Me preparo un café y lo acompaño con un Muffin con Arándanos que C. me regaló ayer. Los prepará ella misma y le quedan de maravilla. Creo que son unos de los mejores que he probado en mi vida.
Ahí estoy, ¿me ves? Claro que no, qué idioteces las que pienso, en fin. Lo que quiero decir es que estoy sentado en la mesa, perdido en pensamientos de todo tipo y masticando un trozo de muffin, cuando recuerdo una noticia que leí hace poco: una mujer joven, de no más de 40 años, murió, al parecer, de forma repentina. Toda una vida sin vivir por delante y en un suspiro esta se esfuma.
El muffin, como la vida, se acaba, y ocurre lo mismo que muchas veces: me queda media taza de café. Ya está frío, así que me pongo de pie para calentarlo en el microondas. Cuando está listo pienso que podría tomarlo y ya está, que con el Muffin que me comí es suficiente, pero todavía me queda otro que sería perfecto para acompañar la cantidad de café restante.
Me pregunto si no será gula, pero al tiempo pienso que la muerte puede estar justo a mi lado en ese momento, y que por ponerme a pensar en pendejadas voy a dejar de disfrutar un sencillo placer, así que sin dudarlo me empaco el otro muffin sin ningún tipo de remordimiento. La taza de café queda vacía.
Bien dice Manuel Vilas: El mañana es de los muertos.