tiempo pasado  con sus pretéritos perfecto, indefinido, imperfecto, anterior y pluscuamperfecto. El pasado, parece, no es lo uno ni lo otro, ni perfecto ni imperfecto. De ahí, imagino que enrede tanto la cabeza.

Otra cosa buena de narrar en presente es que no hay que recurrir a los flashbacks, que pueden ser muy buenos para darle bases a la historia que se narra, pero que la ralentizan y si se abusa de ellos o se utilizan mal, en ocasiones la vuelve aburridora.

Debe ser por eso que todo el mundo se la pasa diciendo que es bueno vivir en el presente. Es más fácil, o bien más directo, decir yo amo, que he amado, amé, amaba o había amado. Parece que el verbo, y las acciones que conlleva, es más susceptible a otras interpretaciones cuando está en pasado. De ahí, imagino, que los gringos no se compliquen con darle niveles al amor y solo existe el I love you, a diferencia del español con su te quiero o te amo.

viernes, 4 de abril de 2025

Mississippi

Escribo.

Pocas veces logro el estado de concentración profundo en el que me encuentro. Disfruto del momento, estoy presente, como dicen los místicos. Me regodeo en ese estado idóneo, me diluyo en él, en fin, creo que me entienden.

Las palabras salen de mis dedos una detrás de otra… o más bien, una delante de otra, como si nada. Mis manos son como metralletas que las disparan.

De repente, el maldito ringtone del celular me saca de ese estado. ¿Por qué no está en silencio?, me pregunto. Miro quién osa interrumpir mi momento de escritura y la pantalla del celular muestra que es una llamada desde Mississippi. La cuelgo y maldigo al idiota que me está intentando estafar.

Mi hermana siempre me pelea porque me gusta andar con el celular en silencio. Le explico que me molestan las pocas notificaciones que tengo activadas. ¿Y qué tal que sea algo urgente?, contraataca. Las personas utilizan ese ángulo de la urgencia cuando uno muestra poco interés de estar conectado con la realidad.

La verdad, nunca me ha pasado eso. Nunca ha pasado que alguien no me encuentre o me busque con urgencia para hacerlo.

Sea como sea, pongo el celular en silencio e intento ingresar de nuevo a ese territorio de escritura en el que me encontraba hace un momento. Antes de hacerlo, pienso en la palabra Mississippi, qué cantidad de ies, eses y pes.

Por un breve instante imagino a un niño gringo en una competición de deletrear palabras, y esa es la que le dan: spell Mississippi for us. El niño, claro está, se pone nervioso. Se restriega las manos llenas de sudor sobre el pantalón y comienza, pero ya sabe que le va a faltar o va a decir una consonante o vocal de más.

Qué desgracia de palabra.

miércoles, 2 de abril de 2025

El ocaso de un gladiador

Salgo a hacer una vuelta, la termino antes de tiempo y me voy a un café a leer un rato. Luego de hacer el pedido en la barra, me siento y paso un buen rato acomodando el Kindle, buscando la posición más cómoda para leer. Sé que apenas empiece, cambiaré de postura: cruzaré la pierna, me inclinaré sobre la mesa, me recostaré en la silla, descruzare la pierna para cruzar la otra, en fin, soy de esos lectores que nunca encuentran la posición óptima, como muchos otros.

Al poco tiempo, un viejo y un hombre cercano a los sesenta se sientan en la mesa de al lado. Uno lleva pantaloneta y chaqueta deportiva; el otro, boina y chaleco a cuadros.

Como están tan cerca, es imposible no enterarse de que son padre e hijo. El segundo recalca que la tía Gladys no puede enterarse de lo que acaba de contarle. El padre asiente y promete que no dirá nada. El hijo repite la advertencia. Parece temer que, por la edad, su padre olvide la promesa y termine charlando con la tía sobre el tema. De repente, el viejo cambia de tema por completo y empieza a hablar de fútbol colombiano, como si el chisme de la tía Gladys se hubiera desvanecido en su cabeza.

Luego, una mujer mayor se acerca a saludarlo. El viejo se pone de pie con dificultad y le da un híbrido entre abrazo y apretón de manos. La mujer se va, pero al instante regresa, esta vez empujando a su esposo en una silla de ruedas. No sabemos dónde lo había dejado parqueado.

“¡Máximo, qué tal!”, grita el viejo.
“Bien, ¿y tú?”
“Jodido, pero ahí vamos”, responde con una franqueza algo cruel para el entusiasmo y estado del otro.

En menos de dos minutos intercambian frases cordiales y hablan de un conocido en común. Luego se despiden.

Cuando ya están lejos, el padre le dice al hijo:

“Yo estudié con Máximo en el colegio. Era tremendo jugador de baloncesto”.

El hijo asiente, pero no responde. Tal vez se pregunta si su padre olvidará el secreto que le contó, o si ya lo ha olvidado.

martes, 1 de abril de 2025

Sobre el destino y otros temas

Veo la presentación del cantante Benson Boone en los grammy. Es un showman completo. No sabía que él cantaba Beautiful Things, ni siquiera conocía el nombre de la canción, y siempre me pregunté cómo alguien podía cantar tan agudo y con tanta potencia..

Mi hermana me contó que dejó de participar en American Idol para perseguir una carrera musical por su cuenta. Al poco tiempo de dejar el programa firmó con una disquera y lo logró.

Pero eso es lo de menos. Lo que realmente me interesa es 
que en la audición del programa comentó que tenía 18 años y que comenzó a cantar a los 17. También dijo que no sabía que contaba con esa habilidad y que no tiene idea cómo surgió.

Imaginemos eso, tan solo un año de práctica le bastó para tener el nivel de cualquier cantante profesional. Pienso entonces en los miles de Bensons Boone que existen en la tierra. Hombres y mujeres que estudian música o que llevan años cantando y estudiando piano, pero que no lo han logrado.

Imagino que algunos, los más mayores, le tienen rabia y que sus pares contemporáneos lo admiran.

Pienso en todo este rollo, porque me pregunto: ¿Las personas están destinadas a ser algo? ¿Estaba Boone destinado a ser una estrella musical, mientras que los otros que lo intentaron solo serían espectadores, amateurs de por vida o acabarían en cualquier otra profesión?

Las respuestas, claro, no las tengo, pero me parece extraño. Esto me lleva a pensar en la escritura. Rosa Montero comenzó a escribir desde los 8 años y Piedad Bonnett cuenta que desde joven pensó lo siguiente: “El caso es que en alguna parte de mí se aposentó la idea de que lo que yo quería en la vida era escribir con la misma intensidad y hondura que Dostoievski.”

Estaban destinadas ambas mujeres a convertirse en escritoras, independientemente de sus actos. Lo mismo con Boone, ¿sí o sí debía convertirse en músico así hubiera trabajado en una gasolinera como Eddie Vedder?

La vida son preguntas.

lunes, 31 de marzo de 2025

A ratos perdidos

Sábado.

Camino con mi hermana por un centro comercial. Cuando vamos a pasar de largo una librería, me pregunta: “¿No quieres ver libros?”

Le menciono que hace poco me compré dos digitales, pero al final cedo a su oferta-pregunta y respondo: “Bueno, está bien”.

Ya en la librería, comienzo a hojear los estantes de forma desinteresada, como dándole a entender a los libros que, por más que vea alguno que me llame la atención, no voy a llevar ninguno.

Gravito hacia uno que se llama A ratos perdidos 5 y 6. Cuando lo abro para leer las primeras páginas, me doy cuenta de que es un diario, uno de mis géneros, si se le puede llamar así, favoritos. Su autor es Rafael Chirbes.

Leo la primera entrada de un ocho de enero. Chirbes habla sobre la lectura de una novela. Hasta ahí, nada raro, una entrada de diario como cualquier otra. Pero luego me encuentro con esta frase:

"Llevo despierto desde las seis de la mañana, leyéndome esta novela insalvable, que destapa mis limitaciones como escritor. Cabeza vacía y mano torpe, que se suman a una pérdida de referentes, a este no tener nada en la cabeza que me tortura."

¿Cómo no identificarse con esa frase? Chirbes describe ese estado de no escritura que tantas veces me atormenta. Luego se pregunta:

"¿Cómo puede uno querer ser escritor si no tiene nada que decir?"

Más adelante, dice que detecta precisión en el lenguaje en lo que acaba de leer, algo que siente que él no tiene. Concluye que leer a ese autor es como un detector que saca a la luz sus carencias.

Nunca había oído hablar de Chirbes. Visitar librerías deja la sensación de que uno es un ignorante que no ha leído nada. Al llegar a casa, me entero de que fue un escritor y crítico literario español.

viernes, 28 de marzo de 2025

ñokjiNPIjhOIP

Aporreo el teclado con rabia porque no sé qué escribir. De ahí el título del post. Ya los debo tener secos con este tema que, parece, es el único que se me ocurre: escribir sobre mi incapacidad para escribir.

Escribir parece la tierra prometida de muchos. Fernanda, una amiga, preguntó el otro día en un grupo de chat qué lugar ocupaba la escritura en nuestras vidas. Se hacía la pregunta porque con frecuencia piensa en dejar su vida actual para dedicarse de lleno a escribir, pero es una sensación que le dura poco y al instante se retracta.

Yo le respondí que alguna vez pensé lo mismo —ya hace rato que no—, pero que ahora, con todo lo que me puede gustar escribir, me veo lejos de convertirme en un novelista serial.

Fernanda me pregunta que si no conozco a Sarangi, que se convirtió en novelista luego de cumplir los 60 años. Le digo que ese también fue el caso de Sam Savage y pienso concluir con algo más, pero no se me ocurre nada.

¿Qué tal dejarlo todo por escribir y no tener nada por decir, como usualmente me ocurre?

Esto me recuerda lo que le dijo Kurt Vonnegut a Salman Rushdie cuando este le contó que se iba a dedicar a escribir novelas: si vas a escribir novelas, debes saber que va a llegar un momento en que no vas a saber qué escribir, pero igual tendrás que escribir una. De pronto eso le ocurrió a Rushdie en algún momento y también aporreó el teclado en busca de inspiración.

Estábamos hablando sobre eso y María, que no había escrito nada, dijo lo siguiente: “Sinceramente, no sé por qué esa insistencia de dejarlo todo y dedicarse a escribir. Sin vida no existe escritura que valga. Pero si de lo que se trata es de vivir de la escritura, sí sé que tan solo un reducido número de personas son las que pueden vivir del oficio. Así que adelante, sigamos viviendo y escribiendo.”

imagino que en nuestro caso no hay vida que valga sin escribir.

jueves, 27 de marzo de 2025

No estoy acá

Una de las fantasías que transito con frecuencia es imaginar que los directores de todo tipo de revistas solicitan mis servicios de escritura. Me dicen algo como: "Juanma, la edición de este mes va a ser sobre X tema, escribe unas 3000 palabras sobre eso".

"¿Con qué enfoque?", les pregunto, a lo que responden: "Escribe sobre lo que quieras. Puedes abordar el tema como te dé la gana".

Cuando alargo la ensoñación, hay veces que imagino que entrego artículos increíbles y todos me felicitan por ese gran aporte que hice, pero otras veces imagino que acepto un encargo y que, cuando se va acercando la fecha de entrega, no me llega ninguna idea a la cabeza. Faltando un día o tan solo unas horas, escribo un artículo mediocre a las patadas. Por eso, ahora en mis fantasías exijo como mínimo un mes de plazo.

Hablo de esto porque recordé No estoy acá, un artículo que escribió Pedro Mairal para una revista médica. Lo leí en una sala de espera y no fui capaz de llevarme la revista ni, mucho menos, arrancarle las hojas. Es, pienso, un artículo preciso y de los que me gustaría escribir si algún día me llegan a contratar para eso.

Me pregunto si Mairal tuvo un brote de inspiración para escribir ese texto o si era un archivo que ya había trabajado antes para el capítulo de una novela o un cuento, y lo editó para ajustarlo al tema de la revista. Sea como sea, me parece una obra maestra.

Tiempo después de haberlo leído, me puse en la tarea de buscarlo en internet y, cuando lo encontré, la página no permitía copiarlo, así que lo transcribí.

Cada cierto tiempo vuelvo a leerlo y no deja de maravillarme.

"Cumplo mi rol de niñero socorrista. Mi hija ahora arrastra una manta sobre el pasto. Quiere hacer “cama de nubes”. A la noche hay cama de estrellas y al día “cama de nubes”. Es solo poner la manta bajo el cielo y mirar. Después de idas y vueltas la convenzo de que pongamos la manta a la sombra de los árboles y no bajo el solazo cruel."

- No estoy acá -

miércoles, 26 de marzo de 2025

Me hace falta poesía

M. me dice: “a mí me atrapa como escribes. Quizá no tengas la poesía de otros escritores, pero me haces sonreír”.

Le doy las gracias e intento dejar atrás el comentario lo más rápido posible, olvidarlo. En la escritura no es bueno fiarse de los elogios. La clave, imagino, está en no dejar de escribir. Hacerlo incluso cuando no se tiene ni la más mínima inspiración, como suele ocurrirme.

Como este post, que arrancó con el comentario de M y ahora no tengo claro qué palabras lo van a concluir. ¿Está mal escribir así, sin norte alguno? Tal vez sí, y tal vez no cumpla con todos los requisitos para catalogarme como escritor, pero la verdad me importa poco.

Lo único importante es poner una palabra después de la otra a ver qué sale. Puede que nada, pero lo bueno de escribir es que es muchas cosas al mismo tiempo y entonces también consiste en fallar, en producir textos tremendamente malos hasta dar con uno que saque la cara.

Es mentira eso de que dejo atrás el comentario de M. Vuelvo a leerlo y pienso que tiene razón. En cuánto a lirismo, otros escritores me llevan años luz. Cuando intento escribir de esa manera me salen unas figuras todas melosas que de poesía más bien poco. Por eso trato de narrar lo que ven mis ojos sin tanto adorno.

Algo debo estar haciendo bien si la hago sonreír, pues tengo la siguiente teoría personal que, de pronto, M. comparte conmigo: si un texto me hace sonreír, ahí me quedo.

Es posible que a este texto le falten cosas, que se me haya escapado una tilde o que no lo haya editado bien para darle el ritmo adecuado. Pero de algo estoy seguro: le hacía falta este párrafo de relleno, que solo escribí para completar las 300 palabras.

viernes, 21 de marzo de 2025

Días oscuros

Esas dos palabras juntas pueden ser muchas cosas. Es un sintagma nominal, signifique lo que signifique sintagma. También, una metáfora que hace alusión a un estado emocional negativo. Pero si se piensa que escribir es contar lo que se tiene delante de las narices, significa que han sido días con un mal clima.

también puede servir para el título de un libro o una canción. Mi caso es el primero. Resulta que para mi cumpleaños P. me regaló dos libros. Uno de ellos se lo había pedido y el otro, Días oscuros, lo compró a la ciega en una librería, es decir, había unos libros empacados y con una pequeña nota que decía sobre qué trataban, y la que acompañaba a ese libro le gustó y por eso me lo compró.

Hoy, mientras esperaba a alguien en un café, comencé a leerlo. Son narraciones breves la mayoría de una página, otras de un par e incluso unas de tan solo un párrafo. El libro es un híbrido entre poesía y prosa.

La primera narración me gustó, porque cuenta una historia familiar. El siguiente párrafo me pareció preciso, un buen ejemplo de escritura verdadera: Después nos mudamos a Garzón. el trasteo cupo en un carro pequeño. Atrás viajamos los tres hermanos, muy juntos, con un par de camas, unos taburetes y un perro que, de vez en cuando, nos miraba con esa tristeza de dejar las cosas familiares.

Luego, los otros textos, pierden esa sencillez y se enredan con un lenguaje poético muy floripondio. A mí díganme lo que ven, lo que tienen enfrente de los ojos, pero no acribillen la narración con figuras rebuscadas que la entorpecen.

Me repito y vuelvo a esa frase de Millás que tanto me gusta: “Decir lo que se dice exige una precisión de microcirugía casi imposible de lograr, pues donde menos lo esperas salta la metáfora.”

O, a lo que dice el narrador de Claus y Lucas: “ Las palabras que definen los sentimientos son muy vagas; es mejor evitar usarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción fiel de los hechos.”

jueves, 20 de marzo de 2025

kein deutsch sprechen...vieleicht

Acabo de presentar una prueba de Alemán y tuve 8 preguntas correctas de 30. Es como si me hubiera sacado 1.3, lo que quiere decir que no hablo un carajo ese idioma y ya olvidé lo poco que aprendí hace unos años, en esa época en la que Vieleicht (tal vez) era mi respuesta favorita, pues era una forma válida de responder cuando uno más o menos sabía qué le habían preguntado, pero no contaba con léxico suficiente para responder o bien, cuando no se entendía un carajo la pregunta.

En mi defensa debo decir que solo me daban 45 segundos para seleccionar la respuesta correcta. Algunas traté de leerlas a conciencia a ver si lograba entenderlas, pero en aquellas que no tenía ni idea apliqué la técnica de Juanjo, un amigo del colegio que era pilo pero le daba pereza estudiar y cuando teníamos examen de opción múltiple, era el primero en terminarlo. Luego del examen, cuando uno le preguntaba qué opción había seleccionado para alguna pregunta, él respondía: no sé, yo marque todas b o, según la ocasión, marcaba la opción c. Según él, esas dos letras casi siempre eran la respuesta correcta.

Algunas preguntas tenían esas palabras compuestas y largas tan comunes en el idioma Alemán, que vaya uno a saber qué significan. Está uno ahí tranquilo esperando que le salga una pregunta sencilla tipo wie heisst du? o woher kommen sie?, algo así bien elemental, cuando de repente le botan a uno una pregunta con una palabra como: Donaudampfschifffahrtskapitän. Así no se puede.

Sea como sea, regreso a ese idioma que tanto me cautiva a ver si aprendo algo nuevo o termino de olvidar lo que alguna vez aprendí. Les estaré informando.

miércoles, 19 de marzo de 2025

Ayer, a eso de las 10:30 p.m.

Esa fue la hora en la que se supone me senté a escribir. Digo se supone porque al final no escribí nada. Tenía toda la intención de hacerlo, pero un cansancio milenario cayó sobre mí y se me empezaron a cerrar los ojos. Es posible que haya cabeceado un par de veces.

Clarice Lispector dice lo siguiente: El proceso de escribir está hecho de errores – la mayoría esenciales –, de coraje y pereza, desesperación y esperanza, de vegetativa atención, de sentimiento constante (no pensamiento) que no conduce a nada.

Me gusta eso de la pereza. Escribir a veces da pereza. Yo le agregaría no solo sentimiento, sino también resentimiento, pero no contra algo o alguien, sino contra la escritura en sí misma.

Hace muchos años tomé un curso de creación literaria con Antonio García Ángel. Recuerdo esa época como una etapa, digamos, inocente, en la que me creía especial por leer y escribir. Era joven y desconocía muchas más cosas de las que desconozco ahora.

En la primera sesión, cada alumno debía presentarse mencionando sus autores favoritos, lo que estaba leyendo y cualquier otro detalle que quisiera compartir.

Yo, claro, mencioné a Millás, el libro que estaba leyendo de un escritor japonés que ahora no recuerdo cuál era y, como comentario adicional, dije: considero que un día sin leer y escribir es un día desperdiciado.

Con respecto a Millás, García dijo que los articuentos le parecían muy precisos, pero que a sus novelas les hacía falta algo; con respecto al libro del escritor japonés, dijo que era muy bueno y comentó que parte de su método de escritura consistía en sentarse con una grabadora en mano, en la mitad de un cuarto completamente oscuro, y comenzar a dictarse las novelas. En cuanto a mi último aporte, dijo, con un dejo de risa en su comentario: Uff, quién sabe cuántos días de mi vida he desperdiciado.

En ese entonces, como escribí hace poco, buscaba el aplauso con mis escritos y no disfrutaba mucho los cursos porque vivía pendiente de a quién superaba con mi escritura y quién escribía mejor que yo. Lo segundo lo tenía claro: era un tipo calvo, un psicólogo que siempre se vestía con una gabardina negra y que escribía textos oscuros y melancólicos, pero muy buenos.

Ayer no escribí porque me dio pereza. Alguna vez le leí a Millás, imagino que en uno de sus Articuentos, que no escribir podía tener consecuencias catastróficas, como por ejemplo la disminución de la velocidad de rotación de la Tierra. Eso tendría efectos devastadores, como cambios en el nivel del mar e inundaciones en ciudades costeras o climas más extremos como consecuencia de días y noches más largos.

Sea como sea, hoy la Tierra sigue girando. Ya me dirán ustedes.

lunes, 17 de marzo de 2025

Escribir no es nada del otro mundo

Se romantiza demasiado la escritura. Muchos que escriben la consideran algo sagrado. Yo alguna vez he pensado de esa manera, pero ahora creo que, a la larga, no deja de ser una actividad como cualquier otra, ¿acaso no?

Con los escritos, no nos digamos mentiras, uno siempre espera la palmadita en la espalda, que alguien elogie una frase, una descripción, una figura narrativa, lo que sea. Muchas veces se escribe en busca de aprobación, que alguien nos diga que lo estamos haciendo bien, pero ¿quién carajos puede determinar eso? En fin.

Ahora hago un curso de escritura, y cada semana los alumnos debemos comentar lo que han escrito los otros. Todos los comentarios son siempre lo mismo: “Fulanita, me encantó tu texto por bla, bla, bla”; “Mengano, me parece que está perfecto por X o Y razón”. Una vez, un tipo comentó un texto mío y dijo que le había parecido flojo. Argumentó el por qué y tenía razón. Le di las gracias, porque prefiero que destripen lo que escribo a que me adulen como por salir del paso.

Hay que ser muy valiente para no romantizar y “abandonar” la escritura, mucho más si se es un narrador ni el berraco. Eso fue lo que hizo J. D. Salinger, el autor de El guardián entre el centeno. Después del éxito que obtuvo con su novela, desapareció del mapa literario. Tengo entendido que luego publicó algunos cuentos, pero no más novelas, ni entrevistas, ni nada. Me lo imagino recluido en su casa, escribiendo para nadie más que él.

Algunas personas creen que haber relacionado su novela con el asesinato de John Lennon —su asesino, Chapman, estaba hojeando el libro cuando la policía llegó al lugar y, cuando le preguntaron el motivo, respondió con una cita de la novela— influyó mucho más en la desconexión del autor.

Sea como sea, hay que tener, como diría un español, muchos cojones para hacer lo que hizo Salinger: dejar de romantizar su estatus de escritor y convertirse en una especie de ermitaño.

viernes, 14 de marzo de 2025

La estatua

Cada fin de semana, el hombre llega temprano al mercado callejero. Coloca un sombrero en el suelo para recibir propinas y acomoda una caneca dorada, en la que a veces se sienta, se pone de pie o se pone en cuclillas sobre ella.

Va vestido de vaquero, pero su ropa, su piel, incluso su bigote, son del mismo color dorado que el de la caneca. ¿Cuánto tiempo le tomará prepararse? Seguro, horas.

Algunos visitantes del mercado solo lo observan. Otros rebuscan en sus bolsillos y dejan caer un billete o unas monedas en el sombrero. Entonces, la estatua cobra vida e invita a chocar el puño.

En un momento dos niñas adolescentes se detienen frente a él y comienzan a burlarse. El hombre no cede a las burlas provocativas y se mantiene inmóvil fiel a su papel de estatua. Tal vez está pensando en darles un buen par de cachetas, pero ¿cuándo se ha visto que una estatua cobre vida para golpear a alguien? Espero que esta sea la primera vez. Pero no, la estatua no se mueve.

Las niñas no logran que el hombre se mueva, se aburren y se largan. Al rato una mujer con un vestido negro largo y un sombrero del mismo color, frena en seco enfrente de la estatua, saca un billete y lo deja caer en el sombrero. La estatua cobra vida, le sonríe, y la mujer le manda un beso con la mano.

jueves, 13 de marzo de 2025

Escritura verdadera

Escribo algo. 709 palabras que trato que salgan a modo de chorro de mis manos. Cuando termino les doy una leída y comienzo a editarlas. El texto está sobrecargado de meloserías líricas y demasiado monólogo interno, con unos discursos de poca monta que se echa el personaje y que solo le interesan a él.

Le hecho la culpa a la primera persona, pues es un punto de vista con el que se suele abusar de ese recurso narrativo, pero la verdad es una simple excusa; pura pereza de edición y de no esforzarme un poquito para ver cómo carajos lo puedo arreglar.

Empiezo a mocharle frases innecesarias aquí y allá. Son frases que no cuentan nada y con las que pretendo sonar inteligente, además de figuras narrativas rebuscadas que en vez de claridad aportan confusión.

Recuerdo una frase de Millás: Decir lo que se dice exige una precisión de microcirugía casi imposible de lograr, pues donde menos lo esperas salta la metáfora.

Contar sin tanto adorno. Ahí, creo, esta la clave. Contar de forma sincera como lo hacía Emma Reyes en sus cartas. Ahora leo su correspondencia inédita y me sorprende la sencillez con la que cuenta episodios de su vida.

Escribir, pero hacerlo bien que, como también dice Millás, dista mucho de ser escritor. Ser capaces de poner en palabras lo que tenemos delante de las narices.

Imagino que el escritor español habla de esa redacción verdadera que menciona el narrador de Claus y Lucas, la novela de Agota Kristof:

Para decidir si algo está «bien» o «mal» tenemos una regla muy sencilla: 
la redacción debe ser verdadera. Debemos escribir lo que es, lo que vemos, 
lo que oímos, lo que hacemos. Por ejemplo, está prohibido escribir:
 «la abuela se parece a una bruja». Pero sí está permitido escribir: 
«la gente llama a la abuela "la Bruja"».

martes, 11 de marzo de 2025

Un puñado de minutos

Un puñado de minutos. Ese es el tiempo que tengo para escribir esta entrada. 32 minutos para ser exactos, antes de que lleguen por mí. Seguro son menos, porque debo alistar la maleta. Se me ocurre que por la restricción de tiempo, a este tipo de escritura se le puede llamar: contra las cuerdas. Cada segundo que dejo de teclear para pensar qué voy a escribir es valiosísimo, por eso escribo lo primero que se me venga a la cabeza.

Nada.

A veces no  aparece nada en la cabeza. Es un territorio desértico. Pienso que el sonido del motor de un bus que acaba de pasar debería disparar mi escritura, ¿acaso no estoy vivo como para empaparme de lo que ocurre a mi alrededor?

El bus se aleja y sigo sin saber qué escribir. Sigo sin saber qué contar sobre esa señora que va sentada en la primera fila, con una bolsa apretada en su pecho y que llora en silencio. Ver a alguien llorar en el transporte público es muy triste. Si yo fuera en ese bus le preguntaría a la mujer si se encuentra bien, aunque es una pregunta un tanto imbécil porque el hecho de que llore demuestra que no lo está y son muy pocas las veces que se llora de alegría.

Pero el bus ya se fue y, peor aún, no voy en él. Lo que me hace pensar en el dicho: “lo dejó el bus”. Diego, un amigo que detesta esa frase, un día me contó: Juanma, una vez alguien me dijo que me había dejado el bus. Hizo una pausa y volteé a mirarlo para ver por qué no seguía hablando. Se había quedado pensando en algo. Luego siguió hablando con una sonrisa en su cara: Lo que esa persona no sabe es que yo soy el bus, y soltó una carcajada.

De pronto es mejor pensar eso, que uno va a tarde a ningún lado sino que uno es su propio bus.

Me quedan cinco minutos para alistar la maleta.

lunes, 10 de marzo de 2025

“Escribir, ya sabes, es mi manera de orar”.

Hace unos meses vi el libro La mujer incierta, de Piedad Bonnett, en una librería. Le eché una ojeada y, como tiene aire de diario, me gustó mucho. Apliqué la técnica de un escritor de un curso de escritura al que asistí hace varios años. Él decía que, en ocasiones, cuando llegaban textos nuevos a una editorial, los encargados de decretar si valía la pena imprimirlos o no hacían lo siguiente: leían uno de los párrafos iniciales, luego uno hacia la mitad y, por último, uno de las últimas hojas. Si los tres resonaban con ellos, eso indicaba que el libro tenía futuro.

Eso hice con el libro de Bonnett, no una sino en diferentes visitas a la librería, pero al final siempre pensaba: en la próxima visita lo llevo. Así siguieron unas semanas de lecturas erráticas en las que picaba diferentes libros, y cuando se acercaba la fecha de mi cumpleaños, mi hermana me pidió tres títulos de libros que tuviera en mi radar de lectura. Entre esos estaba el de la escritora colombiana, y fue el que mi hermana escogió como regalo.

Qué buen libro, me lo inyecté directo en la vena en pocos días. En un segmento, Bonnett cuenta que dio una charla junto a la escritora Chantal Maillard, cuyo hijo también se había suicidado y que, coincidencialmente, también se llamaba Daniel.

En una ocasión que coincidieron en un evento literario, las escritoras coordinaron una lectura conjunta. El nombre del evento fue Daniel, voces en duelo. Consistió en leer textos sobre sus hijos con el compromiso de que no se les quebrara la voz.

El texto con el que Maillard dio cierre al evento y, como cuenta Bonnett, le habla a su Daniel me pareció bellísimo:

Hoy es domingo, según el calendario. También era domingo aquel día. Así los ciclos. Así los sueños y la vida. Todo retorna. Salvo lo que fuimos. Vengo a ti. Me siento ante esa especie de altar que construí hace ya…¿Cuántos años? En un altillo del ropero, con los pocos objetos personales que me quedaban de ti. Me siento con una taza de té y el cuaderno. Escribir, ya sabes, es mi manera de orar.

viernes, 7 de marzo de 2025

Rituales

“Mamá, ¿qué haces cuando terminas de leer un libro?

Lo toco y le doy las gracias por todo lo que me enseñó y lo mucho que me ayudó a abrir la mente. Y tú hijo, ¿qué haces?. El hijo se queda callado como dudando en dar su respuesta, pero justo antes de que el silencio se torne incómodo responde: Yo también les agradezco pero de otra forma. ¿Cómo?, le pregunta la mamá. Les doy muchos besos.


Esa es una conversación que P, una amiga, tuvo con su hijo. Cuando termina de contarme el episodio me pregunta: “¿Tú no tienes algún ritual cuando terminas de leer un libro?”

Le cuento que no. Apenas termino uno ya estoy pensando en cuál es el próximo que voy a leer. Imagino que todo ese rollo de agradecimiento, va implícito en la lectura, pero no es que no haga nada cuando termine un libro. 

Muchas personas tienen como pasión rayar los libros y hacer notas en sus márgenes. Algunos lectores pertenecientes a este grupo afirman, con cierta superioridad moral ,que quien no subraya frases o se hace anotaciones no lee como debe ser. Yo pienso que la lectura es una actividad muy amplia que acoge a todo tipo de lectores, formas o ritmos de lectura. y no tiene sentido pensar que debe tener un deber ser.

A mí no me gusta rayar los libros, lo único que hago a medida que los leo es poner un punto al lado de las frases que me llaman la atención, las voy anotando en la aplicación de notas del celular y cuando lo termino, me siento en el computador a pasar esas frases.

Tampoco me gusta opinar sobre libros y decir que tal fue bueno o malo, por X o Y razón, o que el arco narrativo de uno no sé qué cosa o que el desarrollo de los personajes de otro tal vaina. Mis reseñas-no-reseñas solo consisten en compartir  algunas de esas frases a las que les puse un puntico al lado. Ese, creería, es mí único ritual post-lectura.

jueves, 6 de marzo de 2025

¿Nunca ha sido importante?

Cuando era joven y sabía poco de la vida —no es que ahora sepa mucho más—, pensaba que si uno tenía novia, uno de los aspectos más importantes, y que evidenciaba tal hecho, era andar cogidos de la mano.

Pienso acerca de esto porque leí la siguiente frase en el último libro de Manuel Vilas.

Le habría pedido el matrimonio, me habría arrodillado ante ella, habríamos vivido cuarenta años cogidos de la mano, pero no pudo ser.

Consideraba esa conducta, en apariencia insignificante, como una especie de sello para un noviazgo, aunque a veces uno coge de la mano a alguien que no es su pareja y se siente muy bien. 

La frase del escritor español disparó un recuerdo de hace años, de una noche en la que caminé cogido de la mano con M. por el Parkway.

 Nos habíamos tomado unas cervezas en un bar con sillas rústicas de madera y canecas gigantes de metal que hacían sus veces de mesas. Durante dos horas, con música de Orishas  de fondo, tratamos de contarnos nuestras vidas. Cuando dejamos ese lugar, aprovechando que la noche estaba fresca, comenzamos a caminar sin rumbo alguno. Recuerdo que íbamos por un sendero con árboles a ambos costados y la luz tenue de las farolas creaba un ambiente romántico. Avanzábamos uno al lado del otro y en un momento nuestras manos se rozaron,  casi al instante terminaron entrelazadas. Fue una buena noche.

Ahora muy rara vez veo a parejas caminando cogidas de la mano, ¿acaso ya no es importante? De pronto nunca lo ha sido y era una fantasía que me gustaba recrear en la cabeza.

martes, 4 de marzo de 2025

Conciencia y metanovelas

Los viejitos de barbas largas y túnicas que se arrastran por el piso de la RAE, le dan 6 definiciones a la conciencia. Me parece que la siguiente es la que más se acerca a lo que yo entiendo por esa palabra: Facultad psíquica por la que un sujeto se percibe a sí mismo en el mundo, aunque yo le quitaría lo de psíquica porque me suena a medium, en fin.

En el último libro de la dupla Arsuaga-Millás, el segundo reflexiona lo siguiente en medio de una conversación con el paleoantropólogo: un cerebro que reflexiona sobre sí mismo es un metacerebro, del mismo modo que una novela que adquiere la conciencia de novela es una metanovela.

Luego uno de ellos se pregunta: ¿puede un cerebro volver la mirada sobre sí? ¿Puede un ojo observarse a sí mismo? Vaina rara la conciencia, ¿qué carajos es? Vainas raras las metanovelas como el asesino ciego de Margaret Atwood.

Dicho esto puede aparecer una pregunta o varias ¿Cómo se origina la conciencia? ¿Cómo escribir una metanovela?

Se ha dicho que el cerebro humano funciona de manera similar a un computador ¿Pueden entonces las máquinas tener conciencia? A la conclusión que llegan los escritores españoles es que no hay forma de saber eso, y que la única información con la que contamos es que los computadores tradicionales a veces actúan como si la tuvieran.

¿Y qué ocurre con los cuánticos? esos que usan las reglas de la física cuántica para hacer cálculos más veloces que una computadora normal? Sea como sea, algunos científicos dicen que el cerebro humano tiene propiedades cuánticas y otros científicos afirman que algunas de esas propiedades cuánticas son las encargadas de la generación de conciencia.

Hablan de fotones infrarrojos, la mielina, un material graso que rodea al axón de la célula nerviosa, y otros conceptos que son más extraños que la conciencia o las metanovelas.

Todo este escrito para contarles que un estudio afirma que la conciencia puede surgir de un entrelazamiento cuántico que ocurre en el cerebro.

lunes, 3 de marzo de 2025

Mover el mundo

Son las 10 de la mañana de un día entre semana. Imagino que a pocos metros del café en el que me encuentro hay un edificio de oficinas. Veo a personas en sus cubículos tecleando frenéticamente, haciendo llamadas en las que sueltan términos en inglés como si nada. En ellas hablan de dinero, de transacciones. Son hombres y mujeres con los puños de sus camisas arremangados y con un pocillo sobre su escritorio al que a veces le dan un sorbo y hacen caras porque la bebida ya se enfrió. Personas que mueven el mundo. Muchos dicen que la fuerza que lo mueve es el amor, pero no nos digamos mentiras, es el dinero.

Yo también tomo café, un capuchino para ser exacto, pero a diferencia de esos hombres y mujeres no estoy moviendo el mundo, o lo muevo de otra manera: leo. Qué fácil es mentirme.

Me entra algo de remordimiento. ¿Acaso no debería estar moviendo el mundo como ellos, en vez de estar aquí sentado leyendo? Pienso que quizá debería estar en mi escritorio, escribiendo para un cliente o, en su defecto, buscando nuevos. ¿Qué es eso de leer plácidamente en un café a las 10 de la mañana de un día entre semana?

Al instante me tranquilizo. Sé que cuando llegue a la casa me va a estar esperando un correo importante, un correo que he esperado por mucho tiempo. Un agente literario leyó uno de mis textos y quiere que firme un contrato con una editorial, o bien, un productor de cine leyó uno de mis cuentos y lo quiere llevar a la pantalla. Le doy otro sorbo al capuchino y sigo leyendo. Me tranquiliza saber que también voy a mover al mundo a mi manera.

Las personas que mueven el mundo están en todos lados. En la mesa de enfrente una mujer vestida de negro trabaja en un portátil. La acompaña su mamá y una golden retriever que descansa echada en el piso. Apenas me senté la perra levantó la cabeza y me miró con ojos tristes como intentando decirme algo, pero como no le entendí volvió a recostar la cabeza en el suelo.

Su dueña, al igual que las personas en los cubículos de oficina, también teclea frenéticamente sobre su portátil e intercala esta acción hablando por su celular. No para de dar órdenes: fulanito, la imagen ya está casi bien, solo falta que no aparezca una botella sino un vaso, fulanita necesito una diapositiva para la reunión con perencejito sobre la campaña del mes pasado, algo sencillo, súper resumido, sobre la presencia en digital, si ganamos o perdimos seguidores. Si necesitas más información consulta con Mengano, gracias. Recuerda solo una diapositiva.

De cierta forma me tranquiliza saber que en el lugar en el que me encuentro, hay alguien moviendo el mundo con el mismo ímpetu que las personas del edificio de oficinas.

Más tarde llego a casa y lo primero que hago es mirar mi email. Busco el mensaje en la bandeja de entrada pero no hay nada. Seguro está en la carpeta de Spam, pienso, pero voy allá y tampoco lo encuentro.

¿Y ahora qué?

viernes, 28 de febrero de 2025

Restarse vida

Es viernes por la tarde y a Camila le quedan dos horas de trabajo. La verdad es que no ha hecho mucho durante toda la jornada. Desde hace quince minutos mira la pantalla de forma fija, perdida en cualquier ensoñación, y ha desbloqueado el celular tres veces, a pesar de que sabe que no tiene ninguna notificación nueva. Deslizar su dedo por la pantalla y ver videos cortos que le exigen un mínimo de esfuerzo mental es su pasión, ¿de quién no lo es?

Sea como sea, aprovechando que está en Home office y que vive sola, prendió un cigarrillo y luego de darle una calada, se impulsó hacia atrás con ambas manos y luego las puso detrás de la cabeza. Podría concluir su jornada laboral ya mismo, pues no tiene ningún jefe encima que la este vigilando, pero el remordimiento de conciencia no la deja y vuelve a mirar el documento de word en la pantalla, al que ni siquiera le ha puesto un título. El cigarrillo lo sostiene en la mano derecha, entre los dedos índice y medio. Intenta teclear algo, cualquier cosa, pero lo único que consigue es que le caiga algo de ceniza al teclado.

Cierra el portátil de un golpe seco. Qué se jodan todos, el mundo no va a dejar de girar si hoy no trabajo más, piensa. Le da una calada a su cigarrillo, juega como el humo en la boca y luego lo bota y se queda mirando como asciende y se disuelve.

En ese instante suena un comercial de radio sobre cigarrillos y una voz grave y profunda dice esa frase que tantas veces ha escuchado: Fumar es perjudicial para la salud.

Arrastra la silla con los pies de hasta el escritorio, abre el portátil y busca cuánto tiempo de vida resta fumarse un cigarrillo. Internet le cuenta lo siguiente: “Según un estudio del University College London (UCL), fumar un cigarrillo reduce la esperanza de vida en unos 20 minutos. Esto significa que un paquete de 20 cigarrillos equivale a perder alrededor de 7 horas de vida.”

Mira la mano que sostiene al cigarrillo, vuelve a leer lo que acaba de buscar y acto seguido cierra el portátil de nuevo. Le da otra calada al cigarrillo. Qué bien se siente restarse vida, piensa.

jueves, 27 de febrero de 2025

La ciudad en la que los árboles sueñan

Sergio, un amigo, me cuenta que después de 3 años de escritura, está a punto de terminar su primera novela. Ha pasado el último año buscando la mejor manera de ordenar temporalmente las más de 200 escenas que lleva escritas, pero le ha dado largas a ponerles el punto final y escribir FIN, esa palabra con sabor a triunfo.

Cree que ha hecho un buen trabajo. Está seguro que su novela no va a ocupar un puesto junto al Quijote o la Metamorfosis, pero eso lo tiene sin cuidado. Lo que más le inquieta es la expectativa que pueda causar su obra. También le parece absurdo haber dedicado tantos años a escribir una novela de más de 300 páginas y que un lector consumado la pueda leer en un solo día.

Pero eso también es lo de menos. A la larga sabe que escribe para que lo lean y que ningún escritor puede escapar a esa vanidad ni mucho menos controlar la velocidad de lectura de las personas. Lo que realmente lo paraliza es imaginar qué va a escribir después de publicar la novela. Dice que en algunos eventos literarios a los que ha asistido, muchos escritores afirman trabajar en distintas novelas al mismo tiempo. ¿Cómo lo hacen?, se pregunta. En su caso su texto se convirtió en un laberinto del cual aún no ha salido.

A veces le da por pensar sobre qué va a escribir cuando la termine, y la idea lo paraliza, pues ninguna trama nueva se le ha asomado en la cabeza. Lo tranquiliza un poco el caso de la escritora Harper Lee que luego de publicar Matar a un Ruiseñor, su novela debut, tardó más de 50 años en sacar una nueva.

Me cuenta que Lee decía que no quería tener encima la presión de la publicidad y que con su primera novela ya había dicho lo que tenía que decir. La escritora pensaba que que la publicación de un segundo libro debía ocurrir luego de su muerte, para no tener que lidiar con la atención de críticos y lectores. 

Sea como sea, La ciudad en la que los árboles sueñan me parece un buen título.

miércoles, 26 de febrero de 2025

Cirugía emocional

A veces leo fragmentos de un libro en los que, por alguna razón, me detengo y los vuelvo a leer una y otra vez, para ver si logro descifrar lo que el escritor quería decir. Hace poco me paso con uno de Manuel Vilas. Decía lo siguiente:

Luchábamos por legitimar la relación, y era bien complicado, pues los dos teníamos nuestro pasado, y había que buscar una acomodación para el otro en la propia familia , y esto requiere alta cirugía emocional.

Es, imagino, un párrafo sencillo. Nada del otro mundo, y ahora me parece mucho más de esa forma, pero no logro precisar qué resonó conmigo en el momento en que lo leí. Quizá fue porque me pareció o parece (todavía no me defino) elaborado. Es decir, pienso (o pensé) que a mí no se me habría ocurrido incluir eso de la cirugía emocional nunca. Siento que esas dos palabras funcionan de maravilla y que no hay otro par mejor para cerrar el párrafo, pero si me preguntan por qué, no sabría cómo sustentar mi afirmación.

O de pronto lo que pasa es que presiento que  Vilas trabajó ese párrafo por días, semanas, incluso meses, hasta encontrar la combinación de palabras correctas. Un día se sentó y lo garabateó en la libreta que siempre lleva a la mano, luego lo paso a limpio y desde ese día comenzó a editarlo como un poseso, como si su vida dependiera de la sintaxis de ese párrafo y del significado que le quería imprimir. Un día abatido por no encontrar las palabras y cuando ya se creía perdido, se sentó en la mesa de la cocina a tomarse una cerveza y como por acto de magia las dos palabras que le dan cierre al párrafo se le aparecieron en la cabeza.

Si alguno de ustedes conoce a Vilas, por favor díganle que me saque de la duda. También díganle que su último libro es bien extraño pero agradable.

lunes, 24 de febrero de 2025

Ritmos de lectura

Una mujer cuenta que no lee desde hace bastante tiempo y estima que no lo hará por otro más, porque si las ocupaciones de su vida no la han dejado, lo más seguro es que esté más ocupada en lo que resta del año. Se me ocurre pensar, de primerazo, que presenta el síndrome malestar de lectura, un término que me acabo de inventar.

De llegar a hacerlo, piensa que será en unas vacaciones,  las cuales tampoco sabe cuándo podrá tomar. Predice que en ese futuro incierto leerá todo el día metida en la cama, que es la forma en que más le gusta leer, y que solo la abandonará para ir al baño. Una especie de activismo similar a la que practicaron Yoko Ono y John Lennon cuando se quedaron una semana en la cama para protestar contra la guerra de Vietnam, solo que en este caso sería un tributo a la lectura.

También cuenta que le gustaría tomar vacaciones para madrugar e ir a la Luis Ángel Arango a pasar todo el día en la biblioteca, ir a cine sola, caminar por la ciudad y  cuando caiga la tarde meterse a un cafecito para seguir leyendo.

A mí como a la mujer también me gusta leer en la cama, pero a las 11 de la noche, un gusto que varias veces me ha hecho trasnochar.

No entiendo por qué, si le gusta leer tanto, no busca espacios del día para hacerlo. Pienso que por más ocupado que yo estuviera, nunca dejaría de leer. También me pregunto si no estaré muy desocupado y si leo mucho. Aunque ese concepto de leer demasiado carece de sentido, pues siempre hacen falta más lecturas. Eso podría ser otro síndrome, el de exceso de lectura y llevaría, a quien lo padezca, a sentir remordimiento por leer mucho, en fin.

Hay personas que siempre cargan un libro y no desaprovechan ningún tiempo libre para leer, bien sea mientras hacen fila en un banco, mientras se hacen las uñas de los pies en la peluquería, en un trayecto de bus, en una sala de espera, en fin, donde sea.

De pronto a esa mujer no le gusta leer de a sorbitos de 15 minutos y cuando se dispone a leer, debe ser una actividad en la que invierte varias horas seguidas. Cada quien con sus ritmos de lectura.

martes, 18 de febrero de 2025

¿Qué palabras vienen?

Cuando me siento a escribir para este blog, por lo general no tengo ni idea sobre qué tema lo voy a hacer. No creo que sea algo que esté bien o mal, pero me gusta sentir esa especie de incertidumbre. Creo que hay poder en lo aleatorio, en lo que surja por una u otra razón ¿Qué carajos saldrá hoy? Suelo preguntarme. ¿Qué palabras son las que vienen?

Hablo de esto porque me acorde de un libro que se llama The Boron Letters. Lo escribió Gary Halbert, uno de los mejores copywriters de la historia.

El título del libro tiene que ver con que lo escribió cuando estuvo preso en la prisión federal de Boron, porque una de las campañas en las que trabajó salió mal, no pudo cumplir con el número de pedidos y fue condenado por fraude postal.

En la temporada que pasó en la cárcel, Halbert decidió traspasar todos sus conocimientos de ventas y marketing a su hijo, a través de unas cartas.

Me acordé de ellas porque cuando Halbert se sentaba a escribirlas, nunca tenía claro qué tema iba a tratar, y terminaba escribiendo lecciones tremendas sobre ventas o sobre la vida.

Eso, creo, puede ser lo bueno de sentarse a escribir a la wachapanda, es decir, a teclear a ver qué sale. A veces, por un alineación de planetas o qué sé yo aparecen unos textos que cargan un significado tremendo. Otras, por lo general la mayoría, resultan textos que no son nada del otro mundo, pero que algún efecto deben tener en quien lo escribe o los lee porque ningún intento de escritura es en vano.

“When you get stuck or emotionally jammed up one of the ways to get yourself unclogged and flowing again is just to keep moving. Run. Walk. Jog. Write. Do the dishes. Or whatever. But don't sit around waiting for a flash from Heaven.”

– The boron Letters

lunes, 17 de febrero de 2025

Fotos maniquíes

Hablo de fotos falsas. Fotos de mentiras, digamos, como las que publican de apartamentos que están a la venta.

Me gusta ver esas publicaciones porque siempre imagino cómo sería vivir en esos lugares, especialmente los que son lujosos y que muestran apartamentos tipo loft con un aire rústico.

Lugares con espacios amplios, terrazas, piscinas y todo tipo de lujos, en los que, parece, la tranquilidad es lo que prima. Por lo general mi fantasía se desbarata cuando leo el precio de venta o de alquiler de dichos inmuebles. Siempre pienso agregar un comentario que diga algo como: me encantaría vivir en este lugar, pero no me alcanza el dinero. Avísenme si le rebajan el precio.

En fin, sea como sea, algo que me molesta es que en esas publicaciones aparecen fotos maniquíes de los apartamentos, es decir, fotos donde todo está en orden. Si es la cocina, por ejemplo, todo está reluciente y no hay rastros de loza sucia o de una de una olla humeante sobre la estufa. Si es una habitación las camas están perfectamente tendidas y nunca muestran a alguien durmiendo en ellas con las cobijas enroscadas en su piernas, o bien una pareja teniendo sexo, pero bueno, quizá eso ya es pedir mucha realidad.

De pronto les iría mejor con la venta de esos lugares si dejan de lado la pulcritud y perfección en las fotos e intentan mostrar la vida tal cual como es: desordenada, imperfecta y sucia.

sábado, 15 de febrero de 2025

Sin palabras

Paula citó a José en un café, o bien podría haber sido al revés. No importa. ¿Qué sabemos de ellos? A primer vistazo podría decirse que son amigos, pues guardan cierta distancia el uno del otro y no tienen ningún tipo de contacto físico.

De repente José le dice algo, una frase corta y contundente que altera la calma del momento. Apenas Paula la escucha, su cara de tranquilidad de se transforma en una de angustia y sus ojos negros se agrandan. Ella se corre en el sofá hasta quedar justo al lado de José. Lo mira fijo a los ojos por unos segundos y luego le toma la barbilla con ambas manos y se la acaricia, pero no es la caricia de una amante, sino la de una profunda amistad.

Ninguno de los dos habla. Quizá,dado el lazo que tienen, han alcanzado un nuevo nivel de comunicación y pueden hablarse a través de los pensamientos o tan solo con leerse los ojos. Mientras Paula lo acaricia sus cabezas están cada vez más cerca, parece que están a punto de besarse, pero ese beso, digno de un aplauso o un suspiro, nunca llega.

José se yergue en su silla y se limpia unas lágrimas silenciosas con el dorso de la mano. Paula condensa toda la ternura del mundo en su mirada y luego lo abraza. Es un abrazo fuerte, como si quisiera salvarlo de caer a un precipicio o de ser arrastrado por una corriente de agua. Un peligro que usted, querido lector, y yo desconocemos.

Siguen sin decirse nada. A veces le dan sorbos a una taza de café que comparten.

miércoles, 12 de febrero de 2025

Jugar a las oficinas

La sala de reuniones es pequeña y doce personas están apretujadas hombro contra hombro alrededor de una mesa. Camila está desesperada con el calor que está haciendo, pero ni modo de abrir la ventana porque está cayendo un típico aguacero bogotano de fin de mundo.

El gerente de sistemas, un área de la que no hace parte, la invitó a una reunión en la que va a presentar un proyecto sobre inteligencia artificial para la compañía. “Cami, tienes que estar. Seguro te interesa el tema”, le había dicho el tipejo por teléfono. Claro Andru, respondió lo más natural que pudo, al tiempo que pensaba: oigan a este pendejo dizque Cami, como si fuéramos los mejores amigos.

Camila llegó tarde a la reunión y Andrés ya llevaba más de 10 minutos exponiendo, Ella se agachó un poco intentando pasar desapercibida y apenas se sentó en la silla que le habían reservado, esta chirrió como si se fuera a desbaratar. Miró a Andrés y le regaló una disculpa en forma de sonrisa. “Me alegra que hayas llegado Cami. En el break te pongo al día de lo que te perdiste. Ayy, gracias, Ojala caiga un meteorito y se lleve al carajo al mundo entero antes de que eso pase, pensó ella.

Antes de abstraerse por completo en sus propios pensamientos dio una mirada rápida a los asistentes a la reunión y no tardó mucho en concluir que todos, al igual que ella, son unos expertos a la hora de jugar el juego de las oficinas. Todos hacen como si estuvieran prestando atención, pero cada uno habita un mundo propio: el de mercadeo que está sentado a su derecha, hace dibujitos en los márgenes de su libreta de apuntes, la financiera no deja de mirarse las uñas que llevan un diseño estrafalario, el cerdo de logística tiene el celular sobre los muslos y no deja de mover la mano de forma disimulada, seguro deslizando a la derecha a cuánto perfil de mujer que le aparezca en Tinder. Ella, que acaba de llegar, está poniendo atención a lo que dice Andrés por si en algún momento le hacen una pregunta, pero tiene su mirada fija en la ventana.

Miles de gotas la cubren por fuera y Camila concentra su atención en una de ellas. Le maravilla cómo se desliza por el vidrio, como si eligiera su propia ruta. En cierto punto del trayecto la gota se frena por un momento, cómo decidiendo qué camino tomar, pero al instante la gravedad se hace cargo y toma la decisión por ella.

Todo sigue igual hasta que el tontazo de Andrés finaliza su presentación y ella escucha su nombre. Le está preguntando qué le parece la propuesta. Para ganar tiempo, Camila le da un sorbo a su botella de agua y luego mira las pocas frases que ha apuntado: sobresalen tres palabras: Hiperparámetro, Deep Learning y Overlifting. Luego de que se asegura que la botella queda firme sobre la mesa, busca una forma de mezclar los tres conceptos en una pregunta que la deje bien parada. Toma aire, suspira y se lanza a improvisar: Genial Andru, solo tengo una duda respecto a los hiperparámetros, ¿crees que el overlifting pueda influir al momento de configurarlos con Deep Learning?

Habría podido hacer la pregunta diciendo Aprendizaje profundo y sobreajuste, pero Camila sabe lo mucho que le gusta a las personas utilizar términos en inglés en las reuniones de trabajo.

Andrés sonríe y se lanza a responder la pregunta. Que buena soy jugando a las oficinas, piensa Camila.

martes, 11 de febrero de 2025

Stai Calmo

Mantenga la calma. Así firma sus emails un copywriter italiano que sigo y siempre los empieza con un Ciao ragazzi. Luego dice algo como: ¿sopita o lasañas? o Escolta Bene (escucha atentamente). Lo de la lasaña lo pregunta porque ofrece sus servicios en español.

¿Por qué cuento esto? porque en vez de ponerme a escribir hace un rato, decidí jugar un juego de computador que se llama Limbo. Trata sobre un muñequito que siempre tiene que avanzar y con el que se deben resolver una especie de acertijos. Me gusta porque los escenarios son sombríos y uno no entiende bien dónde carajos se encuentra metido el personaje del juego, pero así y todo, me gusta que solo tenga que avanzar, además de que los únicos controles que hay que manejar son las flechas y le tecla ctrl que sirve para agarrar objetos, no como un control de una consola de videojuegos y sus miles de botones.

Por eso les hablo de la firma y el saludo del copywriter italiano. Porque no tenía idea sobre qué escribir y eso frase fue lo que me llegó a la cabeza. Me gusta eso de Stai calmo porque es lo que uno debería hacer ante cualquier trancazo de esos que nos suele dar la vida, ¿acaso no?

En limbo, el muñequito siempre luce calmado y la mayor parte del tiempo, como ya lo dije avanza. Me aventuro a pensar que ese juego es como la vida, que está repleta de escenarios extraños, muchas veces sombríos, y entonces uno se pregunta: ¿Pero dónde carajos estoy? o posibles variaciones como: ¿Pero qué putas pasa?

Así que nada ragazzi, espero que logren conservar la calma y que su mayor dilema sea tener que escoger entre sopita o lasañas.

lunes, 10 de febrero de 2025

Pedacitos de realidad

Hago limpieza de la aplicación de notas del celular. Hay de todo: direcciones, frases, comienzos de escritos, títulos de libros, entre otros apuntes. Me gusta pensar que esas anotaciones son como balas perdidas.

Llego hasta una que no tengo idea quién la disparó o a qué hace referencia. Dice lo siguiente: "Detrás de cada foto, detrás de cada video hay una historia. Es un momento que está curado y pensado. Son pedacitos de realidad".

Leo la frase un par de veces y rescato, de los abismos de mi cerebro, el recuerdo del momento en que la anoté. Fue algo que dijo una influencer en un video.

Si no estoy mal alguien la había criticado por algo y en su defensa salió a decir eso.

Eso, ¿Pueden creerlo?

Dizque sus fotos y videos son pedacitos de realidad, pero la mujer se contradice porque también afirma que son momentos curados y pensados.

Imagino que en el momento en que le metemos mano a la realidad, o cuando decidimos curarla como dice la mujer, deja de ser realidad y se convierte en microficciones que le narramos a nuestras audiencias.

Para no dejar ese exabrupto de idea a la deriva, uno se puede hacer otras preguntas, como: ¿qué carajos es la realidad?

La vaina, la cuestión, la cosa (me voy lanza en ristre contra todos los que odian la palabra cosa para referirse a algo), el quid del asunto,es que el cerebro no cuenta con un registro de la realidad, sino que la construye a cada momento.

Como quien dice, lo que vemos es solo una simulación de la realidad, que vaya uno a saber cómo carajos es, y cada persona fabrica una especie de modelo de realidad en su cerebro. Hay tantas realidades como seres humanos en la tierra. Qué raro es todo.

En el momento en que esa mujer cura los momentos, supongo que abandona la realidad y se mete en una microficción personal. O puede que yo este mal, pues la mujer siempre habita su realidad que son las redes sociales con sus reels, carruseles y esas cosas que poco entiendo. Puede que la postura de la influencer sea válida, pues como dice un personaje de Millás en una de sus novelas: “Las fantasías también forman parte de la realidad.”

viernes, 7 de febrero de 2025

Un último mensaje

Julieta escribió en su teléfono y pinchó la pantalla para enviar el mensaje. ¿Qué pasaría por su cabeza en ese momento? imposible saberlo y pido disculpas por no ser ese narrador omnisciente en tercera persona que lo sabe todo. Debo confesarle, querido lector, que me intriga saber qué era lo que pensaba Julieta en ese momento.

El mensaje, con la ayuda de redes y servidores viajó, digamos que por los aires, y justo después de que ella lo enviara, el celular de Felipe vibró en el bolsillo de su pantalón. Acto seguido él lo sacó y lo leyó:

“Te llamo esta tarde”, decía. Una oración afirmativa en futuro inmediato. Se puede pensar que la persona que escribe algo así, tiene la intención de hacer una llamada telefónica en el transcurso de la tarde. Se supone, pero vuelvo a comentar lo mismo: No sabemos qué pensaba Julieta en ese momento. Muchas veces las personas dicen cosas distintas a las que piensan.

La llamada nunca llegó.

Han pasado nueve meses y Felipe no ha vuelto a saber nada de ella. ¿Acaso no supe leer algo entre líneas?, se pregunta. Quizá, piensa, esa inofensiva frase enmascaraba algo más, posiblemente un: “te odio y no quiero volverte a ver nunca más”. De ahí la importancia de saber lo que pensaba Julieta en ese momento.

Felipe podría dejar de comerse la cabeza, volverla a llamar y ya está, pero le ha marcado a Julieta tres veces desde esa ocasión y ella nunca le ha contestado. En parte eso confirma sus sospechas de que no quiere establecer ningún tipo de contacto con él.

¿Qué sabemos de las personas que creemos conocer?, se pregunta Felipe. De pronto Julieta es una espía encubierta de una agencia de un gobierno extranjero y él, con su llamadera indiscreta, estaba poniendo en peligro una importante misión.

Sea como sea y si Julieta si era algo de lo que decía ser, imagina que se van a encontrar en un funeral, puede que el suyo o el de ella, ese evento en que las personas que llevan tiempo sin verse se reencuentran de nuevo.

jueves, 6 de febrero de 2025

Escribir bien

Escribir es fácil, lo difícil es escribir bien.

No me malinterpreten. Lo que quiero decir es que cualquiera puede darse el título de escritor(a) y no tiene sentido rebatir el argumento. Cada quien dice lo que quiere ser o cree ser, ¿acaso no?

Me encuentro con una publicación de una escritora que cuenta que una editorial pequeña publicó una de sus novelas y no fue del todo una buena experiencia porque los recursos de la editorial eran limitados. Eso se se tradujo en un tiraje pequeño y poca distribución. Además, dice, no recibió apoyo con sus presentaciones y participación en ferias del libro. En otras palabras se tuvo que guerrear la promoción de su novela.

La mujer dice que quiere llevar su escritura al siguiente nivel, (y dele con esa taradez del siguiente nivel, ¿dónde queda esa tierra prometida?) pues cree que sus libros merecen ser publicados por grandes editoriales y no por pequeñas de medio pelo.

Yo estaría feliz de que una editorial pequeña me publicara algo (editoriales pequeñas vengan a mí).  Quizá piense eso porque no he publicado nada en solitario y por eso me parece gran cosa.

El punto, si hay alguno, es que cuando leo comentarios de ese estilo vuelvo a lo que cuenta Millás sobre sus alumnos de escritura creativa en La vida a ratos, su diario novelado:

Si no conquistáis la ingenuidad, tampoco lograréis escribir bien. Mis alumnos por lo general no quieren escribir bien, quieren ser escritores.

Publicar un libro, creo, debe ser un efecto secundario de escribir y, no debe ser el fin último de la escritura, pero ¿qué sé yo?

miércoles, 5 de febrero de 2025

Se me ocurre

Es tarde y tengo sueño asi que se me ocurre contarles lo siguiente:

Casi no escucho podcasts, pero es algo que me gustaría hacer con más frecuencia, pues veo que muchas personas los disfrutan,si no es que tienen uno propio, en fin. Ayer me propuse buscar alguno y recordé Las edades de Millás, un podcast en el que participa el escritor español."

Cuando me metí dentro de las cobijas conecté los audifonos al celular, me los enchufé a las orejas, escogí un episodio a puro feeling, y comencé a escucharlo. El escritor y otro hombre hablaban del alto nivel de luminosidad en las calles de Madrid, si no estoy mal,y decían que es algo que les parece una exageración.

Estaba concentrado en lo que decían, tratando de llegar a una conclusión propia, cuando un sueño milenario se apoderó de mí y me quedé dormido.

Horas más tarde, en la madrugada, algo me despertó. Quiero pensar que lo que ocurrió es que me estaba ahorcando con el cable de los audífonos, pero seguro no fue así. Tarde un momento en cerciorarme qué estaba pasando, si estaba soñando o qué, hasta que fui consciente de la voz del escritor. Me quité los audífonos como mejor pude, y al intentar ponerlos junto al celular en la mesita de noche, se cayeron al piso. Maldije mentalmente mi torpeza, algo como: buena tarado, y al instante volví a caer en un sueño profundo.

Me pregunto si algo de lo que sonó durante el tiempo en el que estuve dormido se me quedó grabado en algún lugar del cerebro. Los mantendré informados.

martes, 4 de febrero de 2025

Hablar desde el más allá

¿Qué pasará después de la muerte? ¿Existe un más allá? ¿Qué tal que simplemente no haya nada, que la muerte marca el final y san se acabó?

Una vez entrevisté a una profesora de biología y me dijo que ella siempre pensaba en la muerte de forma literal, es decir, que la muerte no es más que cuando un organismo deja de funcionar, cuando las células ya no intentan comunicarse con su entorno.

Como le leí a Millás alguna vez, sería algo trágico llegar a comprobar que después de la muerte no hay nada, pues gran parte de la arquitectura narrativa y teológica del cristianismo se vería profundamente afectada.

El tema me llega a la cabeza porque en Animales difíciles, la última novela de Rosa Montero, uno de los personajes muere y utiliza un servicio que se llama Punto Final, una empresa que envía un robot mensajero que entrega un cubo holográfico con un mensaje de la persona que ha muerto, y que lleva esas palabras que la gente que se quiere debería decirse antes de morir. 

Esa, creo es una buena forma de comunicarse desde el más allá. Otra sería utilizar el servicio de la empresa italiana Ricoordami que incrusta códigos QR en las lápidas, y cuando las personas lo escanean, tienen acceso a un archivo digital del difunto.

Hay gente que se empeña en seguir existiendo; yo no le veo mucho sentido a eso. Yo espero llegar—de ser posible—al paraíso, cosa que, la verdad, dudo. Sea como sea, ya estando allá—en un lugar lleno de paz en el que no tengo que preocuparme por nada, o quemándome las pestañas en el infierno—¿para qué carajos quiero establecer contacto con los vivos?

lunes, 3 de febrero de 2025

Opuestos

Leo en un café. Ahí estoy, metiendo mi nariz en el día a día de los personajes de la novela, cuando un hombre saluda a otro que está sentado en la mesa que está a mi derecha. “ ¿Qué mas Pipe?, ¿qué cuenta?.”

El recién llegado luce una barba de varios días, lleva el pelo revuelto, un morral al hombro y tiene las manos en los bolsillos. Sus hombros apuntan al cielo como si sintiera mucho frío.

Pipe, es como su opuesto y está afeitado a ras, lleva traje y corbata y el pelo muy corto, casi rapado. “ ¿Bien o no?, marica”, contesta.

“Todo bien ¿Cómo va el trabajo?”, pregunta el de la barba poblada.

“Bien, ahí vamos. A veces con ganas de mandar todo a la mierda, pero me las aguanto”, “¿Y su emprendimiento cómo va?”

“Pues ahí voy, buscando inversores”.

“Pero bueno, por lo menos no tiene que estar metido en una oficina todo el día”

“No crea, a veces también me dan ganas de mandar todo a la mierda.

Yo finjo que leo, pero pongo atención a la conversación porque el par de amigos habla muy fuerte.

El ejecutivo lo invita a sentarse, pero su amigo le dice que tiene que hacer una vuelta de banco. Pipe se pone de pie y le da un abrazo, fraternal, como si supiera que es la última vez que lo va a ver en la vida.

Antes de seguir leyendo, me pregunto cuál de los dos tomó el camino laboral correcto. Imagino que ninguno, o mejor dicho los dos, porque cada elección, como todas las que se toman, tendrá sus riesgos y sus respectivas dosis de felicidad y tristeza, pero antes de ponerme a filosofar, decido seguir leyendo y me propongo no distraerme con las conversaciones a mi alrededor.

viernes, 31 de enero de 2025

Susto pasajero

Sergio me contó que su madre estuvo hospitalizada por una semana. “Son lugares extraños las clínicas”, me dijo. Por un segundo pensé qué diferencia a un hospital de una clínica. “¿Por qué?”, le pregunté. Me dijo que es un lugar en el que el tiempo adquiere diferentes características, A veces parecía ser elástico, otras grumoso. “No sé si me entiendes”, concluyó. Asentí en muestra de apoyo. Él continuó: “Eso hace que pase más rápido o lento”.

Dijo que en ocasiones llegaba muy temprano, subía a la habitación y el día duraba una eternidad, pero que en otros parecía que las horas se compactaban, como si fueran una sola y la tarde llegaba apenas pisaba la habitación de su madre.

No sé qué cara le puse, seguro fue de extrañeza, pues no entendí muy bien a qué quería hacer referencia. “¿Y tu madre cómo está?”, pregunté, aparentando normalidad. Ya está bien, fue solo un susto pasajero, respondió, se quedó callado un instante, suspiró y siguió hablando.

“Yo creo que eso pasa porque son lugares en los que la muerte se pasea a sus anchas”, dijo mientras yo le daba un sorbo a mi cerveza. La muerte debe ser así. ¿no? como una arena movediza que te pone a reflexionar cuando hace acto de presencia. ¿No crees?

Puse la botella en la mesa y mi cerebro estaba en blanco. Luego le volví a dar otro sorbo para ganar tiempo, a ver qué se me ocurría contestarle. Cuando estaba a punto de hacerlo, Sergio volvió a hablar: “pero bueno, lo importante es que mamá está bien”, levantó su botella y la chocó con la mía en el aire. “Más bien cuéntame lo de Catalina”.

Apuré otro sorbo de la cerveza. Tomé aire y comencé a hablar.

lunes, 27 de enero de 2025

1,2,3,4,5...

A veces no sabes qué viene primero, si la intención o a la acción. Empiezas a contar ¿Tu mente visualiza el número uno o son tus labios los que lo pronuncian primero?. No lo sabes.

1.

Lo dices mentalmente, en voz alta o a manera de susurro. Antes de ir por el siguiente número, haces una pausa y dejas que el momento te habite por completo. De pronto cuentas para calmarte.


Por alguna razón, olvidas el número que le sigue al que acabas de pronunciar. Te angustias un poco, ¿cómo voy a olvidar los números?, pero casi al instante recuerdas la figura curvada del que sigue:

2.

Ahora estás en ese número, podría parecer que lo habitas, pero no te preocupas por estar en el momento presente, ni cuentas para respirar y exhalar profundamente. Solo cuentas. Fue algo que aprendiste cuando eras un niño, cuando la vida era solo juego y eras un sabio a la hora de escapar de la tristeza. Sigues.

3.

Sigues inmerso en la experiencia de contar, y bloqueas todo tipo de distracción o ruido. Sin quererlo te conviertes, por un breve instante, en un maestro zen. Ya no escuchas los carros de la calle, los pitos de los conductores llenos de rabia, nada. Solo aparecen los números, uno detrás de otro, en tu cabeza y luego los vas soltando por la boca.

4.

Llegas a ese número que marca el puesto que no recibe ningún tipo de premiación en una competencia. Piensas en eso, en que no está mal no ocupar los primeros puestos, que el 4 es tan número como los que vienen antes de él.

5.

Llegas al cinco rápido y te das cuenta que contar en medio de su simpleza te regula. Lo sigues haciendo aunque no tengas claro para qué. Sabes que no toda ación debe tener un fin específico.

viernes, 24 de enero de 2025

Las balas silban más cerca

En diario de invierno, el libro en el que rememora episodios de su vida y que tengo en mi radar de lectura, Paul Auster  abre la narración con el siguiente párrafo, que lo deja a uno tambaleándose:

Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quién jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro.


Pienso en eso porque M. nos contó que está enferma y que mínimo va a estar internada un mes en el hospital. La última vez que la vi estaba bien. No la noté enferma, pero está claro que el curso de la vida cambia en un segundo.  Como leí alguna vez, a todos nos toca una porción de ese sufrimiento que el destino va repartiendo de forma aleatoria. No tenemos escapatoria.

No puede ser más cierto lo que dice Auster. Uno va por ahí y, en apariencia, la vida transcurre de forma tranquila,  dando a entender que nada malo  va a pasar, que la muerte es un evento lejano, del futuro, cuando la muerte es puro presente.

No se me ocurre bien qué escribir con la noticia de mi amiga, pero hago el intento porque ayuda a desenredarme. Más bien recuerdo lo que han dicho otros que superan mi capacidad para expresar los sentimientos con palabras. Como Rosa Montero que sentenció lo siguiente en la ridícula idea de no volver a verte:

...Y las trivialidades en las que malgastamos las horas caen sobre el suelo como polvo de purpurina.


Eso, malgastar las horas, da rabia, ¿acaso no? Y es lo que hacemos día a día sin detenernos a pensar nada, mientras, como dijo Millás, las balas cada vez silban más cerca de nosotros.


miércoles, 22 de enero de 2025

Así son las cosas

El narrador cámara Es uno en tercera persona que, creo, a veces utilizo sin proponérmelo. La persona que narra solo observa lo que ocurre y no participa en los hechos narrados. Es solo un simple espectador de la escena y describe lo que está pasando. Se diferencia de ese narrador omnisciente nivel dios porque no entra en la cabeza de ningún personaje.

Me gusta porque es pura acción sin acotaciones o frases ingeniosas. Se asemeja mucho a una obra de teatro y no incluye los pensamientos del narrador o los personajes que, a veces, entorpecen la historia.

Tiene que ver mucho con lo que dice Millás en Vidas al límite, su libro de crónicas: “Tantos años de oficio y aún no había aprendido que escribir consiste en ser capaz de ver lo que tienes delante de las narices.”

Sin embargo es muy jodido sostenerlo a lo largo de una narración porque se supone que un texto necesita de pensamientos y reflexiones.

Esto también me recuerda otra cita de La vida a ratos, el diario novelado de Millás: “Decir lo que se dice exige una precisión de microcirugía casi imposible de lograr, pues donde menos lo esperas salta la metáfora.”

Hasta aquí llevo míseras 195 palabras. Eso me pasa por ponerme en modo profesor en vez de utilizar el narrador cámara. Podría haberles contado que hoy en la tarde bajé a la tienda del edificio de oficinas que queda al frente y de camino a la portería vi dos niñas con su uniforme de colegio que acababan de bajarse del bus y reían de forma desaforada.  Luego les podría ahber contado que cuando llegué a la tienda la señora que la atiende me saludo con el típico: “buenas vecino”, mientras un televisor empotrado en la pared transmitía un programa de concursos.

Les habría podido contar eso con el narrador cámara, pero lo que salió fue lo otro. Así son las cosas.

martes, 21 de enero de 2025

2700 millones

Visito un café que tiene un ambiente que me agrada mucho. Pido un capuchino con una porción torta marmolada con cubierta de Baileys, chispas de chocolate y me siento a leer.

El tiempo, que bien sabemos no siempre corre a la misma velocidad, pasa volando y decido que es hora de marcharme. Salgo del lugar, camino un poco y pido un taxi frente a un restaurante muy lujoso. La acera está repleta de camionetas con escoltas: hombres pesados con gafas oscuras, sacos de paño y caras de pocos amigos.

Mientras la aplicación me confirma el servicio, trato de fijarme en los escoltas pero sin mirarlos directamente, para que no vayan a pensar que quiero atentar contra la vida de uno de sus clientes. Entonces los miro moviendo la cabeza de un lado para el otro, como si estuviera mirando el cielo o los locales que están en la otra acera (una ferretería y una peluquería). Mi táctica surte efecto y los escoltas no se ponen nerviosos con mi presencia. En medio de mis pensamientos sale un hombre con la billetera y el celular en la mano. También lleva gafas negras, pero no saco de paño como los escoltas, sino que viste una camisa polo. Es, supongo, el escoltado, si es que el término aplica. Uno de los escoltas le dice: “por aquí señor” y lo hace subir al asiento del copiloto de una camioneta negra 4 x 4 gigante. Me pregunto quién será ese señor para que tantos hombres lo estén cuidando. ¿Cuánta plata tendrá en sus cuentas bancarias?

Al pensar en esto y ver tanto derroche de poder, de dinero, por alguna razón mi cerebro piensa en Haaland, el jugador de fútbol Noruego, que a partir de ahora va a ganar 2700 millones de pesos a la semana, Ciento cuarenta mil cuatrocientos millones al año. Ojalá  le alcance para sus gastos.

lunes, 20 de enero de 2025

¿Qué fue de mí?

En la novela que leo un bebe de pocos meses sufre un accidente, se golpea la cabeza y queda maltrecho por el resto de su vida.

Recuerdo el accidente en el que me golpeé la cabeza, pasé 17 días en coma, y que me dejó el amable recordatorio. No quedé como el personaje de la novela, aunque intuyo que el episodio me dejó ciertos rayes.

Nunca voy a recordar cómo ocurrió, porque mi mente sumergió ese episodio en sus profundidades para que nunca se asome a la superficie de la consciencia. Amnesia postraumática le llaman a ese mecanismo de defensa.

Tiempo después me enteré de que mi hermana mayor llevó una especie de diario durante el tiempo que estuve en cuidados intensivos. En él a modo, supongo, de terapia, para asimilar lo que estaba pasando, se dirigía a mí y me narraba cosas que le pasaban en su día a día o lo que los médicos decían de mi estado: Hoy moviste un dedo cuando te hablaron, paso x o y cosa en el mundo, en mi trabajo etc. lo que fuera. Como cuando llegaba a la casa después del trabajo y cruzábamos un par de palabras. No sé, por ejemplo si todas sus notas eran positivas o si también anoto lo que decían otros médicos: tiene 50% de probabilidad de vivir o morir. No sé si lo decían así tan de frente pero tengo entendido que de alguna manera lo daban a entender.

Tampoco sé si esas hojas existen todavía, pero me gustaría leerlas, saber qué fue de mí en esos 17 días de inconsciencia profunda.

jueves, 16 de enero de 2025

Episodio en la madrugada

Algo me despierta. Todavía es de noche o de madrugada, no lo sé. Acabo de irrumpir en la vigilia desorientado como casi siempre me suele ocurrir. Me quedo quieto y cierro los ojos a ver si me duermo de inmediato. No pasa nada.

¿Qué horas serán?, me pregunto y todavía no me decido si mirar la hora en el celular o no. Alguna vez leí que eso es malo, que lo mejor cuando uno se despierta de repente, es intentar dormirse de nuevo. Como ya le hice caso a esa consigna y no surtió efecto, agarro el celular, le espicho un botón y la luz de la pantalla me encandila los ojos. Es la 1:30 a.m, ¿Pero qué carajos? Caí rendido en la cama a eso de las 10:30, confiado de que iba a seguir derecho, pero no. Muy pocas veces la vida y sus cosas tienen el desenlace que uno espera.

¿Qué me despertó? Comienzo a examinar despacio las partes de mi cuerpo, como cuando a uno lo dirigen en las meditaciones guiadas y le dicen que se enfoque en los dedos, luego en los pies, las rodillas, y así hasta repasar y ser consciente de todas las zonas del cuerpo. Hago esto para ver si me duele algo, ¿Qué tal que uno se esté muriendo y no haga nada por intentar dormirse de nuevo? No detectó nada extraño. Al parecer todos mis órganos, músculos, etc. funcionan bien. Decido que lo que me despertó fue el calor y saco una pierna por un costado de la cama. Al poco tiempo siento mucho frío y la vuelvo a meter debajo de las cobijas.

Afuera, en la calle, un carro pasa con música a todo volumen. Tiempo después un hombre grita algo y ríe fuerte. Siempre que escucho voces en la calle en la madrugada, me imagino que son locos que no tienen idea en donde están parados, personas disociadas de la realidad. Me pregunto si el hombre que grita no tiene frío. Mi cama hierve, pero afuera, imagino, hace un frío de los cojones. Doy vuelta para un lado, para el otro, pero el sueño no llega. No sé si pasé la noche en blanco, pero de un momento a otro suena la alarma del celular.

miércoles, 15 de enero de 2025

Dicen, yo algo sé

Uno de mis objetivos para este año es volver a escribir mínimo cinco veces por semana en este espacio. La mayoría de veces, a menos de que me atropelle la inspiración, serán escritos cortos, mínimo de 300 palabras. ¿Por qué 300? Fue algo que leí en el libro Mientras Escribo de Stephen King. Él dice que ese es un buen número de palabras a escribir por día y que si al final del mes y el año se juntan, pues se tiene una novela. Si esto que cuento no tiene nada que ver con ese libro, entonces me lo inventé o lo leí en otro lado. Ustedes sabrán que a cierta altura del partido, los recuerdos se comienzan a entremezclar y uno ya no logra precisar de dónde vienen.

Escribir lo que salga sin pensarlo mucho. una especie de escritura a la topa tolondra. “Que mal escribir así. Eso no es escribir”, podrán pensar algunos, pero ante tales acusaciones, si es que se les puede llamar de esa manera, no me queda más que encogerme de hombros, mientras pienso: “ ¿Y a mí que me importa lo que ustedes piensen?” Ese es otro de mis propósitos este año: pasarme por la faja el concepto que otras personas puedan tener de mí o mis posturas. Pero bueno, basta de bravuconadas y vamos al tema de hoy…

¿Qué dicen?

Que el narrador es el personaje más importante de una novela y que viene en tres puntos de vista: primera, segunda y tercera persona. El último se desglosa en varios.

También dicen que se debe pensar en el narrador antes de ponerse a escribir. ¿Cómo?, me pregunto y freno en seco. Eso es algo que nunca he hecho. Siempre que escribo suelto una chorrada de palabras y miro cuál tipo de narrador se apropió de ellas. Por defecto, ya les había contado, suele ser la primera persona, un narrador a veces complicado por la cantidad de opiniones personales que tiene y por la forma en que abusa del monólogo interior.

Sin embargo, me parece mejor que ese narrador omnisciente en tercera persona, que es como un Dios y lo sabe todo.

En fin, eso es lo que dicen. Por el momento trataré de alejarme del omnisciente. “ ¿Y la segunda persona? A ese dejémoslo quieto, pues siempre lo he considerado un narrador algo loco y con problemas de identidad, pues se cree personaje narrador y lector al mismo tiempo.

martes, 14 de enero de 2025

El clásico

Al frente de las mesas de la plazoleta de comidas, a unos 15 metros, está ubicada una pantalla gigante. ¿La razón? Dentro de poco va a empezar el clásico Real Madrid vs Barcelona. A mí me da igual el que sea que gane, pero si me pusieran una pistola en la cabeza para obligarme a hacerle barra a un equipo me iría con el Barcelona.

A pocas mesas, una familia compuesta por el padre, la madre y una hija pequeña almuerza pollo broaster. Sacan las presas de un balde gigante como si hubieran hecho el pedido para hermanos y abuelos, pero solo están ellos tres.

El hombre está mirando hacia la pantalla, su esposa le da la espalda a esta y la niña está sentada a un costado. El partido empieza y el hombre mira la pantalla con la misma intensidad con la que mastica la presa de pollo que sostiene su mano derecha. Lleva puesta una camiseta del Real Madrid y cada vez que uno de los jugadores comete un error, con la mano que tiene libre le da un manotazo a la mesa, y en voz alta dice en qué consistió la equivocación del jugador.

Cada vez que el hombre habla, la mujer hace comentarios al margen, algunas veces le da la razón y otras lanza preguntas para entender bien el concepto táctico que acaba de mencionar su esposo. La niña está completamente abstraída devorando una alita y no dice nada.

A los pocos minutos Mbappé abre el marcador, y el hombre no cabe de la dicha. Grita y aplaude como si su vida dependiera de la victoria de su equipo, pero al poco tiempo Lamine Yamal, el joven superdotado de 17 años, marca el empate.

El hombre se toma la cabeza, se tira los pelos y luego manotea con más rabia la mesa. nosotros, que ya terminamos de almorzar, abandonamos el lugar.

Hacia la salida al parqueadero veo a una mujer cuchareando un helado. hunde la cuchara en una bola blanca con chispitas de colores, la saca, se la mete a la boca y luego cierra los ojos con una expresión de placer. Quizá no lo sabe, pero tal vez su vida, su salud mental, dependa de ese bocado de helado que se acaba de meter a la boca, al contrario que la del hombre que, al parecer, depende de los resultados de su equipo de fútbol.

En la noche me entero que el partido quedó 5-2 a favor del Barcelona.

Me acuerdo de la pareja y compadezco a la esposa que quien sabe hasta cuándo se tendrá que aguantar la ira de su esposo.