Otra vez llego tarde a este lugar, espacio, blog, bitácora, página, en fin, lo que sea, por la misma razón de ayer, el dibujo de Inktober. Siento ser repetitivo con el tema, estimado lector, pero es lo que hay. Sí, lo acepto, puede que sea simple pereza mental no buscar algo diferente a lo que le pueda arrancar unas cuantas palabras, pero bueno, es tarde y tengo sueño.
Prometo…¡Que va! No les prometo nada. Iba a decir que les iba a prometer un texto cargado de creatividad, altas dosis de tensión, toda una bomba narrativa, pero ¿para qué les voy a decir eso, si es algo que me prometo todos los días. Hay ocasiones logro dar con ellos, pero otras veces no, esto quizá se deba a que no he tomado la correcta distancia.
Pero mejor le sigo contando sobre el dibujo de hoy. Lo empecé más temprano, y confiaba acabarlo antes, pero hice un mal cálculo del nivel de dificultad, y caí en cuenta de eso cuando ya llevaba más del 50% del trabajo. En ese momento me detuve y evalué si dibujar algo más sencillo.
En medio de esa conversación interna, puse la libreta contra la pared y me alejé para mirar el dibujo. Si bien me di cuenta de que me faltaba un segmento difícil, pensé que el conjunto de lo que llevaba se veía bien. De ahí la importancia de alejarse, de tomar distancia, cuando uno dibuja algo, para verlo desde otra perspectiva.
Alejarse es un arte que, pienso, nos hace falta dominar a todos, pues no solo sirve para cuando se dibuja algo, sino que también aplica para los escritos y las relaciones. Los textos, como las personas, a veces saben mal, y es en ese momento, cuando detectamos su sabor rancio, que debemos alejarnos, para retomarlos días, meses, o años después, y comprobar si se pueden rescatar, o si debemos desecharlos por completo, en el caso de los escritos, o seguir tomando distancia, en el caso de las personas.