Ordeno una de mis bibliotecas de libros. Suena como si fueran muchas pero solo son dos. La mayoría de los libros que he leído los tengo en versión digital en el kindle. ¿Que son mejores los libros físicos? No me interesa entrar en esa discusión y siempre saldo el tema con el comentario de un personaje de una novela: “la sopa es sopa independiente del recipiente que la contenga”.
La ordeno porque van a poner un mueble en un nicho del cuarto. El nicho no es más que un hueco, pero la palabra me evoca otro concepto como nacimiento o algo así, pero estoy loco porque esa es tal cual su definición según los eruditos de la RAE: hueco practicado en un muro para alojar algo dentro. Quién sabe con qué carajos estaba relacionando la palabra.
Descargo los libros en la cama sin ton ni son, saco la biblioteca del nicho y tiempo después decido ordenarlos de nuevo en ella. Me fijo con detenimiento en los libros. Primero ordeno mi colección más preciada, los de Juan José Millás, luego los de Rosa Montero y después el resto sin seguir ningún orden.
Van apareciendo algunos libros que, pienso, me gustaría volver a leer, como Primera Persona de Margarita García Robayo, o Vibrato de Isabel Mellado, uno de los pocos libros que me empeñé en buscar en una feria del libro hasta que lo conseguí. También me cruzo con Can’t and Won’t Stories de Lydia Davis, un libro que me obsesioné por conseguir hace unos años y se lo encargué a unos amigos que se fueron de viaje a NY y visitaron la mítica librería Strand.
Pasaso un tiempo y ya con algo de cansancio, ordeno los libros a toda velocidad, sin detenerme a hojearlos, y en medio de ese proceso veo la portada de Tumbao de Beethoven, otra novela que también compré en la misma feria que adquirí la novela de Mellado.
Termino de ordenar los libros, me recuesto en la cama, cierro los ojos y pienso en todo lo que me falta por leer y releer.
No hay tiempo para nada.
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