jueves, 30 de julio de 2020

"¿En qué piensas?"

Eso fue lo que Rosana le preguntó con un tono de voz firme. Para ella era claro que él estaba pensando en algo, pues luego del silencio en el que cayó la conversación que sostenían, su mirada se perdió, no en un punto de la pared que estaba detrás de ella, sino en algún recuerdo o pensamiento. Saber qué alguien estaba pensando algo que no tenía nada que ver con la conversación del momento, era un poder que ella tenía altamente desarrollado. 

“¿Cómo?, ¿qué?”, pregunto él, de vuelta a la realidad, mientras se desprendía de la fantasía que se estrellaba contra las paredes de su cráneo, buscando cómo abandonarlo. 

“¿En qué piensas?”, le volvió a preguntar. Él, algo nervioso, le sostuvo la mirada por un segundo, y luego la desvió. “En nada”, concluyó con una sonrisa desganada como para cambiar de tema. 

Muy pocos valientes han respondido a esa pregunta, en apariencia sin sentido, con la verdad. Es posible que parte del desbarajuste del mundo se deba a nuestra falta de sinceridad cuando nos hacen esa pregunta. 

Él, por ejemplo, pensaba en terminar con ella. Hacía 3 meses le era infiel y ya no disfrutaba compartir tiempo a su lado. Por eso se quedaba como idiotizado mirando un punto fijo en la pared y pensando cosas que nada tenían que ver con ella, o bien, pensando en cómo darle la noticia sin salpicar la situación con mucho drama. 

Finalmente tuvo que mirarla  a los ojos, y Rosana le sostuvo la mirada con una expresión sería que bordeaba el odio, como si le hubiera leído la mente. A él no le quedó otra opción que acudir al mismo lugar común que utilizan todos los que mienten ante esa pregunta: “En nada, ¿en qué voy a estar pensando?” y se acercó a ella para abrazarla y darle un beso. Ella se lo aceptó, pero ambos sintieron como el hilo que los había unido hasta ese momento se distensionaba, como si se hubiera soltado de alguno de los dos extremos.

miércoles, 29 de julio de 2020

Narrador caprichoso

Escribo un cuento. La primera escena muestra a un anciano en una mecedora, ubicada al lado de una ventana que da hacia las montañas. El hombre Piensa sobre la muerte, la de él para ser más preciso, y se pregunta cuándo le irá a llegar. 

El punto de vista que escogí es la tercera persona, y a ratos el narrador omnisciente, con sus ínfulas de dios, logra meterse a la cabeza del hombre y comparte algunos de sus pensamientos. 

Cuando voy a terminar de escribir la primera hoja, dejo de hacerlo y me pongo a leer lo que llevo hasta el momento. Sé que no debería hacer eso, sino que solo debería leer lo escrito hasta poner el punto final, pero es una manía que tengo. Quizás atenta contra las buenas prácticas de la escritura, si es que eso existe. 

Leo, pero no le meto mucho la mano al texto, veo que podría puntuarlo diferente y agregarle ciertas palabras, pero los cambios que le hago son mínimos, como corregir errores tipográficos y poner algunas tildes que se me escaparon. Cuando voy llegando al final veo que de un párrafo a otro hay un salto de la tercera a la primera persona. 

A veces el narrador es caprichoso. ¿Quién es ese ente? ¿Es el mismo para todas las piezas escritas del mundo o los habrá según géneros? En alguna carpeta del computador debe estar ese cuento que titulé “un asunto de identidad”, que trata sobre un conflicto de identidad del narrador, pues supongo que solo hay uno y se reparte entre todas las personas que escriben algo, desde una novela hasta un telegrama. 

Recuerdo que una vez un amigo me regaló La República del Vino, una novela del escritor chino Mo Yan. En una página también me pasó lo mismo, había un cambio abrupto de voz narrativa que, asumo, se debía a que el libro era la traducción de una traducción, o puede que también haya sido un capricho del narrador.

martes, 28 de julio de 2020

Pilo


“Le pareciste muy pilo”, me dijo una vez una mujer con la que trabajé, cuando íbamos en su carro para un evento. Me quedé callado y creo que sonreí estúpidamente, igual que cuando sé que alguien que metió las patas y me cuenta que va a tener un hijo. Ella se refería a su esposo, a quien yo había conocido el día anterior, pero no recuerdo qué fue lo que hablamos para que hubiera hecho ese juicio. 

También permanecí callado porque era muy temprano. Las personas no deberíamos hablar en las primeras horas de la mañana, sino empezar a hacerlo a eso de las 10. Una jefa que tuve me contó que en su casa nadie hablaba cuando se sentaban a desayunar, pues era algo que les parecía ofensivo. De pronto el mundo funcionaría mejor de esa manera, ahí les dejo la inquietud. 

Pilo siempre me ha parecido una palabra vacía, algo que se opta por decir cuando nos referimos a alguien en una conversación, y queremos salir, sin mayor esfuerzo, bien librados. Compite, en taradez, con frases hechas como: “gusto en conocerte” o “buen manejo de relaciones interpersonales”. 

Holden Caulfield, el protagonista del Guardián entre el Centeno dice: “Siempre ando diciendo “encantado de conocerte” a alguien a quien no me agradó conocer para nada, aunque si quieres permanecer vivo debes decir esas cosas.” Quizás, en ocasiones, en eso consiste la vida, en seguir fórmulas de conducta para conseguir lo que deseamos, y nuestro principal deseo es continuar vivos, ¿acaso no? 

Imagino entonces que el antónimo de pilo es tonto y que nadie quiere que lo llamen así. Que miraríamos con recelo a una persona que nos dijera: “Es que fulanito(a) es muy tonto(a)”, en medio de una conversación, algo que no pasaría si se remplaza esa palabra por pilo. 

Mentecato, zopenco, bobo, gilipollas, tarado, cebollino, bombero, son sinónimos para tonto. Lo siento por los bomberos, y me agrada como suena la palabra cebollino, que utilizaré de ahora en adelante. 

Creo que ingenuo también podría aplicar como sinónimo para tonto, pues tiene mucho que ver con ser niños. No es que piense que son tontos, sino que no saben cómo funciona el mundo y desconocen muchas cosas, entre ellas, esas frases hechas que nos ayudan a sobrevivir socialmente. Bien lo dijo Millás en la novela Tonto, Muerto, Bastardo e invisible: “toda tu vida depende de lo insaciable que sea el niño que llevas dentro”. 

El término pilo, para los eruditos de la RAE, no sirve para definir a alguien inteligente, brillante, sagaz; para ellos solo es un antigua arma arrojadiza o un arbusto que vive en sitios húmedos. 

Supongo que las grandes mentes de la historia tienen esas características que le atribuimos a la palabra pilo, pero que también fueron, en cierta medida, tontos, y miraban al mundo con ingenuidad, como si cada experiencia que tenían la estuvieran viviendo por primera vez.

lunes, 27 de julio de 2020

Huecos

La camisa tiene unos huecos en las costuras de los hombros, ¿cómo no, si la compré en el 2002 la primera vez que viajé al exterior? Es una camisa normal, de color azul oscuro y un estampado de la marca, que resiste con orgullo cada lavada y se rehusa a desteñirse del todo. 

Hay personas que dicen que lo mejor es botar cualquier tipo de pertenencia desgastada, porque eso atrae malas energías y no sé que más cosas. Yo, la verdad, no creo en esas teorías y por eso la utilizaré hasta que uno de los huecos la vuelva inutilizable. 

Alguien podría pensar que le he atribuido un poder especial o algo por el estilo, pero la verdad es que me gusta y me parece cómoda. En resumidas cuentas, es una de esas prendas que, creo, todos tenemos y nos caen bien. 

Suena raro, pero es así. A uno los objetos también le pueden caer bien o mal. Por ejemplo, a mí me cae mal la cuchara para servir la sopa, porque no se deja acomodar bien en el platero después de lavarla; a diferencia, digamos, de un cuchillo. 

También le salió un hueco al tenis izquierdo en el lugar que ocupa el dedo gordo. Esto, porque el accidente que me dejó el amable recordatorio, también me dejó una vaina que se llama espasticidad. Consiste en que ese dedo se entiesa y se dispara hacia arriba porque sí. El resultado es que después de usar los zapatos por un tiempo siempre se rompen en el mismo lugar. 

Hace mucho no me pasaba eso, lo del hueco en el zapato, porque siempre que los compraba les hacia poner un refuerzo en ese sector, pero esos tenis los compré de afán, un día antes de un viaje, y nunca los llevé a la remontadora de calzado. 

Vale la pena anotar que el color de los tenis hace juego con el de la camiseta, ahora mucho más cuando ambos llevan huecos.

sábado, 25 de julio de 2020

Preparar café


Se levantó a la misma hora como todos los días. Se pegó el duchazo exacto de 2 minutos con agua fría para terminar de despertarse, y cuando salió del baño no pasó por el cuarto, sino que se fue directo a la cocina a prepararse el primer café del día, el más importante de todos. 

Todo parecía normal, los pájaros trinaban, alegres o tristes, vaya uno a saber, el sol comenzaba a asomarse y el ruido del tráfico era, en apariencia, el mismo. Escuchó también el canto del vecino de todos los días, y pensó lo mismo de siempre: Que por favor alguien le diga que no tiene buena voz. 

Cuando la cafetera italiana comenzó a sonar, indicando que el café estaba listo, echó un poco de leche en el pocillo y la calentó en el horno microondas por 35 segundos. Se quedó ese tiempo mirando como la taza daba vueltas dentro del aparato y cuando la sacó, le echó el café despacio, hasta ese punto que creyó era perfecto para que la bebida no quedara ni muy clara ni muy fuerte. Ese sencillo ritual, pensaba, le daba significado a la vida. “En definitiva es un día normal”, pensó. 

Luego, el leve campanazo del horno le indicó que la tostada estaba lista. La saco y le untó primero mantequilla y luego mermelada, otro procedimiento preciso que también repetía todos los días. Cuando terminó, tomó el pocillo con la mano derecha y la tostada con la izquierda, le dio un mordisco, y se dirigió hacia su cuarto. 

Se sentó en el computador y lo prendió con tedio, ya que era una máquina vieja y demoraba mucho en cargar el sistema operativo, pero para su sorpresa la pantalla se encendió de inmediato y le mostró el documento en el que está trabajando; había olvidado que la noche anterior había dejado la máquina en reposo. 

Le dio un último mordisco a la tostada y se tomó el último sorbo de café, mientras repasaba lo que llevaba escrito. Cuando le puso una tilde a una palabra aguda, muchas veces olvida hacerlo,  ahí fue cuando se dio cuenta de que algo andaba mal. 

En la mayoría de los días, acaba la tostada antes de acabar el café, incluso a veces no lo llevaba ni por la mitad, pero hoy había acabado ambos en el mismo instante. ¿Qué otra señal necesitaba para saber que algo malo estaba por ocurrir? 

Anduvo todo el día inquieto, encerrado en sus pensamientos y prevenido de todas las personas que se le acercaban, pues ¿cómo identificar quién era el mensajero de la desgracia? Al final del día no pasó nada o, simplemente, no se dio cuenta. 

Ahora son las 3:21 de la madrugada y aunque está cansado, se ha empeñado en permanecer despierto, pues si deja que el sueño lo venza, alguna desgracia llegara a su vida mientras duerme. 

A las 5 de la mañana no se aguanta un segundo más metido dentro las cobijas y se levanta antes de que suene el reloj despertador. Se da el mismo duchazo de siempre, pero esta vez no se prepara el desayuno— Que miedo preparar café—, sino que sale a buscarlo en una cafetería que le queda cerca al trabajo.

jueves, 23 de julio de 2020

¿A dónde se va el tiempo?

Hace unas semanas un amigo escribió un cuento basándose en la canción Who knows where the time goes? Esa es una buena pregunta. 

Parece que, en esta época de pandemia (época de pandemia, hágame el berraco favor), el tiempo se contrae y las horas se van por entre un tubo, ¿a dónde? No lo sé. Comienza la semana en Lunes, como debe ser, pero se levanta uno al día siguiente y ya es viernes. 

Me aventuro a imaginar que esas horas, que en apariencia se pierden, entran a formar parte de ese terreno al que llamamos pasado, porque el tiempo, el muy condenado, también nos ayuda a precisarlo, a diferencia de la relación que tiene con el futuro, pues allá si no tiene mucho qué hacer. 

Entonces Einsten tuvo mucha razón al afirmar eso de que el tiempo es relativo y es cierto que transcurre de manera diferente debido a las circunstancias que se experimentan. El otro día, por ejemplo, vi una publicación que hizo una mujer, donde afirmaba que la semana le había parecido igual de larga que un mes. 

En la casa hay un reloj cku cku que da el número de campanadas de cada hora y una campanada a la mitad de cada hora, pero es un ruido de fondo al que ya me acostumbré y que a veces ni escucho. ¿Cuándo habrá nacido esa necesidad de marcar el tiempo y medirlo para saber cómo pasa? Las horas, si uno se fija bien, no tienen nada de diferente las unas de las otras exceptuando la luz del día y la oscuridad en la noche, pero aún así vivimos obsesionados con medir el tiempo, con atesorar ese intangible tan extraño y tan común. 

Imagino entonces que los Amondawa, la tribu amazónica que no cuenta con estructuras lingüísticas para referirse al tiempo, deben estar muy tranquilos en estos momentos, pues para ellos la vida solo se desarrolla en el bloque del presente. 

miércoles, 22 de julio de 2020

Mediciones

De pequeño andaba muy solo. En sus primeros años de colegio los otros niños lo tildaban de raro y lo hacían a un lado sin mucho esfuerzo, pues en los recreos se la pasaba pegado al césped de un claro en medio de unos árboles, mientras sus compañeros corrían detrás de una pelota en la cancha de fútbol. Al principio lo molestaban, pero apenas se daban cuenta de que no les prestaba atención lo dejaban solo. 


En ese entonces le intrigaba el pasto. Se preguntaba a qué velocidad crecía y por eso lo miraba de una manera en la que casi no pestañeaba. Para su tarea había inventado un sistema de medición con las falanges de sus dedos. Pero nunca, en alguna de sus observaciones de 30 minutos, pudo comprobar si el pasto crecía mientras lo miraba. 

La temporada de vacaciones le producía ansiedad, pues sabía que de un día para otro debía dejar sus mediciones. Estaba claro que podía seguir con su experimento en cualquier otro césped, pero por alguna razón era del colegio el que lo atraía. Además, los jardineros no le prestaban mucha atención a ese espacio y lo mantenían descuidado. Eso, pensaba, le permitía llevar una medición rigurosa por sectores, que anotaba en una pequeña libreta azul. Así podía enterarse si había cambios significativos en la altura del pasto. Irse de vacaciones  significaba entonces volver a empezar de nuevo todas las mediciones, pues durante ellas siempre podaban el claro. 

A medida que fue creciendo su fijación por el crecimiento del pasto fue pasando hasta desaparecer por completo. 

Pero desde la semana pasada anda inquieto pues, de un momento a otro, comenzaron a intrigarlo las uñas de sus manos, que mira embelesado a ver si logra captar el momento exacto en que estas crecen. Ahora las yemas de los dedos le duelen porque la semana pasada se las corto muy pequeñas, pues cree que de esa manera va a poder tomar mediciones exactas.

martes, 21 de julio de 2020

Llamada

Hablo con T. Me gusta conversar con ella porque procura evitar lugares comunes. No hablábamos desde el inicio de la cuarentena, momento en el que le conté que tenía algo de rabia, pues estaba cansado de la desgracia a punta de gotero y no en forma de meteorito o algo así, en fin. Ahora trato de conversar más seguido con ella. Hubo una vez en la que duramos sin hablar mucho tiempo y cuando lo volvimos a hacer me contó que su esposo estuvo a punto de morirse. 

A T. es una de las pocas personas a la que le recomiendo libros. Me gané ese título luego de recomendarle “La Ridícula Idea de no Volver a verte”. El último que le había recomendado hace unas tres semanas, en una conversación apresurada por chat, fue Primera Persona. Le pregunto que qué tal le pareció y me cuenta que le gustó mucho. “¿no he perdido mi título de recomendador de libros?”. “No, puedes estar tranquilo”. Me aventuro a recomendarle La Vida privada de los árboles, toma nota y luego nuestra conversación se tropieza con un silencio. A los pocos segundos ella lo rompe. 

Me dice que no se ha sentido muy bien de ánimo en las últimas semanas. Se ríe y me dice: “Estoy como estabas tú al inicio de la cuarentena”. Le pregunto que por qué se ha sentido así, y responde que está cansada de no poder planear nada, que antes le gustaba programar actividades, como sus vacaciones, por ejemplo, al detalle. 

A todos, imagino, la incertidumbre nos pega de diferentes maneras y recordamos con nostalgia el poder que teníamos sobre cualquier situación de nuestras vidas. Igual creo que nunca lo hemos tenido y todo era una mera ilusión, un contentillo en el que solíamos creer, pues el caos siempre camina a nuestro lado, solo que esta vez le hizo una zancadilla muy violenta a nuestro estilo de vida. 

Ayer, leyendo, me enteré de que yo he aplicado una técnica que se llama “Pesimismo defensivo”, que consiste en plantearse escenarios futuros terribles y prepararse para lo peor. Pensar de esa manera, por extraño que parezca, ayuda a reducir la ansiedad.

lunes, 20 de julio de 2020

Tocar guitarra

Ordeno un poco mi cuarto. En un instante miro detrás de la biblioteca y ahí está la guitarra negra que me regalaron en un cumpleaños hace ya muchos años. Días después del regalo me propuse aprender a tocarla pero luego de sacarle unos cuantos acordes, me di cuenta de que no me agradaba tanto hacerlo, y también de que era malo. Obvio era un principiante y quizá con algo de práctica lo habría logrado, el caso es que me dio pereza y entonces la guitarra se convirtió en uno de esos objetos que se guardan pero a los que rara vez se les pone cuidado.

La tomo, me siento en el borde de la cama y toco la sexta cuerda, la más gruesa. Luego ubico mi mano en el traste para tocar el arpegio del principio de Civil War, pero noto que está desafinada. Para convencerme de que es así ahora toco el bajo del incio de Jeremy y no suena para nada parecido a la canción.

Ahora me voy a las tres primeras cuerdas y parece que están bien pues toco el pincipio de Silent Lucidity. Si, esas tres no tienen problema. Me devuelvo a las últimas y trato de afinarlas moviendo las clavijas hasta que, creo, las ajusto donde debe ser.

En ese momento me acuerdo del principio de Thank You. “Re era el acorde del principio, ¿cierto?”, me pregunto, pero no lo recuerdo. De lo que si me acuerdo bien es de como van los cortes en la batería . 

En eso quedaron mis ganas de aprender a tocar guitarra: tres acordes y los inicios de algunas canciones

jueves, 16 de julio de 2020

Cómo funciona el universo

Trata uno, todos los días, de entender cómo funciona la vida que se lleva, por qué ocurren las cosas que nos ocurren y cuál va a ser el impacto que van a tener en lo que sea que hagamos. Trata uno de hacer eso, pero escasamente se alcanza a arañar la corteza del entendimiento, del sentido de las cosas.

Pienso en esto porque busco un video en youtube y en el anuncio que sale antes aparece un hombre hablando. Es un hombre de apariencia cualquiera, un Pedro Pérez, es decir, ese que nos podemos encontrar en el bus, haciendo fila en un supermercado o caminando en dirección contraria por la acera.

Mi intención es esperar a que pasen 5 segundos y aparezca el botón de “Saltar Anuncio”, así que escucho parte del mensaje que ese perfecto desconocido le quiere contar al mundo entero a través de Internet.

Cuenta que su sueño es ayudarme a entender cómo funciona el universo para que pueda encontrar mi camino y propósito único dentro del plan cósmico. Después de esa entrada impactante dice que desde los 3 años de edad, ¿cuáles otros?, comenzó a recordar sus vidas pasadas porque se le activó no se qué región del cerebro. ¡Hágame el berraco favor!

En ese punto me aburro y me salto el video. les decía que ya tiene uno bastante  con tratar de descifrar qué hacer en y con la vida, para que ahora llegue alguien a decirnos que tenemos un propósito dentro de un plan no a nivel de la tierra sino del cosmos.

Recuerdo que hace mucho mi hermana mayor compraba libros de temas esotéricos y paranormales y uno de esos fue Muchas Vidas, Muchos Sabios que trata sobre un psiquiatra, su paciente y el nacimiento de la terapia de regresión a vidas pasadas. Lo comencé a leer con entusiasmo, pero en un punto me aburrió.  Imagino que ya estaba destinado a la ficción.

Si eso es verdadero o falso ahora no me interesa, pero en ese entonces me parecía fascinante el haber existido en otro tiempo, en el cuerpo de una persona completamente diferente. Ahora, si tal conocimiento es necesario para saber qué debo hacer en esta vida, lo siento, pero me da mucha pereza ponerme a escarbar en el cerebro la información de mis vidas pasadas.

miércoles, 15 de julio de 2020

Nada

Con Mariela tuve buenos momentos, ¡y qué momentos! Pero de momento, valga la redundancia, no viene al caso relatarlos. Esa etapa de momentos, cuando se conoce a otra persona, esta repleta de altibajos, de premios de montaña, terrenos planos llenos de apatía y aburrimiento y unos descensos vertiginosos. 

En los primeros meses emprendimos el ascenso y fueron puras montañas repletas de dicha, esos momentos que hacen pensar que la felicidad si existe. Es verdad que a ratos pasábamos por valles rutinarios, casi una copia los unos de los otros, pero eran paisajes llevaderos, con casitas de campo y extensas plantaciones de cultivos con muchas flores. 

Pero llego ese momento al que todos le escapamos y es cuando se comienza a descender. La bajada estuvo repleta de lluvia y barro y raspones, producto de nuestras caídas. 

El caso es que la etapa acabó y unos meses después conocí a Natalia. No creo quererla como quise en su momento a Mariela, pero igual nos fuimos a vivir juntos, pues eso es lo que se debe hacer, ¿cierto?. De todas maneras siento que muchas cosas quedaron por decirnos entre Mariela y yo, no para quedar en buenos términos, sino para cantarle un par de verdades en su cara. 

El otro día, de la nada, bueno, de ella que es como lo mismo, me llego un mensaje, en el que me daba las gracias por los momentos compartidos y no sé que más chorradas. Era el momento perfecto para descargar toda mi rabia en unos cuantos párrafos, así que empecé a redactarlos como si de ellos dependiera mi vida. Al terminar, leí lo que había escrito, pero me pareció un arrume de argumentos flojos y lo borré todo. Volví a escribir un mensaje tres veces más, pero ninguno me convenció. 

“¿Qué haces mi amor?”, me pregunto Natalia al Salir del baño. 
“nada”, respondí, mientras ponía el celular sobre la mesita de noche. 

A la mañana siguiente tenía un mensaje de Mariela que decía: “¿Me quieres decir algo?”. Otra vez tenía la oportunidad de lanzarle un par de dardos venenosos en forma palabras, pero me contuve y solo le escribí: “No, nada”.

martes, 14 de julio de 2020

Repetido

Me pregunto cuántas veces estaré repetido por el mundo y quiénes serán mis Doppelgängers. Me inclino a pensar que entre todos conformamos un ente, no sabría decir de qué tipo, y que nos complementamos los unos a los otros, es decir, si el que vive en Argentina, por decir cualquier país, es muy cascarrabias, otro, el que vive en Copenhague, es de lo más tranquilo y relajado. En lo único que me diferencio de eso dobles es en el nombre, aunque siempre empieza por la misma letra.  También me inclino a pensar que físicamente somos idénticos. 

Por extrañas razones a veces me llegan E-mails que deberían estar dirigidos a ellos, como los de un tal Jaime que recibe correos con promociones de una farmacia. Ojalá su salud esté bien, porque algunos de sus males podrían llegar a afectarme. 

A Jose, al parecer, el fiestero del grupo, le llegan (me llegan) correos de una licorera; también son puras promociones y espero que no abuse de la bebida, pues a estas alturas del partido ya no estamos para borracheras sin sentido, con sentido o de cualquier tipo. 

Javier, en cambio, parece tener problemas de dinero, pues a cada rato le llegan facturas vencidas de su operador de televisión por cable. 

Somos, entonces, una suma de fuerzas que se anulan unas a otras y así es que evitamos la locura que, como la muerte, siempre vive al acecho, esperando que dejemos abierta cualquier rendija de la existencia para colarse. 

A veces hay personas que me dicen algo como: “oye te vi en tal lado el martes pasado”. Siempre les doy la razón, pues me confundieron con uno de mis dobles; estuve y no estuve en el sitio, estuve ausente si es que se puede afirmar tal cosa, y lo hago porque tenemos que acostumbrarnos a nuestros negativos, a esos lados oscuros que conviven con nosotros así sea a la distancia.

lunes, 13 de julio de 2020

Inestable

El celular me avisa que falta media hora para que comience la reunión. Mi cerebro se relaja y farolea de un pensamiento al otro, y así olvido el recordatorio. Pasados cincuenta minutos me acuerdo y me conecto. Son 7 los participantes y 4 tienen puesta la cámara. Algunos llevan caras largas. ¿Aburrición, cansancio? No lo sé, pero supongo que haría parte de alguno de esos grupos porque tengo una especie de pereza mezclada con rabia. 

Como llegué tarde no se de que están hablando, así que solo escucho. A veces eso es lo mejor que se puede hacer, solo escuchar y no decir nada, así uno esté de acuerdo o le parezca un completo disparate lo que otros estén diciendo. 

Estoy y no estoy. Soy una especie, digamos, de voyerista virtual. Así pasa un rato, hasta que la conexión a Internet comienza a fallar y ahora escucho la conversación de forma entrecortada. A veces el sonido se va por completo y veo que algunos sonríen. Me gustaría oír cuál fue el comentario que produjo la sonrisa en sus caras, para cambiar un poco el mal gesto que, supongo, lleva la mía, aunque no la vea en pantalla. 

Al rato aparece un aviso que me dice que los recursos de mi máquina son insuficientes, así que minimizo la pantalla de la reunión y cierro los demás documentos que tengo abiertos. Vuelvo a la ella y la señal continúa igual de inestable que el ánimo que cargo, con picos de euforia y malhumor sin sentido alguno. Ya decía yo que todos, hasta cierto punto, tenemos algo de bipolares. 

Me desconecto y apenas vuelvo a ingresar. La señal funciona de nuevo, pero solo por unos cuantos segundos hasta que otra vez es inestable, así lo dice el aviso que ahora sale en la mitad de la pantalla: “Su señal de Internet es inestable”. 

Al rato veo que todos empiezan a decir chao con la mano, no digo ni hago nada porque nadie me va a escuchar y mucho menos ver.

sábado, 11 de julio de 2020

No soy un robot

Busco imágenes para una presentación y doy con una página que ofrece unas, creo, de muy buena calidad. Me demoro eternidades para escogerlas pues quiero encontrar las precisas, aquella que resumen todo lo que quiero decir. 

Cuando eso por fin sucede, cuando creo que quienquiera que haya creado la imagen o tomado la fotografía, estaba pensando en un tema similar al de mi presentación, le doy clic al botón que dice “descarga gratuita”. Al instante se despliega una lista de selección con los tamaños disponibles y escojo 1920x1280 que, supongo, es un tamaño de buena calidad. Para confirmar la operación, si se le puede llamar de esa manera a todo el teje-maneje, le doy clic a otro botón que dice “descargar”.

Ahora aparece, en la mitad de la pantalla, un cuadro de diálogo que, claro está, me quiere decir algo y ese algo, ese diálogo que pretende entablar conmigo la página resulta extraño, pues es una afirmación en primera persona: “No soy un robot”.  Viene acompañada de una casilla de chequeo (eso que llaman Captcha) ubicada a su lado izquierdo, que debo seleccionar para que aparezca un chulito verde en ella, y así confirmar mi calidad de ser humano.

“¿Cómo saber que no soy un robot?”, me pregunto, ¿cómo saber que la vida que llevamos realmente nos pertenece? Si uno la Mira por encima, parece que el programa que nos cargaron es eso a lo que llamamos rutina. Suena descabellado, pero pues la vida es tan extraña que cualquier cosa que imaginemos puede ser posible.

¿Y qué si fuera un robot? No entiendo por qué se les va a negar a las máquinas descargar una imagen. Otra cosa sería descargar los planos de una planta nuclear o los códigos de lanzamiento de los misiles que, imagino, tienen  las superpotencias apuntándose entre sí. 

 Ya ven ustedes, el fin del mundo o descargar una imagen, está tan solo a un clic de  distancia, y ambas cosas, imagino, las puede hacer un robot.

jueves, 9 de julio de 2020

Apuntes sueltos

Estoy seguro de que ayer, o antes de ayer, se me ocurrió un tema al cual le podría arrancar unas cuantas palabras. Tengo una imagen fija del momento en que lo anotaba en mi libreta.

La reviso y no encuentro nada. Debí haberlo soñado o mi cabeza se lo invento de puro capricho. 



Es un apunte suelto, ¿de dónde?, de la libreta, el lugar al que deberían estar sujetos todos los que se me ocurren. Imagino que debe existir un espacio a donde van a parar ese tipo de apuntes, apenas se sueltan de nuestra imaginación, de nuestro cuaderno, agenda,  libreta  o de cualquier lugar donde los almacenamos.  Allí  quedan a la espera de que alguien más los tome para hacer con ellos lo que les dé la gana; las ideas, va uno a ver, sonde todos y de nadie. 



En cambio me encuentro con un apunte agarrado, que está enmarcado en un cuadro a manera de bocadillo de historieta cómica. No sé en que momento cogí la manía de enmarcar así algunos apuntes. 

El apunte del que les hablo es un pequeño listado de libros que me recomendó Rosa Montero en una charla suya, Creación y Locura, a la que asistí la semana pasada. Le pregunté qué diarios de escritores recomendaba y respondió: La tentación del fracaso de Julio Ramón Ribeyro. Diario de un canalla de Mario Levrero, que empiezan así:

“No estoy escribiendo para ningún lector, ni siquiera para leerme yo. Escribo 
para escribirme yo; es un acto de autoconstrucción.” 

Y díganme ustedes algo: ante semejante abismo, ¿cómo no caer en él?


Los últimos que recomendó Montero, fueron  los de Simone de Beauvoir, sus preferidos. ¡Quiero leerlos todos ya! 



Anotarlo, anotarlo todo, lo que sirva y lo que no, para que ningún apunte quede suelto.

miércoles, 8 de julio de 2020

De frases y abismos

Hay frases o párrafos, algunos son el inicio de un texto, que nos empujan a leer el resto. Hacen sus veces de abismos oscuros y nos atraen para que caigamos en ellos sin contemplación alguna, porque necesitamos saber qué se esconde allá abajo. Ejemplos habrá miles, pero se me vienen a la cabeza los siguientes:

“Cierra las ventanillas y acuéstate, hay un incendio en la central. Volveré pronto." 
— Voces de Chernóbil  — 

“La pluma tiembla entre mis dedos cada vez que el ariete embiste contra la puerta. Un sólido portón de metal y madera que no tardará en hacerse trizas. Pesados y sudados hombres de hierro se amontonan en la entrada.” 
— Historia del Rey transparente — 

“Urania. No le habían hecho un favor sus padres; su nombre daba la idea de un planeta, 
de un mineral, de todo, salvo de la mujer espigada y de rasgos finos, tez bruñida y 
Grandes ojos oscuros, algo tristes, que le devolvía el espejo.” 
— La Fiesta del Chivo — 

En un artículo, que leí hace muchos años, Juan José Millás contaba la historia de una bitácora de un barco que había sufrido un accidente, que tenía una anotación desesperada que había hecho el capitán en ella, cuando unos pocos estaban encerrados en el cuarto de máquinas, al borde del abismo de la muerte. Intenté buscar la columna; no la encontré, pero también era un párrafo que lo atraía a uno con mucha fuerza. 

Y está, claro, el siguiente inicio del que se ha hablado tanto, que uno lee, lee y vuelve a leer, pues parece que ese puñado de palabras esconden la sabiduría que necesitamos para entender en qué consiste realmente la vida. 

“Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia 
infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada” 
— Ana Karenina —

martes, 7 de julio de 2020

19 minutos

Se daña el grifo del lavaplatos. Llamamos a un plomero que viene e instala una nueva grifería, pero pasados dos días al chorro del agua le da la chiripiorca y no cae perpendicularmente, sino que chisporrotea, que buena palabra esta, hacia el lado izquierdo. 

Llamamos de nuevo al plomero. “Paso mañana — hoy —, entre la 1 y las 6 de la tarde”, dice. Llega entre el horario indicado. “Señor deje aquí su maleta, su casco, su parafernalia”. “Gracias responde, pero me debo poner un traje”, y se demora 1000 horas mientras se lo pone. “Listo, ¿qué es lo que toca mirar?”, pregunta con entusiasmo. 

Le muestro lo que falla, le explico la loquera que le dio al chorro de agua y también le muestro que el tubo del agua caliente tiene una gotera pequeña. “listo, listo”. “¿Le quito el agua?”. “no, todavía no”. “bueno si necesita algo me avisa", le digo. 

Me siento en la mesa del comedor y me pongo a leer el capitulo de una novela. El Kindle me dice que su lectura se demora 19 minutos”. Comienzo a leer. Unos minutos después, digamos 3, como para ser precisos. Me asomo y veo al plomero acurrucado revisando la gotera. “¿necesita una linterna?”, le pregunto. “no, tengo la del celular”. 

Vuelvo a la lectura, ¿En qué iba? Repaso los últimos párrafos que había leído para encarrilarme de nuevo en ella. 

“Amigo, amigo”, ahora soy su amigo. “Amigo, por favor, ahora sí, quite el agua”. Me levanto, salgo al hall del piso y bajo o subo, ya no recuerdo, la palanca del registro del agua. Vuelvo al apartamento con un trote ridículo y le digo a mi nuevo amigo que ya hice lo que me indico. “Gracias”, responde y continúa con su labor. 

Vuelvo a la lectura, al capítulo de 19 minutos, del que no sé cuántos me quedan para terminarlo, pero siento que ha pasado más de ese tiempo. “Amigo, terminé. Por favor venga y revisa”. Me pongo de pie para revisar su trabajo, aunque me gustaría confiar en él a la ciega, darle las gracias y que se vaya. 

Me explica que al agua le dio la ventolera, porque una piedrita había quedado atrapada en el filtro y era la que le cambiaba la dirección al chorro. Me aconseja quitarlo. “bueno, quitémoslo”, le digo. Ahora reviso la gotera, paso mi mano por el tubo , pero aparte de calor no siento nada más, ya no hay fuga de agua. “Lo apreté más”, me dice. No sé que fue lo que apretó, pero hago como si supiera y le doy las gracias. 

Sale de la cocina y luego saca de la maleta una carpeta con unas formas que debe llenar. Me quedo mirando cómo lo hace, pero parece que se va a demorar más que poniéndose el traje de trabajo, así que prendo el Kindle de nuevo. Reviso cuanto tiempo de lectura le queda al capítulo: cuatro minutos. Vuelvo y pienso que ha pasado mucho más tiempo, pero le hago caso a lo que dice el reloj del aparato. A veces el tiempo se elonga y contrae de forma extraña, y no hay nada que podamos hacer ante ese extraño fenómeno. 

“Qué miedo los fantasmas de esta revuelta que se ha tragado el toque de queda. Y qué miedo este país”, es la frase que cierra el capítulo. 

Apago el aparato y el plomero no para de escribir. Miro hacia el techo, a la puerta, a sus cosas que están en el piso, tarareo una canción mentalmente y presiono el pedal de un bombo imaginario con mi pie derecho: un, dos, un dos. 

Ahora el plomero se pone la punta del esfero en la barbilla y se queda pensando. “¿A qué hora fue que llegué?”, le lanza la pregunta como al universo. No tengo ni idea y mucho menos con el tiempo que está igual o más loco que el chorro de la llave antes de que el “amigo” lo arreglara, y antes de que le de una hora, la que sea, se responde solo: “una y cuarenta, pero voy a poner una y treinta”, y no me da tiempo de decirle nada. 

“porfa regálame una firmita aquí, aquí y aquí también”. Que cantidad de papeles, de firmas. Ruego para que no saque un huellero y mis plegarias son escuchadas por el dios de los trámites bancarios, supongo. 

“Hasta luego, muchas gracias” 

“Hasta luego amigo, que tenga un buen día”.

lunes, 6 de julio de 2020

Ser breve

Me gustaría ser tan breve como un Haiku, decir todo lo necesario en la menor cantidad de palabras posibles, pero sin dejar de ser complejo, igual no creo serlo. A lo que me refiero es a que mis textos tengan un andamiaje narrativo sólido, que incluso llegue a opacar, por breves momentos, la historia que quiero contar. 

Pienso en esto de la brevedad luego de leer “La vida privada de los Árboles”, una de las novelas del escritor chileno Alejandro Zambra que es corta y precisa, como una ráfaga de palabras que lo dejan a uno un poco aturdido. 

No la tenía entre mis lecturas a corto plazo, pero se me apareció un día, y recordé que una escritora había hablado de ella en una de sus redes sociales; vuelvo e insisto que los libros son los que nos escogen. Leo un poco sobre el autor y me entero de que también escribe poesía. Quizás el tener desarrollada esa fibra del músculo de la escritura, lo ayuda mucho a cumplir con el objetivo de ser breve, limpio, y a decir lo que necesita decir en frases muy cortas pero llenas de significado. A mí a veces me da por intentarlo, pero cuando leo lo que escribo me suena a una mezcla entre lo obvio y el cliché y lo borro todo. No es fácil ser breve. 

Leo una entrevista — es buena, léanla —que le hizo la escritora Leila Guerreiro, en la que Zafra dice lo siguiente que, me parece, resume su estilo de escritura: “Escribir es como cuidar un bonsái, pensé entonces, pienso ahora: escribir es podar el ramaje hasta hacer visible una forma que ya estaba allí, agazapada”. 

Podar para ser breve, de eso, al parecer, se trata.

domingo, 5 de julio de 2020

Narrar noticias

Un hombre su sube a una buseta, intercambia unas palabras con el conductor y luego se salta el torniquete. Lleva una apariencia descuidada: Su pelo está ensortijado y lleva una camisa blanca metida a las malas dentro del pantalón, un saco de vestido negro con manchas de polvo, y una corbata del mismo color con el nudo desajustado. Parece una de esas personas que se van de fiesta entre semana y no alcanzan a pasar por la casa para darse un duchazo antes de volver a la oficina. 

En una de sus manos lleva un periódico enrollado. Se recuesta contra una silla, le da los buenos días a los pasajeros y, ante algunas caras de fastidio, dice que pueden estar tranquilos, pues no les quiere vender nada. 

Con un latigazo de su brazo desenrolla el periódico, se agarra fuerte del tubo de la buseta con la mano que tiene libre, y comienza a narrar las noticias de ese día. Lee los titulares y algunos apartes de ellas, y luego da su punto de vista salpicado con comentarios sarcásticos. Luego mira a su público, que todavía no entiende bien qué busca —¿un aplauso, dinero, comida?— ese no vendedor con apariencia de cuentero. 

Le da especial importancia a una noticia sobre la calidad del aire de la ciudad. Cuenta que después de unas mediciones, las autoridades se han dado cuenta de que el aire de los barrios del sur está más contaminado que el de otros sectores de la ciudad. “Hasta el aire es peor para los pobres”, concluye con ironía. 

Lee de igual manera otras noticias y cuando termina nos mira sin decir nada, solo da las gracias por haberle puesto cuidado a su pequeña presentación llena de sarcasmo. Cuando comienza a caminar hacia el fondo de la buseta una persona estira la mano para darle unas monedas; otros pasajeros lo imitamos, se las merece.

jueves, 2 de julio de 2020

El TOC del ritmo

Desde pequeño un timbalero vive dentro de mi cuerpo. Cuando tenía 5 o 6 años, las agujas de tejer de mi madre hacían sus veces de baquetas y las aporreaba contra cojines, camas y otras superficies. Años más tarde aprendí a tocar batería y compré unas baquetas de verdad. 

Ahora soy muy bueno en el arte de tocar batería aérea y también, a lo largo del día, me invento diferentes secuencias de ritmos que llevo con las manos y pies. Mientras escribo estas palabras llevo un ritmo con mi pie derecho, en el que imagino el golpe del talón como el de un bombo y el de la planta como un redoblante. 

Me obsesiono con un ritmo y lo ensayo en diferentes tempos, hasta que algo me hace olvidarlo y le doy paso a otro, el que sea que llegue. ¿De dónde vienen? No tengo ni idea. A una de mis hermanas le fastidia mucho que haga ruido con manos y pies, pero a veces es algo que hago de forma inconsciente. 

No sé si llevar ritmos a cada rato sea una manera de blindarme ante pensamientos y miedos irracionales que desencadenan ese comportamiento repetitivo. Puede que sí, puede que no todo funcione de forma adecuada en mi cabeza y por eso busco la manera de drenar esas sustancia oscura y espesa, la angustia, que a veces se ubica en la boca del estómago. 

Una vez fui al teatro Jorge Eliecer Gaitán a ver una presentación de un grupo de percusionistas extranjeros que ejecutaban números con ritmos complicados y diferentes objetos. Uno de ellos era con encendedores que prendían y apagaban; eran muy buenos. 

A veces, cuando creo que me invento un ritmo bueno, imagino que asisto a una de sus presentaciones.  En un momento me pasan al frente y me piden que les enseñe un ritmo para que ellos lo sigan. Después de enseñarlo quedan deslumbrados y me ofrecen un puesto en la compañía.

miércoles, 1 de julio de 2020

Frío


Tengo Los pies fríos. Muchas veces, en las tardes, se ponen así. A pesar de que tengo zapatos y medias parece que estuviera descalzo. De pronto es una cuestión mental y apenas siento algo de frío, mi cerebro baja la temperatura de los pies de forma automática, o me hace creer en esa sensación térmica. Si uno se fija bien el cerebro es un cabrón, en fin. 

No sé cuál es el órgano que controla la temperatura del cuerpo humano, me aventuro a pensar que varios deben intervenir de una u otra forma en la tarea, pero necesitan que alguien los coordine. Ese alguien, también supongo, es el cerebro, que se la pasa dando órdenes a nosotros y al resto de los órganos para que está máquina repleta de vísceras, órganos, manías, filias, angustias y obsesiones,  funcione las 24 horas y no parezcamos bichos raros

Con el frío también hay lluvia o la lluvia trae el frío, no lo sé, pero alcanzó a escuchar como cae el agua de forma copiosa y golpea el pavimento. Parece que el agua nunca se cansa o no tiene nada más que hacer aparte de caer o acercarse y alejarse de la orilla una y otra vez como un disco rayado. 

Ese ruido del agua, más el de un perro que chilla de forma desesperada debido al frío, supongo, potencian la sensación que llevo encima. 

No me aguanté las ganas y busqué lo del órgano que controla la temperatura del cuerpo. Resultó ser el hipotálamo; no estaba tan descachado. Cuenta internet que esa parte del encéfalo funciona a manera de termostato y mantiene el equilibrio entre la generación y pérdida de calor. Pero de nada me sirve saber eso porque el frío continúa. 

No es una queja, pues estoy seguro de que nunca he sentido frío de verdad, como esas temperaturas canadienses por debajo de cero, pero pues tengo frío y eso fue lo que les vine a contar.