viernes, 31 de enero de 2025

Susto pasajero

Sergio me contó que su madre estuvo hospitalizada por una semana. “Son lugares extraños las clínicas”, me dijo. Por un segundo pensé qué diferencia a un hospital de una clínica. “¿Por qué?”, le pregunté. Me dijo que es un lugar en el que el tiempo adquiere diferentes características, A veces parecía ser elástico, otras grumoso. “No sé si me entiendes”, concluyó. Asentí en muestra de apoyo. Él continuó: “Eso hace que pase más rápido o lento”.

Dijo que en ocasiones llegaba muy temprano, subía a la habitación y el día duraba una eternidad, pero que en otros parecía que las horas se compactaban, como si fueran una sola y la tarde llegaba apenas pisaba la habitación de su madre.

No sé qué cara le puse, seguro fue de extrañeza, pues no entendí muy bien a qué quería hacer referencia. “¿Y tu madre cómo está?”, pregunté, aparentando normalidad. Ya está bien, fue solo un susto pasajero, respondió, se quedó callado un instante, suspiró y siguió hablando.

“Yo creo que eso pasa porque son lugares en los que la muerte se pasea a sus anchas”, dijo mientras yo le daba un sorbo a mi cerveza. La muerte debe ser así. ¿no? como una arena movediza que te pone a reflexionar cuando hace acto de presencia. ¿No crees?

Puse la botella en la mesa y mi cerebro estaba en blanco. Luego le volví a dar otro sorbo para ganar tiempo, a ver qué se me ocurría contestarle. Cuando estaba a punto de hacerlo, Sergio volvió a hablar: “pero bueno, lo importante es que mamá está bien”, levantó su botella y la chocó con la mía en el aire. “Más bien cuéntame lo de Catalina”.

Apuré otro sorbo de la cerveza. Tomé aire y comencé a hablar.

lunes, 27 de enero de 2025

1,2,3,4,5...

A veces no sabes qué viene primero, si la intención o a la acción. Empiezas a contar ¿Tu mente visualiza el número uno o son tus labios los que lo pronuncian primero?. No lo sabes.

1.

Lo dices mentalmente, en voz alta o a manera de susurro. Antes de ir por el siguiente número, haces una pausa y dejas que el momento te habite por completo. De pronto cuentas para calmarte.


Por alguna razón, olvidas el número que le sigue al que acabas de pronunciar. Te angustias un poco, ¿cómo voy a olvidar los números?, pero casi al instante recuerdas la figura curvada del que sigue:

2.

Ahora estás en ese número, podría parecer que lo habitas, pero no te preocupas por estar en el momento presente, ni cuentas para respirar y exhalar profundamente. Solo cuentas. Fue algo que aprendiste cuando eras un niño, cuando la vida era solo juego y eras un sabio a la hora de escapar de la tristeza. Sigues.

3.

Sigues inmerso en la experiencia de contar, y bloqueas todo tipo de distracción o ruido. Sin quererlo te conviertes, por un breve instante, en un maestro zen. Ya no escuchas los carros de la calle, los pitos de los conductores llenos de rabia, nada. Solo aparecen los números, uno detrás de otro, en tu cabeza y luego los vas soltando por la boca.

4.

Llegas a ese número que marca el puesto que no recibe ningún tipo de premiación en una competencia. Piensas en eso, en que no está mal no ocupar los primeros puestos, que el 4 es tan número como los que vienen antes de él.

5.

Llegas al cinco rápido y te das cuenta que contar en medio de su simpleza te regula. Lo sigues haciendo aunque no tengas claro para qué. Sabes que no toda ación debe tener un fin específico.

viernes, 24 de enero de 2025

Las balas silban más cerca

En diario de invierno, el libro en el que rememora episodios de su vida y que tengo en mi radar de lectura, Paul Auster  abre la narración con el siguiente párrafo, que lo deja a uno tambaleándose:

Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quién jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro.


Pienso en eso porque M. nos contó que está enferma y que mínimo va a estar internada un mes en el hospital. La última vez que la vi estaba bien. No la noté enferma, pero está claro que el curso de la vida cambia en un segundo.  Como leí alguna vez, a todos nos toca una porción de ese sufrimiento que el destino va repartiendo de forma aleatoria. No tenemos escapatoria.

No puede ser más cierto lo que dice Auster. Uno va por ahí y, en apariencia, la vida transcurre de forma tranquila,  dando a entender que nada malo  va a pasar, que la muerte es un evento lejano, del futuro, cuando la muerte es puro presente.

No se me ocurre bien qué escribir con la noticia de mi amiga, pero hago el intento porque ayuda a desenredarme. Más bien recuerdo lo que han dicho otros que superan mi capacidad para expresar los sentimientos con palabras. Como Rosa Montero que sentenció lo siguiente en la ridícula idea de no volver a verte:

...Y las trivialidades en las que malgastamos las horas caen sobre el suelo como polvo de purpurina.


Eso, malgastar las horas, da rabia, ¿acaso no? Y es lo que hacemos día a día sin detenernos a pensar nada, mientras, como dijo Millás, las balas cada vez silban más cerca de nosotros.


miércoles, 22 de enero de 2025

Así son las cosas

El narrador cámara Es uno en tercera persona que, creo, a veces utilizo sin proponérmelo. La persona que narra solo observa lo que ocurre y no participa en los hechos narrados. Es solo un simple espectador de la escena y describe lo que está pasando. Se diferencia de ese narrador omnisciente nivel dios porque no entra en la cabeza de ningún personaje.

Me gusta porque es pura acción sin acotaciones o frases ingeniosas. Se asemeja mucho a una obra de teatro y no incluye los pensamientos del narrador o los personajes que, a veces, entorpecen la historia.

Tiene que ver mucho con lo que dice Millás en Vidas al límite, su libro de crónicas: “Tantos años de oficio y aún no había aprendido que escribir consiste en ser capaz de ver lo que tienes delante de las narices.”

Sin embargo es muy jodido sostenerlo a lo largo de una narración porque se supone que un texto necesita de pensamientos y reflexiones.

Esto también me recuerda otra cita de La vida a ratos, el diario novelado de Millás: “Decir lo que se dice exige una precisión de microcirugía casi imposible de lograr, pues donde menos lo esperas salta la metáfora.”

Hasta aquí llevo míseras 195 palabras. Eso me pasa por ponerme en modo profesor en vez de utilizar el narrador cámara. Podría haberles contado que hoy en la tarde bajé a la tienda del edificio de oficinas que queda al frente y de camino a la portería vi dos niñas con su uniforme de colegio que acababan de bajarse del bus y reían de forma desaforada.  Luego les podría ahber contado que cuando llegué a la tienda la señora que la atiende me saludo con el típico: “buenas vecino”, mientras un televisor empotrado en la pared transmitía un programa de concursos.

Les habría podido contar eso con el narrador cámara, pero lo que salió fue lo otro. Así son las cosas.

martes, 21 de enero de 2025

2700 millones

Visito un café que tiene un ambiente que me agrada mucho. Pido un capuchino con una porción torta marmolada con cubierta de Baileys, chispas de chocolate y me siento a leer.

El tiempo, que bien sabemos no siempre corre a la misma velocidad, pasa volando y decido que es hora de marcharme. Salgo del lugar, camino un poco y pido un taxi frente a un restaurante muy lujoso. La acera está repleta de camionetas con escoltas: hombres pesados con gafas oscuras, sacos de paño y caras de pocos amigos.

Mientras la aplicación me confirma el servicio, trato de fijarme en los escoltas pero sin mirarlos directamente, para que no vayan a pensar que quiero atentar contra la vida de uno de sus clientes. Entonces los miro moviendo la cabeza de un lado para el otro, como si estuviera mirando el cielo o los locales que están en la otra acera (una ferretería y una peluquería). Mi táctica surte efecto y los escoltas no se ponen nerviosos con mi presencia. En medio de mis pensamientos sale un hombre con la billetera y el celular en la mano. También lleva gafas negras, pero no saco de paño como los escoltas, sino que viste una camisa polo. Es, supongo, el escoltado, si es que el término aplica. Uno de los escoltas le dice: “por aquí señor” y lo hace subir al asiento del copiloto de una camioneta negra 4 x 4 gigante. Me pregunto quién será ese señor para que tantos hombres lo estén cuidando. ¿Cuánta plata tendrá en sus cuentas bancarias?

Al pensar en esto y ver tanto derroche de poder, de dinero, por alguna razón mi cerebro piensa en Haaland, el jugador de fútbol Noruego, que a partir de ahora va a ganar 2700 millones de pesos a la semana, Ciento cuarenta mil cuatrocientos millones al año. Ojalá  le alcance para sus gastos.

lunes, 20 de enero de 2025

¿Qué fue de mí?

En la novela que leo un bebe de pocos meses sufre un accidente, se golpea la cabeza y queda maltrecho por el resto de su vida.

Recuerdo el accidente en el que me golpeé la cabeza, pasé 17 días en coma, y que me dejó el amable recordatorio. No quedé como el personaje de la novela, aunque intuyo que el episodio me dejó ciertos rayes.

Nunca voy a recordar cómo ocurrió, porque mi mente sumergió ese episodio en sus profundidades para que nunca se asome a la superficie de la consciencia. Amnesia postraumática le llaman a ese mecanismo de defensa.

Tiempo después me enteré de que mi hermana mayor llevó una especie de diario durante el tiempo que estuve en cuidados intensivos. En él a modo, supongo, de terapia, para asimilar lo que estaba pasando, se dirigía a mí y me narraba cosas que le pasaban en su día a día o lo que los médicos decían de mi estado: Hoy moviste un dedo cuando te hablaron, paso x o y cosa en el mundo, en mi trabajo etc. lo que fuera. Como cuando llegaba a la casa después del trabajo y cruzábamos un par de palabras. No sé, por ejemplo si todas sus notas eran positivas o si también anoto lo que decían otros médicos: tiene 50% de probabilidad de vivir o morir. No sé si lo decían así tan de frente pero tengo entendido que de alguna manera lo daban a entender.

Tampoco sé si esas hojas existen todavía, pero me gustaría leerlas, saber qué fue de mí en esos 17 días de inconsciencia profunda.

jueves, 16 de enero de 2025

Episodio en la madrugada

Algo me despierta. Todavía es de noche o de madrugada, no lo sé. Acabo de irrumpir en la vigilia desorientado como casi siempre me suele ocurrir. Me quedo quieto y cierro los ojos a ver si me duermo de inmediato. No pasa nada.

¿Qué horas serán?, me pregunto y todavía no me decido si mirar la hora en el celular o no. Alguna vez leí que eso es malo, que lo mejor cuando uno se despierta de repente, es intentar dormirse de nuevo. Como ya le hice caso a esa consigna y no surtió efecto, agarro el celular, le espicho un botón y la luz de la pantalla me encandila los ojos. Es la 1:30 a.m, ¿Pero qué carajos? Caí rendido en la cama a eso de las 10:30, confiado de que iba a seguir derecho, pero no. Muy pocas veces la vida y sus cosas tienen el desenlace que uno espera.

¿Qué me despertó? Comienzo a examinar despacio las partes de mi cuerpo, como cuando a uno lo dirigen en las meditaciones guiadas y le dicen que se enfoque en los dedos, luego en los pies, las rodillas, y así hasta repasar y ser consciente de todas las zonas del cuerpo. Hago esto para ver si me duele algo, ¿Qué tal que uno se esté muriendo y no haga nada por intentar dormirse de nuevo? No detectó nada extraño. Al parecer todos mis órganos, músculos, etc. funcionan bien. Decido que lo que me despertó fue el calor y saco una pierna por un costado de la cama. Al poco tiempo siento mucho frío y la vuelvo a meter debajo de las cobijas.

Afuera, en la calle, un carro pasa con música a todo volumen. Tiempo después un hombre grita algo y ríe fuerte. Siempre que escucho voces en la calle en la madrugada, me imagino que son locos que no tienen idea en donde están parados, personas disociadas de la realidad. Me pregunto si el hombre que grita no tiene frío. Mi cama hierve, pero afuera, imagino, hace un frío de los cojones. Doy vuelta para un lado, para el otro, pero el sueño no llega. No sé si pasé la noche en blanco, pero de un momento a otro suena la alarma del celular.

miércoles, 15 de enero de 2025

Dicen, yo algo sé

Uno de mis objetivos para este año es volver a escribir mínimo cinco veces por semana en este espacio. La mayoría de veces, a menos de que me atropelle la inspiración, serán escritos cortos, mínimo de 300 palabras. ¿Por qué 300? Fue algo que leí en el libro Mientras Escribo de Stephen King. Él dice que ese es un buen número de palabras a escribir por día y que si al final del mes y el año se juntan, pues se tiene una novela. Si esto que cuento no tiene nada que ver con ese libro, entonces me lo inventé o lo leí en otro lado. Ustedes sabrán que a cierta altura del partido, los recuerdos se comienzan a entremezclar y uno ya no logra precisar de dónde vienen.

Escribir lo que salga sin pensarlo mucho. una especie de escritura a la topa tolondra. “Que mal escribir así. Eso no es escribir”, podrán pensar algunos, pero ante tales acusaciones, si es que se les puede llamar de esa manera, no me queda más que encogerme de hombros, mientras pienso: “ ¿Y a mí que me importa lo que ustedes piensen?” Ese es otro de mis propósitos este año: pasarme por la faja el concepto que otras personas puedan tener de mí o mis posturas. Pero bueno, basta de bravuconadas y vamos al tema de hoy…

¿Qué dicen?

Que el narrador es el personaje más importante de una novela y que viene en tres puntos de vista: primera, segunda y tercera persona. El último se desglosa en varios.

También dicen que se debe pensar en el narrador antes de ponerse a escribir. ¿Cómo?, me pregunto y freno en seco. Eso es algo que nunca he hecho. Siempre que escribo suelto una chorrada de palabras y miro cuál tipo de narrador se apropió de ellas. Por defecto, ya les había contado, suele ser la primera persona, un narrador a veces complicado por la cantidad de opiniones personales que tiene y por la forma en que abusa del monólogo interior.

Sin embargo, me parece mejor que ese narrador omnisciente en tercera persona, que es como un Dios y lo sabe todo.

En fin, eso es lo que dicen. Por el momento trataré de alejarme del omnisciente. “ ¿Y la segunda persona? A ese dejémoslo quieto, pues siempre lo he considerado un narrador algo loco y con problemas de identidad, pues se cree personaje narrador y lector al mismo tiempo.

martes, 14 de enero de 2025

El clásico

Al frente de las mesas de la plazoleta de comidas, a unos 15 metros, está ubicada una pantalla gigante. ¿La razón? Dentro de poco va a empezar el clásico Real Madrid vs Barcelona. A mí me da igual el que sea que gane, pero si me pusieran una pistola en la cabeza para obligarme a hacerle barra a un equipo me iría con el Barcelona.

A pocas mesas, una familia compuesta por el padre, la madre y una hija pequeña almuerza pollo broaster. Sacan las presas de un balde gigante como si hubieran hecho el pedido para hermanos y abuelos, pero solo están ellos tres.

El hombre está mirando hacia la pantalla, su esposa le da la espalda a esta y la niña está sentada a un costado. El partido empieza y el hombre mira la pantalla con la misma intensidad con la que mastica la presa de pollo que sostiene su mano derecha. Lleva puesta una camiseta del Real Madrid y cada vez que uno de los jugadores comete un error, con la mano que tiene libre le da un manotazo a la mesa, y en voz alta dice en qué consistió la equivocación del jugador.

Cada vez que el hombre habla, la mujer hace comentarios al margen, algunas veces le da la razón y otras lanza preguntas para entender bien el concepto táctico que acaba de mencionar su esposo. La niña está completamente abstraída devorando una alita y no dice nada.

A los pocos minutos Mbappé abre el marcador, y el hombre no cabe de la dicha. Grita y aplaude como si su vida dependiera de la victoria de su equipo, pero al poco tiempo Lamine Yamal, el joven superdotado de 17 años, marca el empate.

El hombre se toma la cabeza, se tira los pelos y luego manotea con más rabia la mesa. nosotros, que ya terminamos de almorzar, abandonamos el lugar.

Hacia la salida al parqueadero veo a una mujer cuchareando un helado. hunde la cuchara en una bola blanca con chispitas de colores, la saca, se la mete a la boca y luego cierra los ojos con una expresión de placer. Quizá no lo sabe, pero tal vez su vida, su salud mental, dependa de ese bocado de helado que se acaba de meter a la boca, al contrario que la del hombre que, al parecer, depende de los resultados de su equipo de fútbol.

En la noche me entero que el partido quedó 5-2 a favor del Barcelona.

Me acuerdo de la pareja y compadezco a la esposa que quien sabe hasta cuándo se tendrá que aguantar la ira de su esposo.

lunes, 13 de enero de 2025

Natalia

Alguna vez, parece que fue en otra vida, utilicé Latinchat, una página web que salió a finales de los años 90. Me cautivaba la posibilidad de hablar con personas en otros rincones del planeta y, no puedo negarlo, hacerlo desde el anonimato. Este, considero, es uno de los espejismos que ofrece internet: Permitir Aparentar que eres alguien más; crear un personaje que no cuenta con esos rasgos propios que tanto detestas.

Pero volvamos al tema. Siempre me conectaba los miércoles en la mañana a un canal general. Un día vi a un usuario bajo el nombre de Natalia y le envié un mensaje privado.

Comenzamos a charlar y quedamos de vernos el siguiente miércoles. Llegó ese día y ahí estaba ella de nuevo y seguimos hablando-coqueteando de cierta manera el uno con el otro.

De forma tácita decidimos que ese día de la semana sería el de nuestro encuentro virtual, así que no había necesidad de ponernos citas, y cumplíamos con nuestro encuentro rigurosamente. No recuerdo cuánto tiempo duró esa dinámica, pero parece que fue por varios meses. Natalia, si no estoy mal, vivía en México.

Ahora que lo pienso, Natalia podría haber sido Ramiro, un cincuentón gordo que pasaba las mañanas en piyama bebiendo cerveza y tirado en un sofá, mientras se hacía pasar por Natalia, Patricia, Julieta, en fin, el nombre que se le ocurriera ponerse cada vez que entraba a chatear.

“En el chat todos tienen un nombre distinto al suyo y
unos deseos diferentes de los que declararían en su propio nombre”.
— La vida en las ventanas.

viernes, 10 de enero de 2025

Hacer el amor con otro

Son las 11 de la mañana y el sol se derrama con furia sobre el pavimento, como si quisiera acabar con todo. El sol del fin del mundo, pienso.

Me dirijo hacía un café mientras visualizó un capuchino con una porción de torta selva negra, chocolate, vino, red velvet, la que sea, y mi boca comienza a salivar. Cuando estoy a cierta distancia del lugar me parece que no lo han abierto. Desvío la mirada rápido y pienso que no es así, que miré mal o mi vista falló. Segundos después cuando estoy enfrente del local me doy cuenta de que era cierto: no han abierto. El dueño del café se llama David, un hombre de aspecto bonachón que siempre lleva una boina y chaleco a cuadros Por sus vestimenta parece que se equivocó de época, pues la suya debe ser los años 40. Mi teoría es que David tiene mucho dinero producto de una herencia familiar y tener el café es solo un pasatiempo, una manera de gastar las horas del día. Por eso se da el lujo de abrir tarde e incluso hay días en que no abre su negocio. Envidio su estilo de vida.

Y ahora qué, me pregunto. Decido ir a un centro comercial cercano que tiene un café, pero que tampoco es seguro encontrarlo abierto. Cuando llego al lugar desde lejos veo un aviso de neón con una taza de café que índica que el sitio está abierto.

Me acerco al mostrador y le pido un capuchino a la cajera. Le pregunto qué tiene para acompañarlo que esté fresco y le recalco que es de suma importancia que no me mienta. La mujer sonríe, baja la mirada hacia el mostrador, la vuelve a dirigir hacia mí y responde: “En este momento lo único que tenemos es galletas”. Me decanto por dos de Coco y la mujer dice que ya mismo me lleva el pedido a la mesa.

Al poco rato llega con la orden, y apenas deja los platos sobre la mesa, le doy un sorbo al capuchino y sabe bien. Pienso qué estará haciendo David en estos momentos, si apenas se está levantando de la cama o si sigue dormido.

También pienso en lo fácil que resulta traicionar un negocio si no está disponible en el momento en que lo necesitamos. En ese preciso momento los parlantes del local dejan escuchar una guitarra suave y al instante una voz ronca la acompaña: Amanecer con él a mi costado no es igual que estar contigo. Suena hacer el amor con otro de Alejandra Guzmán.

jueves, 9 de enero de 2025

Mejores amigos

Sabrina siempre presentaba a Marcos como su mejor amigo. Si se lo presentaba a un familiar que él no conocía, no tenía problema alguno en decir: “Te presento a mi mejor amigo”. Mejor amigo, ¿que querrá decir eso?, se preguntaba Marcos, mientras se sentía un poco incómodo al escuchar esa palabras, como si tuviera que actuar, de acuerdo al título, de una manera que desconocía.

Imaginaba que consistía en ser leal, estar ahí si ella lo necesitaba, escucharla, acompañarla a planes, y ese tipo de cosas. No es tan complicado ser mejor amigo, solía decirse cada vez que escuchaba la frase.

No eran uña y mugre, es decir, no se la pasaban de arriba para abajo todos los días y a veces duraban meses sin hablarse, pero cuando volvían a verse, después de largas temporadas en las que cada uno se ausentaba de la vida del otro, parecía que se hubieran visto el día anterior, así que se ponían al día en los temas que consideraban necesarios y él, creía, se seguía siendo ese mejor amigo.

Así había funcionado su amistad siempre, fluía de forma sencilla y sin complicaciones, digamos, o algún tipo de exclusividad. La forma en que se trataban se regía bajo el dictamen de Borges: “La amistad puede prescindir de la frecuencia o de la frecuentación.”

Ahora, Marcos no entiende porque Sabrina dejó de hablarle. Ha intentado contactarla, pero no coge el teléfono ni le devuelve las llamadas.

Supone que ella consiguió otro mejor amigo, o un novio en su defecto, y que al haber perdido ese puesto significa que incluso el simple título de amigo o conocido pende de un hilo, si es que todavía puede catalogarse de alguna de esas dos maneras.

Marcos piensa que la gente, esa masa amorfa de la cual hace parte, es extraña y que nunca, por más que queramos, terminamos de conocer a las personas.

También cree que no tiene que echarle tanta tiza al asunto, sino convencerse de que las amistades, por más sólidas que parezcan, se pueden acabar de un día para otro, y que si le preguntan por qué dejó de verse con Sabrina, porque sí es la mejor respuesta que puede dar.

miércoles, 8 de enero de 2025

Laura, la soñadora

Laura estudió derecho con un amigo. No eran muy cercanos, pero por algún motivo se habían conocido. Mi amigo me contó sobre ella y me dijo que me la iba a presentar porque a ella también le gustaba leer. Él tenía fe de que nos enredáramos solo por el hecho de que a ambos nos gustaba leer.

Ya no recuerdo bien como hablamos por primera vez, si fue en una salida en conjunto con mi amigo o él me pasó su teléfono; el caso fue que un día la llamé y quedamos en ir a tomar cerveza y comer algo. De ahí en adelante ese siempre sería nuestro plan: comer, casi siempre era sushi, y luego ir a un pub, pedir un par de jarras de cerveza y hablar hasta que nuestros temas de conversación se agotaran.

Hablábamos de libros, autores preferidos y de nuestras familias y nuestros sueños o metas por cumplir. También sobre su gusto por la escritura: años atrás Laura había tenido un blog en el que escribía todos sus sueños de forma detallada. Me contó que no tenía problema en recordar lo que soñaba a no ser de que se acostara muy cansada. Le dije que quería leer alguna de sus entradas, pero me respondió que ya había cerrado ese espacio virtual y que no había vuelto a escribir nada.

Me acordé de ella, porque leí lo siguiente en una novela: “Solía deslizar el dedo por los lomos hasta que alguno me llamaba la atención por su color, su forma o el sonido del título. Entonces lo abría y leía el último párrafo”.

Laura tenía un ritual algo similar y es que siempre que comenzaba a leer un libro, lo primero que hacía era ir al final para leer última palabra de la novela”. Le pregunté que por qué lo hacía y me dijo que por ninguna razón en particular, sino que era algo que se le había ocurrido hacer una vez y que luego se le volvió costumbre.

Por Laura conocí a Bolaño. Ella había leído los Detectives Salvajes y me contó que le había gustado mucho esa novela. Un día, antes de encontrarme con ella, pase por una librería y pregunté por ese libro, pero del escritor chileno solo tenían 2666. Era una edición costosa, en pasta dura, que me llevé a la ciega sin ni siquiera leer un párrafo de forma aleatoria. Fue una novela que me costó muchísimo terminar de leer porque los capítulos me parecieron eternos. Todavía sigo sin leer los Detectives Salvajes.

Después de un par de citas con ella,  traté de convencerme de que me gustaba y  también de intentar algo con ella más allá de una amistad, pero luego de un par de insinuaciones vi que no había interés alguno de su parte.  Luego nuestras salidas se comenzaron a espaciar hasta que dejamos de vernos.

martes, 7 de enero de 2025

Horror loci

Hace unos días en la entrada Taza de café hablaba, de una u otra forma, sobre cómo un cambio de residencia puede generar sensaciones de desarraigo.

Hace poco, leyendo el Substack de la escritora Beatriz Serrano, me encontré con el término horror Loci, que considero más apropiado para esa sensación que, a pesar de que ha menguado, aún experimento de forma fugaz.

Una investigadora cuenta que en el siglo I a. C. los romanos sufrían de horror loci, que se puede traducir como: asco por el lugar. Dice la mujer que viajaban con frecuencia al campo porque se aburrían de la ciudad para luego aburrirse del campo y volver a la ciudad, y caían en ese bucle incesante.

¿Y qué? pues lo mismo de siempre que uno nunca termina de estar satisfecho, y se piensa que siempre hace falta algo: una persona, un lugar, un trabajo, lo que sea. Qué agotador resulta vivir de esa manera, ¿acaso no?

Hablando de más, parece que Anaïs Nin no sufría de horror loci. En una entrada del volumen 5 de sus diarios,  cuenta lo siguiente cuando estaba en Acapulco. Lo dejo en inglés porque si lo traduzco pierde mucha fuerza:

“I have attained a state of being which is effortless, a flowing journey”

De eso imagino, se debe tratar en parte la vida, de ser como una corriente de agua que se va metiendo por cualquier recoveco, sin preguntarse si el camino tomado fue una buena o mala elección.

lunes, 6 de enero de 2025

Una pregunta para Margaret Atwood

En enero de 2020 fue la última vez que asistí al Hay festival de Cartagena, justo antes de que empezara la locura del Covid. Me imagino que el virus ya estaba en la ciudad por la cantidad de extranjeros que la visitan, pero todos andábamos tranquilos porque era una cosa lejana, un problema de los chinos, en fin, que me desvío del tema.

Ese año la figura principal del festival fue la escritora canadiense Margaret Atwood. Su charla tuvo lugar en el centro de convenciones y cuando el lugar estaba lleno, antes de que ella subiera al escenario, varias mujeres, a modo de performance, ingresaron al auditorio vestidas con el disfraz del Cuento de la Criada: vestidos largos de color rojo más una cofia blanca.


Al final de la charla alguien le preguntó si su novela los Testamentos era una continuación del Cuento de la Criada. La escritora respondió que no, porque el personaje de Offred, la protagonista del Cuento de la Criada, no podía ser el mismo que había escrito en un principio, pues de alguna forma este había cambiado y evolucionado y que por eso no consideraba esa novela como una continuación.

Desde que inició la ronda de preguntas yo levanté la mano, y mientras la escritora respondía las dudas de las personas, traduje mi pregunta al inglés en mi cabeza para no hacerme un ocho al momento de formularla. Después de un par de minutos, creí tenerla lista. Solo necesitaba que el moderador me diera la palabra, pero el hombre decidió ignorarme y le dio la palabra a una mujer hizo una pregunta de unos 10 minutos, llena de opiniones personales, y que copó todo el tiempo restante de la ronda de preguntas.

Mi pregunta, tengo claro, no era nada del otro mundo. Solo quería saber si de las novelas que ha escrito, el Cuento de la Criada es la que más le gusta o que si otra es su favorita.

Días antes había investigado qué novelas de esa autora se deberían leer y por todos lados me salía que el Asesino Ciego es una obra de arte. Finalmente me quedé sin saber cuál es su novela favorita y me compré el Asesino Ciego a la ciega, valga la redundancia, pero no me gustó y abandoné esa lectura después de un par de días de haberla comenzado.

De todos modos, aunque Atwood me hubiera dicho que otra novela es su favorita, eso no garantiza que me hubiera gustado.

viernes, 3 de enero de 2025

Día muerto

1 de enero de 2025.

El primer día del año siempre me ha parecido un día muerto, un día para quedarse en la cama y solo pararse para ir a la cocina a servirse los restos de la comida de fin de año, si es que hubo alguna. Un día en el que pesa saber que la fecha que acaba de pasar no era tan importante como creíamos sino otro día más del calendario, y que la rueda de la rutina está a punto de comenzar a girar de nuevo.

Pero este parece ser un día muerto diferente, o al menos eso indica la mano de mujer que reposa sobre mi pecho. Eso es lo primero que siento apenas entreabro los ojos. Sus dedos son largos y están coronados por uñas pintadas de un color rojo intenso. segundos después, cuando me acostumbro a la luz de la mañana que entra a la habitación por un gran ventanal ubicado al frente de la cama, la miro de reojo para ver si es Pamela, una vieja amiga y la única mujer que, se me ocurre, se prestaría para este plan en un día muerto.

No, no es ella. levanto la sábana para ver si mi piel presenta algún corte. No, estoy completo o al menos eso parece, pero cómo saberlo, ¿cómo saber si aún se conservan los dos riñones? No lo sé.  El día, imagino lo dirá.

Afuera, desde la calle o un apartamento cercano, llega la letra de un vallenato, acompañado de voces y risas, los restos de una fiesta: Los caminos de la vida no son como yo pensaba, como los imaginaba, no son como yo creía. Nada es como uno cree, pienso mientras mi pecho se infla de aire y se desocupa, aún con la mano de la extraña encima de él.

Veo mi ropa tirada en la esquina del cuarto que puedo ver desde la posición en la que me encuentro e intento recordar la forma desesperada en la que me la he quitado antes de meterme a la cama con esta mujer.

Los caminos de la vida, vuelvo a pensar y me deslizo fuera de la cama, con cuidado de no despertar a la mujer. Me visto en cámara lenta y salgo de esta habitación que no logro ubicar en mi memoria.

Vaya manera de despertar en un día muerto.